Capítulo 7. La nueva ideología relativista de Albert Einstein: la filosofía natural puesta patas arriba
Cuando el matemático británico Lewis Carroll publicó a mediados del siglo XIX su novela Alicia en el País de las Maravillas, seguramente su fecunda imaginación no habría sido capaz de concebir que sus fantasías de una Alicia agrandándose o encogiéndose a voluntad de la pluma, iban a ser consideradas, unas pocas décadas más tarde, con seriedad y “fundamento” entre los físicos o filósofos de la naturaleza de la “comunidad científica”.
Aunque generalmente a la relatividad clásica se le ha acuñado el calificativo de galineana, lo cierto es que el concepto o afirmación de la relatividad de las cosas en el mundo de la naturaleza es una idea tan antigua como el hombre. Pero esta concepción clásica de la relatividad siempre llevaba consigo otro concepto ligado necesariamente a él: el concepto de un marco o punto de referencia absoluto.
Dicho con otras palabras: para medir las relaciones que pueda haber entre las distintas magnitudes en el mundo de la física, es necesario siempre relacionarlas con un marco o punto que sirva de referencia para el establecimiento de esas relaciones. Y, por tanto, ese marco o punto de referencia habrá de considerarse siempre como fijo, general y universal, pues es el patrón de medida a partir del cual se van a establecer dichas relaciones.
De entre las magnitudes más importantes para las cuales se pueden establecer relaciones, está la de las velocidades de los cuerpos materiales que están fijos o se mueven en distintos marcos de referencia particulares.
Pero para que se puedan establecer estas relaciones, es necesario que las magnitudes dimensionales y la magnitud temporal sean las mismas y estén referidas al mencionado marco fijo, general y universal que sirve de marco absoluto y último para cualquier medición relativa.
En la Historia de la humanidad siempre se ha considerado, hasta tiempo relativamente reciente, un único y exclusivo sistema privilegiado de referencia fijo y absoluto a partir del cual medir todas las relaciones de velocidades entre los cuerpos materiales, tanto intraterrenales como extraterrenales: no es necesario que aclare que me estoy refiriendo, por su puesto, a la Tierra.
En el siglo XVII se empieza a producir en la “comunidad científica” un cambio, no diré sustancial, sino meramente accidental (desde el punto de vista de la filosofía de la naturaleza), en lo que se refiere a este tema al que nos venimos refiriendo del marco de referencia absoluto. El cambio, como digo, no fue sustancial, porque no se trataba de negar la existencia física de un marco de referencia absoluta. El cambio fue meramente accidental: simplemente se empezó a desechar el marco de referencia físico que se venía utilizando clásicamente desde los albores de la humanidad, es decir, la Tierra, y se fue sustituyendo por otros marcos de referencia físicos.
En la primera mitad del siglo XVII, el astrónomo alemán Johannes Kepler y el astrónomo italiano Galileo Galilei (fomentado la antigua ideología pitagórica del heliocentrismo, que el astrónomo polaco Nicolás Copérnico había recuperado medio siglo atrás con la publicación de su obra póstuma De revolutionibus orbium coelestium, de 1543), simplemente se limitaron a sustituir a la Tierra por el Sol como nuevo marco de referencia absoluta.
Sin embargo, este cuerpo celeste no podía considerarse como marco de referencia físico absoluto, puesto que la mentalidad relativista clásica, como ya hemos señalado, requiere que ese marco goce de inmovilidad física absoluta. Puesto que se descubrió que el Sol rotaba, mal podía servir como marco de referencia absoluto.
Isaac Newton, sin embargo, sí estableció un primer cambio sustancial frente a la concepción clásica del marco de referencia absoluto. Desechó la idea de que un cuerpo físico concreto pudiera servir como marco de referencia absoluto (concepción tradicional), y lo sustituyó, en su lugar, por un concepto metafísico o ente de razón: el espacio absoluto. Éste es el nuevo marco matemático-racional que le iba a servir de referencia para sus descripciones de los fenómenos dinámicos, es decir, fenómenos cinemáticos en los que intervienen fuerzas que los aceleran (Galileo ya había sistematizado antes las relaciones de los fenómenos cinemáticos no dinámicos, principalmente en su obra Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno à due nuove scienze, publicado en 1638).
