Fuente: Archivo Familia Borbón Parma, Archivo Histórico Nacional.
La verdad sobre los hechos de Estoril
Saben todos los que se interesan por las cosas políticas, que, desde hace años, un grupo de tradicionalistas –escaso en número– venía mirando, unas veces a la persona de Don Juan de Borbón y Battenberg, y otras a la de su hijo Don Juan Carlos, al compás de la oscilación de las circunstancias nacionales, como solución, según ellos, a los problemas de España, y, según los demás, como punto final a su escepticismo, y, en algunos casos, como remedio a sus apetencias.
Aisladamente habían ido a Don Juan, pero no en grupo, como en el pasado Diciembre, para acatarlo. No podía decirse que estuviesen en las filas disciplinadas de la Comunión Tradicionalista. Estaban en zona de nadie, oteando las posibilidades políticas. Estaban consigo mismos. Querían ir a Don Juan sin dejar de llamarse carlistas y con el deseo, que no era nuevo, de arrastrar tras sí, a las «honradas masas carlistas».
Claro que la maniobra no era fácil, porque la repugnancia de los carlistas a dar ese paso tenía sobrado fundamento: como la falta de iniciativa de Don Juan en reconocer la Dinastía Legítima y acatar los principios de la Tradición; el Manifiesto de Lausanne de Marzo de 1945, en el que reverdecían los principios liberales con silencio absoluto del Alzamiento Nacional; el acuerdo de Otoño de 1948 con los grupos socialistas de Prieto, mediante negociaciones conocidas, alentadas y aprobadas por Don Juan, según testimonio de su partidario J. A. Ansaldo en el libro «¿Para qué?». Tratos éstos que fueron posteriores a la visita del Conde de Rodezno a Estoril en Abril de 1946, de la que el Conde, según declaraciones a la United Press, salió satisfecho…
Así pues, el paso a Don Juan, no por deseado dejaba de ser fuerte. Se acentuó la propaganda de que «había que salvar los principios», y se organizaron algunas reuniones previas a un viaje a Estoril. Resumen de esas reuniones celebradas en algunas Provincias, fue la de Madrid, el día 1.º de Diciembre de 1957, con asistencia de unas cuarenta personas, cuyos nombres van a continuación:
Rafael de Olazábal, Jesús Elizalde, Conde de la Florida, Juan Durán García Pelayo, Enrique Gómez Comes, José M.ª Arauz de Robles, Juan Ángel Ortigosa, José M.ª Aguilar, Fermín Erice (Párroco de Añorbe), Conde de Rodezno, Joaquín Dávila Valverde, José M.ª Melis, Carlos Sanz, Marqués de Albaida, Benito Fernández Lerga, Conde de Camprodón, José Joaquín de Olazábal, Eduardo Ortega, Alejandro de la Cruz Requena, Conde Viudo de Riocavado, José M.ª Comín, Javier Agudo, Carlos Arauz de Robles, José de Contreras G. de Aullo, Conde de Melgar, José M.ª Dávila Valverde, Lucas M.ª de Oriol, Marqués de Baides, Luis Arellano, Eloy Ruiz Aramburu, Tomás Perosanz, José M.ª Ochoa, Marqués de Grijalba, José Manuel Oraa, Constancio López, Eduardo Aguirre, Ignacio de Acha Sánchez Arjona, Bernardo de Salazar, Conde de Urquijo, Javier Agudo [sic], Luis Alonso.
Todos éstos firmaron un escrito a Don Juan, en el que, entre otras cosas, decían:
«Ante el hecho enteramente providencial de la extinción de la Dinastía Carlista (parece como si se alegrasen de ello)… nos sentimos obligados a acudir al Príncipe español de mejor y más inmediato derecho, señalado como tal en algún documento de nuestro ÚLTIMO REY DON ALFONSO CARLOS, q. s. g. h., para invitarle, con la debida solemnidad, a la pública aceptación y consiguiente adscripción de los Principios que, como intangibles fundamentos de la Legitimidad española, concretó en cinco puntos el propio Rey en su Decreto de 26 de Enero de 1936, estableciendo la Regencia, y en los que se contienen las más amplias reivindicaciones de las libertades y derechos del pueblo español».
