Fantasías volantes del siglo XVIII
La Nave con los cuatro globos puede subir a una altura excesiva, o no necesaria, o pueden faltar los globos y caer, y con su precipicio perecer las personas. Para evitar esto se le podrán poner alas, que serán de lienzo encerado como toda la Nave, que son movedizas y estarán con sus goznecillos, para levantarlas o bajarlas según la necesidad lo pida.
Fragmento de la obra
Nave admospherica y tentativa sobre la
posibilidad de navegar por el ayre. (1783)
La era de los globos recreativos
Los años finales del siglo XVIII fueron excitantes en lo que a la idea de volar se refiere. Las posibilidades de los aerostatos, esto es, naves capaces de volar gracias al uso de “bolsas” de gases con menor densidad que aire, estaban cada vez más claras. Experiencias con modelos de globo de aire caliente como las llevadas a cabo por el portugués nacido en el Brasil colonial Bartolomeu Lourenço de Gusmao hacia 1709, hacían pensar que pronto se podría volar en globo.
Pero todo eran pensamientos e ilusiones, poco se hizo para convertir la fantasía en realidad hasta que, a finales de ese siglo, todo cambió. París, 15 de octubre de 1783, una fecha histórica sin duda alguna: el primer globo de aire caliente tripulado por seres humanos ascendió a las alturas. Se trataba de un ingenio ideado por los célebres hermanos Montgolfier. De repente, lo que habían sido meras fantasías, se convirtió en todo un nuevo mundo por explorar. La atmósfera se convirtió en el nuevo océano que esperaba intrépidos aventureros. En apenas unos meses aquellas primeras experiencias de los hermanos franceses fueron emuladas por decenas de soñadores. Había nacido la era de los globos recreativos.
En 1792 se realizaron en España algunas experiencias pioneras para el uso de los aerostatos en el mundo militar. Sucedió en Segovia, bajo de la dirección de Louis Proust. Todo eran posibilidades pero, de nuevo, las dificultades para controlar los novísimos globos, la necesidad de mejorar la sustentación y los intentos de cambiar el aire caliente por gases como el hidrógeno, hicieron que las multitudinarias experiencias con globos cautivos o libres fueran todo un espectáculo, pero poco más.
Resulta asombroso cómo, de lo fantástico se pasara a lo real en apenas unos meses. Lo que antes era considerado como algo casi imposible, se convirtió en espectáculo de moda, repetido por todas las grandes ciudades europeas. En menos de dos años se vieron decenas de espectáculos con globos aerostáticos. La “fiebre” por los globos se transmitió al arte, se pintaron cuadros acerca de escenas de vuelo en globo, se publicaron todo tipo de opúsculos y ensayos acerca de las posibilidades de los globos y se experimentó con todo tipo de materiales. Aquella pasión por los aerostatos llegó a extremos ridículos en ocasiones. He ahí, por ejemplo, el grabado conservado en la Fundación Lázaro Galdiano de Madrid, realizado en 1784 por Isidro Carnicero, en el que, bajo el título de “Fiesta de toros en el aire” (ver imagen), se planteaba unir a un picador y a un toro a sendos aerostatos para celebrar una corrida de todos singular… ¡flotando en la atmósfera!
Por ese tiempo fueron muy comentadas las ascensiones en globo protagonizadas por el aventurero aeronauta italiano Vincenzo Lunardi. Ya en 1784 había realizado su primera experiencia de vuelo, que a la vista del éxito de público y lo apasionante del reto, pasó a convertirse en su única ocupación. Lunardi recorrió Europa con su espectáculo volante, que llegó a España en 1792. En nuestras tierras realizó varios vuelos memorables e inspiró la imaginación de pintores y escritores. Las multitudes enloquecían ante aquellos espectáculos aéreos, convirtiéndose en los eventos más comentados de su época. La pasión por los globos duró hasta bien entrado el siglo XIX, cuando los dirigibles y los intentos por construir primitivos aviones, substituyeron a los globos aerostáticos en el imaginario público. Pero, mientras duró la fiebre, hubo imaginativos autores que soñaron con un futuro en el que, lejos de ser simple divertimento, las naves aéreas se convertirían en medios de transporte comunes. He aquí uno de esos casos.
