Por último, analiza Ricardo de la Cierva el antifranquismo visceral de Ansón:
Anson “el peor enemigo del Régimen”
"Para completar este capítulo sobre la vida legendaria de Luis María Anson me falta un rasgo esencial: exponer las razones de su virulento antifranquismo, que, al no reprimirse para la Historia, es uno de los gravísimos defectos de su libro, aunque ese antifranquismo resulte comprensible por la torpeza y la injusticia del régimen de Franco en el “caso Anson” de 1966.
En sus conversaciones íntimas con su pariente ayudante Franco Salgado, el Caudillo llegó a decir que Anson actuaba como si fuera el peor enemigo del régimen. Reprobó la presencia de varios generales en una conferencia de Anson y reaccionó con injustificada dureza ante el más famoso de los artículos que Anson ha publicado en su vida, “La monarquía de todos”, que apareció en ABC el 21 de julio de 1966 y revelaba ya la definitiva conversión de Anson -y por tanto de don Juan y la causa monárquica de Estoril- a la Monarquía democrática, en toda la extensión de la palabra: a la monarquía que Anson había reprobado en 1958, de pleno acuerdo con don Juan, el cual desde 1946 había proclamado la Monarquía orgánica de las Bases Institucionales, virtualmente idéntica, como explicó con su firma el propio don Juan en 1960 y 1961, a la Monarquía de los Principios Fundamentales del Movimiento.
(…) Fraga, en la plenitud de su energía aperturista y de su aceptación popular, acababa de conseguir, el 18 de marzo de ese mismo año 1966, la aprobación de la ley de Prensa e imprenta, que derogaba la ley totalitaria y regresiva trazada por Serrano Suñer en 1938. La ley no salió tan abierta como Fraga y su eficaz subsecretario liberal Pío Cabanillas deseaban, pero marcó un impulso irreversible hacia la democratización del régimen (...) Sin embargo, las irresistibles presiones que se suscitaron dentro del régimen y del Gobierno contra la ley Fraga, impusieron el ambiguo y nefasto articulo 2 y obligaron a Fraga a asegurar a uno de los principales contradictores, el general Camilo Alonso Vega, algo muy imprudente: “Con esta ley puedo secuestrar el ABC cuando sea necesario” (...)
Eso es exactamente lo que hizo Fraga al leer “La Monarquía de todos”. La indignación de Franco contra el artículo y contra el joven autor fue homérica y aunque no le condenó formalmente al exilio, la dirección de "Prensa Española" juzgó conveniente aconsejarle que se quitara de en medio durante una temporada.
Anson, recién casado, viajó por África y Extremo Oriente, se asomó a la guerra del Vietnam y reunió datos para escribir el único de sus libros que encandila Javier Tusell, “La negritud”. La experiencia fue importante para Anson, pero traumática. Un periodista joven, mimado por la corte de Estoril y por las fuerzas vivas del propio régimen (…) apreciadísimo en la alta sociedad madrileña, indiscutible estrella del nuevo periodismo, tenía que interrumpir su carrera, se veía arrojado a las tinieblas exteriores, apartado de la vida española en un momento trascendental, tratado como un proscrito indeseable y todo por defender una causa noble y justa de forma moderada, nada agresiva aunque chocase con las intangibles esencias de un régimen que progresaba en lo económico y lo social pero se estancaba en la incertidumbre inmovilista de lo político.
Inevitablemente, Anson concibió un odio profundo contra Fraga, a quien nunca perdonaría haberle utilizado como conejo de Indias para demostrar al bunker los resquicios totalitarios de su ley aperturista. Andando los años Anson logró dominar, aunque nunca del todo, su aborrecimiento contra Fraga (...) Pero con Franco, a quien atribuía en definitiva (con razón) su provisional desgracia de 1966, no supo ni quiso olvidar su odio. En todas y cada una de las páginas de Don Juan rezuma un odio visceral, absoluto, ciego contra Franco. Tanto más intenso cuanto que hubo de reprimirse durante muchos años. Al odio personal de Anson se sumaron, en la misma caldera, el odio institucional del joven monárquico al ver cómo Franco marginaba, humillaba y descartaba a don Juan (...) Y el odio todavía más peligroso, maquiavélico, entre angélico y satánico, que desde 1939 albergó contra Franco, el gran maestro y mentor de Anson, don Pedro Sainz Rodríguez.
(…) En todo caso, creo que el odio absoluto de Anson por Franco (cuya magnitud nunca había sospechado yo hasta leer Don Juan) no es precisamente una credencial de objetividad histórica y perjudica muy gravemente a la credibilidad del libro. Para Anson, Franco es un católico intermitente, que aborreció a su padre, vivió siempre empequeñecido y acomplejado. Un militar mediocre, que en la guerra de España subordinó la estrategia a la ambición política. La única virtud que le reconoce es un valor frío, inquebrantable e inconmensurable. No le reconoce ni patriotismo ni sentido monárquico. Le considera muy a gusto en la República desde 1933 y cree que sus negativas a los alocados proyectos de 1934 y 1935 se deben a complacencia con la República. El odio de Anson contra Franco es tan absoluto que cuando quiere abominar de Franco a través de argumentos históricos escoge, se apunta, se recrea en las fuentes antifranquistas menos fiables y muy especialmente en dos de los libros más deleznables que jamás se hayan escrito contra Franco: la "Historia de un mesianismo" de Luciano Rincón, prontuario de antipsicología barata y sobre todo, la antibiografía de Preston (…)
Parece mentira cómo el odio ha podido nublar hasta ese extremo el indudable sentido crítico de Anson, que tantas veces brilló entre las fantasías de la corte de Estoril. El capítulo XV del libro de Anson, que se titula con un insulto, Franco el hitleriano es una antología de la falsedad histórica, dependiente de Preston con carácter casi servil. (...) Si hay algún calificativo que no convenga a Franco es el de “hitleriano”. Preston ha engañado a Anson: a los dos les une el desprecio y el odio contra Franco, que no es precisamente una garantía histórica. No me hará caso, pero creo que el libro de Anson ganaría muchísimo si se decide a reescribir, de la cruz a la fecha su capítulo XV" (...)
Ricardo de la Cierva (1995)
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