por Grupo Folchia
Historia de la Farmacia
Facultad de Farmacia
Universidad Complutense de Madrid
1. Introducción
Una parte muy importante de la Historia es aquélla que se ocupa del desarrollo científico. El estudio de los textos y libros que conforman el grupo de inquietudes intelectuales de una sociedad debe ir siempre acompañado de una mirada a la Ciencia. O, quizás, al revés: el propio estudio de la Historia de la Ciencia es un buen índice para ver las propuestas dadas ante los problemas, la capacidad de implicación de toda una sociedad, los proyectos futuros y las necesidades a solventar. De esta forma aparece ante nuestros ojos cómo era el espíritu mismo de las gentes de un tiempo. Desconocemos cómo era para ellos el concepto 'Ciencia', según lo aplicamos hoy. Pero de lo que sí estamos seguros es de que eran conscientes del efecto utilitario socializador que finalmente producían tanto la Ciencia cómo la Técnica. Aunque el aprovechamiento era en muchas ocasiones parcial y no alcanzaba a la totalidad de las personas. Sin embargo, es difícil concebir que sin los conocimientos de un buen destilador se pudiese ofrecer agua de rosas, sin los de un buen boticario se hicieran mejores jarabes, o se pudiese prescindir de los de un buen cartógrafo que dijese cómo ir mejor a las Indias, de los de un arquitecto que hiciera un puente por donde vadear un río situado entre dos localidades, o de los de un buen arquitecto que elevara una presa. Voluntariamente o no, la Ciencia, y su hermana gemela la Técnica, afectaban a todos.
También es cierto que fue en el entorno de las cortes reales donde se aprecia una mayor concentración de «científicos», a pesar de que muchos «saberes» tuvieran asignado su lugar: las universidades. En el siglo XVI ambos escenarios (el académico y el cortesano) convivieron en aquellas cuestiones que les eran afines (Medicina, Astronomía...) Pero es en la Corte a donde, contratadas para el servicio real, llegaron desde Europa muchas personas, acompañadas de sus ideas y experiencias, en algunas ocasiones no conocidas aquí y en otras sí. Ya veremos algunos ejemplos en su apartado correspondiente.
La Ciencia y la sociedad peninsular de la segunda mitad de siglo XVI vivieron con unos condicionantes propios y prácticamente exclusivos.
En primer lugar, el de la religión. El Concilio de Trento, el hecho de que Felipe II se hiciera abanderado de la fe católica y la Inquisición fueron determinantes. En muchas ocasiones, dentro y fuera de España, se ha recurrido a la interpretación inquisitorial para mantener que la Ciencia hispánica estaba retrasada («muy retrasada») con respecto a la europea, subrayando la falta de libertad ideológica como el freno principal del desarrollo, sino el único. Pero los textos que se prohibieron estaban ya aquí. De muchos de ellos no sabemos cuánto tiempo estuvieron entre las manos de sus lectores. Ningún censor salió a otros países europeos a leerlos previamente. Pocas veces se registraba el equipaje de un General de una Orden al volver de Roma. Además, ¿qué filtro podía ser capaz de impedir que penetrasen las ideas luteranas, las heterodoxas o las novedosas cuando lo logró el paracelsismo, por ejemplo? ¿Cómo se sabía que Piscator no tenía ideas contaminantes? ¿Cómo se evitaba que Granvela se cartease con médicos alemanes, previa petición a éstos de una declaración de antiluteranismo? ¿O cómo podía el personal que acompañaba a Carlos V en sus viajes determinar a primera vista la condición religiosa de sus interlocutores?
En segundo lugar, la influencia de la sociedad en la Ciencia. ¿Era una sociedad móvil o cambiante en sus ideas? La Celestina fue un texto aleccionador para las doncellas ¡durante todo el siglo XVI! La doctrina médica llamada 'galenismo' fue la predominante en la Península mientras los médicos europeos empezaban a mirar a la 'iatroquímica'. ¿Indica esto que todo fue igual? No. El primer medicamento químico aprobado oficialmente en toda Europa fue una quinta esencia de oro potable en el año 1598. Lo hizo una institución hispánica llamada 'Real Protomedicato'. La primera Cátedra «de remedios secretos» europea fue la de la Universidad de Valencia en el año 1591, aunque sólo durase un año. La primera expedición científica fue la ordenada por Felipe II a México, y los ingenieros españoles idearon máquinas muy por delante técnicamente a las de su tiempo.
