por Grupo Folchia
Historia de la Farmacia
Facultad de Farmacia
Universidad Complutense de Madrid
2.3. El escenario de la corte: Madrid
Alcázar de Madrid
Una gran parte de la Ciencia producida en la Europa Moderna se realiza en las cortes, centros fácticos del poder, que reclutarán a toda una serie de personajes, enmarcados dentro de la terminología actual de científico. La Ciencia, al igual que otras formas de cultura, abandonará los monasterios y universidades, sus lugares de cultivo durante la Edad Media, y pasará a conformar un elemento más de la sociedad cortesana. Fueron muy pocos los monarcas renacentistas y barrocos que no atesoraron animales, plantas y toda suerte de objetos exóticos, conformando gabinetes de Historia Natural, museos, colecciones y jardines, nuevos habitáculos de nacimiento y desarrollo de la Ciencia.
Además, la corte no será únicamente escenario, también se convertirá en una vía de legitimación. Así, Ciencia y corte serán dos términos íntimamente unidos a lo largo de todo el período de tiempo marcado en el presente estudio. Esta unión determinará, indefectiblemente, las especiales características de los resultados obtenidos en materia científica.
De esta asociación surge un nuevo tipo de personaje, el científico cortesano, que va a entrar en una formación elitista, capaz de ofrecerle la oportunidad de demostrar en obras su potencial personal pero también, a su vez, de sumergirle en un mundo de intrigas donde el objetivo final es acercarse lo más posible a la persona del monarca. El científico cortesano se caracteriza por dos aspectos que le diferencian de cualquier otro coetáneo: su calidad de siervo del monarca, está en la corte por sus conocimientos sobre una determinada materia que interesa a la corona, y su disponibilidad.
La Monarquía Hispánica no permaneció ausente de esta nueva forma de entender la Ciencia, muy al contrario, la ejerció de forma activa. La corte española renacentista va a ser testigo de numerosas prácticas científicas, enfocadas en tres planos diferentes de actuación: un medio de promocionar y ensalzar la Monarquía, un instrumento para mantener un imperio y una herramienta para procurar la salud de su principal representante, el monarca.
2.3.1. Los cosmógrafos del rey
Cosmografía y cosmógrafo fueron términos que, en el siglo XVI, se confundieron con Geografía y geógrafo. Ambas ciencias y ambos oficios se dedicaban a la descripción del mundo; las partes de la naturaleza; los varios círculos imaginarios del cielo; la cantidad de días, noches y horas; la causa de los eclipses; los nombres de los vientos… En definitiva, expertos en Geometría que se dedicaban a la descripción del Universo, tal y como señala el cronista Cristóbal Suárez de Figueroa:
«dibujando el mar y la circunferencia de las islas, enderezando las lineaciones en las cartas de navegar, midiendo la tierra y dividiendo las regiones».
Los cosmógrafos tuvieron una importancia clave en la España del siglo XVI, volcada hacia América. Fue esta utilidad la que llevó a Felipe II, cuando aún era regente, a establecer diversos oficios reales de naturaleza cosmográfica.
Pese a la existencia de dos oficios cosmográficos en la Casa de Contratación de Sevilla (el de Piloto Mayor y el de Cosmógrafo de hacer cartas e instrumentos para la navegación) institucionalizó otros nuevos con diversas obligaciones. En la década de los ochenta, momento de mayor auge de estos oficios, el rey contaba con doce matemáticos a su servicio, en calidad de cosmógrafos.
El Puerto de Sevilla (Claudio Coello)
Desde que Américo Vespucio fuera nombrado piloto mayor de la Casa de Contratación sevillana, en 1508, las cartas de marear en posesión de los pilotos sevillanos debieron de ser considerables. Ésta es la mayor aportación que hizo, obviando la variedad y multitud de nombres que designaban un mismo lugar de la costa. A esto hay que añadir que muchos pilotos usaban sus propias cartas, ya fueran cedidas o con trazado particular. Este mismo año, la cédula real por la que los reyes le nombran piloto mayor expresa las quejas por la falta de conocimientos, de fundamento y de desconocimiento del uso del astrolabio y el cuadrante por parte de los pilotos. En la misma cédula se expresa la necesidad que se desea cubrir de instruir a los mismos, de unir teoría y práctica y de proveer de instrumentos de navegación. Además, sería Vespucio quien valorase y aprobase la facultad a cada piloto. Lo más importante, en cuanto a las cartas se refiere, es la elaboración de un patrón real, que, aunque con un uso restringido comercialmente, remodelado y revisado en varias ocasiones, fue la base para los futuros pilotos.
No obstante, y a pesar de la creación de la cátedra de Cosmografía en el año 1552, Sevilla no pudo contar con un grupo de profesionales teóricos capaces de introducir el estudio de las matemáticas, lo que hubiera ayudado a resolver muchas dudas que la práctica y las discusiones no eran capaces de solventar. A mediados del siglo XVI eran 180 los pilotos y 200 el número de maestres. La eficacia que se deseó establecer sobre la mejora de la navegación no resultó ser efectiva en tanto en cuanto hemos de pensar que estamos en pleno auge de la carrera de navegación y que, en el siglo siguiente, ni se legó al doble del número de personas capaces de pilotar. Pero, con todo, hubo algo que hizo progresar la Náutica desde Sevilla a través de los cosmógrafos. En vez de regirse por los defectos de los que aplicaban la Geografía de Ptolomeo, se acogieron a una representación gráfica de la Tierra (los mapas) en la cual dominaba la experiencia. Es decir, dominaba la plasmación en los mismos de los conocimientos aplicados tras la observación directa. Así se conseguía representar cualquier accidente geográfico, el cálculo de la latitud y longitud según los cánones astronómicos y definir las variaciones de la aguja de marear respecto de las alteraciones magnéticas.
Poco a poco, la Cartografía se fue haciendo totalmente científica. Desde Andrés de Morales o Américo Vespucio, pasando por el más teórico Alonso de Santa Cruz y llegando a Jerónimo de Chaves y Juan López de Velasco, la calidad de los mapas fue siempre en aumento. La alta excelencia teórica fue lo que llevó, como se ha dicho antes, a crear en el año 1552 la cátedra de Cosmografía, recayendo en el citado Jerónimo de Chaves.
