Un detalle de la la Transición, recordado por Antonio Izquierdo, director, entonces del diario "El Alcázar".

‘En septiembre (1976) regresé a Madrid. La vida política giraba en torno a dos ejes distintos, pero, quizá, impulsores de un mismo objetivo, fulminar el pasado: la excitación publicitaria en torno a la libertad, el cambio y la democracia; y una agudización muy bien graduada del terrorismo y de la agitación de masas. En el primero de los casos, esto es, en el colosal lavado de cerebro que se pretendía, toda opinión era válida.

Ocurría entonces lo que tres décadas atrás acontecía con los visitantes a España, que a fuerza de sentirnos aislados se dispensaban sevillanas, bulerías o jotas, clarete o manzanilla al primer pasajero notable que pisaba tierra española... Ahora... las declaraciones de los visitantes –sus augurios y profecías sobre lo bien que lo íbamos a pasar- ocupaban excepcionales espacios informativos y una exuberancia tipográfica que estremecía a los profesionales más viejos del lugar. Sólo, que recuerde, los servicios de propaganda jaleadores del cambio y la ruptura –que eran todos- tuvieron un grave pinchazo. Ese mismo mes llegó a Madrid una de las figuras más venerables de las letras hispánicas, Jorge Luis Borges. Hubo alarde de periodistas interpelantes y una orgía luminosa de flashes en torno al viejo maestro; pero el viejo, querido, y admirado Jorge Luis Borges había llegado a España en un momento inoportuno y, tras su declaración, aquel alarde quedó condenado al silencio y al desdén. No fueron demasiado generosos con el egregio argentino, aunque en descargo de aquella descortesía intelectual pudiera anotarse el hecho de que sus manifestaciones públicas fueron “descorteses” y “sorprendentes” para la infinita caterva de jaleadores del neoliberalismo.

He aquí algunas de sus más severas afirmaciones resumidas en un ordenado decálogo:

1) “Quizás me equivoque, pero mi deber es la esperanza”

2) “La democracia es un abuso de la estadística”

3) “No creo que la democracia sea lo mejor para países como España, Sudamérica e incluso para los Estados Unidos.”

4) “En 1936, me declaré partidario de la II República, pero estaba equivocado.”

5) “El triunfo en 1936 de la Causa republicana, hubiera traído a España el comunismo y esta nación sería otra Cuba, más fuerte y prestigiosa, pero bajo un régimen similar.”

6) “Creo que es un error que España camine hacia la democracia”

7) “Las elecciones se deben postergar trescientos o cuatrocientos años, pues se necesita un Gobierno no de hampones democráticos, sino un Gobierno honesto y justo.”

8) “No creo en la democracia como idea salvadora para la mayoría de los países. Pienso más bien en una dictadura ilustrada”.

9) “Afirmo que García Lorca es un andaluz profesional y que su poesía está por debajo de los HERMANOS Machado.”

10) “Me preguntan muchos por el poeta Miguel Hernández pero no sé quien es; y en cuanto a Alberti, pienso que es un Lorca menor.”

En el caso de Jorge Luis Borges lo que fue entusiasmo y devoción inicial se limitó después a un sórdido silencio. Lo que ocurre es que en ocasiones el silencio es más elocuente que las palabras. Y Borges, anciano, universal patriarca, ingresó, convicto y confeso en el más sólido “bunker”.’

(Antonio Izquierdo, “Yo, testigo de cargo”, Ed. Planeta, 1981)


La prensa servil al nuevo orden político “disculpó” entonces a Borges, como un pobre vejete algo mal de la cabeza. Así, lo hacía el "nuevo" ABC, (embarcado en la comedura de coco a sus lectores hacia la democracia europeista):

El huracán Borges se acercó a Madrid y se comprende, en cierto modo, que su manera de ser, su individualismo, su anarquismo literario produzca ronchas, pero, precisamente, en estos momentos debemos acostumbrarnos a escucharle todo, hasta sus “boutades” típicas en escritor de ingenio. ...Borges, de pronto, no va a cambiar. Si sus opiniones no coinciden con las nuestras, aguantémonos...” ttp://hemeroteca.abc.es/detalle.stm

En la actualidad ese episodio pro-franquista de Borges, al no ser políticamente correcto es cuidadosamente ocultado y dado por inexistente, para no irritar contra la memoria de Borges a la nueva Inquisición mundialista.