El camino del Crédito Social hacia el consumo sostenible
Por M. Oliver Heydorn
El siguiente trabajo será presentado en el congreso del SCORAI en la Universidad de Maine en Junio: SCORAI 2016 – SCORAI .
En el periodo de entreguerras, un ingeniero británico llamado Clifford Hugh Douglas (1879-1952) desarrolló una teoría económica altamente original. Esta teoría constituyó (al menos desde un punto de vista) el componente clave de lo que gradualmente vendría a ser conocido como el “Crédito Social”. Douglas afirmaba que la principal causa del problema económico yacía en el sistema financiero de la sociedad, es decir, en las convenciones estándar que gobiernan la contabilidad de los costes bancario e industrial. Su remedio seguía a su diagnóstico de manera muy natural: la restauración de una funcionalidad completa y apropiada para nuestras economías requeriría la introducción de cambios apropiados en el sistema monetario. Las propuestas cuidadosamente desarrolladas de Douglas para la reforma monetaria fueron diseñadas para hacer frente a ese desafío.
El problema económico de acuerdo con la Teoría del Crédito Social
La esencia del análisis del Crédito Social puede muy fácilmente entenderse focalizando nuestra atención en la reputada “teoría de los mercados” que fue primeramente articulada por Jean-Baptiste Say (1776-1832).
De acuerdo con la ley de Say, o al menos con la interpretación financiera de la ley de Say, el acto de la producción dispersa suficiente poder adquisitivo a los consumidores de tal forma que el correspondiente volumen de producción (compuesto de bienes y servicios) pueda ser comprado en su totalidad.
La economía ortodoxa, así como todas las teorías y/o sistemas económicos heterodoxos con los que estoy familiarizado, aceptan o tácitamente asumen unánimemente la validez de la ley de Say. Es decir, asumen que si en alguna ocasión se da el caso de que haya insuficientes ingresos del consumidor para despejar el mercado de bienes y servicios de consumo, eso se deberá a que una cierta proporción de dicho ingreso está siendo ahorrada o reinvertida y, por tanto, no está disponible para cumplir su función propia de liquidar el flujo de precios de los bienes de consumo.
El Crédito Social se mantiene apartado de esta idea al insistir en que incluso si no se estuvieran ahorrando o reinvirtiendo los ingresos del consumidor y todo lo que se recibiera en forma de ingresos se estuviera gastando en bienes de consumo, tampoco habría nunca, bajo las condiciones industriales modernas, suficientes ingresos distribuidos en primera instancia como para poder compensar los precios que simultáneamente se están generando. La afirmación básica del diagnóstico, dicho en otras palabras, es que existe una deficiencia o escasez crónica de poder adquisitivo apropiado para el consumidor, es decir, de ingresos que se derivan de la correspondiente producción. [1] Esta deficiencia infesta a nuestras economías, haciéndolas estructuralmente anémicas.
A fin de ilustrar esta afirmación en términos más concretos, asumamos que una sociedad dada esté organizada de tal forma que pueda producir en el curso de un año todos los bienes y servicios que la población pueda usar de manera beneficiosa para ella: cobijo, comida, ropa, educación, sanidad, transportes, etc. No se está produciendo nada superfluo, ni se deja de satisfacer ninguna verdadera necesidad. La afirmación de Douglas es que, bajo las condiciones económicas actualmente existentes, la producción de todos estos bienes de consumo y la producción del volumen de bienes de capital necesario (a través, o bien de nueva producción, o bien de reemplazamientos) para suministrar toda esa producción de bienes de consumo, no distribuirán suficientes ingresos a los consumidores para compensar los correspondientes costes y, por tanto, los precios que la industria está obligada a cargar a fin de poder mantenerse solvente. Como resultado, el conjunto agregado de precios adjuntos a esa producción de bienes de consumo no puede ser liquidada por completo con el poder adquisitivo que se difunde durante el proceso de suministro o provisión al público de esa misma producción.
La causa de la brecha precio-ingreso
Si bien puede exacerbarse a través de la especulación (obtención de grandes beneficios), los ahorros, la reinversión de los ahorros, y una variedad de otros factores, esa brecha estructural entre los precios de consumo y los ingresos del consumidor se debe primariamente al hecho de que, bajo las convenciones financieras actualmente existentes, el capital real (máquinas y equipo, etc.) da lugar a costes que no son distribuibles como ingresos corrientes a los consumidores, ya sea hablando de manera absoluta, ya sea refiriéndonos al mismo periodo de tiempo y en la misma proporción con la que son recolectados. En efecto, los consumidores se ven forzados a invertir su dinero en la industria como consecuencia de la presencia de cargas de capital en los precios de los bienes de consumo. A medida que la tecnología se va mejorando y el trabajo va siendo desplazado de manera creciente por el capital real en el proceso de producción, la porción de costes que no son distribuibles como ingresos simultáneos va creciendo de manera continua.
