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Tema: El pensamiento de Charles Maurras: su condena (Pío XI) y rehabilitación (Pío XII)

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    El pensamiento de Charles Maurras: su condena (Pío XI) y rehabilitación (Pío XII)

    El pensamiento de Charles Maurras: su condena (Pío XI, 1926) y posterior rehabilitación (Pío XII, 1939)

    (Artículo que divido en dos partes, ya que en su final el autor, sr. Tarragó, como acostumbraba, se prodiga advirtiendo con ejemplos pasados contra acontecimientos de la época en que escribe).

    Esta es la "primera parte" del artículo:



    Revista FUERZA NUEVA, nº 521, 1-Ene-1977

    De Charles Maurras a Luis María Ansón

    (por Jaime Tarragó)

    Charles Maurras es una cúspide imbatible del pensamiento contrarrevolucionario. Nacido en Martigues, el 20 de abril de 1868, en la Provenza francesa, se traslada a París y allí comienza sus estudios. Su juventud está sumamente entregada a rumiar, obsesionado, problemas filosóficos. La poesía, la cultura clásica y la política le atraen definitivamente. También Anatole France y Augusto Compte influyen en la formación de Maurras. El asunto Dreyfus servirá para que el cerebral, apasionado e indestructible patriotismo de Maurras se manifieste con toda plenitud. Entonces entenderá y expresará su eslogan “polítique d’abord”, que no contiene ningún resabio falso como algunos quisieron presuponer. Maurras especificó:

    Cuando decimos primero la política, afirmamos: la política primero, pero, en el orden del tiempo, de ninguna manera en el orden de la dignidad. Equivale a decir que el camino debe ser emprendido antes de llegar a su punto terminal, la flecha y el arco deben ser asidos antes de que se alcance el blanco y que el medio de acción procederá al punto de destino”.

    La obra intelectual de Maurras

    Charles Maurras es el glorioso fundador de la Acción Francesa, diario y movimiento. Se rodea de intelectuales de primera fila, como Jacques Bainville, Henry Vaugeois, León Daudet. La actividad de Maurras desborda en sus grandes obras, “Encuesta sobre la Monarquía”, “El porvenir de la inteligencia”, “El dilema de Marc Sangnier”, y muchas otras. El pensamiento de Maurras, tocado de positivismo, alcanza las leyes perennes de la civilización católica. Maurras define nuestro presente así: “Que no se burlen de la cristiandad. La cristiandad es, en el pasado, los Estados Unidos de Europa sencillamente”. Y añade: “El mundo moderno no está atrasado sólo respecto al Imperio romano, sino respecto a la Edad Media, puesto que está menos unificado”. Maurras es evidentemente contrario a todo el artilugio, falso y absurdo, de la Revolución francesa y de la democracia revolucionaria, o sea, del parlamentarismo liberal. Escribe Maurras:

    La idea de una representación, que sea también soberanía, confunde dos funciones distintas y las cierra a medida que las aplica a colectividades más densas y más complejas; la cuestión no se plantea en absoluto para las ciudades muy pequeñas, hechas de pequeños intereses muy simples. Representar a un gran pueblo en el interior o en el exterior, no es gobernarlo, y nada le dispensa de ser gobernado”.

    Maurras, con el sentido común y la experiencia histórica, destapa todo el crimen que encierra la monstruosidad del sufragio universal y de la democracia:

    Una ley justa no es en absoluto una ley regularmente votada, sino una ley que concuerde con su objeto y que convenga a las circunstancias. No se la crea, se la saca y se la descubre en el secreto de la naturaleza, de los lugares, de los tiempos y de los Estados… En una sociedad bien construida, el individuo debe aceptar la ley de la especie; no la especie perecer por la voluntad del individuo”.

    Maurras es el gran debelador de la democracia, contraria al orden, a la sociedad, a la Monarquía, al bien común. Nos dirá Maurras: “En cuanto a la organización del Estado -democrático-, es la locura pura, ya que consiste en escoger para mantenedores del Estado aquellos que se destacan más en el papel de destructores interesados”. Y sentencia: “La democracia es el mal, la democracia es la muerte”.

    Y la influencia de Maurras tenía un atractivo invencible en Francia, en la que dominaba por el esfuerzo y el patriotismo de sus “Camelots du Roi”, la dialéctica de sus pensadores, las adhesiones de las mejores inteligencias católicas y patrióticas al servicio de la Francia eterna.

