Francisco de Quevedo



LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA ha de rendir un homenaje a los precursores de LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA, pues LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA nació hace muchos siglos, cuando los mejores y más capaces españoles -muchos de ellos, para nuestra desgracia, postrados en el olvido- advirtieron el peligro que entrañaba permitir una asociación conspirativa que socava y mina, como puede comprobarse en la historia, el Estado que la cobija y la tolera. Es por ello que LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA puede jactarse de contar con eximios antecedentes -hombres de ciencia y hombres de acción que, movidos por los más nobles ideales católicos y patrióticos denunciaron a la masonería, desde que ésta (levantando columnas) puso el pie en nuestro solar hispano, sembrando aquí su cizaña. Y la denunciaron por algo más que por una animadversión visceral, por una paranoia persecutoria, por una cuestión de gustos; la denunciaron por entender con claridad meridiana que en lo poco que se sabe de su cuerpo doctrinal -así como lo poco que se conoce de sus modos de operar- ésta está en flagrante antagonismo con el ser católico de España.

La lista de esos antecesores de LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA se dilata en el curso de los siglos. Por eso mismo, habremos de dedicar más de un artículo a ilustrar la semblanza y obra de estos españoles (algunos más famosos que otros) que valientemente, arrostrando grandes sacrificios, se expusieron a la pérdida de sus bienes y de la buena fama, a la persecución -incluso con riesgo de sus vidas- y todas las penalidades las abrazaron por plantarle cara a la soterrada y secreta enemiga de España.

QUEVEDO, ENTRE MONOPANTONES... OTEANDO MASONES

En este elenco de antimasones es de justicia admitir que D. Francisco de Quevedo ocupa un distinguido y eminente lugar, por destacarse como el más temprano debelador de la masonería. Decir esto puede suponer dejar en cierta perplejidad a quienes, siguiendo la opinión común, convienen en admitir que la fecha de fundación de la masonería es la del año 1717, cuando las logias La Oca, La Corona y Las Uvas de Londres, sitas en las tabernas londinenses homónimas, se unificaron en la llamada Gran Logia de Londres. Nació entonces, en 1717, la masonería moderna; en efecto, así es, pero gracias a Quevedo podemos aseverar que algo parecido a la masonería (Quevedo se tomó la licencia poética de llamarlos "monopantones"), merced a Quevedo sabemos que cierto conciliábulo, sorprendentemente similar a la masonería en su doctrina y en su conducta, pudo existir en la España del Conde Duque de Olivares.



El Conde Duque de Olivares

Es en el discurso XXXIX de "La hora de todos y la fortuna con seso" en donde nos encontramos esta enigmática secta -como tal "secta" la califica el mismo Quevedo. Atendamos a las características descritas por Quevedo de dicho grupo, discerniendo a los "monopantones" de los "rabinos" judaicos con los que, literariamente, se dan cita en una especie de congreso imaginario en Salónica. Conviene hacer esta distinción entre unos y otros, dado que todo el discurso XXXIX puede prestarse a interpretaciones unilaterales con las que, en estos tiempos tan políticamente correctos, se podría lastrar la obra de Quevedo, motejándola burda y anacrónicamente de "antisemita".


¿Qué son los monopantones? Etimológicamente: "monopantos" sería algo así como: "uno que es todo". Quevedo nos los describe plásticamente: "Son hombres de cuadruplicada malicia, de perfecta hipocresía, de extremada disimulación, de tan equívoca apariencia, que todas las leyes y naciones los tienen por suyos. La negociación les mulplica caras y los muda los semblantes, y el interés los remuda las almas".

Los gobierna, según Quevedo, Pragas Chincollos -apellido "Chincollos", bajo el cual camufla Quevedo el apellido neoconverso "Conchillos" que, por un antepasado, tenía el Conde Duque de Olivares; en este Pragas Chincollos ha cifrado Quevedo al Conde Duque de Olivares. Entre los que se dan cita con los rabinos de Salónica figuran estos otros, algunos de los cuales pueden ser identificados con personajes históricos de cierto relieve en la España de la época; se trata de la camarilla política del Conde Duque: Filárgiros (el avaro, etimológicamente: "el amigo de la plata"), Crisóstheos (etimológicamente, el "dios de oro"), Danipe (el Padre Pineda), Arpiotrotono (el protonotario D. Jerónimo de Villanueva), Pacas Mazo (el licenciado José González) y Alkemiastos (el P. Hernando de Salazar; en este caso se desliza, por la semejanza del alias, una insinuación alquimística).

Quevedo piensa que el objetivo que se proponen conseguir tanto los rabinos judíos como los monopantones es contrario a la Cristiandad, pues la esencia de unos y otros es el ateísmo.

"Ellos y nosotros, de diferentes principios y con diversos medios, vamos -pone Quevedo en boca de Rabbi Saadías- a un mesmo fin, que es a destruir, los unos, la cristiandad que no quisimos; los otros, la que ya no quieren, y por esto nos hemos juntado a confederar malicia y engaños". Esa actitud apóstata en unos y proterva en los otros es tal vez una de las más remotas denuncias de lo que es un ancestral y primitivo "laicismo", tan del gusto masónico.