Carta de López de Velasco, 1570
En 1564 ya aparecieron obras donde se recogían todos estos avances, tanto los prácticos como los teóricos. Así, Juan Pérez de Moya editó dicho año su Arte de marear, verdadera exposición de los conocimientos del momento. Allí recogió cómo se trazaban las meridianas en las cartas de navegación, el uso del astrolabio, las alteraciones de la aguja o el uso de la ballesta para la estrella polar. Diego de Zúñiga, teólogo y astrónomo de Salamanca editó Didactica Stunica Salmantinencis, en 1584. En este texto recoge la teoría copernicana de la Tierra girando alrededor del Sol. En estos momentos, la Cosmografía hispana es un aspecto que destaca por delante del resto de Europa. Mientras Zúñiga la explicaba en la Universidad de Salamanca, la teoría copernicana era denostada en el resto del continente. Otros, como el matemático Andrés del Río, Andrés de Pozas o Diego García de Palacio, oidor de la Audiencia de México, demostraron tener grandes conocimientos de Astronomía y navegación, dejando bien patente el avance que se alcanzó en estas materias durante el reinado de Felipe II.
Tabla de cálculo astronómico
No podemos dejar este apartado sin referirnos al Cosmógrafo Mayor de Indias, figura muy importante al servicio de la Ciencia en el reinado filipino. Como tal, se creó en las nuevas Ordenanzas de Indias de 1571 (capítulos 105 a 122). Los cosmógrafos tenían entre sus funciones la de formar a los pilotos. Pero la del Cosmógrafo de Indias consistía en la elaboración de cartas de navegación con las derrotas, rutas y viajes desde España a las Indias, y desde allí a cualquier otro punto. En cumplimiento de su trabajo, que le llevó de forma indirecta a enmendar los errores de otras cartas anteriores, Juan López de Velasco, el titular del cargo, sacó a la luz La Geografía y Descripción de las Indias.
Medir la estrella polar, de García de Céspedes
El omnipresente Juan de Herrera, que había diseñado unos instrumentos para la navegación, usó de su influencia para verificar su funcionamiento y, de paso, enmendar y corregir todas las faltas que había en cuanto a los viajes a América se refiere. En el año 1591 sacó adelante su proyecto de enmienda de «las cartas de marear, e instrumentos, reglas y usos tocantes a la navegación». La tarea recayó en Ambrosio de Ondériz. Sería el susodicho Juan de Herrera quien llegase a redactar el modo de proceder de Ondériz. Así por ejemplo, Herrera decía que el astrolabio usado normalmente en el viaje a Indias era pequeño y que la aguja de marear «no dexa de tener algún engaño».
América, Juan Martínez, 1587
Ondériz inició la labor recabando toda la información posible. Luego expuso todos los errores, grandes y pequeños, especialmente sobre la imprecisión de los mapas, algunos de los cuáles se remontaba a más de cien años. Por todo ello, Ondériz propuso en un memorial enviado a Felipe II otro nuevo patrón, con las correcciones hechas y las propuestas para futuros problemas de jurisdicción, todo ello mediante la elaboración de un mapa de menor escala que el anterior «para que quepan en él los puertos, bahías, ríos y otras cosas que no caben en el que hay ahora, por ser el grado tan pequeño». Lo sugerido en el informe fue enviado a los expertos. En noviembre de 1593 se celebró una Junta en la Casa de Contratación y otra en Triana con asistencia de los universitarios. Todos emitieron un informe que se elevó al Consejo de Indias. En el mismo se apela por la construcción de un astrolabio de mayor diámetro, que recogiese medios grados en vez de grados. También una nueva ballestilla que recogiese los senos en su graduación. Se construirían dos agujas de marear. Una de ellas corregida y otra no. Además se propuso elaborar padrones particulares, ya que en la Casa de Contratación sólo existía en general de las Indias.
Como resultado de todo ello, una nueva etapa se abrió en la Cosmografía peninsular. Y ha de ser vista como la culminación de un progreso constante, del empeño regio, del buen ejercicio de los implicados, de los avances técnicos y su aplicación y, especialmente, de la experiencia y la observación entendidas y aplicadas como bases a la solución de los problemas que se generaban, especialmente todos aquellos referentes a la inexactitudes.
Compendio de la arte de navegar, de Rodrigo Çamorano
2.3.2. La Academia de Matemáticas
En el reinado de Felipe II, ser matemático comprendía a todo aquél que se aplicaba a la Aritmética, Geometría, Astronomía y Cosmografía. Por supuesto, la alta estima de que gozaron estas disciplinas llevaba a algunos de sus practicantes a considerarlas de procedencia divina, como hiciera Jerónimo Girava en el año 1533, al definirnos la Geometría:
«No es otra cosa sino un arte […] Esta es la que da armas a nuestros ingenios, la que los exercita y limpia. Desta tomas las demas artes toman su luz y entendimiento: con esta se rastrean las cosas, y se han hallado tantas y tan subtiles invenziones que no sin causa los antiguos tuvieron por cierto qu'el inventor della fuese Mercurio...»
La obra matemática más importante del siglo XVI, Aritmética Práctica y Especulativa del Bachiller Juan Pérez de Moya, vio la luz en el año 1562 a manos del matemático de Jaén Juan Pérez de Moya. Sobre la Aritmética dice que «es cossa muy necesaria para el servicio de la vida humana, y digna de ser sabida de todo hombre que desseare ser presto en el número de los que se sienten desta razón...» La utilidad de este arte, disciplina o Ciencia, no obstante, hubo de ser defendida en varias ocasiones, dado que existía en la sociedad peninsular del momento bastantes reticencias a su aprendizaje y bastantes dudas sobre su interés y necesidad. Las muestras de apoyo a las Matemáticas recayeron en aquéllos encargados de prologar los textos. Veamos qué dijo el doctor Cornejo en la segunda obra de Pérez de Moya, Tratado de Matemáticas, editado en Alcalá en 1573:
«(…) es de matemáticas la suma, entendiendo bien la gran necesidad que hay en España destos principios y fundamentos, no sólo para las scientíficas, mas para todas las artes mecánicas.. en Castellano Romance, estimado en tanto y mucho más el provecho y utilidad de nuestra República… y en poco, en nado, las agudas lenguas, las corvas narizes, y disimuladas risitas de los maldicentes e invidiosos mofadores. Bien sé que avrá muchos tan agenos y desviados destas disciplinas que las menosprecien, como cosas de poco valor y momento, y no necessarias…»
La continua falta de hombres expertos en Cosmografía y navegación, indispensables para asesorar al monarca como para cubrir los oficios específicos, se intentó remediar de forma definitiva creando en Palacio una Academia en donde se enseñaran las ciencias y las técnicas aplicadas a la navegación. El proyecto fue elaborado, en la década de los sesenta, por Juan de Herrera.