Como se ve, los suscribientes dan por indiscutible la legitimidad de origen de Don Juan de Borbón y Battenberg, y pretenden lograr una «adscripción» a los Principios para que conquiste la legitimidad de ejercicio.
Pero es el caso que Don Juan comienza por carecer de la legitimidad de origen, que, como es elemental y sabido, no consiste en la mera sucesión de sangre de padres a hijos, sino que supone y exige en el causante la existencia de un derecho sucesorio a la Corona, del que los antepasados de Don Juan (a partir de Isabel, la llamada II), y, por tanto, éste, carecen, porque las Leyes españolas los excluyen de la Sucesión, precisamente porque hicieron armas contra la Dinastía Legítima.
Pudieron estos excluidos haber recuperado el derecho perdido, pero para ello tenían que haber reconocido previamente la Dinastía de la Legitimidad, y, entonces, hubiese sido potestativo de ésta el haberles levantado la sanción. Así lo ordenó el Rey Don Alfonso Carlos en el documento de 10 de Marzo de 1936, que, aunque complementario del Decreto de Regencia, silencian los firmantes.
El vigor de aquella Ley de exclusión es evidente, puesto que las mismas Cortes liberales la aplicaron en el año 1834, partiendo desde su punto de vista de que la legítima era Doña Isabel, para eliminar de los derechos sucesorios a Carlos V y sus descendientes. Los liberales podían pensar así; pero los firmantes, que han sido carlistas en su mayoría y se llaman tradicionalistas, han sostenido y sostienen, en su escrito a Don Juan, que la Dinastía Legítima era la carlista; luego no pueden desconocer la aplicación de la exclusión, y, en consecuencia, la ilegitimidad de la Rama liberal, pues que ésta no hizo ningún acatamiento a la Dinastía Carlista en tiempo y forma.
No cabe la argucia de tratar de derivar los derechos de Don Juan por vía de Don Francisco de Asís, hijo de Don Francisco de Paula. Pues los firmantes reconocen como su Rey a Don Alfonso Carlos, es evidente que sus disposiciones les obligan. Veamos algunas:
«Te prevengo, además, que, según las antiguas Leyes españolas, la Rama de Don Francisco de Paula perdió todo su derecho de sucesión por rebeldía contra sus Reyes legítimos, y la perdió doblemente Don Alfonso (llamado XII) para él y toda su descendencia por haberse batido al frente de su Ejército liberal contra su Rey Carlos VII, y así la perdieron los Príncipes que reconocieron la Rama usurpadora». (Documento al Príncipe Javier de Borbón y Braganza, sobre la cuestión sucesoria, 10 de Marzo de 1936).
«… yo considero que toda la Rama de Don Francisco de Paula no me puede suceder legítimamente por su rebeldía; pero, sobre todo, no la de Don Alfonso (llamado XII) por haber peleado al frente de su Ejército liberal contra su legítimo Rey Carlos VII, y así tampoco su hijo Alfonso (llamado XIII) que nació once años después de la batalla de Lácar». (Carta del Rey a su Delegado en España, de 8 de Julio de 1936).
Pero, en su inconsecuencia, los firmantes llegan a mayores extremos. En el apartado tercero de su escrito a Don Juan, dicen que concurren en él «la legitimidad de origen de las dos Ramas». Lo que equivale a sostener que a un mismo tiempo tuvieron derecho a reinar los Reyes carlistas y los denominados Reyes liberales. ¡A qué se llega cuando se quiere casar lo incasable!
Solucionado (?) ese problema de legitimidad de origen en forma tan pintoresca y tan poco jurídica, pasan a ocuparse de cómo Don Juan puede adquirir la legitimidad de ejercicio, y, con esa finalidad, le brindan la aceptación de cinco puntos, los señalados en el Decreto de Regencia.
Plasmado todo esto en un escrito, con él se marchan a Estoril y visitan a Don Juan el 20 de Diciembre de 1957, en una escena que enternecedoramente ha escrito Don José M.ª Arauz de Robles en carta dirigida el 23 de Diciembre a Don Manuel Fal Conde, contestada contundentemente por éste con fecha de 3 de Enero.