    El enemigo: la democracia cristiana

    Nunca se dirá bastante el mal que ha hecho la democracia cristiana. En Francia y en España. Ayer y hoy. Maurras se enfrentó con Marc Sangnier, fundador de “Le Sillon” (traducido: “El Surco”). Maurras, embebido de filosofía, de razón y de patriotismo, capta toda la malicia y desviacionismo de la democracia cristiana. Y sus disparos hacen diana. La democracia cristiana, el “sillonismo”, lo que Dom Sturzo en Italia y Don Ángel Herrera Oria en España, con José María Gil Robles, han venido sembrando, ha sido la sofisticación del Evangelio, queriéndolo enmaridar con la Revolución francesa. El “Sillon” encontraba en Robespierre y en Danton nada menos que “la sustancia misma del cristianismo de que vivía Francia”. Y la democracia cristiana, el “sillonismo”, fue solemnemente condenada por Pío X en su encíclica “Notre charge apostolique”. La censura de San Pío X contra el “sillonismo”, o sea, la democracia cristiana, no ha sido levantada. Permanece actual, patente e irrebatible.

    Pero no se podía perdonar a la Santa Sede la condenación de la democracia cristiana. Y entonces se buscó la condenación de la Acción Francesa, no porque la Acción Francesa políticamente tuviera errores doctrinales, sino porque, personalmente, Maurras era un agnóstico, no tenía fe, y por obras escritas en su juventud, como “Le chemin de Paradis”, “Anthinéa”, “Les amants de Venise” y “Trois idées politiques”. Y así las maniobras dentro del Vaticano, los republicanos franceses, que no podían esgrimir argumentos frente a Maurras, Bainville, Daudet: los demócratas cristianos, la Compañía de Jesús, Alemania y la diplomacia de Briand, ayudado del cardenal Gasparri, afecto a la Secretaría de Estado y perteneciente al mismo grupo del cardenal Rampolla, lograron un golpe fatídico contra la Acción Francesa, maniobrando sobre Pío XI, descendiente familiarmente de los que asaltaron la Puerta Pía con Garibaldi y profundamente germánico por ser su madre de la Suiza alemana. Sin negar a Pío XI otros grandes méritos de su pontificado.

    La condenación de las obras citadas y del diario “L’Action Française” estaba preparada desde el tiempo de Pio X. El padre Pegués, recibido por Pío X, en enero de 1914, preguntó al Papa: “Santísimo Padre, ¿Maurras tiene enemigos muy poderosos en la Congregación del Santo Oficio?” Y Pío X contestó: “Sí, están allá confabulados contra él. Ma faranno niente... no harán nada”. Pio X envió a Maurras una bendición especial por medio del padre Pegués. El padre Pegués era un teólogo importante, como el cardenal Billot y tantos otros que encajaban perfectamente la doctrina política con el nacionalismo sano de la Acción Francesa. El mismo Pío X comentó con Camille Bellaigue cómo le asediaban los curiales contra Maurras: “Condénele, Santo Padre, condénele”. Y Pío X les contestaba. “Marchaos, rezad vuestro breviario y rogad por él”. Pio X sostenía que Maurras era “un buen defensor de la fe”. Él afirmaba que “mientras viviera, la Acción Francesa jamás sería condenada; ella defiende el principio de autoridad. Ella defiende el orden”. Benedicto XV se mantuvo en la misma postura y se negó a cualquier condenación contra Maurras.

    Tenía que ser Pío XI, presionado por Briand y con finalidades políticas, quien lanzaría la condenación contra el diario “L’Action Française”, e incluiría en el Índice sus cuatro obras juveniles, las menos significativas de su enorme acervo bibliográfico. Era la “hora y el poder de las tinieblas”, como denunció el cardenal Billot, el mejor teólogo de su tiempo, quien, fiel a sus convicciones políticas perfectamente coherentes con la fe, tuvo la elegancia de renunciar al capelo cardenalicio, así como el padre Le Floch, que presentó su renuncia de rector del seminario francés de Roma.

    Lisieux y la Segunda Guerra Mundial

    El Carmelo de Lisieux, el de Santa Teresa del Niño Jesús, sintió enormemente las condenaciones abusivas e injustas de Pío XI contra la Acción Francesa. Todos sabían distinguir entre la actitud interior de Maurras, falto de fe, la ganga naturalista de algunas de sus obras y la ejecución política de la Acción Francesa. Lo que era evidente está testificado por el Abbé Egret, cuando escribe:

    Si Maurras hubiera sido republicano lo hubieran convertido en un santo Padre de la Iglesia. Pero, justamente, la fuerza de Maurras consiste en no ser republicano. Si hubiera sido republicano, no hubiera sido Maurras”.

