Barcelona, primera capital de la Hispania goda (y por tres veces)


BARCELONA, PRIMERA CAPITAL DE LA HISPANIA GODA (Y POR TRES VECES)



Ataúlfo

La caída del imperio romano fue lenta, salpicada de convulsiones, sobresaltos, reconstrucciones y recaídas. La aparición de los godos tendría un papel fundamental en la constitución de un sentido de unidad de gens (gentes) en el nuevo reino que se iría forjando en Hispania y que acabaría conociéndose como el reino visigodo de Toledo, que iría del siglo V al VIII. Nuestra intención no es realizar un tratado de historia, sino pincelar cómo se fue logrando, ante la caída de un imperio, y la emergencia de nuevas fuerzas invasoras, un sentimiento de unidad en la península ibérica. Todo ello pretende demostrar la dificultad de explicar el origen de una nación, no como hacen los nacionalistas que configuran en su imaginación un pueblo perenne e inmortal y ajustan todos los datos históricos para reforzar esa imagen pre-concebida.

Todavía se oyen recriminaciones a la escuela “franquista” por la “inutilidad” de aprenderse a lista de los treinta y tres reyes godos. No tema el lector que no nos embarcaremos en dicha retahíla de nombres, la mayoría de ellos impronunciables. No obstante, conviene detenerse en algunos para descubrir lo que representó la España goda, en la cual el territorio de la futura Cataluña estaba totalmente integrado. El primer nombre de la lista de los reyes godos (visigodos para más exactitud) es Ataúlfo. De él apenas sabemos nada, salvo que fue coronado rey al estilo germánico a la muerte de su primo Alarico. También sabemos que albergaba el deseo de finiquitar el imperio romano (que ya estaba en sus últimos estertores) y constituir un imperio propio. Sin embargo, llegó a un pacto con el emperador romano Honorio.

Todo ello pretende demostrar la dificultad de explicar el origen de una nación, no como hacen los nacionalistas que configuran en su imaginación un pueblo perenne e inmortal

Éste le concedía tierras en las Galias a cambio de que retornaran a Gala Placidia (hija del Emperador Constancio II que Alarico había tomado como rehén tras el sitio de Roma). Ataúlfo, al que se considera el fundador del poder político godo (su gobierno fue mucho más estable que el de las hordas de Alarico que asolaron la vieja roma), no cumplió su pacto. Se casó con la susodicha Gala Placidia y se ganó las iras del emperador.

Ello le llevó a tener que retirarse hacia lo que llamaríamos la Galia Narbonense y Aquitania. Este dato no deja de ser importante, pues el catalanismo nunca dejó de soñar con la posibilidad de que la Aquitania hubiera sido parte de un gran “reino catalán” que abarcara ambos lados de los Pirineos; hecho que la historia se negó a conceder y sobre lo que evidentemente el nacionalismo debía buscar culpables.




Mausoleo de Gala Placidia en Rávena

La presión militar del Emperador Honorio llevó a que Ataúlfo se retirara hasta entrar en Hispania; un camino que cinco años antes había realizado los suevos, vándalos y alanos (arrasando todo a su paso). La gran diferencia de las anteriores razzias bárbaras es que Ataúlfo fue un rey capaz de asentar una corte e intentar una organización política centralizada. Esta labor la realizó en Barcino (Barcelona) donde instaló su gobierno o corte.

Desde ahí quiso gestar su soñado imperio, aunque su acercamiento a Roma le grajeó enemistades peligrosas que provocaron su asesinato. Lo que queremos destacar, sin embargo, es que la primera capital de España, en el período visigodo, fue varias veces Barcelona, incluso antes de que acabara asentándose en Toledo. La historia que sigue es tan sencilla como la naturaleza humana, esto es, cruel: asesinatos de reyes y manipulaciones políticas estuvieron al orden del día. El Emperador Honorio pagó a los godos para que exterminaran a vándalos y alanos, cosa que hicieron (sólo se salvaron los suevos que acabarían integrándose con los godos a regañadientes). A cambio, el emperador les regaló Aquitania, pasando la capital visigoda de Barcelona a Tolosa.

Ataúlfo fue un rey capaz de asentar una corte e intentar una organización política centralizada. Esta labor la realizó en Barcino (Barcelona) donde instaló su gobierno o corte.

Pero la historia tenía sus propios planes. La aparición de los hunos, con Atila al frente, y los levantamientos de los suevos todavía no suficientemente domados, llevaron a que los visigodos desplazaran nuevamente hacia Hispania (El lector ya puede intuir que los nacimientos de las naciones no son tan idílicos como sueñan los nacionalistas). Tras la disolución oficial del imperio romano occidental (en el 476), los visigodos se vieron libres para consolidarse entre las Galias e Hispania. Ya en 474 Eurico, fanático arriano [el arrianismo era una herejía que portaban los godos sobre sus caballos], había conquistado Tarraco.



La Hispania visigoda cuando incluía la Septimania

Durante el reinado de Alarico II (en el cambio del siglo V al VI) el reino godo ocupaba buena parte de la península ibérica y de Francia. Sin embargo la presión de los francos, y la muerte de Alarico II en la batalla de Vouillé (507), llevaron a que los godos se fueran replegando definitivamente hacia Hispania. Su sucesor Gasaleíco, volvió a instalar la Corte en Barcelona. Desde ahí intentó recuperar a los francos la Septimania y la Provenza. Aunque por aquél entonces Cataluña sólo existía en la mente de Dios, los historiadores románticos y políticos catalanistas, han puesto siempre sus ojos en la Septimania, como si perteneciera a la esencia ancestral y pre-romana de Cataluña. Más adelante relataremos cómo se conjuga todo ello con la cruzada albigense y el posicionamiento los primeros catalanistas (que aunque eran católicos, no ocultaban sus simpatías por los cátaros, pues éstos ocupaban la Septimania y, por tanto, eran como primos hermanos con los que había que solidarizarse).
Gasaleíco, volvió a instalar la Corte en Barcelona. Desde ahí intentó recuperar a los francos la Septimania y la Provenza.



Amalarico, el tercer rey visigodo que hizo de Barcelona nuevamente la capital de Hispania.

Fue con Gaseleíco cuando definitivamente entraron en Hispania unos 200.000 godos militarizados, casi todos arrianos (la herejía anticatólica que negaba la divinidad de Cristo). En ese momento, en la península residían unos siete millones de hispano-romanos que ya habían asumido el catolicismo plenamente y que se resistirían a ser convertidos al arrianismo, a pesar de que el poder estaba en manos de los godos. La saga de éstos reyes fue toda una odisea de idas y venidas, asesinatos, pactos y traiciones. Amalarico, cuyo reinado fue entre 526 y 531, intentó que la capital goda fuera nuevamente Narbona, pero las intrigas le llevaron a que Barcelona fuera su lugar de residencia que, por tercera vez, se convirtió en la capital goda. Su sucesor Teudis, fue el que finalmente trasladó la capital de Barcelona a Toledo, y de ahí la denominación actual del reino visigodo de Toledo. ¿Y qué pasaba con Madrid? preguntará algún lector. Simplemente no existía. La primera noticia histórica que tenemos data de finales del siglo IX, cuando el emir cordobés Muhammad I levantó una fortaleza en un promontorio junto al río Manzanares, en el lugar donde se alza hoy la catedral de la Almudena.

Javier Barraycoa


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