Todos los países han tenido reyes más o menos buenos, más o menos discutibles, pero solo el homo hispanicus se regodea con escarnecer y blasfemar de su pasado y de sus (mejores o peores) personalidades políticas.
El tenebrismo masoquista que aparece en las opiniones de buena parte de nuestras gentes (y que puede rastrearse ya en las pinturas negras de Goya), y no la calidad mejor o peor de reyes finiquitados en tiempos remotos, es el terrible y misterioso distintivo que azota a este siniestro país desde hace casi dos siglos.
Esa es nuestra cruz y nuestro terrible presente. Problema profundamente entrelazado con el de las "dos Españas".
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