    Y añade el mismo Egret:

    Maurras ha hecho un inmenso bien visible; más aún, un inmenso bien invisible. Él ha llevado miles de almas a Dios, él ha facilitado el desarrollo de la gracia en millares de almas... La obra de Maurras (…) hace pasar del error político a la política verdadera, real... Ella conduce poco a poco a la fe católica por etapas que van de la admiración a la adhesión”.

    La madre Agnés, superiora del Carmelo de Lisieux y hermana de Santa Teresa del Niño Jesús, inició un epistolario con Pío XI y con Charles Maurras para tender puentes de inteligencia. Al mismo tiempo, en el Carmelo de Lisieux, la hermana María Teresa del Santísimo Sacramento ofrecía su vida a Dios “por el arreglo del conflicto de la Acción Francesa con Roma y por el alma de Maurras”.

    Y vino la segunda guerra mundial. Francia sufría la séptima de las invasiones alemanas desde 1792, hasta la de 1940. Maurras, visceralmente, antigermánico, al terminar la guerra fue condenado por haber colaborado con el enemigo. Aquel Maurras que había luchado sin descanso contra la Alemania del Lutero, Fichte, Schelling, Hegel, hasta Hitler, criminalmente era llevado a los tribunales y colocado junto a los que habían traicionado a Francia. Con toda razón, pudo enfrentarse con el fiscal para decirle:

    Usted deshonra la toga respetable que viste al llamarme asesino. Soy un viejo filósofo y no un criminal. Es monstruoso que esté usted en el lugar que debería ocupar yo”.

    Pío XII rehabilita a Maurras

    En 29 de diciembre de 1926, se había publicado la condenación pontificia contra Maurras y Acción Francesa. Esta medida, a todas luces, desproporcionada e inoportunísima, ha marcado la vida de Francia hundiéndola en el caos. Francia y Europa habrían sido otra cosa si la Acción Francesa hubiera seguido su andadura. Y esto lo entendió Pío XII. El mismo Pío XI midió, ya antes de morir, la tragedia que había provocado. Y a los pocos meses de su elevación al pontificado, Pío XII, el 10 de julio de 1939, rehabilitó totalmente a Charles Maurras y a la Acción Francesa. No se le exigió ninguna retractación. Hay que decir bien claro que permanecen vigentes las condenaciones contra la democracia cristiana, pero que la Acción Francesa salió purificada y rediviva de aquella prueba de fuego, a la que fue sometida por miserias políticas procedentes de la masonería, del Estado francés, de la democracia cristiana y de sus agentes en el Vaticano.

    Charles Maurras, gran amigo de España, de la Cruzada y de Franco, que conoció toda clase de pruebas y de peligros, que supo de la cárcel, que estuvo chapado con el número 8.321 en la cárcel de Clairvaux, en la que estuvo recluso 2.749 días, enfermo de gravedad, es trasladado a un hospital. Allí, asistido por el canónigo Cormier, con la mayor sinceridad pide los sacramentos y vuelve con una emoción única a la fe católica y a la Iglesia. Había triunfado el Carmelo de Lisieux, aquellas religiosas que ofrecieron su vida por Maurras, el hombre más clarividente de Francia, sacrificado por todas las bajezas. El Maurras que había cantado a la Virgen, que sus palabras últimas fueron pedir un rosario, en cuyas manos lo llevó entrelazado al sepulcro, al recibir la Sagrada Eucaristía dijo estas palabras: “Por primera vez siento que viene Alguien”. François Mauriac tiene que confesar, en sus “Mémoires interieures”, que “es la frase más bella que jamás le ha inspirado a un hombre, sordo desde la niñez, la cercanía de la eternidad”.

    Santa Juana de Arco y San Pío X, desde la bienaventuranza, rescataron el alma de Maurras. Y se ha cumplido ahora el cincuentenario de la condenación de la Acción Francesa. Pero Pío XI no ha subido a los altares. Y, en cambio, San Pío X, a pesar de la oposición cerrada del cardenal Gasparri, está canonizado por la Iglesia. Pero la fecha bendita y jubiloso del 10 de julio de 1939 será siempre el refrendo de Pío XII confirmando que la doctrina de la Acción Francesa responde al orden natural y cristiano de la sociedad. Y por los siglos de los siglos permanecerá condenada la democracia cristiana, la democracia del sufragio universal, la democracia inorgánica, por este documento permanentemente válido: “Notre charge apostolique” de Pío X. Lo que vale para los demócratas cristianos de Francia, y también de España, si es que se consideran miembros de la Iglesia católica. ¡Charles Maurras tenía razón! (...)