Es imposible poner barreras al campo. Por ello mismo y en tercer lugar, como elemento determinante del desarrollo científico hemos de señalar la «latinidad». El latín, aunque con graves problemas de uso en el plano académico universitario ya en la segunda mitad del siglo XVI, fue una vía libre para el intercambio y la divulgación. Hoy día es algo que ni la lengua inglesa ha podido alcanzar. Si un ingeniero, un arquitecto, un médico, un cirujano o un astrónomo publicaba en Italia un libro en latín, podía ser leído sin mayores problemas en cualquier punto del continente. En ocasiones, las ediciones de un mismo texto se sucedían una tras otra, lo que indica la demanda existente.
Nos proponemos ahora dar un repaso somero a la Ciencia durante el reinado de Felipe II, sin olvidarnos de todo lo apuntado en estas líneas.
por Grupo Folchia
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2. El gran mecenas: Felipe II
Retrato de Felipe II
Mineros, monederos y ensayadores alemanes; alquimistas flamencos, alemanes, italianos e irlandeses; destiladores flamencos e italianos; cartógrafos flamencos; diqueros franceses y flamencos; jardineros italianos, flamencos, franceses e ingleses; astrónomos italianos; boticarios flamencos. Sólo los médicos fueron mayoritaria y casi exclusivamente españoles. Ésta es la legión de científicos y técnicos contratados por Felipe II, el mayor patrón de la ciencia cortesana española.
La relación de Felipe II con la Ciencia debe ser estudiada desde tres puntos de vista: el político, como gobernante del más poderoso imperio del planeta; el personal, como hombre en perpetua lucha con la enfermedad, con una fortaleza física y espiritual fraguada en interminable batalla con sus limitaciones corporales y psíquicas; y el regio, como monarca absoluto exquisitamente formado en la cultura renacentista.
Sus intereses científicos se encaminaron en dos vertientes principales: naturaleza y cuerpo. Controlar la naturaleza implicaba una comprensión del espacio, mediante la geografía y la cartografía, y un manejo del mismo, por medio de la ingeniería y la jardinería, además de procurarle pingües beneficios económicos, haciendo uso de la minería. El dominio del cuerpo, a través de la sanidad, se hizo necesario en una vida tan limitada por los padecimientos como la suya propia, lo que le llevó a organizar un entramado sanitario verdaderamente ejemplar y a ocuparse de la terapéutica de manera singular.
De acuerdo con lo que luego sería la tradición científica hispánica, emprendió grandes proyectos, a veces casi propios de un visionario, que o bien se olvidaron, o sus espléndidos resultados se archivaron en los anaqueles de bibliotecas o de los archivos estatales, sin ejercer ninguna influencia sobre la labor intelectual, científica o de gobierno, española o europea, del momento o de la posteridad, con lo cual se perdieron oportunidades únicas. Entre ellas, destacan los proyectos para hacer navegables los ríos españoles, la primera expedición científica al Nuevo Mundo a cargo de Francisco Hernández, el proyecto del Atlas de España y los de las Relaciones Topográficas españolas y americanas.
Las llamadas de atención de generaciones de historiadores de la ciencia hacia la importancia de su figura en el plano estrictamente científico han sido como voces que claman en el desierto desde la perspectiva de la Historia General, llamémosla así, porque en el fondo se enfrentaban a un tópico aquilatado durante siglos, nacido a raíz del anatema que la Ilustración europea lanzó sobre la cultura española, a la que tildaron de vana, clerical y supersticiosa. A esa acusación de vaciedad se contraponía la excelencia del Siglo de Oro, que polarizaba el interés en las denominadas ciencias humanísticas y olvidaba las ciencias técnicas. De esta forma, se consolidó y cristalizó el tópico de que en España no había Ciencia, olvidando que es imposible construir y mantener un Imperio sin Técnica, la otra cara de la moneda científica.