Felipe II, en diciembre de 1582, poco antes de volver desde Lisboa, dio las bases para la creación de la Academia de Matemáticas de la corte. Con categoría de «criados del rey», fueron nombrados el día 25 de dicho mes, por medio de cédula real, Juan Bautista de Lavaña y Pedro Ambrosio de Ondériz. Por tal motivo, ambos tenían un fuero personal. Lavaña, designado lector de Matemáticas, recibiría 400 ducados anuales pagaderos en tres partes, más que el por entonces Cosmógrafo Mayor del Consejo de Indias. Ondériz, por su parte, como ayudante, recibiría la mitad. Todo esto se hizo efectivo desde el primer día de 1583,aunque las lecciones empezarían en octubre del mismo año. El lugar donde se habría de ubicar la Academia habría de ser lo más cercano posible al Palacio Real, con salas suficientes y espaciosas. El sitio elegido, tras las correspondientes autorizaciones y ventas, fue una casa que formaba parte del convento de Santa Catalina de Sena.
Ondériz llevó a cabo una importante labor de traducción de los textos más necesarios para la Academia de Matemáticas. A escasos dos años de empezar a trabajar ya tradujo al castellano los libros XI y XII de los Elementos y la Perspectiva y Escapularia de Euclides, los Esféricos de Teodosio y los Equiponderantes de Arquímedes. La docencia de la Academia tenía un marcado carácter cosmográfico.
Así estuvo la situación hasta el año 1591, cuando nuevas ordenanzas reales que condicionaban a Lavaña y a Ondériz con el Consejo de Indias hicieron que la Academia de Matemáticas no tuviera una sede definida, sino que estaba obligada a seguir al Consejo de Indias. Aunque, en la práctica, la Academia sólo hubo de desplazarse una sola vez hasta el año 1628. Las lecciones se impartieron según las directrices dadas por Juan de Herrera y para poder recibir sus salarios, Lavaña y Ondériz debían presentar las certificaciones firmadas por al Aposentador de Palacio, donde habría de constar que habían cumplido con sus obligaciones, lo que demuestra el control efectivo de la Academia por parte de Juan de Herrera.
2.3.3. Ingeniería y arquitectura
Se ha pensado durante mucho tiempo que, en la España renacentista, la mayoría de los ingenieros eran europeos, cuando la realidad, ya demostrada, es que era todo lo contrario. Es cierto, no obstante, que sí llegaron destacados protagonistas, como Juanelo Turriano. También es cierto que existió el hoy llamado espionaje industrial. Por ejemplo, Pedro de Zubiaurre vio en Londres la bomba hidráulica que abastecía a la ciudad, la copió e instaló una idéntica en Valladolid en el año 1503. De cualquier forma sí es aceptable afirmar que la ingeniería peninsular se vio influenciada por la italiana.
Nicolás García Tapia dividió a los ingenieros en varias categorías: los teóricos, los ingenieros-arquitectos, los prácticos y los ocasionales o inventores. Todos ellos supieron sacar partido de la información recibida, llegando incluso a aventajar el estado de esta disciplina en el continente.
Muchos de ellos, especialmente los primeros, eran universitarios, conocían y dominaban varias ramas del saber, en particular las Matemáticas, Geometría y Dibujo. Entre los arquitectos ingenieros se va formando un determinado tipo, cuya principal tarea sería la de trazar y diseñar edificios. Además, según ellos entendieron este término, edificaban puentes, acueductos, presas, puertos... Como vemos, el ámbito de estas dos disciplinas era confuso en el siglo XVI, aunque para dominar la ingeniería era imprescindible conocer la arquitectura.
Eran los ingenieros sin formación en arquitectura, sin estudios teóricos, los que eran acusados de intrusos por parte del autor de Los veintiún libros de los ingenieros y de las máquinas (1564-1575), de Pedro Juan de Lastanosa. Sus enseñanzas empezaban al pie de la obra, por transmisión oral de los conocimientos, o en los gremios de su especialidad. Así, había maestros diqueros, fontaneros, cerrajeros...
Por último tenemos a los inventores ocasionales. Aunque hubo una alta variedad de invenciones, no todas llegaron a ser trascendentes. Incluso fue tanta la afluencia de estos inventores que hubo de ser restringida, como nos hace saber Juan de Herrera en un memorial enviado a Mateo Vázquez, secretario real:
«(…) entiendo haber hecho particulares servicios en haber desengañado de muchas máquinas, que algunas personas no fundadas en ellas han traído en estos reinos y a SMd, ofreciendo con ellas cosas imposibles y no concedidas de la natura; y por mi causa en muchas de ellas no se ha puesto la mano, porque se hubiera perdido la hacienda, tiempo y reputación y el conoscimiento de estas enseñándolo a muchos, que aquí en adelante podrán hacer lo que yo.»
Juan de Herrera dejó manuscrito el texto Architectura y machinas. Para él, la máquina sirve para vencer la naturaleza de los cuerpos pesados. Es decir, en el origen de toda máquina está la gravedad de las cosas. No obstante, esta idea de la máquinas está directamente inspirada en la que diera Vitrubio.