    Jaime TARRAGÓ



    Última edición por ALACRAN; 17/12/2021 a las 15:10
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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    Re: El pensamiento de Charles Maurras: su condena (Pío XI) y rehabilitación (Pío XII)

    "Segunda parte" del texto de Jaime Tarragó: enseñanzas y validez de la doctrina de Maurras en la turbia época política del artículo (1976-77).

    Sobre la postura camaleónica y acomodaticia de Luis María Ansón, ya se enviaron una sabrosas apreciaciones de Ricardo de la Cierva: Ansón: de joven antiliberal a las mentiras “demócraticas” sobre D. Juan de Borbón



    Revista FUERZA NUEVA, nº 521, 1-Ene-1977

    (... ) El contradictorio Luis María Ansón


    En España ha divulgado el pensamiento de Charles Maurras Luis María Ansón, “príncipe de los jóvenes escritores españoles”, según decía el brumoso “Deutsche Zeitung”, en 18 de agosto de 1962. Ansón prestó buen servicio con el opúsculo de “Maurras, razón y fe”, y otras obras de doctrina monárquica. Ansón ha denunciado la democracia cristiana, entroncándola con la condenación de “Le Sillon”. Referente a los demócratas cristianos surgidos después de la segunda guerra mundial, Ansón se pregunta: “¿Abjuraron de sus excomulgados antecesores? Todo lo contrario”. Y pone en la picota a Maurice Guerin, a Jacques Maritain, a Bidault, y se alinea con Julio Meinvielle, Sánchez Mazas, Havard de la Montagne. Hasta aquí todo correcto. Léase el artículo “¿Apóstoles o apóstatas?” de Luis María Ansón, inserto en “ABC”, del 15 de septiembre de 1959.

    Después, Luis María Ansón ha venido hilvanando una pantomima inútil y equivoca, incompatible con la doctrina tradicional sobre la Monarquía y con la escuela de Charles Maurras, abonando la “moderación, el centrismo y la actual reforma política, síntesis de todos los errores del liberalismo más disolvente. Y esto parece incongruente para quien, como Luis María Ansón, ha podido escribir, subrayando la trayectoria de Maurras:

    La democracia inorgánica, que para Maurras representaba la muerte de la nación, y el régimen liberal de partidos, han dado su fruto inevitable de anarquía y tragedia… Maurras, que acaudilló el más importante movimiento contrarrevolucionario que Francia ha conocido, demolió teórica y prácticamente todo el edificio dogmático de la Revolución francesa, sin que nadie fuera capaz de argumentar en su contra con un mínimo de solidez y rigor”.

    Franco estaba en la línea pura y genuina de la Monarquía de las grandezas españolas y de Charles Maurras. Dijo Franco en 23 de junio de 1962:

    La Monarquía liberal trajo la República, y ésta, el comunismo. Todo esto haría estéril el triunfo de la Cruzada y esta vez ya no cabría la esperanza de una lucha. Sería la mayor traición que se pudiera cometer contra la Patria y los que lucharon por librarla de la tiranía de Moscú”.

    Y en 24 de junio de 1963, refiriéndose a la Monarquía que no quería para España, Franco, apodícticamente sentenciaba:

    Querer volver a la monarquía liberal con don Juan de Borbón es llevar a la patria a la ruina, y ello constituye una traición a nuestros muertos, que se sacrificaron por salvarla del caos en quela dejo el liberalismo… Quieren pasar una esponja y como si aquí no hubiera pasado nada. España prospera y se engrandece con un sistema de gobierno que permite que tengamos paz absoluta y que todos los españoles podamos vivir trabajando sin temor a las inestabilidades de los regímenes liberales, que están constantemente minados por la propaganda comunista; como sucedió a la monarquía de Alfonso XIII, derribada en unos meses por una República masónica y atea, precursora del comunismo que se hubiera establecido en España para siempre, si no hubiese estallado el Movimiento Nacional que hoy se quiere anular como si nada hubiese ocurrido. Hablar hoy de elecciones generales y de voto inorgánico es preparar los ánimos de la juventud para echar por la borda todo lo que hemos conseguido a fuerza de sacrificios y con una rotunda victoria. El liberalismo es una caduca forma de gobierno que está completamente desacreditada en el mundo... El nuestro no puede cambiar el día en que yo me muera. Podrá haber modificaciones en la accidental, pero en lo fundamental sería una enorme traición y el suicidio de la nación”.