Nuestra intención actual es recoger las investigaciones de muchos historiadores de la ciencia que, en los últimos años, han centrado sus intereses en el reinado de Felipe II, analizando la repercusión que tuvo su labor de mecenazgo en el nacimiento y desarrollo de numerosas iniciativas científicas. Se ha tomado, como escenario de estudio, los tres grandes centros de poder que caracterizaron su reinado: Aranjuez, El Escorial y Madrid. Aranjuez, como equivalente de las grandes obras de ingeniería renacentistas. El Escorial, como gran centro de recepción y difusión del saber, con la biblioteca que recogía todos los saberes de la época y las prácticas experimentales que allí se realizaron. Madrid, escenario de la corte, centro de la política imperial, a la vez que núcleo aglutinador de los principales científicos cortesanos del momento, contratados para resolver las necesidades de la monarquía. Imaginemos una corte cuyo rey, quizás empujado por su afán coleccionista, hacía, entre otras cosas, que diferentes personas se encargaran de comprar textos en Italia; una corte en la que los inventores debían de dejar una copia de sus inventos en el Alcázar o en el Escorial; donde alquimistas escudriñaban libros y realizaban sus experimentos en dependencias oficiales; donde se recopilaban las láminas de la expedición científica a México de Francisco Hernández; con una casa de destilación trabajando en Aranjuez y una Academia de Matemáticas y Cosmografía en Madrid.
Bibliografía básica
GOODMAN, D. (1990), Poder y penuria. Gobierno, tecnología y ciencia en la España de Felipe II, Madrid.
GOODMAN, D. (1999), «Las inquietudes científicas de Felipe II: tres interpretaciones», en: MARTÍNEZ RUIZ, E. (dir.), Felipe II, la Ciencia y la Técnica, Madrid, pp. 91-112.
LAFUENTE, A. y MOSCOSO, J. (1999), Madrid. Ciencia y Corte, Madrid.
LAFUENTE, A. (1998), Guía del Madrid Científico. Ciencia y Corte, Madrid.
LÓPEZ PIÑERO, J. Mª. Ciencia y Técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, Barcelona.
PUERTO SARMIENTO, F. J. (1998), «Felipe II y la Ciencia», en: CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA, F.J. (dir.), Felipe II y su época, San Lorenzo de El Escorial, 2 vols., 2, pp. 65-98.
2.1. El jardín secreto: Aranjuez
Vista de Aranjuez
El Sitio de Aranjuez, durante la Edad Media, era un lugar perteneciente a un Maestrazgo llamado la encomienda de los Alpages, perteneciente a la Orden de Santiago. Con la política de los Reyes Católicos de ir controlando las Órdenes Militares, y al asumir Fernando el Católico la cabeza de dicha Orden, la Corona pasó a ser la administradora perpetua de sus posesiones. A principios del siglo XV existía un palacio de cantería y ladrillo construido por el Maestre Lorenzo Suárez de Figueroa. Ya durante el reinado de Carlos I, la Monarquía se interesó por Aranjuez, mediante largas estancias en el palacio. En el año 1536, Carlos V ordenó que se organizara allí un bosque para su solaz y en 1544 se propuso fundar una casa de recreo, labor que llevaría a cabo su hijo, Felipe II.
Según los cronistas de la época, Aranjuez y su casa de campo constituían un conjunto natural y paisajístico muy bello. A orillas de Tajo y en la vega del río Jarama, una vegetación abundante, profusamente regada por otros pequeños riachuelos, hacían de este sitio el ideal de Paraíso en la tierra. Pero el agua misma hacía que la frondosidad y exuberancia vegetal fuera algo que necesitaba de un control y de un dominio. Sólo así era posible crear una naturaleza urbanizada, es decir, un jardín. Como se ha dicho, un conjunto urbano cuya arquitectura predominante es la vegetal, donde la tranquilidad invita a meditar y los sentidos se recrean mediante el color de las piedras y las plantas, y el sonido del agua acompaña a la tranquilidad, es necesario que las manos que actúen sobre él sean entendidas. Por esto, la figura del jardinero cobra importancia, más aún cuando se hizo acompañar, como ocurrió en este Real Sitio, de la ayuda indispensable de ingenieros y arquitectos.