Un importante arquitecto de su tiempo fue el citado Lastanosa. Estuvo en Bruselas y en Nápoles, donde trabajó como ingeniero hidráulico en el año 1559. En 1563, seguramente gracias a su prestigio, fue nombrado «criado ordinario», cobrando 300 ducados anuales de salario. En este año, también cobraban por el mismo concepto en la corte de Felipe II los arquitectos Juan Bautista de Toledo, Juan de Valencia y Juan de Herrera, además del ingeniero mayor Juanelo Turriano, aunque figuraba como relojero
Al inicio de una edificación, lo más importante es la nivelación del terreno. En el Renacimiento esto se hacía mediante instrumentos topográficos. Aunque los niveladores (personas expertas en trabajar mediante el agua) tenían referencias romanas en las que se basaron, se inició una búsqueda de nuevos procedimientos científicos. En este avance intervinieron también astrónomos, náuticos y cosmógrafos. Por ejemplo, el 13 de diciembre de 1573 Felipe II reconoció al arquitecto Juan de Herrera la invención de instrumentos para hallar la longitud y para averiguar la declinación de la aguja magnética. En la Península se llegó a alcanzar gran pericia en la construcción de elementos niveladores para la construcción a manos de Benito de Morales, el citado Juan de Herrera, Pedro Juan de Lastanosa y Pedro de Esquivel.
Las grúas fueron otro instrumento de la ingeniería y arquitectura muy utilizado. Especialmente importante fueron las usadas para la construcción de El Escorial. Aunque no representaron en sí mismas ninguna innovación, destacaron por su enorme tamaño y resistencia. Tanto era esto así que ni Juan Bautista de Toledo ni Juan de Herrera se atrevieron a construirlas. Finalmente, Juan Betesolo, de Flandes, y su ayudante Juan de Laguna, decidieron hacerlas en 1578.
Otros elementos y herramientas de ingeniería fueron los aparatos de elevación y transporte, en los que fue muy diestro Pedro de Santana. Por ejemplo en la construcción de la «gata» o «Gaula». En ella, un hombre se introducía y, mediante poleas, podía ascender y descender a su voluntad por una pared. También el «ergate», especie de torno de arrastre horizontal, capaz de mover barcos en los muelles.
En muchas ocasiones, muchos de estos aparatos nacían en el mismo instante de su necesidad, bien sea de la habilidad mental del ingeniero o del ofrecimiento de un dibujo por otra persona.
2.3.4. La leyenda imaginada
Un aspecto de la Ciencia en el periodo filipino que no puede dejar de ser analizado es el surgido a partir de la relación con las colonias americanas. Para la Historia, el interés científico de estas relaciones se centra en dos aspectos bien definidos. Por un lado, el relativo a la Historia Natural y, por otro, al de la minería y metalurgia. Empecemos por éste último.
El auge de la metalurgia y minería en el siglo XVI europeo está ya bien estudiado. Las minas centroeuropeas y sus trabajos en ellas hicieron, sin duda, que el auge de la industria minero-metalúrgica alcanzase una aceleración inusitada. En España, la presencia de los Fugger en varias instalaciones mineras, especialmente Almadén, desde 1524, es lo más llamativo. Sin embargo, no podemos olvidar que la corona española estaba necesitada de ingresos y apoyaba a cualquier persona capaz de practicar de forma rentable la extracción de metales preciosos. Fue un sevillano, Bartolomé de Medina, quien logró algo que superaría cualquier esfuerzo anterior para aumentar el envío de metales preciosos de América a España. Desarrolló un método de extracción de plata de muy alta calidad mediante su amalgamación con azogue. Tal método, según nos dice él mismo, le fue dado por un minero alemán que trabajaba con los Fugger en Almadén, que a su vez tiene un evidente origen alquímico.
Decidido a experimentar en América, Bartolomé de Medina, tras varios avatares, llegó a las minas de plata de Pachuca en el año 1554. Aprovechó el caudal del río del mismo nombre para mover los molinos que dieran un tratamiento previo al de la amalgamación, es decir: moliéndolo. La expectación hacía, incluso, que los patios donde desarrollaría su método se vieran constantemente llenos de personas curiosas. Empezó sin calentar ningún ingrediente (sal, agua y azogue), amasando con el mineral argentífero con los pies de los esclavos. Ya casi en la desesperación, y sin los resultados que se esperaban, Medina consiguió extraer, por fin, la plata. El procedimiento comenzó a extenderse. Diecisiete años después entró en Perú y en los años setenta del siglo XVI ya estaba presente en cualquier mina de oro o plata. Podemos afirmar que el método de Bartolomé de Medina influyó decisivamente en el apogeo de la plata en Europa y su método ha sido objeto de estudios en varias universidades americanas que, con grandes dificultades, han logrado reproducirlo.
Indígenas trabajando en las minas
El otro aspecto al que hemos aludido era el referente a la Historia Natural, no menos deslumbrante que el anterior, aunque sí más conocido. Durante el reinado de Felipe II se produjo la primera expedición científica fuera de la Península. Semejante encargo realizado por el monarca, tuvo como protagonista a Francisco Hernández (1517-1586). Médico, cirujano, botánico, humanista y excelente investigador, llevó a cabo la primera recopilación de los recursos naturales del Nuevo Mundo, concretamente, de México. No sería hasta dos siglos después, en la expedición a los Reinos del Perú y Chile, ordenada por cédula real de 8 de abril de 1777, y dirigida por los botánicos Pombey, Hipólito Ruiz y José Pavón, cuando se volviera a llevar a cabo una expedición científica de este tipo. Francisco Hernández, incluso, se ha visto como el representante y precursor de la ordenación racionalista y de acción ilustrada, algo completamente inusual en el reinado de Felipe II. Pero cabe recordar que era un hombre de ciencia y que, como tal, realizó una de las empresas científicas de mayor envergadura de su tiempo.
Mujer escanciando chocolate
Hernández nació en Montalbán (Toledo) hacia 1517. Cursó sus estudios de Medicina en la Universidad de Alcalá de Henares, ejerciendo posteriormente su profesión en Toledo y Sevilla. En esta última ciudad tuvo la oportunidad de conocer la obra del doctor Nicolás Monardes, considerado el primero en divulgar los productos naturales provenientes del Nuevo Mundo. Hacia 1560 se instaló en el Monasterio de Guadalupe, cuya escuela médica era considerada antesala en la formación de los miembros del Protomedicato. En Guadalupe obtuvo su práctica anatómica, que desarrolló de acuerdo a los adelantos de la época, más cercanos a las teorías de Andrés Vesalio que a las de Galeno. Logró la posición de magister, lo que le permitía dirigir las autopsias de los practicantes; como él mismo lo dice: «el ejercicio que en cortar por mano ajena hombres tuve en Guadalupe». Simultáneamente, Hernández dirigió el jardín botánico del monasterio, y describió en su Plinio las plantas y sus propiedades médicas.