Métodos convencionales para compensar la brecha precio-ingreso
Naturalmente, el desequilibrio en el sistema de precios deberá superarse si se quiere que la economía alcance el equilibrio y pueda continuar funcionando. Desafortunadamente, el sistema económico actualmente existente no posee medio ninguno de distribuir ese “excedente” de producción excepto por vía de nuevas y adicionales producciones. Incluso en el caso en donde la distribución de ese “excedente” se efectúa recurriendo a préstamos al consumo (en forma de dinero-deuda adicional tomado prestado de los bancos privados para facilitar el consumo), este dinero solamente se presta bajo la condición de que los receptores sean capaces de recobrar el principal y el interés a partir de futuros ingresos (sueldos, salarios, dividendos, etc.), y de esta forma se continua atado a la producción.
La escasez de ingresos del consumidor combinada con la necesidad de producción adicional como único medio (en última instancia) de poder compensar la brecha significa que siempre habrá un incentivo financiero (antes de y, posiblemente, al margen de cualquier deseo independiente por los bienes y servicios que resulten) para los empresarios para invertir más créditos a la producción (tomados prestados de los bancos privados) con la esperanza de conseguir incrementar su porción de mercado o de encontrar demanda para un nuevo producto en algún momento en el futuro. Esta expansión empresarial (especialmente para la producción de capital y para la producción para la exportación) incrementa la proporción de flujo de ingresos con los cuales se pueden comprar los bienes y servicios existentes sin incrementar simultáneamente los precios que los consumidores han de satisfacer. Los costes de la producción de nuevo capital no se filtrarán dentro del mercado de bienes de consumo durante cierto periodo de tiempo, e incluso entonces solamente se irán descargando gradualmente a lo largo de muchos años. La producción que se exporta es incluso todavía más ventajosa porque sus costes nunca tendrán que ser satisfechos en el ámbito doméstico. En lugar de ello, se confiará en los extranjeros como fuente de financiación para los ingresos y beneficios de las empresas exportadoras. Cuando falle el sector privado, el gobierno, tomando prestado dinero para su uso en gastos públicos, podrá distribuir ingresos adicionales sin incrementar simultáneamente la proporción de flujo de precios (en forma de impuestos). La guerra, en donde las bombas y otro tipo de producción militar es “exportada” al enemigo, constituye un caso especial. De hecho, la universal deficiencia de poder de compra del consumidor constituye el principal y constante impulso que está detrás de los conflictos militares internacionales y del colosal despilfarro y destrucción singularmente característicos de la guerra. Debido a que ningún país es capaz de absorber automáticamente su propia producción doméstica, los países se ven forzados a competir los unos con los otros en el intento de conseguir balanzas comerciales “favorables”. En este juego han de haber perdedores así como ganadores. La traducción de la lucha comercial en un conflicto armado es sólo cuestión de tiempo y oportunidad. El resultado final es que la economía ha de estar creciendo continuamente al ritmo requerido, pues ésta es la condición para que se dé la posibilidad de poder mantener un equilibrio entre los precios y el poder adquisitivo, y de poder atender a las deudas pasadas.
Como se ha señalado, esta producción “compensatoria”, en caso de no ser exportada, deberá eventualmente ser vendida (o cargada de alguna otra forma) al público. Parte de ella puede ser descargada o dispuesta por vía de créditos fáciles en combinación con publicidad manipuladora. En efecto, la publicidad es en sí misma toda una industria que ha venido creciendo fuera de toda proporción en relación a cualquier sana y racional necesidad a la que pudiera servir en una economía que no estuviera sufriendo de una escasez artificial de poder adquisitivo. Su propósito primordial es el de inducir al mayor número posible de gente a comprar más de lo que realmente necesita o más de aquello de lo que razonablemente pueda hacer uso, de forma que las compañías puedan continuar creciendo y los ingresos de los empleados y los beneficios puedan mantenerse. Otra porción o parte puede ser consumida confiando en el hecho de que la necesidad de producción “compensatoria” proporciona su propia demanda, igualmente artificial, de bienes y servicios que se requieren para poder hacer posible y tolerable el trabajo compensatorio en esa producción. De esta forma, la producción adicional necesita de coches y carreteras adicionales, edificios adicionales, mobiliario de oficina adicional, equipo, servicios, y suministros, así como trajes, comidas convenientes, y guarderías, etc.
De acuerdo con el análisis del Crédito Social acerca de la infraestructura financiera de la economía, es imposible que podamos darle la espalda al consumismo y a la cultura del consumismo, sin al mismo tiempo poner en peligro la sostenibilidad del actual orden económico. Deberemos mantenernos en la noria económica e ir cada vez más rápido en ella si no queremos caer bajo la amenaza del colapso económico. La producción excesiva y despilfarradora, el sabotaje económico de todo tipo, son necesarios con el fin de poder distribuir ingresos y mantener el equilibrio.