Se entiende, pues, que los monopantones no son necesariamente de raza judía, ni siquiera tienen que ser conversos, son más bien apóstatas que, habiendo sido bautizados en la fe católica, han renegado de ella, exhibiendo esta paradójica resultante que satiriza Quevedo: los monopantones "creyendo que Jesús era el Mesías que vino, le dejan pasar por sus conciencias: de manera que parece que jamás llegó para ellos ni por ellas". Es el "como si" no existiera Dios de tantos bautizados que actúan por el mundo de espaldas a Cristo Jesús.

Los judíos del Antiguo Testamento están representados por el rabinato que se congrega en Salónica. Los judíos del Nuevo Testamento -los monopantones- acuden para ligarse a ellos y aunar esfuerzos en el mismo propósito: la descristianización de Europa, mientras que la codicia alienta a unos y a otros a deshacerse de todo compromiso moral que no sea el propio provecho económico.

Después de un discurso del portavoz de los rabinos, toman el turno de la palabra los monopantones, no sin antes haberles invitado el rabino a que expongan los monopantones los trazos principales de la estrategia a seguir para alcanzar el fin. Los monopantones ofrecen sus malas artes para lograr ser los señores de los señores del mundo: "dejamos los apellidos a las repúblicas y a los reyes, y tomámosles el poder limpio de la vanidad de aquellas palabras magníficas; encaminamos nuestra pretensión a que ellos [los reyes] sean señores del mundo y nosotros [los monopantones, señores] de ellos [los reyes]". Estamos ante la quintaesencia de la manipulación; hay aquí un espíritu moderno que renuncia a los timbres nobiliarios, por amor del dinero y en aras del poder efectivo.

En su cinismo, los monopantones expresan su determinada resolución de no pararse en escrúpulos religiosos; se demuestra así que ellos son auténticos "todo en uno": monopantones (fingen y disimulan, pasando por turcos, cristianos, moros o judíos), pues les importa un ardite las lealtades que pudiera tener cualquier persona decente para con su nación, su raza y su religión. Son, en este sentido, verdaderos y genuinos cosmopolitas gracias a esa camaleónica plasticidad que les permite el no tener lealtades, como afirma su portavoz Pacas Mazo (recordemos Lcdo. José González): "tenemos costumbres y semblantes que convienen con todos, y por esto no parecemos forasteros en alguna secta o nación. Nuestro pelo le admite el turco por turbante, el cristiano por sombrero y el moro por bonete, y vosotros por tocado. No tenemos ni admitimos nombre de reino ni de república, ni otro que el de Monopantos". El cosmopolitismo es, a su vez, uno de los rasgos más identificados con la masonería de todos los tiempos, que lo promueve y alimenta entre sus socios, dependiendo de los países de origen de esos socios.

Es tal el cinismo político y moral de los monopantones que hasta los rabinos judíos recelan de ellos. Así es como Quevedo nos pinta en este discurso a un rabino que le responde a otro: "Ahora acabo de reconocerlos por maná de doctrinas, que saben a todo lo que cada uno quiere". Otra de las notas que predominan en los primeros grados de la masonería es admitir a cualquier persona, independientemente de su religión; los símbolos y las pompas masónicas "saben a todo lo que cada uno quiere", pues se forman seleccionando eclépticamente reminiscencias cristianas (San Juan) o judaicas (Hiram).

Aunque están en conversaciones para confederarse como dos fuerzas para alcanzar un único objetivo (el enriquecimiento material a la vez que descristianizan el mundo) entre los monopantones no falta uno de ellos que también se malicia que los judíos tampoco son trigo limpio. Se trata de Crisóstheos que comenta, a cencerros tapados, a Filárgiros y Danipe: "Yo atisbo la sospecha destos perversos judíos".

Al final del discurso, los monopantones reconocen tener como norte de su práctica política las inmorales doctrinas de Nicolás Maquiavelo. La conclusión final de todo el discurso parece profética: "Con esto se apartaron, tratando unos y otros entre sí de juntarse y hacerse pedazos hasta echar chispas contra todo el mundo, para fundar la nueva secta del dinerismo, mudando el nombre de ateístas en dineranos".

Desde hace mucho tiempo los expertos en masonería vienen sosteniendo que existe una soterránea relación entre judaísmo y masonería. Como vemos, uno de los precursores antimasónicos españoles más ínclitos, D. Francisco de Quevedo, intuyó que esto era así. Aunque la Gran Logia de Londres no se hubiera instituido cuando se escribió "La hora de todos...", las señales del tiempo fueron leídas de un modo admirable por este genio español que adivinó que una facción de apóstatas (renegados) empezaba a vivir y planear un mundo muy distinto al de la Cristiandad: Monopantos, la utopía cosmopolita sin raíces, atea por laicista... económica por antonomasia. Compartiendo tantos y tan parejos intereses, estos monopantones aproximaban posiciones arrimándose a los judíos.

Antes de la llegada del Duque de Wharton, en España había comenzado lenta y reptante, como un gusano, la decadencia; y en la decadencia, mucho había de ver un oscuro conciliábulo de hombres, de hombres próximos al poder político, dispuestos a todo -incluso a pactar con el más peligroso y oculto enemigo del cristianismo.

Los monopantones son, en rigor, el antecedente de la masonería que anidaría en el siglo XVIII.

LA ESPAÑA ANTIMASÓNICA