Un momento fundamental en su carrera fue su nombramiento en 1567 como «Médico de Cámara», lo que aumentó su cercanía a la corte de Felipe II. En la decisión del rey pudo haber influido su amigo y condiscípulo, el gran humanista Benito Arias Montano. Tres años después recibe el nombramiento de «Protomédico de todas la Indias» y las «Instrucciones» de Felipe II para realizar sus actividades en América quedaron limitadas a un periodo de cinco años. Su objetivo central consistía en llevar a cabo la recopilación de toda la información respecto a la vida natural de los nuevos reinos. En estos momentos está claro que la política científica del rey, centrada en determinar los recursos naturales de los dominios ultramarinos, tenía dos vertientes: aportar información al conocimiento de la Historia Natural y abrir la posibilidad a la explotación de tales recursos. A diferencia de otras expediciones anteriores europeas, el apoyo logístico con que contó Hernández fue considerable: le acompañaba un asistente (su hijo), un «técnico», el cosmógrafo Francisco Domínguez y otros especialistas, entre ellos, médicos y prácticos, herborizadores indígenas, dibujantes y amanuenses.
Para cumplir con su cometido, Hernández realizó viajes por diferentes regiones de la Nueva España, en sus territorios recopiló muestras y material botánico de plantas de toda especie, desde luego, con especial interés en las medicinales. El producto de su trabajo -ocho años- fueron 22 libros que contenían las muestras botánicas recogidas, que se añadieron a los 16 que había enviado anteriormente a España en 1576. Estos originales se perdieron en el incendio de El Escorial en 1671. La suma de la obra de Hernández se salvó gracias a la labor del doctor Nardo Antonio Recci, médico de cámara del rey, quien resumió la obra con miras a su publicación. Sin embargo, se le critica la forma en que llevó a cabo este trabajo, pero tiene el mérito para la Historia de la Botánica de haber salvado gran parte de su contenido cuando el original se destruyó. La obra fue publicada en Roma en 1649 bajo el título Rerum Medicarum Nova Hispaniae Thesaurus Sev. Plantarum Animalium Mineralium Mexicanorum Historia/ Ex Francisci Hernandez Novi Orvis Medici Primary Relationibus In Ipso Mexicana Urbe Conscriptis A Nardo Antonio Reccho.... Romae Ex Typographia Vitalis Mascardi Mdcxxxxviiii.
En 1790 cinco borradores del manuscrito fueron localizados y publicados, en una edición incompleta conocida como la «Edición Matritense». La obra de Hernández, después de su muerte, despertó el interés de los más destacados científicos al ser considerado como el iniciador de una línea de investigación en el estudio de la flora y fauna americanas. Empleó para ello los más novedosos métodos de investigación que en su tiempo se conocían, y aún se podría decir que los amplió y se convirtió así en el informante principal de los científicos naturales de los siglos XVI, XVII y XVIII. El método de Hernández, que hubo de corregir debido a su enfermedad que le imposibilitaba viajar tenía dos partes. Una era la recopilación de información indirecta. Tiene carácter descriptivo, por escrito y mediante un dibujo acompañado de un cuestionario normalizado. Así se podía recabar información por correo desde distintos y lejanos lugares. Una vez recopilada la información entraba en juego la segunda parte del modelo, de carácter directo. En esta ocasión Hernández programó viajes de herborización para reunir los materiales. Se recogían y conservaban las plantas, se dibujaban in situ y todo esto se hacía en varias ocasiones al año con el fin de recoger toda la información referente a los cambios de la plantas, sus frutos, etc. Incluso él mismo, obviando su jerarquía y enfermedad, participó en esto activamente.
Si hay algo nítido en la Ciencia peninsular del reinado filipino es la autoridad de que gozó Galeno durante todo el siglo XVI. Esto no implica que hubiera una inmovilidad extrema, que no fue así. Sólo quiere decir que la renovación fue lenta, muy lenta. En la Medicina del Renacimiento hay tres hechos destacables. En primer lugar, se origina lo que se ha llamado como una nueva anatomía. Por otro lado, está la figura de Paracelso y, en tercer lugar, una renovación empírica de la cirugía.
Estamos ante el Humanismo médico, concepto que se usa bastante en la Historia de la Ciencia. En él, con el apoyo de la invención de la imprenta, se revisan los textos, se logra una exposición más didáctica de los conocimientos médicos y aparecen comentarios teóricos y filosóficos sobre la naturaleza de la Medicina.
Disección de los músculos
Del último tipo, el del médico filósofo, contamos con el segoviano Andrés Laguna (1511-1559), anatomista, epidemiólogo y autor de una magnífica traducción del Dioscórides. También con Francisco Valles (1524-1592), apodado el Divino, clínico y pensador. Ellos contribuyeron a enriquecer el saber médico general. Como hemos dicho, también hubo una revisión didáctica del saber, dando un orden al contenido de la materia médica y exponiendo y elaborando. Se considera como representante por excelencia de esta parte del Humanismo médico a Luis de Mercado (1520-1606), que sería muy leído en la Europa del siglo XVII. En él contrasta su ordenación del saber bastante tradicional, pero una sistematización y claridad típicamente renacentista, como demuestra en sus Institutiones medicae.
Sin embargo también hubo algunos intentos de romper este molde de unidad, de participar en una nueva concepción de la Naturaleza. A esto ayudó la llegada de una serie de nuevas enfermedades, como el «sudor inglés», que asoló el norte de Europa en 1529 y desapareció para siempre en 1551. Otras enfermedades, en cambio, sólo fueron descritas de una forma nueva, como el «tabardillo» (tifus exantemático). El citado Luis de Mercado sería el primero en describir la angina diftérica o «garrotillo». Otro mal fue el de la sífilis, o «Mal francés» (morbus gallicus), de enorme difusión y cuyo origen, europeo o americano generó varias controversias. Otra característica de la Medicina del siglo XVI es el auge de nuevos medicamentos, gracias a Paracelso y los cirujanos.
