La vida de película de Miguel de Cervantes, herido en Lepanto y apresado por piratas
César Cervera
A su regreso a España tras la batalla, unos piratas asaltaron su barco. El escritor, en posesión de elogiosas cartas de don Juan de Austria y del nieto del Gran Capitán, fue tomado por un gran noble y se le puso un rescate desorbitado
ABC
Ilustración que muestra a Miguel de Cervantes combatiendo en Lepanto
Apodado «el Manco de Lepanto», Miguel de Cervantes Saavedra quedó toda la vida sacudido por las consecuencias de dicha batalla. En ella perdió la movilidad de una mano, en ella se colmó de gloria y por ella fue capturado cuando regresaba a la península. Porque quizá solo alguien que ha sido privado de libertad puede hablar de ella con tanta lucidez, Cervantes dio forma durante su largo cautiverio a la más alta ocasión que los tiempos podrán leer: «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha».
Hijo de un hidalgo arruinado, Cervantes nació probablemente en Alcalá de Henares, dado que allí fue bautizado y ejerció su padre el oficio de cirujano durante una temporada. Su familia, de la cual se ha afirmado sin muchas pruebas que era judeoconversa por ambas líneas, deambuló por Castilla en busca de trabajo como cirujano para su padre, cuya situación económica nunca fue buena. Sin estudios universitarios, pero dispuesto a no ser más una carga para su familia, Cervantes se trasladó a Madrid en 1566, donde escribió sin mucho éxito varios poemas y mostró vivo interés por el teatro. Una providencia de Felipe II de 1569 ordenó prender al castellano –que se había hecho discípulo de López de Hoyos– acusado de herir en un duelo al maestro de obras Antonio Sigura. Como haría Lope de Vega, Alonso de Contreras o Calderón de la Barca tiempo después, el hidalgo se alistó en los tercios de Flandes para prevenirse de la persecución del Rey, quien firmaba encantado sumar otro infante a su incansable maquinaria bélica.
Destinado en la eterna guerra de Flandes, el Tercio del capitán Lope de Figueroa, en el que servía y mucho después lo haría Lope de Vega, fue reclamado para tomar parte en la llamada Santa Liga, que se proponía presentar duelo al Imperio Otomano. La actuación de los tercios embarcados en esta lucha es bien conocida. A grandes rasgos, la infantería español sostuvo la victoria, en lo que se convirtió en una batalla terrestre sobre las cubiertas de las galeras; y en concreto, el Tercio de Figueroa jugó un papel determinante.
La compañía de Cervantes, dirigida por Diego de Urbina, que armaba una galera llamada «la Marquesa», soportó uno de los ataques de mayor crudeza que recibió la armada cristiana. Cuando la batalla parecía terminada, el almirante Uluch Alí –responsable del flanco izquierdo musulmán– dejó atrás a Juan Andrea Doria, con el que había protagonizado un alarde de maniobras en dirección al mar abierto, y cargó junto a sus galeras a todo bajel que encontró de costado. En realidad, el comandante turco no guardaba ya esperanzas de vencer en aquella jornada, pero buscaba un buen botín antes de acometer su retirada definitiva. Entre las seis galeras que se llevaron la peor parte, estaban la capitana de la Orden de Malta y «la Marquesa» donde combatía Cervantes.
«La Marquesa» fue víctima de una sangría de la cual solo Cervantes y unos pocos pudieron salir con vida. El joven escritor de Alcalá de Henares se encontraba con fiebre en la bodega del barco cuando fue informado de que el combate amenazaba con engullirlos. «Señores, ¿qué se diría de Miguel de Cervantes cuando hasta hoy he servido a Su Majestad en todas las ocasiones de guerra que se han ofrecido? Y así no haré menos en esta jornada, enfermo y con calentura», bramó según la leyenda el escritor de solo veintiún años, que, pese a las protestas de su capitán, fue puesto a cargo de 12 soldados y situado en la zona de proa, allí donde corría más sangre.
Cervantes fue herido por dos veces en el pecho y por una en el brazo. Aunque no fue necesario amputación, el escritor perdió la movilidad de la mano izquierdo «para gloria de la diestra». La estoica resistencia de Cervantes inspiró al resto de soldados a aguantar hasta la llegada de Álvaro de Bazán, quien desde la retaguardia se dedicó a reforzar los puntos críticos durante toda la batalla. Fue entonces cuando, aprovechando el viento a favor, Uluch Alí emprendió su huida del golfo de Lepanto, que a esas alturas era un rojizo reguero de muerte.
Preso durante 5 años: fugas y castigos
Tras la contienda, el aprendiz de poeta dejó la compañía de Urbina para pasar a la de Ponce de León. Con esta unidad, como soldado aventajado –tenía un complemento extra de sueldo por distinguirse en batalla–, participó en las conquistas de la isla de Navarín, Túnez, La Goleta y Corfú. En 1575, el soldado madrileño pidió licencia para regresar a España después de seis años de combatir en los ejércitos del Rey.
La bizarra actuación del «Manco de Lepanto» (llamado así aunque solo perdió la movilidad de la mano) no había pasado desapercibida para el almirante capitán don Juan de Austria, quien le dedicó una elogiosa carta que, por seguro, le hubiera garantizado patente de capitán en la corte de Felipe II. Es decir, el derecho a reclamar al Rey una compañía de soldados. Sin embargo, la galera en la que regresaba fue embestida por piratas berberiscos cerca de la costa catalana. El escritor –en posesión de la valiosa carta y otra en idénticos términos del duque de Sessa, nieto del Gran Capitán– fue tomado por un gran noble, y, en consecuencia, por un cautivo de enorme valor. Los corsarios pusieron un precio de quinientos ducados, más de dos kilos de oro, que por supuesto ninguno de sus familiares podía pagar.
Cervantes fue trasladado a Argel, donde se encontraban presos otros 30.000 cristianos. Un año después de su llegada, el joven madrileño encabezó una fuga con el propósito de llegar a la plaza española de Orán. No obstante, el puñado de españoles fugados fue capturado al poco tiempo, y su cabecilla castigado a llevar siempre grilletes de hierro. Lo cual no evitó que en 1577 volviera a escaparse y se escondiera durante cinco meses en una cueva hasta que un renegado reveló su posición. En 1578, Cervantes organizó una sublevación de cautivos que fue apagada antes de empezar, cuando se descubrió una carta suya pidiendo el apoyo del gobernador español de Orán. Y como si quisiera promediar una fuga por año, en 1579, estuvo detrás de una huida de sesenta españoles en barco que también se malogró por el chivatazo de un renegado.
La actitud de Cervantes y su alto precio llevaron al bajá de Argel a pedir su traslado a Constantinopla, donde jamás había escapado ningún cautivo. No en vano, días antes de ser enviado a la capital turca, unos sacerdotes trinitarios, la misma orden que rige el convento donde hoy reposan sus restos mortales, pagaron los quinientos ducados.
A su regreso a España en 1580, el Rey lo recibió en persona y le encomendó un último servicio militar: viajar a Orán como agente secreto para recabar información. Con 33 años, Cervantes dio por finalizada su etapa de soldado y se estableció en Castilla. En total había estado 5 años encerrado en Argel, pero todavía iba a pasar media docena de veces por prisiones españolas. En varias ocasiones por requisar grano perteneciente a la Iglesia para abastecer a la Armada Invencible, acción que también le causó dos excomuniones. Sus largas estancias en prisión, paradójicamente, le proporcionaron el tiempo y la perspectiva para desarrollar su prodigiosa obra literaria.
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