Nobleza


Varias veces hemos hablado tangencialmente en este blog acerca de la nobleza. Creo que es un tema que merece que lo tratemos con un poco más de profundidad, aunque soy consciente de mis modestísimos conocimientos al respecto. Confío en que aquellos que lo conocen mucho mejor que yo -el Dr. LMdR, por ejemplo- puedan abundar y corregirme cuando sea necesario.
Me llamaron la atención un par de ideas que aparecen en un librito deliciosamente contrarevolucionario de Vladimir Volkoff: Elogio de la diferencia, que pueden bajar desde Scribd o desde DepositFiles, y voy a recurrir a ellas en más de una ocasión a lo largo de esta entrada.
Una primera distinción que es conveniente hacer es entre nobleza y clase. Es decir, cuando hablamos de nobleza no hablamos de clase social, que es un concepto sociológico, inventado por ideólogos preocupados por encontrar instrumentos teóricos para oponer lo que, naturalmente, nunca fue opuesto. Solamente en los pueblos primitivos no existía división entre jefes y pueblo, pues la noción de mando comenzó a desarrollarse con la civilización y, como dice Volkoff, no se sabe si es el mando el que civiliza o es la civilización la que jerarquiza. Han sido justamente las sociedades jerarquizadas, es decir, con jefes que mandan y pueblo que obedece, las que hicieron frente a las invasiones orientales, las que edificaron las catedrales, las que engendraron los Estados y las que conservaron las culturas. Por eso, hablar de nobleza no es más que reflejar el estado natural de los pueblos civilizados y en nada tiene que ver con la idea moderna de clase social y, mucho menos, con el dañino concepto marxista de lucha de clases.
Por eso, el término nobleza está muy lejos de la pedantería y mucho más lejos aún de las páginas de Hola o de Caras, y se resiste a una definición. Conviene, por eso mismo, antes que comenzar con una definición, hacerlo rastreando el origen de la nobleza. Pero tampoco en esto hay acuerdo: podría estar ligada a la tierra, a la función ejercida en una sociedad determinada, a la profesión militar o a la antigüedad del linaje. Quizás haya un poco de todo eso, pero me parece que, esencialmente, la nobleza está relacionada con la posesión de la tierra. Por algo los nobles franceses del Ancien Régime suele poner, cuando se les pregunta por su profesión, agricultor. Y es porque el cultivo de la tierra propia, ennoblece. Es una cuestión casi atávica, y del atavismo más originario, pues es de la tierra de donde surge el sustento del hombre y es esa la tarea que le fue impuesta a Adán luego de la expulsión del Paraíso.
Pero la tierra, y la posesión de la tierra -más allá de que esta sean unas pocas hectáreas-, genera necesariamente el arraigo, en decir, el enraizamiento del hombre a un lugar con el que establece un vínculo que se convierte en configurador de su propia identidad y de la de sus descendientes. En este sentido entonces, el noble es la persona que está arraigada a la tierra. Y esto aparece en el desarrollo natural de todas las sociedades. Pensemos en algún pequeño pueblo de nuestras pampas. La nobleza particular que allí se iba formado naturalmente -y con esto quiero decir las jerarquías sociales y de mando que surgían-, provenía de la posesión de la tierra. Es decir, quienes poseían la tierra ostentaban las jerarquías sociales superiores. Y no era siquiera necesario que fueran grandes latifundistas; la sola posesión de una chacra ya implicaba un posicionamiento social. Por supuesto, todo este ordenamiento queda rápidamente destruido por la burguesía: cuando el almacenero empieza a crecer y aumentar su fortuna, desplaza al pequeño poseedor de la tierra arruinado después de una mala cosecha. Naturalmente entonces, la jerarquía del entramado social aparece con la posesión de la tierra, y con ella, la nobleza.