Sus ideas de filosofía natural se hallan recogidas principalmente en su obra magna escrita en latín Philosophiae Naturalis Principia Mathematica: la primera edición fue de 1687, y después sacó dos ediciones más con correcciones y añadidos en 1713 y 1726. Consta de tres Libros: los dos primeros los dedica a cuestiones puramente matemáticas, y solamente dedica el tercero a cuestiones de filosofía natural. También se publicó póstumamente, en 1728, un folleto de propaganda de las ideas vertidas en este último tercer libro o parte de la obra. El folleto divulgativo fue una edición pirata, se titulaba A Treatise of the System of the World, y recogía los escritos de una versión preliminar de la primera edición de su obra principal, en donde aparecen redactadas sus ideas filosófico-naturales en un estilo más accesible al público en general.
El prestigio alcanzado por Newton en la “comunidad científica” hizo que, desde finales del siglo XVII hasta prácticamente principios del XIX, y dentro del contexto de su filosofía natural mecánico-corpuscular, se utilizara como único marco de referencia ese concepto matemático-racional ideado por Newton, es decir, el espacio absoluto.
Si bien nunca faltaron también críticas ante la idea de abandonar una concepción física para el marco de referencia absoluto, éstas no empezaron a arreciar y ganar terreno hasta el siglo XIX, en el que, recordemos, la concepción corpuscular de la luz fue siendo sustituida, y definitivamente desbancada, por la concepción ondulatoria. Recordemos también que esta concepción ondulatoria implicaba la existencia de un soporte material o físico para las ondas luminosas: el éter. Puesto que la “comunidad científica” no podía ni sabía renunciar, todavía, a la concepción clásica e intuitiva de la existencia de un marco de referencia con base o fundamento físico, no le resultó difícil aceptar como nuevo marco de referencia físico, fijo y absoluto, a esa materia que permea y llena todo el universo: al éter.
De entre todos estos críticos de la concepción matemático-mecánica-corpuscular newtoniana de la naturaleza, quizá el que mejor resumió, sistematizó y desarrolló los varios problemas que planteaba e implicaba esa teoría filosófico-natural fue el físico austriaco Ernst Mach, cuyos planteamientos vendrían a ser bautizados con el nombre de Principio de Mach.
La noción de la existencia de una materia que se extiende por todo el Universo y lo llena por todos lados sin dejar ningún intersticio libre, también es una idea clásica que ha sido aceptada de manera pacífica en la historia del pensamiento de la filosofía natural. Quizá porque se trata de una de esas ideas que, aunque con implicaciones físicas, se la puede considerar realmente como de carácter metafísica, es decir, pertenecería a ese selecto club de ideas metafísicas concernientes a la naturaleza, tales, por ejemplo, como la idea de un Universo finito que ha tenido un inicio en el tiempo, o la idea de una Tierra inmóvil.
Ciertamente, no se puede entender cómo podría negarse la existencia de una última materia que rellenara todo el Universo material, pues, de lo contrario, habría que concluir que en el Universo pudiera haber algún lugar o intersticio en donde existiera el concepto contrario al de la materia: la nada. Pero eso es imposible. La nada no es más que un concepto, un ente de razón, sin existencia real. Lo único que puede existir en el Universo material en que vivimos es la materia, y, por lo tanto, no puede quedar ningún “hueco” de ese Universo sin estar “rellenado” de algo de materia.
Esa materia última y elemental que llena todo el Universo es a lo que clásicamente se le ha llamado éter.
Entiéndase lo que se quiere decir. Cuando en el lenguaje “científico” se afirma que se ha hecho el “vacío” en el interior de un determinado espacio cerrado en un laboratorio, lo que se está afirmando es que se ha eliminado el aire de ese espacio cerrado. Pero dentro de ese espacio cerrado tiene que seguir habiendo “algo” que lo llene y lo permee, penetrando en todos y cada uno de su “rincones”.
Por tanto, la necesidad de la existencia del éter puede probarse sin necesidad de ningún experimento físico (aunque veremos en el siguiente y último Capítulo que, de hecho, ha sido probado mediante experimentos). Basta un simple razonamiento filosófico y lógico.
