EL BUEN HUMOR DE ZUMALACÁRREGUI
Lo que nos gusta de Zumalacárregui, además de estar en comunión de ideales y principios con personaje histórico de tamaña envergadura; lo que nos gusta es que, a diferencia de esos generalotes envarados y tan pagados de sí -sus contemporáneos-, Zumalacárregui es humanidad en un estado difícil de encontrar en el generalato. Ahí radicó la capacidad de acaudillar a sus hombres: en una humanidad a flor de piel, en una honestidad a rajatabla, en una lealtad sin fisuras. Y es que Zumalacárregui era un hombre que no había sido corrompido por los vicios modernos y urbanos; por eso sus huestes le siguieron con devoción ibérica.
Don Tomás era un hombre de caserío, valiente y prudente, y con un gran sentido del humor -claro está, su humor era humor vasco. Y nótese aquí que los vascos, cuando se les conoce bien, son grandes humoristas y su humor es sencillo como ellos, pero inteligente y altivo. A diferencia del andaluz, pongamos como ejemplo, el vasco no es un humorista que le guste lucir sus gracias delante de desconocidos, para que todos se las aplaudan. Al vasco le basta con hacerse comprender entre los suyos, recogiendo los aplausos y las risas de los de su privanza. El sentido de la dignidad propia le lleva al vasco a ser comedido ante extraños: por nada del mundo quisiera hacer el ridículo. En cambio, entre amigos, es cuando el vasco da más de sí. En intimidad es donde se muestra todo su ingenio, su pimienta y su sal. Es de esos que hacen las gracias poniendo una cara muy seria. El humor vasco es peculiar, como todo lo vasco. Es un humor fiel a su ser.
Su humor, más que de palabras, está hecho de la misma urdimbre de los gestos y los hechos, pues siempre se han caracterizado los vascos por hablar poco y hacer mucho.
Este apólogo se cuenta de Zumalacárregui.
"Al entrar Zumalacárregui por el mes de marzo en la Virgala Mayor, pueblo de Álava, los soldados le presentaron el regidor con un edicto que dijeron haber arrancado del paraje público en que estaba fijado todavía a la llegada de las tropas. Contenía un indulto del gobierno cristino en favor de los carlistas que dejasen las armas, y por las órdenes vigentes expedidas por Zumalacárregui, había incurrido el regidor en la pena de muerte a causa de la publicidad que dio al documento; sin embargo, se contentó con hacer a éste comer el edicto a su presencia, y ordenando después que le diesen un vaso de vino, le despidió, cambiando así en risa la irritación de sus acusadores".
"Vida y hechos de Don Tomás de Zumalacárregui", J. A. Zaratiegui.
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