En el jardín renacentista predominan varios elementos. Los de tipo vegetal son primordiales, aunque para poder recibir el nombre de jardín han de ir junto a los animales (aves, peces y cisnes principalmente), las piezas arquitectónicas (fuentes, pabellones...), esculturas y, por supuesto, el agua. Ella, omnipresente, completa al jardín. Ya sea mediante estanques, canales, presas y lagos artificiales, resulta ser la llave de un conjunto vegetal y animal capaz de dar vida al entorno.
Teóricamente, Felipe II consiguió plasmar en sus jardines la imagen del estilo de monarquía que deseaba imponer. De esta forma, el jardín sería, como recinto, poderoso y pleno, símbolo de la grandeza y de la cultura de quien lo había ordenado realizar. Llama la atención que una persona como Felipe II, cuyas decisiones recaían sobre tantas otras, dedicara mucho tiempo a detallar su ideal de jardín y se esmerara de la forma que lo hizo en la construcción del de Aranjuez.
Aranjuez supuso un verdadero ejercicio de ingeniería, laboratorio de planificación del territorio. No sólo afectó a la localidad misma: su compleja estructura palaciega hizo que el alcance de las obras llegase a Toledo y Madrid. Alrededor de la población, de la residencia real y de sus jardines inmediatos, se dedicó una amplia extensión a huertas y bosques donde abundaba la caza. Aquí ya era Felipe II quien, junto a sus cortesanos, disfrutaba del esparcimiento y ocio. No sólo eso: se hicieron varios experimentos agrícolas, se cultivaron plantas ornamentales, frutas y verduras, rosas para destilar en aguas olorosas, incluso había camellos en las cuadras o avestruces en corrales. Todo eso se completaba con abundante ganadería y pesca. En un nivel más amplio, proyectos de navegación por medios de la construcción de canales navegables, enormes acequias de regadío y el inherente fomento de molinos y batanes alcanzaban, como se ha dicho, a Madrid y Toledo.
Un enorme esfuerzo intelectual y humano cuajó en Aranjuez, un reto al urbanismo del momento, mezcla entre lo salvaje, la influencia flamenca y el manierismo italiano en cuanto a lo decorativo se refiere.
2.1.1. El arquitecto jardinero
Para lograr la magnificencia buscada, la visibilidad del agua, el verdor de las plantas y los juegos de las fuentes, Felipe II contó con la experiencia de Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera. En su trabajo se observan claramente las influencias de León Battista Alberti (1404-1472) y su De re aedificatoria. Rompiendo con el jardín enclaustrado, monástico y medieval, el talante escenográfico pasa a ocupar un papel destacado. Ahora los jardines se ensanchan, se amplían, aparece el elemento sorpresa que rompe la monotonía, como una fuente o una estatua.
Los citados no fueron los únicos arquitectos jardineros del reinado de Felipe II. También acudieron a su corte especialistas en diques de contención de Flandes e ingenieros italianos y se contó con la ayuda de Juanelo Turriano, autor de Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, que contribuyó a la técnica jardinística y profundizó en el aspecto psicológico que los jardines tenían en las personas que los disfrutaban.