Quizá la mayor dificultad respecto a la concepción física del éter sea la de sus peculiarísimas propiedades y características físicas. El entendimiento de estas propiedades no resulta ciertamente intuitivo, e incluso resultan paradójicas.
Es importante tener en cuenta que la velocidad de propagación de las ondas en un medio depende única y exclusivamente de las características o propiedades materiales de ese medio. Existen básicamente dos propiedades del medio que condicionan esa velocidad de propagación en él: son las que se conocen como propiedad elástica, y propiedad inercial.
La propiedad elástica tiene que ver con la capacidad y velocidad de reacción de una materia para volver a su estado primitivo después de haber sufrido una perturbación. Generalmente con el calificativo “elástica” nos viene a la mente intuitivamente cualquier muelle o goma elástica. Pero si atendemos a la definición, habrá que considerar que cualquier metal, como por ejemplo el hierro, es mucho más elástico que cualquier muelle. Y cuanto más rígido sea el material, con mayor velocidad se propagarán las ondas en él.
La otra propiedad hace referencia a la densidad que pueda tener una materia. Cuando se habla de la propiedad inercial de una materia, generalmente se hace referencia a su resistencia a ser modificada en su situación de reposo o velocidad por una fuerza externa. Cuanta mayor sea su inercia, más difícil será modificar o variar esa situación.
Pues bien, resulta que, por un lado, el éter ha de tener una densidad pequeñísima, que permita que todo el resto de cuerpos materiales del Universo puedan moverse libremente a través suyo, y, al mismo tiempo, ha de tener unas condiciones de rigidez increíblemente duras (más duras que cualquier metal conocido) que permitan esas enormes velocidades de propagación de la luz (o de cualquier onda electromagnética) en su seno. Es decir, es como querer juntar en una misma cosa las propiedades del aire y las propiedades del hierro, por poner un ejemplo.
Para tratar de salvar esta paradoja, algunos físicos han conjeturado que el éter habrá de manifestarse de distinta forma según que su interactuación física sea con una materia cada vez más microscópica o con una materia cada vez más macroscópica. Si es con una materia cada vez más microscópica, a ese nivel el éter se comportará como un bloque único y compacto universal y se manifestarán más sus propiedades rígidas, mientras que si es con una materia cada vez más macroscópica, a ese nivel se comportará con si fuera una materia local y separada del resto del Universo, y se manifestarán sus propiedades “etéreas” o livianas.
Sea como fuere, lo cierto es que no se puede prescindir de la realidad (por necesidad metafísica) del éter.
Teniendo en cuenta estas cuestiones previas, vamos a tratar de dar una somera idea de la revolución introducida en la filosofía de la naturaleza por el físico judeo-alemán Albert Einstein, a raíz de su intento de explicar los sorprendentes resultados “negativos” del experimento de Michelson.
Einstein inició la elaboración de su novedosa teoría con un trabajo publicado en Junio de 1905 en la revista Annalen der Physik (Volumen 322, Número 10). En los años siguientes continuó desarrollando su teoría, hasta desembocar en su formulación definitiva en una serie de trabajos presentados en la Academia Prusiana de Ciencias de Berlín, en Noviembre de 1915, y consiguientemente publicadas.
Einstein editó a finales de 1916 un pequeño folleto divulgativo en donde quedaba compendiada toda su teoría, titulado Über die spezielle und die allgemeine Relativitätstheorie. En el prólogo al mismo, fechado en Diciembre de 1916, Einstein dice:
«El presente librito pretende dar una idea lo más exacta posible de la Teoría de la Relatividad, pensando en aquéllos que, sin dominar el aparato matemático de la física teórica, tienen interés en la Teoría desde el punto de vista científico o filosófico general. La lectura exige una formación de Bachillerato aproximadamente y –pese a la brevedad del librito– no poca paciencia y voluntad por parte del lector. El autor ha puesto todo su empeño en resaltar con la máxima claridad y sencillez las ideas principales, respetando por lo general el orden y el contexto en que realmente surgieron».
