El más prodigioso inventor de nuestro tiempo… Hacía los Primeros Viernes

Eduardo Montes Esteire


Nos referimos aquí a Leonardo Torres Quevedo, nacido en Santa Cruz de Iguña (Cantabria), el 28 de Diciembre de 1852 y fallecido en Madrid, el 18 de Diciembre de 1936, a los 84 años de edad.
Fue ingeniero y matemático. Invento en 1895 una máquina de calcular ecuaciones que es precursora de las computadoras electrónicas de hoy . El 25 de octubre de 1906, en la ría de Bilbao hizo evolucionar un bote sin tripulantes por ondas hertzianas, gracias al telekino, desde la terraza del Club Náutico. El bote avanzó, retrocedió, viró en redondo, sorteó otras embarcaciones que había en el puerto y llegó a la escala del vapor Elcano, donde se hallaba la representación oficial. El telekino es precursor de los cohetes teledirigidos de hoy.
El 10 de febrero de 1916 se inauguro en las Cataratas del Niágara el transbordador que Torres Quevedo proyectó y se adjudicó en concurso internacional, y sigue funcionando en la actualidad. En 75 años no ha tenido ni un accidente ni una avería grave. En América lo llaman Spanish aerocar. Va sostenido por seis cables y anclaje con contrapesos, con lo cual se mantiene constante la tensión de los cables, independientemente del peso, según la barquilla estuviera más o menos cargada de gente; y le proporciona un alto coeficiente de seguridad. Antes de construirlo en el Niágara, lo instalo en el Monte Ulía de San Sebastián en 1907 para probarlo. Fue el primer tranvía aéreo del mundo. En 1914 invento el ajedrecista mecánico, que siempre gana. Es una máquina precursora de los robots de hoy. Se conserva en la Escuela de Ingenieros de Caminos. En 1951 fue presentado por Gonzalo Torres Quevedo (hijo del inventor, ayudante y colaborador suyo) en París, en un Coloquio Internacional de Cibernética, y dio mate a Tartakower, entonces campeón del mundo de ajedrez. La máquina anuncia por un altavoz al contrincante cuando hace trampa o se equivoca. A la tercera se “enfada” y no juega más.
Este invento del “autómata ajedrecista” junto con el del “aritmómetro”, que es una calculadora conectada a una máquina de escribir antecesora de la calculadora digital, lo constituyen nada menos que en precursor de la informática.
En 1902, Leonardo Torres Quevedo presentó en las Academias de Ciencias de Madrid y París el proyecto de un nuevo tipo de dirigible que solucionaba el grave problema de suspensión de la barquilla al incluir un armazón interior de cables flexibles que dotaban de rigidez al dirigible por efecto de la presión interior. En 1905, con ayuda de Alfredo Kindelán, Torres Quevedo dirige la construcción del primer dirigible español en el Servicio de Aerostación Militar del Ejército, creado en 1896 y situado en Guadalajara. Finalizan con gran éxito, y el nuevo dirigible, el España, realiza numerosos vuelos de exposición y prueba. A raíz de este hecho empieza la colaboración entre Torres Quevedo y la empresa francesa Astra, que llegó a comprarle la patente con una cesión de derechos extendida a todos los países excepto a España, para posibilitar la construcción del dirigible en el país. Así, en 1911, se inicia la fabricación de los dirigibles conocidos como Astra-Torres. Algunos ejemplares fueron adquiridos por los ejércitos francés e inglés a partir de 1913, y utilizados durante la I Guerra Mundial, en muy diversas tareas, fundamentalmente de protección e inspección naval.
En 1918, Torres Quevedo diseñó, en colaboración con el ingeniero Emilio Herrera Linares, un dirigible trasatlántico, al que llamaron Hispania, que llegó a alcanzar el estado de patente, con objeto de realizar desde España la primera travesía aérea del Atlántico. Por problemas de financiación el proyecto se fue retrasando y fueron los británicos John Alcock y Arthur Brown los que atravesaron el Atlántico sin escalas desde Terranova hasta Irlanda en un bimotor biplano Vickers Vimy en 16 horas y 12 minutos.
Leonardo desarrolló otros muchos inventos, algunos tan ingeniosos como un Sistema para guiarse en las ciudades, que patentó al menos en Gran Bretaña y en España
En los últimos años de su vida Torres Quevedo dirigió su atención al campo de la pedagogía, a investigar aquellos elementos o máquinas que podrían ayudar a los educadores en su tarea. Patentes sobre las máquinas de escribir (patentes n.º 80121, 82369, 86155 y 87428), paginación marginal de los manuales (patentes n.º 99176 y 99177) y las del puntero proyectable (patente n.º 116770) y el proyector didáctico (patente n.º 117853).
El puntero proyectable, también conocido como puntero láser se basa en la sombra producida por un cuerpo opaco que se mueve cerca de la placa proyectada, esta sombra es la que utilizaría como puntero. Para ello diseñó un sistema articulado que permitía desplazar, a voluntad del ponente, un punto o puntos al lado de la placa de proyección, lo que permitía señalar las zonas de interés en la transparencia. Torres Quevedo expresa así la necesidad de este invento: «Bien conocidas son las dificultades con las que tropieza un profesor para ilustrar su discurso, valiéndose de proyecciones luminosas. Necesita colocarse frente a la pantalla cuidando de no ocultar la figura proyectada para llamar la atención de sus alumnos sobre los detalles que más les interesan y enseñárselos con un puntero».
También construyó un proyector didáctico que mejoraba la forma en la que las diapositivas se colocaban sobre las placas de vidrio para proyectarlas.
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Tras esta exposición creemos más que justificada la primera parte del título de este artículo “el más prodigioso inventor de nuestro tiempo” que le atribuyó el periódico francés Le Figaro en mayo de 1930. Y lo de que “hacía los primeros viernes” lo sabemos por el testimonio del padre Jorge Loring S.I. que citamos a continuación:
En 1976 estuve en Toledo predicando conferencias cuaresmales, y entonces tuve la satisfacción de conocer a Valentina Torres Quevedo, hija del inventor… Ella me dijo que su padre murió como un buen cristiano, como había vivido: comulgaba todos los Primeros Viernes de mes (Jorge Loring, Para salvarte, Madrid: EDAPOR, 1996, p. 53)
Y habría que añadir lo que hemos leido en otras fuentes: que en los dias de su última enfermedad este gran hombre de ciencia releía el Catecismo que había aprendido en su infancia.

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