Felipe II un soberano protector de la ciencia
Escribe: José Luis Orella .- España fue durante el siglo XVI y el XVII, la primera potencia del mundo. Resulta imposible pensar que estuviese divorciada de la ciencia, una nación, que bajo el reinado del emperador Carlos sucederá la gesta de dar la vuelta al mundo por primera vez en la historia de la humanidad.
También es cierto, que los monarcas, como personas sagaces y eminentemente prácticos, favorecían aquellas ramas de la técnica que tenían un uso útil inmediato para sus intereses: la arquitectura, tanto civil como militar; la fortificación; la artillería; la ingeniería de minas; la construcción naval; la navegación; la cartografía, etc.
El antecedente lo había instituido Enrique el Navegante en Portugal, al fundar la escuela de Sagrés, donde se formaron los pilotos y cartógrafos lusos que luego proporcionaron un imperio ultramarino que acabo unido al español bajo el reinado de Felipe II. Durante su gobierno se amplió la importancia de aquellos técnicos, acomodados como “criados del rey”, que le proporcionaron sus valiosas invenciones. Entre ellos destacaron el relojero italiano Juanelo Turriano, que conseguirá, con un modelo de más de 80.000 piezas, un ingenio que subía agua del río Tajo a la ciudad de Toledo. También figuró el aragonés Pedro Juan de Lastanosa, experto en obras hidráulicas, que recopilará gran parte de los inventos de aquel entonces. Otro hombre que destacó y fue sobradamente conocido, fue el arquitecto Juan de Herrera, que plasmará en piedra parte de los sueños del monarca, el principal de ellos, el monasterio de El Escorial. Y no se podría olvidar al navarro Jerónimo de Ayanz, experto en ingeniería de minas, pero que también desarrollará prototipos de buceo humano, incluso de algún protosubmarino.
Sin embargo, un imperio necesitaba la formación de instituciones pedagógicas técnicas que desarrollasen sus saberes, con maestros traídos de todo el orbe, porque España, como primera potencia del mundo, era el centro en aquel momento. De esta forma, de la mano de Juan de Herrera, nació la Academia Real de Matemáticas. Una institución que tenía como objetivo suplir al imperio de aquellos técnicos matemáticos que necesitaba en las artes de navegación, artillería e ingeniería de fortificación. La Casa de Contratación de Sevilla, conocida exclusivamente por su carácter aduanero, se convertirá en la principal institución científica de su época, al ser la formadora de los pilotos mayores y cartógrafos que tendrán como misión comunicar España con su imperio ultramarino (América, Filipinas, archipiélagos del Pacífico, India y posesiones africanas de Portugal). El Consejo de la Guerra también considerará importante la creación de una cátedra de matemáticas y fortificación.
Por otro lado, los tercios invencibles necesitaban un aprovisionamiento regular continuo de hombres, dinero, armamento y municiones. Felipe II, promocionó una especie de cluster en la provincia vasca de Guipúzcoa, donde los fueros favorecían un modelo de desarrollo económico que permitía a su población especializarse en la construcción naval y armas portátiles y armaduras para los tercios durante dos siglos. La localidad de Placencia de las Armas se hará famosa por la fabricación de arcabuces y mosquetes.
Pero el Imperio dependía de América, y para España era vital la construcción naval para mantener el contacto regular con el nuevo continente. Para aumentar el rendimiento del transporte marítimo, los expertos navales estudiaron cuales debían ser los modelos mejores para un viaje transoceánico. Los prototipos seleccionados serán los propuestos a los constructores para homogeneizar lo mejor posible los navíos que participasen en la Carrera de Indias. En aquel tiempo, la última frontera de la tecnología era la industria naval, como actualmente es la aeronáutica espacial o biotecnología. España era la gran potencia que estaba en primera línea de los avances tecnológicos. Por aquella razón, los primeros tratados de construcción naval fueron escritos por españoles, como Juan Veas, Juan Escalante y Diego García de Palacio.
Aquellos tratados junto a otros 40.000 libros que recogían el saber conocido fueron recopilados en la inmensa biblioteca que Felipe II mandó construir en El Escorial, como el mayor centro universal del saber del momento.