Según los documentos citados del Rey Don Alfonso Carlos y los que con ellos concuerdan, para que quien tiene la legitimidad de origen pueda ganar la de ejercicio, es necesario el JURAMENTO SOLEMNE DE GOBERNAR DE ACUERDO CON LOS PRINCIPIOS DE LA MONARQUÍA TRADICIONAL ESPAÑOLA. Los viajeros no aspiran (les escandaliza esa exigencia) a obtener el juramento, aun dentro de su base falsa de la legitimidad de origen de Don Juan, ni a éste se le ocurre tal cosa. Sencillamente oye a los visitantes y les contesta en un documento redactado con Don Pedro Sainz Rodríguez. Dice que acepta sinceramente los cinco puntos porque cree que deben orientar la legislación que haga viable su realización en la sociedad actual. El resto, unas expresiones amables, como es natural, y nada más tangible y positivo. Sin embargo, los viajeros se emocionaron con su Juan III. (A propósito. Se olvidan ellos, que fueron carlistas, que le tenían que llamar Juan IV).
¿Cuál es la razón de la pretendida aceptación de Don Juan? Muy clara. La da el propio Don Juan en su contestación, cuando dice:
«Si a las dificultades que en tal momento (en su establecimiento en el Trono) ha de crear el antimonarquismo, hoy larvado y casi silencioso, se uniese la discrepancia dinástica carlista en todo su volumen, la vida de la Monarquía restaurada sería muy difícil o imposible».
Se trata, pues, de «captar» al Carlismo para que ocupe un «sector» en la Monarquía restaurada del 14 de Abril de 1931. Quizá el de los palos contra el antimonarquismo que no fuese larvado y silencioso.
No se puede negar habilidad y sentido del equilibrio al documento de Don Juan y Don Pedro Sainz Rodríguez. Pero han cometido el error –llamémoslo así– de actuaciones posteriores, en las que han venido a explicitar las reservas que llevaba implícitas.
En los días seis al ocho de Enero de 1958, un grupo de monárquicos juanistas –no procedentes del tradicionalismo– visitaron a Don Juan en Estoril para inquirir el alcance del documento del 20 de Diciembre. A su regreso, se ha conocido la versión de lo comunicado por Don Juan a sus amigos por la que se da «UNA INTERPRETACIÓN AJUSTADA A LA REALIDAD, para salir al paso de las torcidas interpretaciones que le han dado algunos exaltados tradicionalistas».
«Tanto éste –dice la nota refiriéndose al Sr. Sainz Rodríguez– como Don Juan, insistieron en que el documento NO ES UNA ACEPTACIÓN DE LA JEFATURA DEL TRADICIONALISMO POR DON JUAN, NI UN SOMETIMIENTO A LOS TRADICIONALISTAS». «En realidad –añadió Don Juan– lo que yo he hecho ha sido contestar a su documento aceptando su ofrecimiento de reconocerme como Jefe Supremo de la Rama Tradicionalista. ELLOS HAN VENIDO A MÍ Y YO LOS HE RECIBIDO Y ACEPTADO. NO SOY YO EL QUE HA IDO A ELLOS PARA SOMETERME A SU DISCIPLINA, SINO QUE ELLOS SE HAN SOMETIDO A MI AUTORIDAD».
También les afirmó –siempre Don Juan– su deseo de
«que se consiga el apoyo de la inmensa mayoría de los españoles, tradicionalistas, conservadores, demócratas, etc., en fin, de todos. SI YO ME DECLARARA TRADICIONALISTA, ¿CÓMO ME IBAN A APOYAR LOS QUE NO LO SON O SON CONTRARIOS A ESTA DOCTRINA? Porque yo no voy a ser Rey solamente de los demócratas, liberales y conservadores, sino también de los tradicionalistas».
Para justificar esta «amplitud», Don Juan pretende apoyarse en una cita a Carlos VII. Cierto que Carlos VII, el Rey legítimo, quería ser Rey de todos los españoles, pero con esta frase indicaba que su gobierno sería para todos, pero no que su programa fuese una mezcolanza de liberalismo, tradicionalismo y democracia revolucionaria. Así, pudo decir estas tres frases magníficas:
«Conciliador en cuanto a las formas y personas, no cedo en los Principios».