En la arquitectura de los jardines no puede faltar la fuente. En 1567 llega para trabajar en Aranjuez el clérigo Jerónimo Carruga (o Garruba), experto en ingeniería hidráulica. Los materiales para la construcción de fuentes usados allí eran muy diversos: piedrecillas venidas de Cartagena, azulejos decorativos, válvulas de varios tamaños, mármol jaspeado de Florencia e incluso fuentes completas. En 1569 se idearon cuatro fuentes para la «isla» de Aranjuez, que se habrían de hacer sin impedir la vista de las flores. No hubo reparos en el material, llegándose a traer el latón desde Alemania o el cristal de Barcelona. El rey supervisaba todos los dibujos y los comentaba, lo que nos delata su gusto un tanto austero, como ocurrió en 1571: «Questa fuente se haga redonda y llana, sin talla ninguna, ni cabezas de leones… y haga de mejor gracia la que viene en la traza y la pila baxa que se mire que no sea demasiado alta».
El problema que presentaban las fuentes era su alimentación de aguas. Algunas veces ésta fue demasiado problemática, llegando a intervenir el propio Juanelo Turriano. La complejidad que iba adquiriendo el entorno ajardinado de Aranjuez y la «plantación de las fuentes» obligaba a contar con una persona especializada en su mantenimiento y reparación que sería Garruba, aunque también se presentó para el cargo el especialista Jorge Ulrique.
Otro elemento llamativo de los jardines fueron los juegos de aguas, que también estaban instalados en la Casa de Campo. Con ellos se mojaba suavemente a los visitantes, a modo de lluvia. Se disimulaba su colocación en medio de las plantas y en los cruces de las calles. Incluso hubo un juego de agua que imitaba el gorjeo de los pájaros, colocado en una pajarera disimulada y con las aves de su interior también fingidas.
El primer problema a resolver fue el de la crecida de las aguas, para lo cual se construyeron diques y presas, cuestión de la que se encargaron, entre otros, Alonso de Covarrubias y Rodrigo Gil de Hontañón. No obstante, las crecidas obligaron a constantes obras de reparación.
2.1.2. Hortus sanitatis
El jardín de la isla
Se ha especulado mucho con la existencia de un jardín botánico en Aranjuez. Las últimas investigaciones permiten concluir que existió un jardín de simples medicinales a partir de 1565, cuyo encargado, a la vez que destilador, era Francisco Holbeque, hermano del jardinero mayor. Su ubicación se sitúa, con toda probabilidad, en el Jardín de la Isla, llamado así por encontrarse situado en una isla artificial formada por el río Tajo, rodeada por todos sus lados de este río excepto en su extremo sur, que quedaba delimitado por una ría artificial. En dicho jardín también quedó establecida la casa de la destilación, donde se elaboraban aguas a partir de los simples medicinales cultivados. Se repetía, de esta forma, el modelo flamenco de Mariemont cuyo grand jardin, poblado de parterres, flores y frutas raras, disponía de ung fourneau pour distiler les eauwes, es decir, las esencias extraídas de las flores del jardín. Además de este primitivo jardín de simples, Aranjuez contó con dos espacios más dedicados al cultivo de plantas medicinales. Por una parte, la colección de tiestos donde se cultivaban simples que, a partir de 1575, fueron llevados a los invernaderos o dejados a la intemperie, según las necesidades, así como las hierbas silvestres que algunos peones se dedicaban a recolectar frescas para ser destiladas. Por otra, los simples plantados en la huerta de Pico Tajo, posibilidad ya sugerida por Iñiguez Almech ante la contemplación del plano que, atribuido a Juan de Herrera, representaba esta extensión.
La destilación de los simples medicinales quedó encargada a Francisco Holbeque, flamenco de Malinas, que entró al servicio de Felipe II gracias a su hermano Juan, jardinero mayor del Real Sitio. El nombramiento oficial como destilador se produce en septiembre de 1564, en una cédula real que no detalla demasiado las obligaciones del cargo y que nos presenta a Holbeque como maestro simplicista y destilador de aguas. La consolidación de este nombramiento se producirá tres años más tarde, cuando Felipe II recibe a Francisco Holbeque como criado suyo, dedicado a «servirnos en todas las cosas dependientes de su profesión», es decir, ejercer como destilador real encargado de la elaboración de aguas y aceites. El nombramiento no es vitalicio, aunque Holbeque ejercerá hasta su fallecimiento, y se establece como residencia Aranjuez, aunque deberá desplazarse allí donde el monarca le requiera, especialmente a El Escorial, Madrid, El Pardo, Segovia, Aceca y Toledo, esto es, los sitios reales más frecuentados por Felipe II.