Felipe II, lejos de oponerse de forma oscurantista a la ciencia moderna la promovieron enormemente. Felipe II adoptó siempre una generosa labor de mecenazgo de numerosas iniciativas científicas. El rey prudente fundó la Academia de Matemáticas en 1583 y para ella adquirió un edificio a la vera del Palacio real; fue la primera de Europa. En 1552 se había creado la cátedra de Cosmografía en la sevillana Casa de Contratación donde se explicaba el famoso libro de Pedro de Medina, leído en todo el continente. Otras muestras de interés del rey por la Ciencia fueron la creación del Gabinete de Alquimia y la creación de la biblioteca del Escorial, de cuya organización se encargó su amigo personal y humanista Benito Arias Montano. Arias Montano dispuso que los libros se ordenaran por lenguas, y que se clasificaran en 74 materias, 21 de las cuales eran científicas. El rey también dispuso que los inventores depositaran sus modelos en el Alcázar y El Escorial. Debe señalarse también los códices de Leonardo da Vinci que fueron traídos a España por Pompeo Leoni desde Milán a instancias del rey Felipe II, mucho antes de que se reconociese el valor científico de Leonardo. En 1562 se creó en Salamanca la cátedra de Matemáticas, donde el copernicanismo se asentaría confortablemente, encomendado la enseñanza a García de Céspedes.
Respecto a la Pragmática de 22 de noviembre de 1559 que prohibía estudiar en las universidades extranjeras, (exceptuando las de la Corona de Aragón, la portuguesa de Coimbra y las universidades italianas: la de Bolonia, la de Roma y la de Nápoles): ¿Servirá para algo insistir una vez más en que no hubo tal prohibición de estudiar y tampoco tal prohibición de importar? La prohibición de 1559 de estudiar en las universidades extranjeras (similar a otros decretos emitidos en otros países) sólo se dirigía a los castellanos y no al resto de los españoles, quienes continuaron estudiando libremente en el extranjero. Y mucho después de esta fecha, los pocos castellanos y aragoneses que lo deseaban continuaron estudiando fuera, mientras el estado se hacía el ignorante. Los controles lejos de restringir la educación quizás más bien la fomentaron: Castilla después de 1559 tenía proporcionalmente más estudiantes en sus universidades que Inglaterra o los Países Bajos. Y por si esto fuera poco nos dice el gran Marcelino Menéndez y Pelayo: “Pero ¿cómo hemos de esperar justicia ni imparcialidad de los que, a trueque de defender sus vanos sistemas, no tienen reparo en llamar sombrío déspota, opresor de toda cultura, a Felipe II, que costeó la Políglota de Amberes, grandioso monumento de los estudios bíblicos, no igualada en esplendidez tipográfica por ninguna de la posteriores, ni por la de Walton, ni por la de Jay; a Felipe II, que reunió de todas partes exquisitos códices para su biblioteca de San Lorenzo y mandó hacer la descripción topográfica de España, y levantar el mapa geodésico, que trazó el maestro Esquivel, cuando ni sombra de tales trabajos poseía ninguna nación del orbe; y formó en su propio palacio una academia de matemáticas, dirigida por nuestro arquitecto montañés Juan de Herrera; y promovió y costeó los trabajos geográficos de Abraham Ortelio; y comisionó a Ambrosio de Morales para explorar los archivos eclesiásticos, y al botánico Francisco Hernández para estudiar la fauna y la flora mejicanas?”
Ya durante su adolescencia el monarca mostraba una prodigiosa ambición intelectual. Su interés por los libros fue precoz y desde temprana edad, empezó a reunir una gran biblioteca (con obras de Durero, Vitrubio, Dante, Petrarca…) que abarcaba desde libros de Erasmo de Rotterdam hasta temas científicos; es significativo a este respecto, que incorporase a su biblioteca personal el De Revolutionibus, de Copérnico, solo dos años después de publicarse, en 1543 también compró un Corán en Valencia, también leyó de adolescente La inmortalidad del alma de Pico de la Mirándola, pero a la vez tenían sitio en su biblioteca las obras herméticas de Marsilio Ficino, la Historia Natural de Plinio el Viejo, las fabulas de Esopo en griego y en latín, el Dictionarium Trilingüe del protestante, hebraísta y matemático Sebastian Münster, De rebús metallica de Agricola y de De arte cabbalistica de Reuchlin; estas colecciones de libros para un príncipe adolescente incluían volúmenes de música, astronomía, matemáticas, geografía, alquimia, magia, hermetismo, filosofía y teología. En el momento de su muerte su colección contaba con más de catorce mil volúmenes, que incluían 1000 en griego, 94 en hebreo y cerca de 500 códices árabes. Era la mayor biblioteca privada del mundo occidental. Había empezado su biblioteca con "La guerra judía" de Flavio Josefo, las "Metamorfosis" de Ovidio y una Biblia en cinco volúmenes.