«Pude ser Rey abdicando mis Principios: no lo quise».
«La cosa no es ir a Madrid, sino cómo se va a Madrid».
* * *
Dejémonos de engaños. Hoy la Bandera de la Legitimidad, de origen y de ejercicio, entendidas ambas al modo tradicional, la ostenta S. M. el Rey Don Javier de Borbón y Braganza, hijo de Don Roberto, Duque de Parma e Infante de España y descendiente directo, por línea de varón, de Felipe V, de auténtica estirpe española e ibérica y tan vinculado a nuestra Patria en las horas abnegadas de la preparación del Alzamiento Nacional y en las difíciles del 18 de Julio de 1936.
De él dijo el Rey Don Alfonso Carlos en su Decreto de Regencia:
«Esta Regencia no debe privarte de ningún modo del eventual derecho a mi sucesión, LO QUE SERÍA MI IDEAL por la plena confianza que tengo en ti, mi querido Javier, que serás el salvador de España».
En esta misma idea insistió el Rey en la Carta que el 8 de Julio de 1936 dirigió a su Jefe Delegado en España:
«Pido a Dios lo arregle todo de modo que Don Javier Carlos sea mi sucesor legítimo, y después de él sus hijos. Tengo plena confianza en mi sobrino Javier, y espero de él que sea el salvador de España».
Dios escuchó esta petición. Agotada la misión de la Regencia, en Mayo de 1952, en Barcelona, en ocasión del Congreso Eucarístico, ante el Consejo Nacional de la Comunión Tradicionalista-Carlista y demás Representaciones, asumía para Sí y sus descendientes los derechos a la Corona de España, siendo acatado como Rey. Recordando aquel acto trascendental, en Carta de 11 de Marzo de 1955, decía S. M. a la Junta Regional de Cataluña:
«Jamás olvidaré que, con ocasión del Congreso Eucarístico de Barcelona, decidí declarar para Mí y para mis hijos los derechos a las Coronas de la gran Monarquía Católica, templada y foral, verdaderamente federativa, que es la del glorioso pasado histórico y la única auténtica de España».
Consecuentemente, en Mayo de 1957, en Montejurra, ante más de treinta mil personas, que cubrían de boinas rojas la montaña, el Príncipe de Asturias, S. A. R. Don [Hugo] Carlos de Borbón y Borbón declaró:
«Fiel a mis antepasados, fiel a mi padre, el Rey, sabed que, con la ayuda de Dios, cumpliré con los deberes y los sacrificios que me impone el título de Príncipe de Asturias, que la legitimidad ha hecho recaer sobre mí. ¡¡Viva España!!».
Una vez más, ha quedado demostrado cómo la legitimidad es la base de la verdadera concepción monárquica española. No podía ser de otra manera. Porque legitimidad es la cualidad de la ley verdadera y justa, a diferencia de la legalidad, que puede referirse a una ley injusta y falsa. Por eso el legitimismo ha sido siempre defensor de la verdad política, contenida en unos Principios eternos, antes que de las Personas de una Dinastía, aunque ambas cosas, Principios y Personas, sean inseparables en la práctica de la vida real.
Y así llegamos a la evidente conclusión de que, no se trata de una mera cuestión dinástica lo que ahora se discute, sino de una cuestión monárquica. Dos distintas concepciones monárquicas están planteadas ante el porvenir político español: la Monarquía tradicionalista, popular y social, que defiende el Carlismo con su legitimismo dinástico; y la monarquía liberal, capitalista y reaccionaria, que sostiene el juanismo, fiel al significado de su línea dinástica ilegítima.
No hay más Comunión Carlista que la que acata a Don Javier como Rey y Abanderado de la Tradición. Los que siguen a Don Juan serán lo que sean, menos carlistas. Ni tienen derecho a hablar en nombre de la Comunión, ni a especular con la fama de los Requetés, ni a administrar esos prestigios al servicio de sus maniobras.
Febrero de 1958
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