El destilador real era un oficial más al servicio del rey y ocupaba un puesto determinado dentro del entramado sanitario cortesano. Administrativamente, dependía del gobernador de Aranjuez, mientras que en materia sanitaria estaba supeditado a las órdenes de los médicos de cámara. Éstos, periódicamente, le encargaban aguas necesarias al boticario real, y el destilador enviaba por escrito un memorial a Aranjuez, firmado por médicos y boticarios reales, para que constase en los gastos ocasionados en el Real Sitio con motivo de la destilación de las aguas. Así queda reflejado en uno de los numerosos envíos de esos primeros años:
«Francisco Holbeque portador desta va a llevar cierta cantidad de agua de canela que sea sacado para su alteza el principe nuestro señor que lo enbio a mandar y porque es a proposito dire en esto lo que se ofrece al presente, que burgos boticario de su mag. a escrito al dho. holbeque que se saquen ciertas aguas y hagan conservas, y especialmente de escorçonera, pide cantidad y que aquí se le de recaudo para todo y aunque hasta agora se a dado para todo lo que se ha pedido, ame pareçido de aquí adelante que no se haga sin orden y enbiando Vra. mrd. a mandarlo como su mag. quiere y es justo se haga en todo, quanto mas donde a de aver gasto de mrs. y que no se entiende la quenta que alla se tiene con el gasto que aca se ace».
Las primeras referencias documentales a una casa de destilación en Aranjuez datan de 1572, cuando el herrero Hernando Aguado fabricó «una cerradura francesa para la puerta de la casa de las aguas» y dos llaves para la misma. La localización exacta se encuentra en un documento fechado en 1582 cuando, al describirse una estancia de la reina en el Real Sitio, se lee: «habiendo entrado por la puente del Jarama, siguió por la huerta nueva y jardines de la Ysla, y fueron por la casa de la destillacion (que no esta muy reparada)».
A pesar de la fecha apuntada de 1572, como año de construcción del destilatorio, existen compras de materiales desde mucho antes. Así, entre 1563 y 1565 se compraron seis alquitaras españolas, una alquitara grande, un alambique de cobre, seis alambiquillos de estaño y seis cazuelas de alambre, además de unos trébedes y una red grande de hierro. Dos años después se compró una nueva alquitara de cobre. El período de máximo apogeo destilatorio en Aranjuez se inicia en 1574. Es entonces cuando se comienzan a comprar materiales en gran cantidad. Así, en 1574 fueron cuatro alambiques y sesenta y dos redomas; en 1575, ciento ochenta y cinco redomas de diversas capacidades y cuarenta y tres alambiques; en 1577, treinta y seis alquitaras de vidrio y ciento trece redomas de varias capacidades. En 1582 uno de los ayudantes de Holbeque, Blas de Borgoña, fundió las catorce alquitaras de cobre que había en el laboratorio y las volvió a fabricar. A partir de 1584, coincidiendo con la construcción del laboratorio de destilación escurialense, se compran diversas cantidades de redomas, alambiques y vasos de vidrio en Cadalso de los Vidrios. En esta ocasión, fue el ayudante Juan de Sauchois el encargado de viajar hasta allí para acompañar el traslado de materiales.
2.1.3. Selección de textos
1. Juanelo Turriano, Los veintiún libros de los ingenios y de las máquinas, (ca. 1570), Madrid, 1983, p. 222.
«Pues se ha empezado a tractar de los jardines, como cosas de contento y de regalo que son las pesqueras en ellos o los viveros de pescados, los quales son de mucho detenimiento para la vista de los que están un rato holgándose en ello de ver los pezes que vienen jugando los unos con los otros, mayormente quando se les echa alguna cosa de comer dentro de la pesquera; es cosa muy averiguada que quando se quiere hazer una cosa semejante, que conviene que se ponga en un lugar comodo del xardín, como sería en medio o çerca de algún çenador que estendo en medio del xardín, goza de todo y que, estando çenando o holgando dende se vea el regalo y la recreación del agua y de los pescados, el regocijo que llevan entre sí mesmos dentor del agua, de modo que es una muy grande delectaçión, en especial para personas extrangeras».