Felipe II un soberano protector de la ciencia - La Abeja
Francisco Hernández y la primera expedición científica
por José Carlos Mena | Mar 16, 2022
Expediciones
Descubrimientos que cambiaron la historia, nuevas tierras que abrieron horizontes, otros continentes, exploradores atrevidos y valientes, ríos caudalosos por navegar, pueblos desconocidos, animales exóticos y plantas con propiedades especiales. A partir de 1492 todo cambió, el mundo, hasta entonces conocido, pasó a ser enorme, mucho más grande, con unas posibilidades inmensas.
Y no todo fue ampliar el territorio ni fundar universidades o hospitales, ni hacer caminos o afianzar el comercio. También era preciso conocer la costa, los accidentes geográficos, la fauna y la flora de aquellas nuevas tierras. Cartógrafos, dibujantes, científicos, médicos y navegantes avezados para poner las primeras piedras del renacimiento, para avanzar por aquella larga senda.
Todos, o casi todos, conocemos la expedición científica de Alejandro Malaspina, amén de otras grandes expediciones con el mismo fin que se hicieron en el siglo XVIII. También conocemos esa primera expedición con fines médicos que fue llevada a cabo por Balmis para llevar la vacuna de la viruela a todos los rincones de España, de uno y otro hemisferio. Pero, ¿conocéis la expedición científica que llevó a cabo el doctor Francisco Hernández de Toledo en el siglo XVI para hacer la historia natural de las cosas de las Indias? Aquí os doy los detalles.
Felipe II, amante del conocimiento
Felipe II, a pesar de toda la soflama negrolegendaria, a pesar de los intentos por degradarlo y pintarlo como un ser inferior vestido de negro (por cierto, tinte carísimo obtenido del “palo de campeche), era un hombre muy culto, avanzado para su época, amante del renacimiento, apasionado por el arte y la arquitectura, preocupado por el conocimiento y por los libros. Fundó la Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, la mejor biblioteca histórica del mundo; promotor de artistas, escultores y pintores; contribuyó al desarrollo de la farmacopea y la alquimia, siempre buscando avances médicos y científicos; y lo que también hizo fue encargar la primera expedición científica de la historia, confirmando el interés de la corona en la Materia Médica Americana.
El encargado de aquel proyecto fue el médico toledano Francisco Hernández de Toledo, de gran formación científica y estudioso de la naturaleza. Terminó medicina en la Universidad de Alcalá de Henares y ejerció como médico tanto en Sevilla como en Toledo. Ejerció también en el hospital del monasterio de Guadalupe y, sobre el año 1565, fue nombrado médico de la corte.
Francisco Hernández de Toledo
Por méritos propios, por ser el más apropiado para ello, Felipe II lo eligió para dirigir aquella expedición científica que se llevaría a cabo por los territorios de Nueva España y a la que dotaría con 60000 ducados. En 1570 lo nombra “protomédico general de nuestras Indias, islas tierra firme del mar Océano”. Se abrían posibilidades tanto en cuestiones comerciales como en posibles avances médicos. Las instrucciones eran claras:
“Primeramente, que en la primera flota que destos reinos partiere para la Nueva España os embarqueis y vayais a aquella tierra primero que a ninguna otra parte de las dichas Indias, porque se tiene relación que en ella hay más cantidad de plantas e yerbas y otras semillas medicinales conocidas que en otras partes”.
“Item, os habéis de informar donde quiera que llegaredes de todos los médicos, cirujanos, herbolarios e indios e otras personas curiosas en esta facultad y que os pareciere podrán entender y saber algo, y tomar relación generalmente de ellos de todas las yerbas, árboles y plantas medicinales que hubiera en la provincia donde os hallárades”
“Otrosí os informareis qué experiencia se tiene de las cosas susodichas y del uso y facultad y cantidad que de las dichas medicinas se da y de los lugares adonde nascen y cómo se cultivan y si nascen en lugares secos o húmedos o cerca de otros árboles y plantas y si hay especies diferentes de ellas y escribireis las notas y señales”
“De todas las cosas susodichas que pudiérades hacer experiencia y prueba la hareis (…) las escribiréis de manera que sean bien conosdidas por el uso, facultad y temperamento dellas (…)”
Materia Médica Mexicana
Con la idea de conocer más sobre la flora en aquellas tierras, siempre para fines médicos o científicos, y con la misión clara encomendada por el monarca, Hernández partió en agosto de 1571, junto a su hijo Juan, y tras varias escalas en Gran Canaria, Santo Domingo y la Habana, llegó a Veracruz, Nueva España, en febrero de 1572. Era su primer destino, aunque no el último pues también la mandaban a explorar el virreinato del Perú. Un viaje largo, una aventura desconocida y un camino para el conocimiento del mundo, dejando constancia del mismo.
