Juan Antonio Suanzes (1891-1977), fundador y primer presidente del I.N.I.(Instituto Nacional de Industria) máximo artífice del milagro económico español en la época de Franco
Revista FUERZA NUEVA, nº 493, 19-Jun-1976
Juan Antonio Suanzes
Juan Antonio Suanzes y Fernández, marino e ingeniero, es un trozo vivo de la historia económica contemporánea de España. No quiere hacer declaraciones. Ni tampoco someterse al tormento de las entrevistas. Según su propia frase, su deseo “es hacerse olvidar”.
Pero hoy más que nunca, resulta necesario, y hasta obligatorio, destacar la singladura modélica de hombres como él. Hombres que volvieron a España –cuando dispusieron de oportunidades para quedarse fuera- en los más graves momentos de nuestro siglo, aprestándose a la lucha contra la incomprensión y la injusticia extranjeras y poniéndose al frente de una economía industrial deshecha e inerme, forjando los auténticos pedestales de nuestro Estado en su dramática vertiente laboral, en medio de enormes dificultades y derrochando, con auténtico espíritu universalista, todo el ingenio dimanante de su patriotismo. Presintiendo el lugar que habría de conferirse a nuestra Patria en la defensa de Occidente, con plena conciencia de nuestra unidad de destino en lo universal, Juan Antonio Suanzes permaneció inmune ante la estupidez ajena, ante la incongruente veleidad de los espejismos extra-pirenaicos, supeditando siempre las amargas vicisitudes a su irrenunciable vocación de español.
Respetamos la modestia inquebrantable de uno de los hombres sobre cuyas espaldas se cargó la ingente tarea de la reconstrucción nacional. Pero al periodista no se le puede prohibir su cometido de “dar fe” como notario de la información. Y conmemorar en «Balance» el ochenta y cinco cumpleaños de uno de los puntales más firmes que constituyeron los cimientos del desarrollo español es tarea imprescindible e inaplazable.
Cierto es que la salud de Suanzes –así, simple y escuetamente, como corresponde a la gallardía y sencillez de su gran clase personal- es presagio de una longevidad inalcanzable para muchos. Pero no queremos arriesgarnos a que las leyes implacables de la naturaleza nos priven de su reconvención privativa por ensalzar –en contra de sus humildes deseos- toda la grandeza de su obra, realizada durante una época singularmente difícil de nuestra Patria, (1941-1961) en colaboración con un equipo de hombres absolutamente apolíticos, cuya fe y entusiasmo en protagonizar su propio destino aun a riesgo del anonimato consustancial a las más importantes epopeyas industriales, hicieron posible el milagro de situar a España en unos niveles de crecimiento económico al que no fueron capaces de llegar otras naciones favorecidas por el copioso torrente de los opulentos dólares.
El fundador del Instituto Nacional de Industria no quiso saber nada de dificultades ajenas a su entorno socio-económico. Ni perdió el tiempo lloriqueando la crisis, por aquéllas provocadas. Ni se refugió en la cómoda búsqueda de pretextos para justificar resultados negativos en pretéritas aventuras de las que fueron activos participantes –precisamente- los que hoy regresan de su voluntaria ausencia para disfrutar de las comodidades de España, de nuestro nivel de vida, de la prosperidad tan duramente ganada y, a veces, tan brutalmente zaherida por doquier.
Frente a los zahorís de todas las desdichas que en nutridos mentideros diagnostican un futuro tenebroso, flagelándose a sí mismos en lugar de dedicarse a trabajar en silencio; frente a los que se ponen la máscara del progresismo para pagar menos aduanas en las fronteras de hipotéticas rupturas; frente a los predicadores y falsos profetas de una paz y una fecundidad políticas, de la que se creen únicos depositarios, quizá porque sólo recuerdan el hambre y la mugre de la que salieron huyendo; frente a los parlanchines y beneficiarios de un sistema que ahora no se atreven a confesar y que utilizaron para su particular provecho; frente a todos los convidados al festín de la corrupción, la figura de Juan Antonio Suanzes se destaca majestuosa, como un ejemplo de eficacia y honradez profesional para las generaciones futuras, ya que si hoy –respetando sus propósitos- ocultamos al lector sus grandes pensamientos, el archivo viviente de su prodigiosa memoria ha dejado constancia ya de una era industrial, de la que tantos hogaño disfrutan olvidando el tremendo sacrificio de sus incógnitos promotores.
Pero el pueblo no ignora que aquella prosperidad –hoy (1976) tambaleante- la crearon unos hombres modestos, trabajadores y, sobre todo, conscientes de que la economía es más importante que la política. Ahora, todo el afán de los profesionales de la oratoria inoperante se centra en desmontar lo que ya está funcionando, como si la horrible palabra “obsolescencia” fuera aplicable a toda la anatomía española.
Por eso es preciso enaltecer a hombres como Juan Antonio Suanzes, que cumplió el día 20 de mayo los ochenta y cinco años de su gloriosa edad. Y recordar que su espíritu creador triunfó sobre la inquietante situación que padecíamos, cuando las naciones “libres” –haciendo un flaco servicio al concepto de libertad que tanto pregonaban- nos declaraban el boicot más inhumano de la historia moderna. No éramos todos los españoles necesariamente franquistas. Constituíamos, simplemente, un conglomerado de treinta y cinco millones de seres con ineludible necesidad de subsistir. Y mientras los que abandonaron la Patria aplaudían con fervor el presumible holocausto de sus propios hermanos, hombres como Suanzes hicieron caso omiso al cacareo desaforado de la especie gallinácea y afrontaron con heroísmo sin límites la estremecedora batalla de la paz.
Con tecnología propia, sin un solo tornillo importado, se beneficiaron nuestras materias primas. Nos autoabastecimos de fertilizantes, y se creó una industria siderúrgica que hoy (1976) es el pasmo de quienes admiran el milagro español.
Sería imposible, dentro del espacio que disponemos, enumerar todo lo que España debe a este hombre de acción, auténtico industrial, empresario modelo, conocedor de todas las formas de la energía, incluida la humana, y a quien debemos un homenaje nacional.
«Balance» sugiere esta idea, desde estas sinceras líneas dictadas por la admiración más profunda hacia Juan Antonio Suanzes, cuya labor no puede pasar inadvertida para los profesionales que tropiezan, a cada paso, con alguna obra promovida o proyectada por él.
Cuando a nuestro alrededor contemplamos atónitos el espectáculo del triunfalismo que rodea a los nostálgicos del viejo imperio de la alpargata (II República), consideramos un deber de conciencia apelar al buen sentido de nuestro pueblo, a quien convocamos para honrar la gozosa vida –que Dios conserve muchos años- de Juan Antonio Suanzes…
José María BÁRCENA
«Balance» (1-VI-1976)
Última edición por ALACRAN; 11/09/2020 a las 19:51
"... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)
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