    Nosotros denunciamos a los traidores a la Monarquía que la quieren conducir al liberalismo y a las fórmulas políticas surgidas de las sectas masónicas. ¿Qué puede esperar la Monarquía española del judío alemán Willy Brandt, cuyo hombre de confianza era Günter Guillaume, espía soviético, del autor de la “Ostpolitik”, liado anteriormente con Sussane Sievers, también agente soviética, a la que pagó 396.750 marcos para que no le comprometiera en el texto de sus memorias, y de otros genocidas de las Brigadas Internacionales, especialistas en masacrar al pueblo español? ¿Qué puede esperar la Monarquía española del PSOE, que con el puño cerrado en alto y vociferando la Internacional, se desgañita, ronco de odio ante el trapo masónico llamado bandera republicana, y corean que “Mañana, España será republicana”? ¿Cuál es el porvenir del hombre y de la familia española con el uso libre de los anticonceptivos abonados por la Seguridad Social, con la vía libre a la prostitución, con el aperturismo al aborto, al divorcio, como gritan los tolerados brigadistas rojos y socialistas reunidos en Congreso? ¿Perdurará España, descuartizada en un aberrante federalismo, y destronada la Monarquía por una República, que es a lo que aspiran los hombres del PSOE y los otros rojos de todas las cataduras?

    Con moderación, al abismo

    Esto es lo que entraña la reforma política, el referéndum ilegal por incumplimiento del artículo 65 de la Ley Orgánica y causante del “quebrantamiento constitucional absoluto”, como declaró el profesor de Derecho Político de la Universidad de Navarra, don José Zafra Valverde. Que esto lo abonen los enemigos de la Monarquía, parece natural. Que esto venga también avalado por Luis María Ansón, no deja de ser específicamente paradójico. Parece extraño que Luis María Ansón no recuerde que Charles Maurras demostraba que “el mundo físico tiene leyes, la naturaleza. humana tiene las suyas, que no se inventan, sino que se descubren”. Por tanto, la Monarquía tiene unas leyes vitales que jamás se compaginan con la democracia inorgánica, con el amoralismo social, con el parlamentarismo liberal. Y, con Ansón, repetimos:

    Que la obra de Maurras no está desfasada ni superada es un hecho. Los principios esenciales de su sistemática política siguen tan vigentes como en 1900, cuando se inició el espléndido movimiento de “Acción Francesa”… Porque, como decía Maurras, la República Francesa ha demostrado ser una conspiración permanente de la salud pública”.

    Lo que demuestra que Franco era monárquico con la superior vigencia de la buena doctrina de Vázquez de Mella, de Pradera, de Calvo Sotelo, de Maeztu. Y también de Charles Maurras, en lo que tenía de pensamiento permanente contrarrevolucionario. Y que ahora, en España, unos llamados monárquicos y algunos que han prestado el juramento de fidelidad a las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional, libremente y como garantía de la Monarquía instaurada, al perjurar, son simples liquidadores de la misma, a lo general Berenguer.

    La monarquía liberal, parlamentaria, corrompida por la democracia inorgánica, no tiene otro porvenir que los verdugos a lo Willy Brandt, las Brigadas Internacionales, Paracuellos y Santiago Carrillo. Nos gustaría mucho que Luis María Ansón volviera a la escuela monárquica de Charles Maurras, ya que por ahora el único mantenedor que ha tenido en el vértice del Estado español es Francisco Franco. Y los monárquicos liberales, irremisiblemente, con “moderación”, nos llevan a un más abismal y espeluznante 14 de abril de 1931.

    Jaime TARRAGÓ
    Última edición por ALACRAN; 19/12/2021 a las 12:54
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    ...


    Última edición por ALACRAN; 02/04/2024 a las 15:57
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
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    Re: El pensamiento de Charles Maurras: su condena (Pío XI) y rehabilitación (Pío XII)

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    Maurras, La Tour du Pin y Franco


    Revista
    FUERZA NUEVA, nº 572, 24-Dic-1977

    MAURRAS, LA TOUR DU PIN Y FRANCO

    Por Jaime Tarragó

    No quiero dejar pasar la fecha del veinticinco aniversario del fallecimiento de Charles Maurras sin dedicarle un recuerdo aplicado a nuestra actualidad. Era el 16 de noviembre de 1952 cuando el viejo luchador sucumbía, después de haber encontrado con fulgores de verdadera y sublime iluminación, el camino de la fe. La sombra bendita de su madre, la influencia de monseñor Penon -que le salvó de crisis terribles- y una íntima devoción a la Virgen María, así como la comunión de los santos (que personificamos en la intervención del Carmelo de Lisieux, con vidas inmoladas y entregas generosas, a fin de que Maurras, con absoluta firmeza, encontrara la verdad cristiana en toda su plenitud) coincidieron en su final, que rubricaba toda una ejecutoria de amor a Francia y a la política nacional más auténtica.