Ya hemos citado antes la cirugía. Se tiene aceptado que su verdadero fundador fue Andrés Vesalio (1514-1564). Llegó a llamar a los galenistas tradicionales «viejos comidos por la envidia frente a los descubrimientos de los jóvenes». El primer libro de Anatomía en castellano sería de Bernardino Montaña de Monserrate, Libro de anathomia del hombre, editado en 1551, ocho años después de que Vesalio publicara su Fábrica del cuerpo humano, aunque el texto tenga una raíz medieval, especialmente en cuanto a la nomenclatura se refiere. Dos médicos valencianos, Pedro Jimeno y Luis Collado destacaron en anatomía. El primero dedicó a la anatomía casi la totalidad de su Dialogus de re medica (1549) y el segundo comentó el De ossibus de Galeno en el año 1555. Ambos ya se rigen por las líneas marcadas en la Fábrica de Vesalio.
Quizás uno de los mayores descubrimientos biológicos fue el de la circulación pulmonar. Aunque conocida ya en el siglo XIII, saldría de su ignorancia gracias a Miguel Serveto, un oscense. Enmarcado dentro de una teología enmarañada, y puntualizando la doctrina de los espíritus de Galeno, Serveto lanza en el mismo texto su redescubrimiento, algo que no deja de llamar la atención. Al hablar de la sangre venosa y la sangre arterial se apoya en argumentos de tipo anatómico sacados de su experiencia como disector de la Facultad de Medicina de París.
Sobre la cirugía, no gozaba de grandes simpatías en la primera mitad del siglo XVI. Aunque en España, la distancia entre el médico y el cirujano era menor que en Europa. Si bien había mejorado el saber anatómico en general, éste no era suficiente para acometer operaciones en condiciones de seguridad, sin olvidar el avance del instrumental quirúrgico. El gran renovador de esta disciplina fue Ambroise Paré. En España le siguieron casi de inmediato, especialmente en cuestiones como el tratamiento «antitóxico» de las heridas, el sevillano Bartolomé Hidalgo de Agüero (1530-1597). Él prefería la reunión inmediata de los bordes de la herida, la cura seca y la cicatrización. Pero sería aún mucho más brillante Dionisio Daza Chacón (m. 1596), quizás el más brillante de toda Europa. También la práctica de la amputación se prodigó bastante. Se sustituyó el hierro candente por la ligadura.
En las universidades peninsulares, por último, fue precaria la enseñanza de la cirugía, aunque en la Universidad de Alcalá, por ejemplo, se exigían dos años de prácticas junto a un médico titulado para lograr ser bachiller.
2.3.6. La salud del rey: una cuestión de estado
Entre los numerosos oficios cortesanos encargados de atender al monarca en todas sus necesidades, encontramos los destinados a cubrir los aspectos sanitarios. La institucionalización de los servicios sanitarios se produce en el reinado de Felipe II. Será este monarca quien establezca la estructura de los médicos al servicio real, la forma de servicio farmacéutico a las diferentes casas reales, la asistencia hospitalaria gratuita a todas las damas y criadas de la reina a través de la Enfermería de Damas y la creación de la primera institución sanitaria europea para asalariados y precedente de los modernos centros especializados en accidentes de trabajo, el Hospital Real de Laborantes de El Escorial, creado durante la construcción del monasterio escurialense. El interés que movía a Felipe II queda señalado por Goodman:
«Como los monarcas que le habían precedido, Felipe II consideró los actos caritativos una parte importante de sus deberes como cristiano hacia sus súbditos. Por ello, continuó la tradición de dar limosnas a los pobres y de procurar asistencia a los enfermos, uno de los motivos de las frecuentes preocupaciones de la corona por los asuntos médicos.»
Todos los criados reales tenían derecho a asistencia médica y farmacéutica gratuita por parte de la Corona, desde los gentileshombres, pertenecientes a las principales familias aristocráticas, hasta los simples servidores. Los servicios sanitarios reales podrían estructurarse en tres grandes bloques: servicios médicos, farmacéuticos y hospitalarios, organizados en tres dependencias: dentro de los llamados Oficios de la Real Casa se situaban los médicos de familia, los cirujanos y los sangradores; dentro de las Clases de la Real Cámara, los médicos de cámara, los barberos y los boticarios, y dentro de la Real Cámara de la Reina, las enfermeras y enfermeros que atendían las Enfermerías de Damas.
La profesión médica real estaba estructurada en médicos de familia supernumerarios, médicos de familia en ejercicio, médicos de cámara supernumerarios y médicos de cámara en ejercicio. Los médicos de familia supernumerarios eran el escalafón más bajo de la jerarquía médica real. Su nombramiento no implicaba un destino determinado ni remuneración económica alguna. Se concedían, habitualmente, a médicos de los ejércitos reales o que ejercían en los Reales Sitios. Los médicos de familia en ejercicio eran doce, adscritos a los diferentes cuarteles que conformaban la Casa Real. Su actividad consistía en la asistencia a grupos concretos de criados reales y el servicio en jornadas ordinarias y extraordinarias. Los médicos de familia servían por meses, con un horario de 6 de la mañana a 3 de la tarde. Al final de cada mes, el médico saliente debía poner al médico entrante en antecedentes de todos los enfermos que quedaban. Visitaban a los criados reales sin cobrar nada. En caso de incumplimiento de esta norma, eran sancionados y sustituidos por otro médico. Debían comunicar inmediatamente cualquier enfermedad contagiosa así como pobreza extrema de algún criado real, para que se tomasen las medidas oportunas.
Los médicos de cámara supernumerarios recibían los honores de médico de cámara por algún motivo concreto, tal como atender a algún miembro de la Familia Real.
Los médicos de cámara en ejercicio atendían al rey, la reina y los diversos componentes de la Familia Real. Normalmente eran seis. Servían por semanas. Debían llegar a Palacio a primera hora de la mañana, visitando el aposento de las personas reales para controlar cómo habían dormido. Todas las noches revisaban, junto al mayordomo semanero, las viandas que iban a ingerir los monarcas e infantes al día siguiente, asistiendo a todas las comidas. Controlaban al boticario mayor, las medicinas que se dispensaban y autorizaban determinadas compras. Quincenalmente, reconocían a todos los enfermos de la Casa de la Reina, atendiendo ellos mismos a las damas y dueñas de honor.