El propio Einstein, en una conferencia pronunciada en Kyoto (Japón) el 14 de Diciembre de 1922, cuya transcripción fue publicada en la revista americana Physics Today (Agosto, 1982), afirmaba lo siguiente:
«Fue hace más de diecisiete años [es decir, en 1905] cuando tuve por primera vez la idea de desarrollar la Teoría de la Relatividad. Si bien no puedo decir exactamente de dónde me vino ese pensamiento, estoy seguro de que éste tenía que ver con el problema de las propiedades ópticas de los cuerpos en movimiento. La luz se propaga a través del mar del éter, en el cual la Tierra se mueve. En otras palabras, el éter se mueve con respecto a la Tierra. Intenté encontrar en la bibliografía sobre Física alguna clara prueba experimental que evidenciara el flujo [viento] del éter, pero fue en vano.
Entonces yo mismo quise verificar el flujo [viento] del éter con respecto a la Tierra, en otras palabras, el movimiento de la Tierra. Cuando pensé por primera vez sobre este problema, yo no dudaba de la existencia del éter o del movimiento de la Tierra a través de él […].
Al tiempo en que estaba pensando en este problema en mis años de estudiante, tuve conocimiento del extraño resultado del experimento de Michelson. Pronto llegué a la conclusión de que nuestra idea sobre el movimiento de la Tierra con respecto al éter es incorrecta, si admitimos como un hecho el resultado nulo de Michelson. Éste fue el primer paso que me condujo a la Teoría Especial de la Relatividad. Desde entonces, he llegado al convencimiento de que el movimiento de la Tierra no puede detectarse mediante ningún experimento óptico, si bien la Tierra gira alrededor del Sol».
No sería exagerado creer que este estado de desconcierto de Einstein ante los resultados “negativos” del experimento de Michelson, reflejaba un estado de conciencia generalizado en toda la “comunidad científica”. Por tanto, no sería exagerado deducir que el conjunto de las primeras conjeturas presentadas bajo el amparo de la Teoría de la Relatividad, y que fueron denominadas con el nombre genérico de Teoría Especial o Restringida de la Relatividad, tenían como finalidad fundamental tratar de presentar una serie de hipótesis que permitieran tratar de dar una explicación a un experimento como el de Michelson, que gozaba de todas las garantías procedimentales para haber producido los resultados que teóricamente se esperaban, pero que finalmente no se produjeron en la práctica.
Es, entonces, cuando Einstein postula, de manera graciosa o gratuita, que, puesto que en el experimento de Michelson se había medido el mismo tiempo de llegada para los dos haces de luz, entonces había que “inferir” de ese resultado que el valor de la velocidad de luz es siempre el mismo en cualquier sistema de referencia en el que se desplace. Es decir, con independencia de que la luz se mueva dentro de un sistema de referencia móvil, nunca habrá composición de velocidades entre la velocidad de la luz y la velocidad de dicho sistema (composición en virtud de la cual se podría medir valores distintos de la velocidad de la luz), y, por tanto, cualquiera que sea el sistema de referencia en el que se mueva la luz, siempre mediremos el mismo valor c de su velocidad.
En cierto modo podemos decir que, durante esta primera fase de desarrollo de su Teoría, Einstein postuló un nuevo sistema de referencia absoluto universal: el valor de la velocidad de la luz, del cual siempre se mediría la misma cantidad en cualquier caso y en cualquier circunstancia.
Para los que hayan seguido la lectura de los Capítulos anteriores, les habrá venido a la mente uno de los experimentos mencionados en donde se destaca claramente la falsedad de este axioma de un supuesto valor absoluto de la velocidad de la luz con independencia del marco de referencia en el cual se desplace. Nos referimos al experimento de Fizeau, donde claramente quedó demostrado que un circuito de agua en movimiento influye en la velocidad de la luz, acelerando o retardando su velocidad, en una cierta proporción de la velocidad del agua, dependiendo de que el haz se moviera en el mismo sentido o en sentido contrario, respectivamente, al movimiento del agua.
Se podría contestar que Einstein, al hablar de una medición invariable de la misma cantidad de velocidad en la luz en toda circunstancia, no se refería al caso en que ésta se moviera en un medio refringente, lo cual provoca una disminución de su velocidad en dicho medio (y, por tanto, sería viable la composición de velocidades en dicho medio), sino únicamente cuando se desplaza al aire libre, como en el experimento de Michelson. De todas formas, esta versión o explicación de la invariabilidad en la medición de una misma cantidad de velocidad de la luz en cualquier sistema de referencia y sin mediación de ningún medio refringente, también quedó refutada por pruebas experimentales, aunque éste es el tema del siguiente y último Capítulo.
