No puede haber contradicción, porque la Verdad es una, y si la fe se apoya en la verdad la ciencia no la puede contradecir. ¿Averroísmo? No, gracias. El tomismo tiene más sentido.

La supuesta contradicción entre ciencia y fe es un mito que promovieron los filósofos de la Ilustración. En 1896, Andrew Dickson White, fundador de la Universidad de Cornell y masón de la Skull & Bones, publicó History of the Warfare of Science with Theology in Christendom, que contribuyó a difundir más el supuesto mito. En los dos tomos de la obra no vacila en inventar innumerables anécdotas de supuesta persecución a científicos a lo largo de la Edad Media, sin citar fuentes ni documentos que corroboren sus afirmaciones.

¿Para qué vamos a hablar del archimanupulado y tergiversado caso de Galileo, sobre el que no dejan de repetirse como por boca de loro tantos disparates? No se lo persiguió por el heliocentrismo en sí, del mismo modo que no se había perseguido antes que él a Copérnico, ni antes de Copérnico a Nicolás de Cusa, ni antes de este a Nicolas de Oresme, todos los cuales fueron formulando poco a poco el sistema heliocéntrico en el espacio de varios siglos. Por cierto: el de Oresme era obispo, el cusano cardenal y el polaco canónigo. Si no hubiera sido por la Iglesia, seguramente no habría habido ciencia, sino superstición. Fue la Iglesia la que creó las primeras universidades, y los monasterios fueron los centros a partir de los que se difundió la ciencia, la técnica y el saber. Y si nos ponemos a hablar de los jesuitas, desde sus mismos comienzos la orden ha sido fundamental en el desarrollo de las ciencias, las artes y el saber, y así sigue siendo hasta el día de hoy, aunque desgraciadamente muchos estén contaminados hoy en día de modernismo y hasta de ideas heréticas.

El mito de la supuesta oposición entre ciencia y fe no es más que un tópico, un slogan que se repite para que todo el mundo lo propague a su vez sin pensárselo. Los tópicos son cómodos: la gente echa mano de ellos y no tiene que razonar, matizar ni produndizar. Por eso son tan eficaces para lavar (léase ensuciar) cerebros.