Los cirujanos eran seis y estaban equiparados, jerárquicamente, a la misma altura que los médicos de familia en ejercicio. Los sangradores eran tres. Se diferenciaban los que habían sangrado a personas reales de aquéllos que trabajaban con el personal palaciego. Debían ejercer ellos mismos su labor, sin encomendarla a ningún sustituto. En caso de incumplimiento, eran sancionados. No podían cobrar nada por su actividad, pues ya recibían salario de la Casa Real.
La profesión farmacéutica real estuvo representada por tres tipos de profesionales: los boticarios, los destiladores y los espagíricos. Los boticarios eran los encargados de elaborar los medicamentos galénicos recetados por los médicos reales. Podemos considerar tres fases en el servicio farmacéutico real, diferenciadas por dos fechas claves: 1561 y 1594. Desde el reinado de los Reyes Católicos y hasta 1561, fecha en que Felipe II fija su residencia definitiva en Madrid, la corte española es de carácter itinerante. Este hecho marca las pautas de asistencia farmacéutica. Los boticarios reales eran profesionales con boticas instaladas en la villa o ciudad donde temporalmente residían los monarcas. Tenían un sueldo pagado por la Casa Real y debían abastecer de medicinas a todos los criados y componentes de la familia real. En 1561, tras fijar la residencia de la corte en Madrid, Felipe II modificará ligeramente la forma de dispensación de medicamentos. Toma como boticarios reales a los hermanos Arigón, que ya habían estado a su servicio en otras ocasiones. Las boticas reales, a partir de este momento, serán tres: una en Palacio, destinada al rey y la familia real; otras dos en la villa de Madrid, llamadas boticas del común, encargadas de dispensar medicamentos a los criados reales. Estas dos boticas eran la botica de Su Majestad, para los criados de la Casa del Rey y la botica de Sus Altezas, creada en 1580, tras el fallecimiento de la cuarta esposa de Felipe II, que abastecía a los criados que servían a príncipes e infantes reales.
De este período datan las primeras normas destinadas a regular el servicio de un boticario real. Se trata de las etiquetas dispuestas para la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II. En ellas, se dedica un apartado a la llamada Boticaría y se estipula que el boticario debe abastecer de medicamentos a la reina y todos sus criados, esposas e hijos solteros. Todas las medicinas dispensadas debían quedar registradas en cédulas que serían revisadas a final de mes por el mayordomo mayor.
En los últimos años del reinado de Felipe II cambia el sistema de abastecimiento farmacéutico vigente durante todo un siglo. Los médicos reales consideran más apropiado prescindir de los servicios de los hermanos Arigón y crear una botica a cargo del monarca, en aposentos privados y cerrada al público. Surge así una nueva dependencia, la Real Botica, creada en 1594 y encargada de dispensar medicamentos en exclusiva a la corte. La plantilla de la Real Botica estaba compuesta por siete boticarios examinados y jerarquizados en un boticario mayor, tres ayudas y tres mozos de oficio.
La Real Botica se instaló en dependencias palaciegas y contaba con jardines propios de donde abastecerse de hierbas medicinales. Fue evolucionando a lo largo de todo el siglo XVII, transformándose en la botica más importante del reino, no sólo por dispensar medicamentos al rey, sino por la ingente cantidad de medicinas preparadas en sus dependencias destinadas a todos los criados reales, sus esposas e hijos, la guardia real, los ejércitos y conventos y monasterios protegidos por la Corona.
Los destiladores, como se ha visto en el apartado dedicado al centro de Aranjuez, surgen en la segunda mitad del siglo XVI, por expreso deseo del monarca Felipe II, que contó con destacados destiladores a su servicio, venidos de diferentes reinos extrapeninsulares.
2.3.7. Selección de textos
1. Pedro Simón Abril. Apuntamientos de cómo se deven reforzar las doctrinas: y la manera de enseñallas, para reduzillas a su antigua entereza y perfición. Madrid, 1589. «De los errores de las Matemáticas».
«(…) Pero les a caydo (a las matemáticas) otra desventura… que por no ser ottrinas, que no son para ganar dinero, sino para ennoblecer en entendimento, como los que studian tienen mas ojo al interés que a la verdadera dottrina, pássanse sin tocar en ellas. Do viene gran daño para la República, y particularmente la servicio de V. M., pues de no aprenderse matemáticas viene a aver gran falta de ingenieros para las cosas de la guerra, de pilotos para las navegaciones y de arquitectos para los edificios y fortifcaciones: lo cual es en gran perzuyzio… y afrenta de toda nación pues en materia de ingenios, de ir siempre a buscallos a las estrañas naciones, con daño grave al bien público».
2. Cédula de Felipe II mandando al pagador de las obras del Alcázar que a partir de 1583 se le pague a Ondériz 200 ducados por ayudar a Lavaña a leer Matemáticas en Palacio y traducir al castellano las obras necesarias (25-12-1582).
«El rey. Mi pagador que sois o fueredes de las obras del mio alcazar de la villa de Madrid y casa real del Pardo sabed que por algunas consideraciones que a ellas nos Antiguo Régimen mobido havemos rrescibido en nuestro servicio a Juan Bautista de Lavaña para que lea en esta corte las matemáticas por la orden que para ello se le diere y se ocupe en las cosas de cosmographia y , Geographia theographia y en lo demás que se le mandare y por la buena relacion que tenemos de la abilidad y partes de Pedro Ambrosio de Onderiz le havemos asimismo rrecibido para que ayude al dicho Juan Bautista a leer las dichas matemáticas y se ocupe de traducir de latín en rromançe algunos libros de aquella facultad y en todo lo demas que se le fuere ordenado y tenemos por bien que para su entretenimiento y sustentación se le den a raçon de duçientos ducados que monta sesenta y cinco mil maravedis en cada un año de que a de començar a contar dende primero de enero venidero de quinientos ochenta y tres en adelante todo el tiempo que fuere nuestra voluntad y sirviere en lo sobredicho, y entre tanto que no proveiéremos y mandáremos otra cosa en contrario dello, y casa de aposento y botica como a criado nuestro sin que por esta rraçon se le aya de pagar en otra cosa alguna, por ende de bos mando que constándoos por certificaçion firmada de Juan de Herrera mi aposentador de palacio que el dicho Pedro Ambrosio de Onderiz se ocupa en lo susodicho y cumple lo que conforme a ello es obligado y se le ordenare de cualesquier maravedíes a vuestro cargo, que mandaremos librar y consignar para la paga de los salarios que en vos están y estubieren señalados, le deis y pagueis en cada un año desde el dicho día en adelante, según los dichos duçientos ducados por terçios de los de cuatro en cuatromeses y para vuestro descargo tomareis en cada paga la dicha certificaçion y su carta de pago en virtud de los quales y desta nuestra cedula y su traslado signado de escrivano tomando la rraçon della Luis Hurtado, nuestro veedor de las dichas obras, mando se os rreçiban y pasen en quenta lo que conforme a lo sobredicho le diéredes y pagáredes. Fecha en Lisboa a beinteçinco de diçiembre de mill y quinientos ochenta y dos años. Yo el rey».