En aquella expedición viajaban, además, un geógrafo, varios pintores indígenas, botánicos y también médicos indígenas que ayudaron a recopilar toda la información posible. Un grupo heterogéneo para recoger datos, muestras, dibujar especies nuevas y catalogarlas según sus características o propiedades. Toda una idea innovadora y científica en en siglo XVI, que abría un horizonte nuevo a la botánica y a la medicina más empírica.
Y cuando desembarcó se puso manos a la obra tal y como le habían indicado. Se puso en contacto con varios médicos que ejercían en Ciudad de México y recogió su experiencia. Se relacionó con Francisco Bravo, médico sevillano, autor de la “Opera medicinalia (México, 1570), el primer libro de medicina impreso en América. También con Alonso López, cirujano del Hospital de San José de Indios (autor de una Summa y Recopilación de Chirugía) y con Agustín Farfán, autor de varios tratados de medicina. También contactó con otros profesionales, conocedores de la práctica indígena, todo para poner los cimientos de aquella empresa.
Plantas medicinales
Así, con estos mimbres, tomando prestados numerosos tratados, hablando con los profesionales médicos y recogiendo la experiencia de ellos, Hernández comenzó la investigación de la Materia Médica Mexicana, en marzo de 1571, recorriendo Nueva España, en varias fases y siempre desde un convento con enfermería. En Noviembre de 1571, de regreso a Ciudad de México, había clasificado 800 plantas medicinales. Un trabajo descomunal.
Hernández, estudiaba cada planta medicinal in situ. Después realizaba diferentes pruebas farmacológicas en los hospitales de los conventos, observando los efectos de las drogas medicinales en los enfermos internados en ellos. Un hospital que visitó mucho fue el Hospital Real de Naturales, en Ciudad de México.
Recopilación, toma de datos, observación y cientos de dibujos llevados a cabo durante 3 años. Una ingente cantidad de material que lo llevó a radactar, en septiembre de 1574, 10 volúmenes de pinturas de plantas y otros animales y 24 de textos de aquella Historia Natural de México. Unos 2000 dibujos de unas 3000 plantas y 500 animales.
38 volúmenes de dibujos y notas
Después de varias prorrogas en su nombramiento y de atender una terrible pandemia de tifu exantemático, Hernández embarcó en Veracruz en marzo de 1577 con 22 tomos de libros, 68 talegas de simientes y raíces, ocho barriles y cuatro cubetas con árboles y hierbas medicinales mexicana. Previamente, en marzo de 1576, partieron del mismo puerto, 16 volúmenes rumbo a España. En total aglutinó 38 volúmenes de dibujos y notas descriptivas (algunas de ellas en náhualt)
Al llegar a Sevilla, plantó en los jardines del alcázar las plantas y semillas medicinales traídas, labor que concluyó el 16 de septiembre de 1577, momento en el que partió hacia la Corte para presentar el Memorial a Felipe II. Los libros que había concluido, bellamente encuadernados, fueron conservados por el monarca en su guardajoyas.
Los originales perdidos
Al regresar a España, Felipe II, con gran entusiasmo, encargó a un médico napolitano, Nardi Antonio Recchi, una publicación abreviada que, por diversos retrasos sobrevenidos, no vio la luz hasta 1635 y 1651. Los originales se perdieron, seguramente en el incendio que sufrió el Escorial en 1671 por lo que solo se conocen fragmentos de su extensa obra. Una verdadera lástima.
Posteriomente, en 1790, y gracias a nuevo material aparecido en el Colegio Imperial de los Jesuitas en Madrid, el médico Casimiro Gómez Ortega, publicó una nueva compilación, titulada “Francisci Hernandi, medici atque historici Philippi II, Hispan et Indiar. Regis, et totius novi orbis archiatri, opera: cum edita, tum inedita, ad autographi fidem et integritatem expresa, impensa et jussu regio”.
Cientos de plantas catalogadas, una labor grandiosa, una experiencia fuera d toda duda. Y, sobre todo, una expedición que buscaba unos fines científicos y medicinales. Avanzando en todos los frentes. Por aquel viaje, por aquel trabajo, incluso un género botánico fue nombrado como “Hernandia” en honor de Francisco Hernández.
Para saber más, aconsejo este enlace de la Real Academia de la Historia. Un artículo sobre Francisco Hernández de Toledo escrito por Francisco Guerra: Francisco Hernández
https://sonrisasenelcamino.es/franci...on-cientifica/
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