Sea como fuere, puesto que la velocidad de la luz alcanza su máximo valor al aire libre (es decir, no moviéndose en el seno de ningún medio refringente), y puesto que Einstein postulaba en su nuevo sistema relativista la imposibilidad de composición de velocidades permitida por la relatividad clásica (lo que permitiría que la velocidad de la luz alcanzase valores mayores a c cuando ésta se moviera dentro de un sistema de referencia móvil en la misma dirección y sentido del movimiento de dicho sistema), dedujo lógicamente, a partir de ese axioma de la invariabilidad en la medición de la velocidad de la luz al aire libre, que era imposible que nada pudiera viajar a mayor velocidad que la de la luz, o, lo que es lo mismo, que la luz no podía superar nunca el valor de c establecido para su velocidad al aire libre.
Parece un poco raro que, para explicar una nueva y revolucionaria teoría de la relatividad, tengamos que empezar por señalar este postulado “antirrelativo” de la constancia y absolutividad del valor de la velocidad de la luz postulado por Einstein. Pero el caso está en que, una vez establecido arbitrariamente el axioma que servirá de base a toda la teoría, no se duda en arremeter contra cualquier magnitud, no ya física, sino metafísica, relativizándolas en función de aquel primer axioma.
Ésta es la razón por la que Einstein deduce, como primera consecuencia de ese antes mencionado postulado fundamental de esta primera parte Especial o Restringida de la Teoría de la Relatividad, el supuesto aumento progresivo de la masa o cantidad de materia de un cuerpo como consecuencia de un aumento progresivo de su velocidad. Si resulta que nada puede ir más rápido que la velocidad de la luz en el aire (ni siquiera ella misma), esto quiere decir que si aplicamos a una materia una fuerza cada vez mayor imprimiéndole un mayor velocidad, su propiedad inercial (es decir, tal y como vimos antes, su resistencia a ser cambiada en su situación de reposo o movimiento) deberá ir aumentando cada vez más, hasta llegar a un punto, cercano a la velocidad de la luz, en que su materia (y, por tanto, su masa o inercia) haya aumentado hasta tal punto que sea imposible aumentar un poco más su velocidad con ningún aumento de fuerza.
Una segunda consecuencia de ese postulado del carácter absoluto de la velocidad de la luz al aire libre, vendrá a ser la consideración del carácter relativo, no sólo de las dimensiones de la materia, sino también de las mediciones del tiempo en un reloj.
Respecto a la variación de las dimensiones de la materia como consecuencia de su movimiento, es importante señalar que, aunque Einstein se vale del factor matemático de Lorentz (expresado en el Gráfico 23) para aplicarlo al experimento de Michelson, el entendimiento que tenían Lorentz y Einstein de su aplicación era distinto.
Lorentz consideraba que la materia, como consecuencia de su movimiento, se vería afectada en toda su estructura, es decir, en sus tres dimensiones espaciales conjuntamente; mientras que Einstein consideraba que quedaría afectada la materia sólo en su dimensión longitudinal. Así, el interferómetro del experimento de Michelson se vería afectado únicamente en su dimensión longitudinal como consecuencia de su supuesto movimiento en la misma dirección del supuesto movimiento de la Tierra (el dibujo que aparece en el Gráfico 24 representa la interpretación de Einstein acerca de esta variación material exclusivamente longitudinal del interferómetro).
Pero Einstein añade más: puesto que se postula que la medición de la velocidad de la luz es siempre la misma, entonces, no solamente se puede conjeturar la variación de la estructura material del interferómetro para dar cuenta de esa misma medición obtenida en el experimento de Michelson, sino también la variación de la medida temporal en los relojes asociados a los dos haces de luz del experimento.