    No negaremos que, con las cautelas precisas, tenemos una devoción de discípulos para Charles Maurras. Nacido en Martigues, en 1868, su vida fue una lucha inteligentísima y genial para retornar a Francia a su destino. Maurras es un antirromántico por excelencia. Él entendía que toda la barbarie de nuestro mundo procede del instinto pasional en que siempre se conjuga la fascinación subversiva. Para Maurras, las naciones “son amistades”. Por esto afirmaba:

    Esta aseveración mide la profunda malignidad de todo sistema de lucha entre los miembros de una nación. Importa esencialmente que todas las buenas cabezas y los buenos corazones de los hombres hoy día en vida, arrojen la fórmula de Marx, cuyo único sentido es la ruptura de la larga amistad a la cual pertenecemos”.

    Y así, Maurras llega a la elaboración del nacionalismo integral, tan adaptado a la genuina civilización. Maurras es un máximo expositor de la monarquía tradicional. Él alcanza este atajo por caminos inductivos, pragmáticos, positivistas. Sin ser tomista, en su sentido estricto, vigorosamente llega a las conclusiones políticas de la teología proyectada sobre la sociedad, y Maurras fue para Francia el mejor profeta, el más inspirado guía de su juventud.

    Dejemos aparte su conflicto con Roma, resuelto por Pío XII. Pero lo que nadie podrá negar es que la democracia cristiana permanece condenada por San Pío X, y que el tesoro doctrinal político de Charles Maurras está incontaminado de cualquier error religioso, ya que los puntos vulnerables pertenecen a su pensamiento particular como ensayista y agnóstico, como pagano en algunas teorías estéticas y obras de juventud. Pero su obra política, la Acción Francesa, responde al derecho natural, a la filosofía perenne y a una concepción del orden temporal perfectamente coordinada con la misión sobrenatural de la Iglesia.

    Maurras, monárquico antiparlamentario, antidemócrata, antiliberal, ha definido el contenido fundamental de su obra no al servicio de ningún totalitarismo ni absolutismo sino bajo este lema prodigiosamente candente:

    Construimos el arca nueva, católica, clásica, jerárquica, humana, donde las ideas no serían palabras en el aire, ni las instituciones lazos inconsistentes, ni las leyes bandidajes, ni las administraciones fraudes y pillajes; donde revivirá todo lo que merece revivir: en lo bajo, las repúblicas; en lo alto, la realeza, y por encima de todos los espacios, el Papado… Aunque este optimismo estuviera mal fundado, y si, como no creo absoluto temerlo, la democracia se hiciera irresistible, habrá que admitir que eso es el mal, la muerte que gana la partida y cuya misión histórica sería cerrar la historia y terminar el mundo; aun en ese previsible caso apocalíptico, es necesario que el arca franco católica sea construida y puesta sobre el agua frente al triunfo de lo peor y de los peores… Ella testimoniará, en la corrupción universal, por una invencible primacía del orden y del bien. Lo que haya de bueno y de bello en el hombre no se dejará vencer. Esta alma del bien habrá ganado, a su manera, su salud moral y quizá la otra. Digo quizá por no hacer metafísica, y me detengo al borde del mito tentador, pero no sin fe en la verdadera paloma, como en la verdadera brizna de olivo, por encima de todos los diluvios”.

    Siembra inagotable

    La siembra doctrinal de Maurras es inagotable. Todavía hoy (1977), Francia tiene esperanza de resurgimiento porque está vivo el magisterio de Maurras. Y en España, Maurras tuvo discípulos: Sainz Rodríguez, Ansón, Areilza, Pemán, Fernández de la Mora y otros, que jamás captaron la profundidad del tradicionalismo español, y que en Acción Francesa alcanzaban el puerto salvador. Pero, para muchos de ellos, inútilmente, pues hoy añaden a su pasado y a sus intrigas la apostasía de convertirse en los grandes bocazas del constitucionalismo democrático, de los partidos políticos, del sufragio universal. O sea, de aquellos grandes estigmas que hunden indefectiblemente la institución monárquica. “El verdadero objeto de “Action Française” no es, a decir verdad, la monarquía, ni la realeza, sino el establecimiento de esa monarquía, el acto de instituir esa realeza”, dijo Maurras.