3. Información de Bartolomé de Medina. Extracto. Arhivo General de Indias, legajo Indiferente General, 1381, año 1562. Extractado de la reproducción del libro de Manuel Castillo Martos, Bartolomé de Medina y el siglo XVI. Un sevillano lleva la revolución tecnológica a América, Sevilla, Ayuntamiento de Sevilla, 2001, pp. 234-245.
«En la ciudad de Tenuchitlan, Mexico de Nueva España a 25 de enero de 1562 estando de acuerdo los señores presidentes y oidores de la real audiencia de Nueva España por presencia de mí Pedro de Requena, escribano de cámara de la dicha real audiencia pareció o prescribe Bartolomé de Medina presentó un petición e interrogatorio de preguntas el tenor del cual es el que sigue:
Muy señor
Bartolomé de Medina, vecino de la ciudad de Sevilla digo que estando en los reinos de Castilla yo tomé grande afición y curiosidad para procurar de entender y saber el beneficio de metales y perfección de él y con mis costas y grandes experiencias alcancé que los metales de plata fundidos por fundición se requería que tuviesen mucha ley y que será necesario muchas costas y trabajo era que todo lo sufriese la ganancia, y que otros metales por tener poca ley no se podían beneficiar por fundición y que de ellos era numerosa y muy grande la pérdida de la plata que de ellos se perdía, ...y que con el azogue la plata se podía sacar de los metales de mucha ley y de poca y habiendo yo hecho muchas experiencias dejando en dicha ciudad de Sevilla mi casa, mujer e hijos, para aprovechamiento y aumento de mi honra y la suya, puede haber 8 años poco más o menos que vine a esta Nueva España en la ciudad de México, con el solo intento de entender el beneficio de los metales de plata por azogue y en solo esto entendí mucho con muy grande trabajo y costa de hacer muchas invenciones y experiencias y fue Dios Nuestro Señor servido que alcanzase el beneficio por azogue con los metales de plata y de ello di noticia a vuestro virrey Luis de Velasco el cual conociendo notoriamente el gran bien y beneficio que toda la tierra recibía con la nueva invención de beneficiarse los metales de plata con azogue me hizo merced en vuestro real nombre que ninguno pudiese usar de la invencion sino yo o a quien yo diese licencia y facultad prometiéndole la real persona que me daría muy grandes mercedes y el beneficio del azogue que ha sido y es el principal sustento de toda la tierra, porque con él se saca la plata de metales de mucha ley y de muy poca que sea y con facilidad y poca gente y pocos trabajadores y es muy notorio.
El servicio que en ello su alteza ha recibido es grande aumento de sus reales rentas y bien de toda la tierra. Y porque como hombre benemérito yo lo he trabajado con muy grandes trabajos y muy grandes costas y que he hecho a su alteza notable servicio, suplico me haga merced de repartimiento de indios en esta tierra y de caballerías de tierras y estancias y dos de molinos en esta tierra.
Pido suplico se mande recibir información resabida, cerrada y sellada y con parecer de vuestro mismo virrey y oidores de vuestra real audiencia se envíe a vuestro Consejo de Indias para que ante él y la real persona de vuestra alteza yo pueda ocurrir a pedir y suplicar se me hagan las mercedes que pido.»
4. APITZALPATLI crenelado o hierba partida en su borde que detiene el flujo del vientre, capítulo 1.
«Es el APITZALPATLI una hierba de cinco palmos de largo, de raíz ramifica, hojas como de menta, flor amarillo rojiza, semillas como de malva, sabor casi nulo y naturaleza fría y salivosa. Debido a esto, las semillas o las hojas machacadas y tomadas en dosis de una onza con vino de metl o algún otro líquido astringente, contienen el flujo del vientre u otro cualquiera, de donde le viene el nombre. Se dice que en la misma dosis fortalecen el estómago y curan, o bien en las cimas áridas o desprovistas de vegetación.
Apitzalpatli: de apitzalli, diarrea, y pahtli, remedio. Remedio de la diarrea.»
2.3.8. Bibliografía básica
CASTILLO MARTOS, M. (2001), Bartolomé de Medina y el siglo XVI, Sevilla.
GARCÍA TAPIA, N. (1990), Patentes de invención en el Siglo de Oro, Madrid.
GARCÍA TAPIA, N (1990), Ingeniería y Arquitectura en el renacimiento español, Valladolid.
LÓPEZ PIÑERO, J. M. y LÓPEZ TERRADA, M. L. (1997), La influencia española en la introducción de plantas americanas en Europa, Valencia.
LÓPEZ PIÑERO, J. M. y PARDO TOMÁS, J. (1994), Nuevos materiales y noticias sobre la Historia de las plantas de Nueva España de Francisco Hernández, Valencia.
LÓPEZ PIÑERO, J. M. y PARDO TOMÁS, J. (1996), La influencia de Francisco Hernández (1515-1587) en la constitución de la botánica y la materia médica modernas, Valencia.
REY BUENO, M. y ALEGRE PÉREZ, M.E. (1998b), «La ordenación normativa de la asistencia sanitaria en la corte de los Habsburgos españoles (1515-1700)», Dynamis, 18, pp. 341-375.
VICENTE MAROTO, M. I. y ESTEBAN PIÑEIRO, M (1991), Aspectos de la ciencia aplicada en la España del Siglo de Oro, Valladolid.
Marcadores