Los Reyes Católicos, «el origen de todos los males de Cataluña» para los nacionalistas

César Cervera







El discurso independentista considera el reinado de Fernando el Católico en Aragón como el inicio del declive de esta región de España. Sin embargo, las rutas comerciales iniciadas por Castilla terminaron por ser claves para la economía catalana

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Una guía turística en inglés da el siguiente resumen sobre la historia de Cataluña: «A lo largo de todo el siglo XVI Cataluña siguió sufriendo bajo el poder de la Inquisición y privada de oportunidades comerciales con América se convirtió en una región empobrecida. Las guerras de los Habsburgo acabaron con la vida de miles de soldados catalanes y el bandolerismo aumentó en la región, a medida de que la situación económica empeoraba se produjo el estallido migratorio. En la guerra de Sucesión española, Cataluña se alineó con el bando austriaco en un intento de reconquistar sus antiguos fueros y con la esperanza de que la victoria le proporcionar alguna posibilidad de entablar relaciones comerciales con América...». Una versión victimista y manipulada de la historia, ante la que el hispanista Henry Kamen dice «no saber si reir o llorar ante tanta insensatez».
El reinado de los Reyes Católicos, con la consiguiente unión de las coronas de Aragón y Castilla y León, es señalada por el nacionalismo catalán como el origen de todos los males de Cataluña. Según apunta la guía turística que se distribuye por Barcelona, la región fue «privada de oportunidades comerciales con América y se convirtió en una tierra empobrecida». Lo cual sumado a la actuación de la Inquisición, cuya versión moderna recuperaron los Reyes Católicos, sirve de hilo argumental para sostener una versión distorsionada del relato histórico.




Sin embargo, más allá de los inevitables episodios de tensión entre los distintos reinos de la península, lo cierto es que la relación entre Castilla y Cataluña fue siempre aceptablemente buena. Como recuerda Henry Kamen en su último libro, «España y Cataluña: Historia de una pasión», en 1479 la ciudad de Barcelona comunicó a Sevilla, poco después de la unión de coronas: «Ahora somos todos hermanos». Fue muy posteriormente, a partir del siglo XIX, cuando algunos autores catalanes comenzaron a culpar a los castellanos y a la unión de coronas de haber causado perjuicio a las iniciativas empresariales de Cataluña durante siglos. La propaganda nacionalista argumenta que la castellanización de Cataluña destrozó la economía de la región y atacó su cultura. Es, en suma, el origen y causa del declive de Cataluña según el discurso nacionalista.
Pero, ¿realmente los comerciantes catalanes estaban excluidos de las actividades en el Nuevo Mundo? Hasta 1520 muchos puertos españoles tenían libertad de comercio con el Caribe, pero posteriormente se creo un monopolio estatal controlado en Sevilla. Cientos de catalanes se desplazaron hacia esta ciudad y a América donde pudieron comerciar libremente desde 1524. Cabe mencionar que el monopolio nunca fue excesivamente restrictivo.
No en vano, si existió un periodo de claro declive económico en la ciudad de Barcelona –enclave comercial de la Corona de Aragón y sus territorios en el Mediterráneo– pero se produjo antes de la llegada de los Reyes Católicos. Entre 1462 y 1472, la ciudad de Valencia alcanzó un mayor desarrollo y superó comercialmente a Barcelona. Así y todo, fue una crisis motivada por razones demográficas y por epidemias.
El intento de asesinato del Rey Fernando

«¡O, Santa María, y valme! ¡O, qué traición!», gritó Fernando el Católico cuando recibió una puñalada en la nuca, según el cronista Andrés Bernáldez. Era diciembre de 1492, el séptimo día, cuando el monarca fue objetivo de un atentado a cargo de enfermo mental. El intento de magnicidio tuvo lugar en Barcelona, una ciudad donde Fernando apenas había estado más de seis meses en todo su reinado. Su acercamiento a Castilla le había creado las enemistades suficientes como para temer que se tratara de un asesinato con intenciones políticas.


Inmediatamente, los guardias reales saltaron sobre el agresor, Juan de Cañamares, y no lo mataron allí mismo porque el rey se lo impidió. Prefirió dejarlo en manos de la Inquisición, que lo condenó a muerte por intento de magnicidio. Nunca se hallaron razones políticas detrás del suceso.

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