    Cuando en España se han dado condiciones óptimas para el establecimiento de la monarquía, parece que estos sedicentes monárquicos son el contrasentido más flagrante de aquel Maurras que decían admirar y seguir. Maurras presentaba a la Acción Francesa no como un simple partido de oposición política ni una escuela de filosofía política para transformar las ideas y las costumbres: “Somos una conspiración. Conspiramos para determinar un estado de espíritu”. Pero para España el “estado de espíritu” de la monarquía jamás podía ser la legalización del marxismo, el despedazamiento de la unidad patria, la entrega a la banca internacional, la puerta abierta al divorcio y a todas las vergüenzas del inmoralismo más frenético. Nosotros somos maurrasianos en todo lo que tiene de válido, pero no cortesanos al servicio de algunos sabrán que sectas e intereses…

    La Tour du Pin, maestro de Maurras

    En las afluencias del pensamiento de Maurras intervinieron decididamente pensadores católicos de primera fila. Citemos a Federico Le Play -en cuya revista “La Réforme Sociale” publicó su primer artículo en 1886- y especialmente al nunca bastante ponderado marqués René de La Tour du Pin (1834-1924). Éste, con su acervo de vocación campesina y espíritu castrense, supo reaccionar frente a los errores de la Revolución Francesa y también de los sofismas vaticanos que, como el “ralliement”, tanto sirvieron para castrar el vigor de la contrarrevolución en Francia. La Tour du Pin, monárquico del conde de Chambord, entendió exhaustivamente el contenido social que requiere la organización de la vida económica y profesional. Más que nadie mesuró los estragos del capitalismo. (…)

    Maurras se sintió adicto a La Tour du Pin. Maurras no oculta que es “mi maestro directo”. Y el monarquismo de oro de ley de La Tour du Pin se vislumbra sin tapujos cuando éste denuncia los males intrínsecos de la monarquía constitucional. Dice La Tour du Pin:

    La forma republicana no es la única que se halla fuera de los cánones de la constitución nacional. Es preciso juntar a ella también las formas monárquicas inspiradas en el principio republicano de la soberanía popular, sintetizadas en el cesarismo y la monarquía llamada “constitucional”. El cesarismo procede de la misma sustancia republicana que inspiró la obra de la revolución; por eso se ha llamado su continuador más fiel, codificando y dando vida a las peores iniciativas legislativas, con el concurso de un hombre tan excepcional como Napoleón I …

    Notémoslo bien; la soberanía del pueblo, fuente originaria del poder cesáreo no es el derecho histórico de una nación organizada para escoger los agentes de su soberanía, sino una pura delegación del pretendido derecho soberano innato en cada individuo, fuera de toda organización social… El principio republicano propiamente dicho, y más justamente denominado revolucionario, no sólo se abre paso a través de la monarquía plebiscitaria; también triunfa, y de modo más explícito, si se quiere, por medio de la monarquía parlamentaria. Si en la primera forma el pueblo sólo abdica temporalmente de sus pretendidos derechos, en la segunda el monarca abdica de los suyos cada día, pudiéndose decir que en ella los súbditos mandan y el príncipe obedece: si resiste -cosa absolutamente anticonstitucional-, los ministros que le han sido fieles pasan a ser reos de la justicia del pueblo, cuyo derecho han quebrantado, y la última palabra es siempre de este último, porque sólo a él puede recurrir al príncipe en decisiva instancia.

    La fórmula según la cual el rey reina, pero no gobierna, sólo sirve para hacer la monarquía despreciable y la república aceptable; gracias a la misma se puede afirmar que la evolución histórica conduce indeclinablemente a esta última forma de gobierno, y aún diríamos más, pues considerándolo a través de una falsa concepción monárquica, ¿por qué detenernos en el camino y no argüir, ya situados en la pendiente, que no sólo conduce a la república, sino también, y con mayor seguridad, a la anarquía?”

    En este complejo, perfectamente estructurado, del pensamiento tradicional estriba el éxito de la monarquía. Nosotros no sabemos imaginar las imprecaciones que Charles Maurras habría escrito y las náuseas que le habrían producido el compromiso que, a los dos años de la instauración de la monarquía en España (1977), un comunista como Simón Sánchez Montero, ateo y al servicio de la URSS, con Tierno Galván, marxista y agnóstico, y con Enrique Múgica, del PSOE, dedicaran elogios a la misma. Y es que el constitucionalismo partitocrático es la negación de la monarquía. Y el sufragio universal, su suicidio a plazo determinado. Ni Maurras ni La Tour du Pin, maestros insuperables de monarquismo verdadero, hubieran tolerado esta degradación, del estilo del “affaire Dreyfuss”.