Estas elucubraciones de Einstein, como digo, son las que le permiten “explicar” el resultado obtenido en el experimento (mismo tiempo de llegada a la pantalla receptora, y, por tanto, misma medición de velocidad en los dos haces de luz), mediante la aplicación combinada de una contracción de la longitud en el haz paralelo, y una dilatación del tiempo medido en los relojes vinculados a los dos haces. Interpretar ese resultado fáctico de la igualdad del valor de la velocidad a la que llegan los dos haces de luz en el experimento de Michelson como una consecuencia lógica de la estabilidad o inmovilidad de la Tierra le resultaba a Einstein más intolerable y más incomprensible que el acto de retorcer a su gusto la longitud de la materia y la medición del tiempo, a fin de “acomodarlos” y “ajustarlos” al resultado experimental obtenido (véase, al respecto, los Gráficos 24 y 25 sobre esta manipulación de la dimensión longitudinal y de la medición temporal para el caso concreto del experimento de Michelson).
Finalmente, la última consecuencia que Einstein saca, dentro de la lógica interna de la Teoría de la Relatividad en su versión Especial o Restringida, es que, como no se ha obtenido ninguna medición de la desigualdad esperada en el valor de la velocidad de los dos haces de luz, eso quiere decir que no se han visto afectados los haces por el viento del éter, y, por tanto, Einstein concluye, lisa y llanamente, que el éter no existe.
Para contestar a esta última conclusión arbitraria de la teoría relativista einsteiniana, bastaría recordar lo que ya dijimos acerca de la necesidad filosófica y lógica de la existencia física de una substancia que llene todo el espacio material del Universo; pero nos remitimos, para su refutación experimental, al siguiente y último Capítulo.
A todo este conjunto formado por un arbitrario axioma absoluto, consistente en la necesaria medición de la misma velocidad de la luz para todo observador en cualquier sistema de referencia, y por sus conclusiones o derivaciones relativistas para las mediciones longitudinales y temporales (que habrán de sufrir las consecuentes variaciones en sus respectivas magnitudes, a fin de “acomodarlas” al resultado que habrá de esperarse siempre conforme al susodicho axioma absoluto), se le vino a denominar, como hemos dicho, con el nombre de Teoría de la Relatividad Especial.
Se le denomina también con el nombre de Teoría de la Relatividad Restringida, puesto que Einstein, al completar toda su Teoría con la parte denominada Teoría de la Relatividad General, señaló que aquélla sólo era válida en su aplicación para sistemas de referencia inerciales. Pero un sistema de referencia inercial es aquél en el que no entra en juego la gravedad ni posee ningún movimiento acelerado. Dicho con otras palabras: esto significaría realmente reconocer, implícitamente, que la Teoría Especial de la Relatividad no sirve para nada, ya que no hay ningún espacio en el Universo que no esté sujeto a algún tipo de influencia gravitacional o sufra algún tipo movimiento acelerado.
En realidad, lo que se quería decir es que la Teoría de la Relatividad Especial era válida solamente para el sistema de referencia de la Tierra, mientras que la versión de la Teoría de la Relatividad General podía aplicarse a todo el Universo.
La razón por la cual se “restringía” la versión de la Teoría de la Relatividad Especial exclusivamente para un sistema de referencia interno a la Tierra es clara: porque todas las ideas contenidas en la Teoría Especial (que hemos estado repasando anteriormente) tenían un único y exclusivo objetivo: tratar de dar una “explicación” al experimento “fallido” de Michelson (evitando, al mismo tiempo, la alternativa de la hipótesis de una Tierra inmóvil), y, puesto que dicho experimento se desarrolló en un sistema de referencia intraterrenal, y, por tanto, se suponía que el experimento tuvo lugar en un sistema de referencia con movimiento constante, uniforme o inercial (es decir, con el supuesto movimiento de traslación de la Tierra), Einstein aclaró que su versión Especial de la Teoría de la Relatividad sólo se podía aplicar dentro de un sistema de referencia que gozara de esa peculiaridad (es decir, la peculiaridad de moverse con movimiento inercial, tal y como se suponía que lo hacía la Tierra).
Como decimos, Einstein completó su teoría relativista con una segunda parte, a la que se le denomina Teoría de la Relatividad General, en donde Einstein se muestra todavía más radical en sus conclusiones filosófico-naturales. En esta segunda versión definitiva de su Teoría, Einstein introduce el fenómeno de la gravedad y de su influencia en el Universo.