Pero lo interesante aquí es ver el aspecto simbólico que tiene el tema. Si el noble es el arraigado, el plebeyo, por oposición, es el descastado, es decir, quien no está arraigado a una casta, y no entiendo este concepto tal como aparece en la organización social india. Casta es el linaje relacionado con esa tierra que, en algún momento, se poseyó y probablemente ahora esté, desde hace varios siglos, en manos de mercaderes. Pero la pérdida de la posesión material de la tierra no implica necesariamente la pérdida del arraigo a la misma, convertida ya en un elemento simbólico. Es decir, el noble permanece enraizado a la tierra de su familia, o a su familia o, más ampliamente aún, a su casta. Y arraigo no significa aquí apego concupiscente a una porción de territorio sino a los principios e ideales de aquellos que poseyeron en algún momento ese territorio, y el primero de todos, la religión. Quizás una materialización simbólica de esto sea la casa solariega o el escudo de armas, si es que se los posee. La casa no es solamente paredes y techos más o menos conservados, sino que es historia viva y es casta. E igualmente el escudo, no es reminiscencias más o menos fantasiosas o esnobismo, sino identificación con la tierra, y con ella a los ideales, a los cuales estoy arraigado.
Por eso el noble, tal como lo entiendo, no se relaciona solamente que ver con un título de nobleza otorgado por algún soberano. Muchas veces, esto no es más que un signo de anti-nobleza. Una cosa es la nobleza francesa del Ancien Régime, con títulos otorgados por los Anjou, y otra los títulos otorgados por Napoléon a sus amigos y colaboradores. ¿Quién se tomaría en serio hoy en día, por ejemplo, si a la Colifata se le ocurriera proclamarse reina y nombrar conde a De Vido? Todo el mundo se reiría tanto como se ríe la gentry inglesa de Sir Elton John o de algún almacenero con suerte y dinero que es knighted por Su Majestad Británica.
Pero con esto no pretendo descalificar a la nobleza con título. Tengo un buen y cercano amigo que es conde del imperio romano-germánico, poseedor como mayorazgo de los títulos y armas de su familia, aunque esté bastante más que venido a menos, y en él es posible ver todas las características más salientes y evidentes de la nobleza: su sola presencia emana nobleza.
Sin embargo, me parece que es posible y necesario en una época en la que el plebeyismo no solamente se ha posesionado de los gobiernos seculares, sino también del mismo trono de Pedro, -y se alardea impúdicamente der ser plebeyo, presentando tal atributo como virtud-, extender el concepto de nobleza al significado simbólico propongo: arraigo y fidelidad a la casta, es decir, a la familia y a los ideales que ella encarnó. En este sentido, noble sería quien se identifica consigo mismo, reconociéndose, al decir de Pemán, no como un grano suelto, sino como parte de una espiga. Es decir, yo no soy apenas yo nacido hace algunas décadas, sino que soy una parte más de mi casta, y es en ella en la que encuentro mi identidad.

Y propongo un ejemplo: el carlismo argentino. Muchos sabemos y tenemos buenos amigos que forman parte de una suerte de hermandad carlista que permanece fiel a don Carlos María Isidro, hermano del rey Fernando VII y que fuera desplazado del trono a la muerte de este por su hija Isabel II, sostenida por los liberales. Los carlista son los así llamados apostólicos: tradicionalistas y antiliberales que consideran que Juan Carlos de Borbón es un usurpador del trono de España y que el verdadero monarca es… bueno aquí empiezan las diferencias entre ellos, pero podría decir que la mayoría sostiene a don Sixto de Borbón-Parma.
Pues bien, ya suena un poco extraño que existan carlistas en España, pero es mucho más raro aún que hayan carlistas en Argentina y que anualmente organicen una cabalgata de los mártires de la tradición, luciendo sus boinas coloradas y sus banderas blancas con la cruz de Borgoña. ¿Son locos? Claro que no. Son nobles. Aunque ninguno de ellos crea posible la restauración dinástica en el trono español, continúan arraigados a la tierra, es decir, a la familia y a los ideales, aunque el mundo se les haya caído varias veces encima.
Por eso tiene razón Volkoff cuando define a los nobles como categoría de hombres diferentes. Parecería una definición que no define nada porque, en realidad, todos los hombres son diferentes, por más plebeyos que sean: D’Elia es muy diferente a Moria Casán y a Bergoglio, aunque los tres sean constitutivamente plebeyos. Pero lo que ocurre es que el coeficiente de diferencia del noble es muy superior al de los demás. Y esa diferencia no les viene de una distinción física que puede estar o no estar, ni a la capacidad de realizar pruebas o hazañas, ni a la tradición de decir colorado en vez de rojo, mujer en vez de esposa y comida en vez de cena, ni a genealogías que generalmente se han dorado, ni a propiedades que se malveden, ni a privilegios que pasan rápido. Son diferentes porque se reconocen como diferentes y son reconocidos como tales.
Termino con una anécdota de Dostoievsky. El escritor, que era noble pero de ideas progresistas, se encuentra un día en un tren con un hombre de la pequeña nobleza rusa, o hidalgo diríamos en términos españoles (hidalgo = fijodalgo, es decir, hijo de alguien), que pretende ser diferente. Dostoievsky se indigna. ¿Qué significa esto? ¿Acaso no son todos los hombres iguales en dignidad? ¿No son todos hijos de Dios? El otro sigue en sus trece: él es diferente porque es noble. Nada puede hacer con él: un golpe no lo haría cambiar de ideas y, por otro lado, se trata de un hombre de bien, que no desprecia a nadie y que asume sus responsabilidades… pero es diferente. No se vanagloria de descender de Gengis-Khan, de Pedro el Grande o de nobles guerreros, pero es diferente. No tiene inmensas propiedades, no manda ejércitos, no tiene más que una pretensión: ser diferente. Y lo es.

Lo es.

Qui potest capere capiat.

The Wanderer