    Franco, instaurador de la nueva monarquía

    No se ha dado en el siglo XX un caso más espectacular de reconquista nacional y de liberación de la esclavitud soviética que el de España con el Alzamiento del 18 de julio de 1936. Francisco Franco fue el aglutinador providencial de aquel esfuerzo gigantesco, incomparable con ningún momento de las naciones de nuestro tiempo. Y aparte de la reconstrucción nacional, de la restauración de la economía y del progreso impresionante en todos los órdenes de España, Franco, conectado con el pensamiento del tradicionalismo español y de la civilización cristiana, interpretada en lo político por Maurras y La Tour du Pin, entre otros, culminaba su obra con la instauración de la monarquía.

    Franco, por sus antecedentes y sentimientos, era adicto a Alfonso XIII, el monarca liberal de tan nefasta historia. Pero Franco, patriota ciento por ciento, cuando llegó la hora en que debía institucionalizar el Régimen sabía que no tenía otro camino que el de la monarquía antiliberal, sin partidos políticos, enmarcada en las Leyes Fundamentales y Principios del Movimiento Nacional. A don Juan de Borbón y Battenberg, con el que Franco tuvo tantas y excesivas benevolencias, el 27 de mayo de 1943, le escribía:

    Los pueblos no saben ni pueden vivir sin una política: han tener un concepto sobre las leyes, sobre la moralidad, la justicia, la educación, la acción social y la cultura; y todo esto no es más que política. Noble política. Cuando lleva la nación siglo y medio de envenenamiento, extinguiéndose España bajo la pluralidad de los partidos y desmoralizándose con la siembra de ideales disolventes que la colocaron en el nivel más bajo a que los pueblos pueden llegar, no es posible abandonarla a su propio ser sin incurrir en gravísimas responsabilidades: hay que escucharla y educarla bajo unos principios morales, patrióticos y sociales que, haciendo fecunda la sangre derramada, garanticen su futuro”.

    Le hace presente Franco a don Juan de Borbón el mismo se presentó en nuestra Cruzada vistiendo la camisa azul y tocándose con la boina roja.

    Y Franco, afectivamente ligado a Alfonso XIII, enjuicia así su abandono de los deberes regios en la triste jornada del 14 de abril de 1931. Son palabras de Franco:

    En cuanto a la salida de España del último de los reyes (en lo que, salvando todo el respeto debido a su memoria y a su buena voluntad y deseos de acierto, su decisión en aquellos tristes momentos no puede constituir escuela a seguir por nuestros príncipes -en este juicio la unanimidad de los buenos españoles es completa-, la historia ha de ser en su juicio más rigurosa. Las nobles palabras y su desinterés apreciable como hombre, no le elevan, en cambio, como rey. Mucha fue la sangre que se vertió luego como consecuencia de aquel acto. La marcha del rey y la caída de la monarquía dimanan del momento en que por decisión real fue expulsado del poder el general Primo de Rivera, a cuya instauración como dictador tanto había contribuido la corona cuando el rey, impresionado por la atmósfera caprichosa que le habían formado viejos políticos profesionales, malogró su obra anterior, y una triste realidad vino a demostrarle cuál era la fuerza de los que tanto alardeaban… Esta es la historia que interesa no se repita. Ninguno de los que pretenden aleccionarnos arrastra más que sus propias ambiciones: el puesto perdido, la embajada malograda, el condado frustrado, el bufete perdido o los intereses afectados”. (…)

    Luego todo lo que signifique democracia inorgánica, constitucionalismo decimonónico, aconfesionalismo estatal, separatismos tolerados, hundimiento económico y demagogias marxistas, compromisos con las sectas y ataduras inconfesables, que entrañan históricamente lo que se configura como monarquía constitucional, no responde a lo que Franco quiso al instaurar la monarquía. Nos avala toda la historia de España con sus grandezas bajo la monarquía tradicional y con sus oprobios bajo la monarquía constitucional y su consecuencia lógica: la república marxista. Nos acompañan los grandes pensadores de la civilización católica y española, los portaestandartes del mejor pensamiento de Europa, que hoy simbolizamos en Maurras y La Tour du Pin. Y a los que conspiran para la monarquía constitucional les repetimos lo que en el Congreso apuntaba Ramón Nocedal a los falsos monárquicos de todos los tiempos, en 1903:

    Los republicanos hacen su oficio; pero vosotros estáis amamantando la república a los pechos de la monarquía. En la cátedra, en los periódicos y en todas partes, se ve extender y crecer la propaganda republicana y de las doctrinas de los republicanos, consentida, tolerada y autorizada por el Gobierno. ¿Y de qué sirve que a la hora de la rebelión llevéis a la Guardia Civil al sofocar el motín, si dentro formáis las legiones que han de acabar con todo?” (…)

    Jaime TARRAGÓ



    Última edición por ALACRAN; 02/04/2024 a las 14:30
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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