El doctor Albiñana, mártir católico de la auténtica memoria histórica

En estos tiempos, en los que prevalece la ley de «Memoria Histórica», es más oportuno que nunca volver a recordar a los mártires de la persecución religiosa de 1936-1939. Estos testimonios heroicos conforman la auténtica memoria histórica.

Javier Navascués Pérez – 02/10/18 1:01 PM

Uno de esos mártires innumerables que fueron horriblemente asesinados por amar a Dios y a España fue el doctor José María Albiñana, prestigioso médico y político de la España del primer tercio del siglo XX.

Nacido en Enguera (Valencia) en 1883, era hijo de un médico rural que también fue director de escuela. Desde joven amó la cultura y quiso ser médico. Se licenció en Medicina, cumpliendo su sueño, en la Universidad de Valencia en los primeros años del siglo XX y se doctoró como neurólogo en Madrid poco después. También se licenció en Filosofía y Letras y Derecho. Llegó a ser un médico de prestigio y en 1910 fue nombrado académico de la Real Academia de Medicina. Mostró su interés por la política e ingresó en el partido Liberal, del que poco después se separaría. Era un firme y devoto católico.



En 1921 embarcó hacia México donde vivió y trabajó unos años, pero acabó siendo expulsado de allí por haber participado en actividades políticas contra el anticatólico y masón presidente Plutarco Elías Calles y haberse relacionado con el entorno de los «rebeldes» católicos cristeros. En 1930, ya en España, preocupado por el difícil ambiente político en el país tras la caída del régimen del general Primo de Rivera y la oleada izquierdista que ya hacía presagiar la caída de la Monarquía, en contacto con un pequeño grupo de políticos e intelectuales funda el «Partido Nacionalista Español».

Los principios del partido eran «Religión, Patria, Monarquía» (que ya habían sido los de la Unión Patriótica del general Primo de Rivera). Se consideraba una «hermandad hispana de acción enérgica». Se mostraba decidido a combatir el separatismo vasco y catalán, defendía el concepto de la Hispanidad y la hermandad cultural y religiosa con Hispanoamérica. Exaltaba el ruralismo como autentico núcleo de la Patria.Adoptó el lema: España sobre todas las cosas y sobre España inmortal, solo Dios». El partido adoptará como símbolo la Cruz de Santiago y tendrá una sección juvenil, la Juventud Nacionalista y una fuerza de choque, los Legionarios de Albiñana y un grupo femenino. Los historiadores consideran al PNE como un precedente de Falange Española. Aunque como veremos, su intenso catolicismo le hará sentirse especialmente deudor en lo ideológico con el Carlismo al que al final se acabará uniendo.

Llegada ya la República, el PNE sufrirá duras persecuciones por parte del gobierno de izquierdas de Manuel Azaña que son otro desmentido a la fábula que nos cuentan habitualmente de una República impecablemente democrática. Su sede nacional fue incendiada en mayo de 1931. Su periódico, «La Legión» fue secuestrado. Albiñana fue encarcelado por orden gubernativa. Pero desde la cárcel escribió 2 libros. «España bajo la dictadura republicana» y «Prisionero de la República» que alcanzaron un considerable éxito de ventas entre el público conservador y católico.

En 1932 el PNE fue finalmente ilegalizado por la República pero Albiñana lo refundó hábilmente con nuevos estatutos que esquivan la ilegalización. A pesar de ello los gobernadores civiles socialistas prohiben muchos de sus mítines pero no pueden impedir que el PNE obtenga un escaño como miembro del Frente Nacional Contra Revolucionario, la candidatura que agrupa a toda las fuerzas políticas de derechas y que gana las elecciones generales de noviembre de 1933. Albiñana se convierte en diputado. En el Congreso de los Diputados Albiñana llevará siempre visible un Rosario. Era un notable orador y un hombre valiente. En las elecciones de febrero de 1936, Albiñana renueva su escaño, (cosa que no logró, por ejemplo, José Antonio Primo de Rivera) obteniendo casi 65.000 votos por la provincia de Burgos. La zona de Burgos y algunas otras provincias de Castilla y León seran el principal granero de votos del partido. Fue un partido pequeño, pero con cierto prestigio entre los votantes conservadores, patriotas y católicos.



Hoy ha quedado claro que en las elecciones de febrero de 1936 la derecha triunfó y obtuvo más de medio millón de votos sobre la izquierda, pero el fraude y la violencia de los partidos de izquierda en una serie de provincias otorgó al Frente Popular de las izquierdas una fraudulenta victoria que le permitió llegar al poder injustamente, algo que los cantautores de la «Memoria Histórica» intentan que los demás olvidemos.
En un ambiente de cada vez mayor violencia y huelgas que paralizaron la economía en la trágica primavera de 1936, el Doctor Albiñana participó en actividades conspiratorias con el Ejército en vistas a un próximo Alzamiento. Cuando éste llegó en julio Albiñana se encontraba en Madrid pese a que había recibido numerosas advertencias para que no se moviera de Burgos, su feudo político. Se refugio en el Congreso de los Diputados invocando su inmunidad parlamentaria como diputado. El presidente del Gobierno, el republicano de izquierdas Giral le dio su garantía y le convenció de que aceptara trasladarse a la Cárcel Modelo por su propia seguridad. El Tribunal Supremo dictó al día siguiente su inmediata libertad, pero la policía le mantuvo en la cárcel. Cualquier resto de democracia había desaparecido.

El 23 de agosto milicianos anarquistas y comunistas asaltan la cárcel y empiezan a fusilar presos. El Doctor Albiñana es objeto de una saña especial. A él le golpean con fuerza antes de matarlo y le fusilan simuladamente antes de hacerlo de verdad. Tras matarlo le decapitaron.
Unos 140 miembros de su Partido, Legionarios de Albiñana, lucharán en los frentes de Burgos y Santander. Ya unidos al Requeté, lucharán en las batallas de Villarreal de Álava y la campaña de Vizcaya. Murieron 60 de ellos. Cuando el general Franco decretó la Unificación de los partidos que apoyaron el Alzamiento, los albiñanistas escogerán unirse a los carlistas, motivados por su intensa Fe católica.

Javier Navascués Pérez

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