Descendiente de Don Pelayo, hija de Alfonso I, reina consorte, y tía protectora de Alfonso II Adosinda, la valiente y bella nieta de Don Pelayo

A propósito:
Fue una de las soberanas clave para la consolidación del reino de Asturias en el siglo VIII. Se casó con un magnate gallego llamado Silo y protegió la vida del futuro rey Alfonso II, procurándole una valiosa formación intelectual y cristiana en el monasterio lucense de San Julián de Samos.
Fue una de las últimas descendientes directas del paradigmático iniciador de nuestra Reconquista. Protegió con celo extremo la vida de su sobrino, el futuro rey Alfonso II, El Casto, propiciando de ese modo un tiempo de esplendor para el reino de Asturias.

Alfonso I se casó con Ermesinda, hija de Pelayo, con la que tuvo tres hijos: Fruela, Vimarano y Adosinda; más tarde, al enviudar tendría otro hijo natural, llamado Mauregato, con una supuesta esclava musulmana.
A lo largo de todo su reinado, Alfonso I se caracterizó no sólo por la guerra, sino también por su profunda religiosidad, promoviendo la construcción y restauración de innumerables iglesias y ermitas, lo que le valió el sobrenombre de El Católico. Cuando falleció en 757, ya se había creado el mapa principal por el que transcurrirían las futuras operaciones militares de los siguientes decenios.
Al rey le sucedió su hijo Fruela I, artífice de un reinado caracterizado por la continuidad —en cuanto a la guerra sostenida contra el musulmán— aunque más defensivo que atacante. Fruela y sus tropas soportaron diversos envites, principalmente contra Galicia. Asimismo, afloraron revueltas internas motivadas en esencia por desencuentros con gallegos y vascones disconformes con el creciente centralismo astur. Por otro lado, el rey fundador de Oviedo se enfrentó de lleno a la Iglesia cuando prohibió los matrimonios para los clérigos.
En esos años, se forjó una profunda enemistad con su hermano menor Vimarano, a quien ordenó asesinar temiendo una conspiración que le despojara del cetro real, pues, por entonces, gozaba de las simpatías de buena parte de la aristocracia y el pueblo.
Fruela I murió ejecutado finalmente en 768 a manos de los seguidores de su hermano, con lo que Adosinda junto a su sobrino Alfonso —hijo del monarca asesinado—, se convirtieron en únicos supervivientes directos del renombrado Don Pelayo. A fin de proteger la preciosa vida del legítimo heredero, la princesa astur le envío al monasterio de San Julián de Samos (Lugo), donde Alfonso pasó unos años fundamentales para su formación intelectual y cristiana, lo que le supondría años más tarde ser uno de los reyes trascendentales para la historia de Asturias.
En ese tiempo, Aurelio (768-774) —primo de Alfonso, El Católico— asumió el trono asturiano, mientras que Adosinda, pensando en sostener su importante linaje, elegía como esposo a un supuesto magnate gallego llamado Silo. Una vez más, la intuitiva noble acertó, pues, tras la muerte de Aurelio, la hermosa asturiana era proclamada reina con un consorte dispuesto a pacificar el convulso territorio trasladando la Corte desde Cangas de Onís a Pravia, lugar mucho mejor comunicado con los diferentes enclaves del reino, gracias al preexistente entramado de calzadas romanas que pasaban por el lugar.
En los nueve años y un mes que duró su reinado, ambos cónyuges se amaron con pasión, siendo cómplices en numerosos mecenazgos culturales que embellecieron los parajes asturianos. En 783 falleció Silo, y su viuda, al no tener descendencia, intentó rehabilitar a su sobrino Alfonso en el trono. Sin embargo, Mauregato —hermanastro de Adosinda— dio un certero golpe de Estado apropiándose, con la ayuda de buena parte de la aristocracia, del poder en el reino.
La vida de la reina viuda fue respetada, pero se la conminó a ingresar como monja en la iglesia de Santianes en Pravia, donde finalizó sus días siendo enterrada en aquel lugar junto a su marido. Años más tarde, tras la abdicación de Bermudo I, El Diácono, Alfonso II era proclamado rey de Asturias en 791, dando paso a un gozoso reinado que se extendió hasta 842.
En este periodo el “rey casto” no dejó de pensar ni un solo instante en que gracias a su tía Adosinda pudo, no sólo salvar la vida, sino también prepararse como uno de los intelectuales más descollantes de aquel convulso mundo medieval que comenzaba a dar sus primeros pasos por el camino que conducía al sepulcro de Santiago en Compostela. Precisamente, este magnífico soberano fue el primer peregrino que rindió homenaje al discípulo de Jesús.

Adosinda, la valiente y bella nieta de Don Pelayo | Tradición Digital