BALMES : ¿CARLISTA O ISABELINO?
(por Francisco Canals , 1971)
Balmes fue un pensador polifacético. Así no es de extrañar que se hayan dado sobre él las caracterizaciones más dispares.
Para unos Balmes fue un carlista. Así opina Melchor Ferrer, que aduce entre otros argumentos el de la amistad de Balmes con los jesuítas, que eran entonces unánimemente partidarios de la legitimidad de Carlos V. El tema merece ser estudiado, como también el hecho de que los jesuítas más influyentes en la corte carlista, como los P.P. Gil y Unanue, fueran, al parecer, defensores de la “transacción honrosa” que era el ideal del partido que encumbró a Maroto.
Para otros, como Suárez Verdeguer, Balmes era “isabelino hasta la médula”. Se podrían aducir en favor de esa tesis acontecimientos significativos en la biografía cultural del filósofo de Vich. Así su empeño en alcanzar un puesto en el profesorado de la incipiente universidad barcelonesa, entonces muy progresista, precisamente cuando los leales a la causa carlista trasladaban la de Cervera al monasterio de La Portella, cercano a Berga, en donde enseñaron Vicente Pou, Caixal y Estradé, y el dominico Xarrié.
Según otra caracterización muy común estaba Balmes, como servidor del movimiento católico, “por encima de los partidos”. Esta idea va de Menéndez Pelayo, y por don Angel Herrera y el P. Ignacio Casasnovas, por citar ejemplos ilustres, a la mente de muchos contemporáneos. Tiene en su favor bastantes aspectos de la tarea apologética de Balmes.
Por otra parte, es esta interpretación la que ha puesto a Balmes en un lugar aparte entre los escritores españoles “tradicionalistas”, y ha tenido así la mejor prensa entre los que han visto en él un precursor de la moderna política “cristiana”: un clarividente anticipador del “ralliement” a los poderes constituidos, inspirado en un “sensato posibilismo” y en una sabia y evolutiva adaptación a “las exigencias de los tiempos”.
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“Este periódico cesa desde hoy”. Esta fue la palabra, que vino a ser la definitiva, de Balmes ante el fracaso de su campaña en favor del “matrimonio real” (de Isabel II con el conde de Montemolín)
Si no se quiere inventar una historia, forjada por la fantasía al servicio de tesis preconcebidas y partidistas, hay que reconocer que Balmes no aceptó las sugerencias de sus amigos isabelinos, que le aconsejaban perseverase en su tarea periodística, al servicio de una política de “principios”, incluso después del matrimonio de doña Isabel II con su primo Francisco de Asís.
Y no son necesarias conjeturas para conocer las razones por las que no se avino a una actitud “posibilista”.
“Dudo mucho que pueda hacer bien escribiendo de política. Las circunstancias han variado completamente: falta la base; no sé cómo se puede levantar el edificio –dice en carta al Marqués de Viluma de 23 de septiembre de 1846-; indica usted que si ceso de escribir dirán que mi único objeto era el matrimonio de Montemolín: el objeto era un sistema cuya clave era el casamiento; si dicen esto, dirán la verdad. me conjura usted a que lo piense bien; lo haré.
Queda mucho por hacer en interés de la nación, es cierto; pero yo no puedo detener las borrascas que van a desencadenarse, y nadie tampoco: quien lo intente se estrellará.
Me dice usted que el príncipe es buen sujeto, no lo dudo: pero ¿qué tenemos con eso? ¿qué podrá hacer un príncipe con la mejor voluntad del mundo? Nada, señor Marqués, nada.”
No fue un gesto malhumorado. Era exigido por la reiterada afirmación de Balmes de que el Trono español no podía encontrar su base natural sino en la fuerza social, en los ideales y sentimientos del pueblo que había luchado en la guerra de los siete años a favor de Carlos V.
La historia política ulterior le dio en esto la razón. El pueblo católico español vio caer a Isabel II “con indiferencia y sin lástima” según dijo el propio Menéndez Pelayo. No es preciso extenderse aquí en cómo y por qué cayó Alfonso XIII.
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