Cada vez que regresando a casa, me encuentro con un asqueroso cartelón rojo y estrellado, de esos que cuelga de las carreteras la pérfida Comunidad de Madrid, cuando se entra desde Castilla, siento un asco difícil de describir. Nací siendo castellano, cuando en 1962, Madrid todavía era Castilla. Recuerdo muchas veces haber comido con mis padres en un restaurante que había en el Puerto de Navacerrada, que se llamaba "Dos Castillas", porque estaba situado justo en medio de la línea que dividía Castilla la Vieja de la Nueva, en el que el camarero siempre te decía al entrar, "pasen ustedes al fondo, que en la zona de Segovia hay una mesa magnífica".
Y era para todos nosotros, los madrileños, tan habitual sabernos desde siglosformando parte de nuestra querida Castilla, que ahora solo el anuncio, en forma de señal de carreteras, de ese infernal engendro de comunidad autónoma madrileña, tan poco creyente, tan poco higiénica, tan poco alegre, tan poquísimo sana, tan anti-tradicional... en suma, tan asquerosa, que dicho cartel anunciador a muchos nos produce nauseas. Tantas que a algunos 'insociables' nos lleva a querer pintar sobre él un rocordatorio en tinta negra que ningún imbécil demócrata debiera haber intentado hacernos olvidar nunca. ¡¡MADRID ES CASTILLA!!
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(y que se molesten los amantes de la pulcritud en las señales de carretera)
¡¡Odiosa comunidad autónoma madrileña!! convertida, como bien dice el artículo, en una 'ridícula caricatura de metrópoli sin conciencia'.
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