Vimos que en la Teoría Especial Einstein todavía conservaba lo que podría denominarse (aunque impropiamente) un “punto” de referencia absoluto: la velocidad de la luz. En la Teoría General, Einstein abandona completamente la idea de la existencia de un sistema de referencia absoluto o fijo, no solamente desde un punto de vista físico (como la Tierra fija, en la época pre-copernicana; o el éter fijo, en el siglo XIX), sino también desde un punto de vista meramente racional (como el espacio absoluto pregonado por Newton).
Dicho de otra forma, Einstein extiende su relativismo a todo el Universo, de tal forma que no se puede llegar a conocer si una determinada materia está realmente en movimiento o en reposo. De hecho, la deducción lógica que se desprende de este planteamiento es que toda y cualquier materia en el Universo está en estado de movimiento, porque no se puede, según esta Teoría, determinar si una determinada y específica materia se encuentra realmente en estado de reposo absoluto, ya que, si este estado de reposo absoluto llegara a descubrirse en alguna materia específica o determinada, ésta, entonces, habría de pasar a ser el nuevo punto o marco de referencia absoluto para todo el Universo.
La Teoría de la Relatividad General está muy astutamente formulada en este primordial aspecto: no afirma que una determinada materia no pueda estar en reposo absoluto y verdadero, sino que es imposible determinar por ningún experimento mecánico u óptico el estado de reposo absoluto y verdadero de ninguna materia. Por lo tanto, es imposible afirmar el carácter de reposo o fijeza absoluta en ninguna materia o cuerpo del Universo, y, por tanto, es imposible establecer un punto o sistema de referencia absoluto de carácter físico.
En realidad, la Teoría de la Relatividad, en este aspecto, no es sino la consecuencia lógica del abandono de la idea de la Tierra como punto o sistema de referencia absoluto, físico, del Universo.
Las bases de la relatividad clásica formuladas de manera sistemática por Galileo, indicaban la imposibilidad de demostrar la inmovilidad de la Tierra por ningún experimento de tipo mecánico…, pero al mismo tiempo implicaban también la imposibilidad de demostrar su movilidad por ningún experimento del mismo tipo. Ésta viene a ser la relatividad de los fenómenos cinemáticos que tienen lugar en el seno de sistemas de referencia con movimiento constante, uniforme o inercial.
Pero con la introducción por Newton del análisis de los fenómenos cinemáticos acelerados o dinámicos (es decir, en los que intervienen fuerzas, y, especialmente, la fuerza natural de la gravedad), se creía que sí se podría detectar y diferenciar los estados de reposo y movimiento absolutos (principalmente mediante la presencia de los fenómenos de las llamadas fuerzas inerciales que se manifestaban en el seno de un sistema no inercial o acelerado). Ésta fue la razón de la realización de los distintos experimentos ópticos (es decir, en los que interviene el fenómeno de la luz) que hemos estado viendo y analizando a lo largo de todos los Capítulos anteriores, los cuales teóricamente habrían de poner de manifiesto el supuesto movimiento absoluto o real de la Tierra.
Einstein, con la Teoría General de la Relatividad, viene a postular ahora que tampoco se podía detectar, mediante ningún experimento mecánico ni óptico, el estado de reposo o movimiento absoluto de ninguna materia, en el Universo, existente en el seno de cualquier sistema de referencia supuestamente dinámico o acelerado. De esta forma, venía a añadir a la antigua relatividad de los fenómenos cinemáticos puramente constantes o inerciales, la relatividad de los fenómenos cinemáticos dinámicos (es decir, aquéllos en los que interviene la fuerza natural de la gravedad). Los experimentos de tipo óptico, así como los de tipo mecánico, resultaban inútiles para poder detectar o diferenciar, de manera absoluta y verdadera, entre un estado de reposo y un estado de movimiento, en cualquier cuerpo o materia en el Universo.
Por tanto, según la Teoría General, poco importa saber si la Tierra está realmente quieta o realmente se mueve, pues no hay ningún experimento (mecánico u óptico) que nos permita conocer su estado o situación absoluto o verdadero de movilidad o inmovilidad.