2. Propuestas de Francisco Holbeque relativas a Aranjuez AGS. CSR, leg. 280, fol. 921
(Memorial enviado a Felipe II en 21 de marzo de 1580).
«Francisco holbeque criado de vra. mag. dize que en lo que toca a los jardines y huertas y plantias de todos arboles domesticos y silvestres y yervas de qual generos fuere que no aya otros que en ellos manden ni meten peones ni hacheros ni otras personas que trabajan sin mi orden y ver sy conviene y es dejason o no que es daños para todos y gastos perdidos
Que los jardineros y ordinarios trabajan a donde yo los sinallare y hagan lo que yo les mandare y puede mudar en las obras a donde mas conbiene y es mecesario y que nadia me las pueda sacar fuera de los Jardines y huertas sin mi orden y saber sy conviene y sera vra. mag. mejor servida
Que los guardas de las huertas y jardines no se meten al parecer y deseos de algunos sino sea la guarda al que es fiel y de buen cuydado guardando de noche como de dia y sy no es tal que le pueda mudar y poner otro
Que no se cosgan frutas ninguna de qual generos fueren de los que se an de servir sin mi orden y ser avisado y saber sy son de rason o no
Que en las huertas y jardines no aya tantas llaves como de presente que es harto dañosas en todos lo que se cria en ellos q. entran de noche como de dia a coger lo mejor no aya mas del gobernador y la guarda y la mia y aya gran pena al que la tubiere sin orden
Que no se mete ningun peon en las huertas y jardines ni se haga nada ni gastos sin mi orden y ser avisado ver sy conbiene y es rason hazerlo o no y sera mucho provecho por todo y se escusara harto gastos hechos entre años sin ser menester
Que no se cosgan flores ni se hagan ramilletes sin orden y quando seran menester embiar y no sean tan comunes
Que no se pescan por de dentro de los jardines y huertas sea quien fuere que es muy dañosa para todo que de noche entren y llevan lo que quieren y con esta orden se escusera mucho gastos y vra. mag. sera servido de todo lo mejor y todos mejor guardado quitando el poder a muchos de no tener llaves mudando las cerraduras
Lo que suplique por el memorial que yo di a vra. mgd. El mes de mayo pasado de augmentarme el trigo y fuese continuo de los titulos de conserge de las casas reales y de jardinero mayor como e siempre hecho el oficio y del salario de las consergerias fuese lo que vra. mgd. sea servido yo le dicho todo al secretario gaztelu fuese una mesma cedula el salario de la consergeria y el trigo».
2.1.4. Bibliografía básica
GONZÁLEZ DE AMEZUA Y MAYO, A. (1951), «Felipe II y las flores. Un rey antófilo», en: Opúsculos histórico-literarios, Madrid, 3 vols., 3, pp. 376-412.
IÑIGUEZ ALMECH, F. (1952), Casa reales y jardines de Felipe II, Roma.
LUENGO, A. y MILLARES, C. (1998), «Estudio y análisis del Jardín de la Isla de Aranjuez», en: AÑÓN (dir.), pp. 243-266.
MERLOS ROMERO, M.M. (1998), Aranjuez y Felipe II. Idea y forma de un real sitio, Madrid.
PUERTO SARMIENTO, F. J. (1998), «El jardín secreto: Felipe II y los medicamentos», en: AÑÓN FELIU, M. C. (dir.), Felipe II, el rey íntimo. Jardín y Naturaleza en el siglo XVI, Madrid, pp. 363-385.
PUERTO SARMIENTO, F. J. (2001), «Alquimistas, destiladores y simplistas en la corte de Felipe II», en: PUERTO et al. (coords.), Los hijos de Hermes, Madrid, Corona Borealis, pp. 349-371.
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