Sobre la posibilidad de navegar por el aire de forma práctica
Diario de Madrid, verano de 1792. En plena fiebre de los aerostatos, repasando esas páginas, pueden leerse curiosos anuncios como el que sigue:
Se venden anteojos acromáticos ingleses, propios para distinguirse los globos desde mucha altura…
El negocio relacionado con los aerostatos tocaba muchos ámbitos, desde el buen comer hasta los instrumentos ópticos. Otro de los nichos de mercado era el de las publicaciones que tenían que ver con globos. Un pequeño librillo llevaba circulando con cierta fama desde 1783, ¡el mismo año en que los Montgolfier lograron su gesta aerostática! El éxito de este libro de poco más de cuarenta páginas llevó a que fuera reimpreso en diversas ocasiones, algunas tan lejanas de su punto de partida como el año 1847. Es más, la polémica acerca de su contenido fue tal que, al poco de su publicación, también vio la luz una obrilla impresa destinada a criticar lo que allá se decía.
Se desconoce al autor de este pequeño libro, sólo se sabe que estaba a la venta en ciertas librerías y puestos de diarios de Madrid y Barcelona. Su título, y otros detalles, son intrigantes. La portada es todo un ejercicio de misterio (Acceso a la obra completa):
Nave admospherica y tentativa
sobre la posibilidad de navegar por el ayre,
no solo especulativa, sino prácticamente.
Junto a ese título, una referencia a la imprenta, la licencia y una completa falta de mención al posible autor. Luego, un gráfico singular: un gran barco aéreo, dotado de globos para la sustentación, velas y una especie de alas y cola. El resto del librillo viene a ser un audaz ensayo en el que se pretenden responde diversas cuestiones acerca de la técnica del vuelo, todo en una época en la que apenas si se había realizado alguna experiencia con globos. He ahí lo más asombroso, porque el ejercicio de imaginación viene a ser todo un salto mortal. El autor afirma con rotundidad, a través de varias cuestiones técnicas expresadas a modo de preguntas y respuestas, que no sólo se pueden construir máquinas volantes, sino que sería posible volar controlando las naves y, además, se expresa una confianza increíble en un futuro aéreo para la humanidad. Bien, la osadía es grande, sobre todo porque todo estaba por hacer. El autor menciona el posible uso del vacío, aire caliente u otros gases, para la sustentación, atendiendo a referencias de sabios de su tiempo. Sin embargo, lo que más preocupa al desconocido escritor es la “voluntad de la máquina”. Se daba por hecho que se podían construir máquinas volantes pero, ¿cómo controlarlas para viajar allá donde se deseara? Este es el ingrediente más original de esta obra pionera e imaginativa. ¿Podría decirse que es algo así como una pequeña narración de ciencia ficción? Salvando las distancias, sin duda, lo es.
A la mención sobre alas, timones y otras superficies diversas para controlar el vuelo, se une una explicación acerca de la utilidad de una nave aérea y, ahí, es cuando nuestro ignoto escritor rompe moldes. Nos dice, con total seguridad:
Quan poco gasto y aparato necesitará qualquiera para ir de Madrid a cualquier Ciudad de España, y quan pronto es facil de conocer a qualquiera. Libre de escollos, de tormentas, bajando a tierra, quando, y como guste; divertido con la variedad de objetos, que corren por debajo de él (…) visitando en menos de 24 horas un Mercader de Madrid los Almacenes que tiene en Cadiz. (…) Y que en menos de tres días en la otra parte del Mundo se reciban órdenes de su Soberano. (…) Es con efecto caminar quasi con la velocidad que corre nuestro pensamiento y nuestra voluntad. (…) Lo que ahora parece delirio, puede que vengan tiempos en que los venideros estrañen, que nos maravillásemos de estas cosas, y se lastimen de nuestro ingenios, que encontraban dificultades en cosas para ellos tan obvias como andar a pie, y más dirán: ¿No sabían ya navegar por el agua? ¿De dónde les vino el asombro de navegar por el ayre?
Hacia el final de la obra, se menciona que el autor ya había intentado volar en globo más de dos décadas antes que los hermanos Montgolfier, como fruto de la lectura de cierto libro del Padre Tosca, matemático que planteaba la posibilidad de volar. Supuestamente aquellas experiencias de 1760 no fueron culminadas con éxito. Reconozcamos el ingenio de este olvidado autor, que a finales del siglo XVIII ya soñaba con un mundo aéreo: nuestro mundo de hoy.
Fantasías volantes del siglo XVIII – Tecnología Obsoleta
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