A su vez, la Teoría General reformula de la misma manera su postura acerca de la existencia del éter: poco importa saber si éste existe o no, pues no hay ningún experimento (mecánico u óptico) que lo pudiera detectar.
Por último, la Teoría General resulta también más radical en su relativismo de lo que era la Teoría Especial en lo que se refiere a las transformaciones de las dimensiones espaciales y de las mediciones temporales.
En la Teoría Especial, vimos que el supuesto movimiento inercial de la Tierra afectaba a las reglas y relojes asociados a los dos haces de luz, haciendo que sus reglas encogieran y sus relojes midieran tiempos mayores a los verdadera y efectivamente obtenidos en el experimento de Michelson.
Ahora, en la Teoría General, Einstein postula que la actuación de la gravedad es capaz de generar variaciones o transformaciones en el espacio y el tiempo mismos. Aquí, Einstein vuelve a cometer el mismo error de Newton, al introducir los conceptos racionales de espacio y tiempo, otorgándoles la propiedad de una interactuación física con la materia
He dicho mismo error, pero habría que decir error mayor, ya que Newton solamente introdujo en el mundo material el concepto estrictamente racional del espacio, y sin pretensiones de manipularlo (pues lo consideraba su hipotético marco de referencia absoluto universal), mientras que Einstein, no solamente introduce además el concepto racional del tiempo, sino que considera a ambos conceptos como sujetos a cualquier manipulación relativista.
Pero aún hay más: considera al tiempo, en realidad, como una dimensión más, equivalente a las tres dimensiones espaciales, y, por consiguiente, las considera como intercambiables entre sí, por lo que ya no se podrá decir que la gravedad afecta al espacio o al tiempo por separado, sino a un nuevo ente racional inventado por Einstein, al cual se le denominará con el nombre de espacio-tiempo.
El efecto que Einstein postula que produce la gravedad en ese ente de razón llamado espacio-tiempo es el de su curvatura, de tal forma que pueda adoptar cualesquiera formas y magnitudes que pueda inventar cualquier mente imaginativa.
En realidad, todo esto no son más que construcciones puramente matemáticas apriorísticas. El problema está en que luego se quiera pretender que esos constructos matemáticos tengan un reflejo o fundamento en la realidad material del Universo.
Para la descripción de las curvaturas de su espacio-tiempo, Einstein se sirvió de la nueva geometría desarrollada por los matemáticos alemanes Bernhard Riemann y Hermann Minkowski, que arrumbaba y sustituía la antigua y clásica geometría de Euclides (nacida, inducida y fundamentada a partir de la percepción de la realidad material del Universo).
Para la notación matemática de sus ecuaciones de campo de la gravitación, Einstein se sirvió del cálculo tensorial desarrollado por los matemáticos italianos Gregorio Ricci-Curbastro y Tullio Levi-Civita (véase en el Gráfico 26 la famosa Ecuación fundamental de Campo de Gravitación para la descripción del Universo, establecida por la Teoría General de la Relatividad, y en donde se prevé un Universo estable o un Universo en expansión dependiendo de que se introduzca o no, respectivamente, en la ecuación, la denominada “Constante Cosmológica”).
Uno de los productos matemáticos más famosos que se han derivado de las ecuaciones de la Teoría General de la Relatividad es el de los denominados “Agujeros Negros”, en donde la curvatura del espacio-tiempo llega hasta el infinito como consecuencia de la previa existencia de un objeto material densísimo cuya enorme gravedad provoca dicho resultado.
Hemos intentado aclarar, dentro de nuestras posibilidades, todos los entresijos de la nueva y revolucionaria ideología relativista presentada por Einstein a la “comunidad científica” como consecuencia de los sorprendentes e inesperados resultados “nulos” del experimento de Michelson. Ciertamente no resulta fácil tratar de explicar una Teoría que, si se hubiera querido configurarla lo más deliberadamente oscura, confusa y embrolladora que se pudiera, creo que no habría sido muy distinta de la que quedó finalmente elaborada y publicada.
En el siguiente y último Capítulo repasaremos brevemente los dos principales experimentos cuyos resultados refutaron claramente los postulados establecidos en la Teoría de la Relatividad de Einstein.
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