Las implicaciones de este estado de cosas para un “consumo sostenible”, entendido como una política significativa y valiosa desde un punto de vista existencial, social, estético y/o medioambiental, deberían resultar claras. Por muy beneficiosa y, por tanto, deseable que pueda ser tener una economía con un centro de abastecimiento que tenga como objetivo suministrar suficientes bienes y servicios de tal forma que la gente pueda sobrevivir y desarrollarse, es algo que simplemente resulta impracticable bajo las convenciones financieras actualmente existentes.
Los remedios del Crédito Social
El Crédito Social, sin embargo, también ofrece una solución al problema de los crónicamente deficientes ingresos del consumidor y esta solución, al eliminar la necesidad de producción compensatoria como método para rellenar la brecha, haría del consumo sostenible algo financieramente viable y económicamente realizable.
En lugar de confiar en que los gobiernos, empresas y/o consumidores individuales tomen prestado dinero-deuda adicional de los bancos privados (el cual es dinero creado por el sistema bancario) a fin de poder rellenar la brecha recurrente entre precios e ingresos, el Crédito Social propone el establecimiento de una Oficina de Crédito Nacional para determinar el volumen de crédito compensatorio que se necesita para conseguir el equilibrio en cada periodo económico, para crear este crédito libre de deuda o de cualesquiera otros costes, y para distribuirlo directa o indirectamente a los consumidores. La contribución directa tomaría la forma de un Dividendo Nacional o un ingreso que se concedería a cada ciudadano con independencia de que estuviera o no empleado dentro de la economía formal. La contribución indirecta tomaría la forma de un Descuento Nacional sobre los precios al por menor, es decir, sobre los precios de los bienes y servicios de consumo. Se venderían al precio que refleje los costes reales de producirlos, y la diferencia se compensaría a los minoristas de manera que estos últimos pudieran cubrir la totalidad de sus costes contables asociados con sus mercancías. [2]
El continuo y dinámico equilibrio de precios e ingresos en concordancia con los principios del Crédito Social, es decir, la introducción de un sistema de precios autoliquidable, haría que el consumo actual fuera enteramente independiente de producciones adicionales como condición necesaria para poder obtener pleno acceso a lo que la comunidad ya ha producido. Que no haya presión alguna para la realización de una sobreproducción significa o supone, como consecuencia, que no haya necesidad de tener que encontrar, o inducir de alguna otra forma, un mercado en el ámbito doméstico, o de tener que exportar el excedente. La gente podría ser libre de poder disfrutar plenamente de aquello que los esfuerzos de la comunidad han hecho posible, junto a un ocio incrementado o la liberación respecto de trabajos compensatorios que están vinculados a la necesidad de producciones compensatorias.
Aunque pueda parecer paradójico, el camino del Crédito Social hacia el consumo sostenible requiere que el poder consumidor de la comunidad sea puesto en sintonía con su poder productivo. En un sentido la gente necesita que se le dé más, para que en otro sentido pueda ser satisfecha con menos. Si la gente fuera financieramente capaz de consumir automáticamente por completo todo lo que produjera, no habría ningún incentivo para producir y consumir muchas otras cosas que bien se podrían describir como despilfarro. La economía podría entonces comenzar a funcionar muy naturalmente a una escala más pequeña, más humana, que sería –al mismo tiempo que más satisfactoria con respecto a las genuinas necesidades y deseos– también más medioambientalmente amistosa y socialmente responsable.
[1] Poder de comprar apropiado para el consumidor quiere decir poder adquisitivo que realmente pueda liquidar los costes de una vez por todas, en lugar de simplemente transferirlos como deudas reclamables contra futuros ingresos conectados con otros periodos y ciclos de producción distintos o separados.
[2] Ambas formas de crédito compensatorio al consumidor, en la medida en que fueran emitidos en la proporción correcta, serían anti-inflacionarias, en lugar de inflacionarias. En primer lugar, serían emitidos en lugar de todos los paliativos convencionales; esto significaría la eliminación de las excesivas deudas gubernamentales y corporativas, y la completa eliminación de los créditos al consumo. La economía no podrá nunca quedar inundada con un exceso de dinero siempre que el crédito se emita solamente para la producción deseada, y los precios e ingresos estén apropiadamente equilibrados en cada periodo mediante la adición del volumen correcto de crédito “libre de deuda”. En segundo lugar, y en contraposición con lo que ocurre bajo la actual práctica de tomar prestado más y más para poder rellenar la brecha, estos créditos en favor del consumidor no dejarían un rastro inflacionario de deuda detrás de ellos. Finalmente, ni los fondos para el dividendo ni los fondos para el descuento se acumularían. Son emitidos precisamente con el propósito de cubrir los valores en precios en la estructura de costes de los bienes y servicios para los cuales ningún poder adquisitivo se ha distribuido de manera automática durante el curso de su producción. Cuando las empresas reciban el crédito compensatorio, éste se utilizará, junto con el flujo regular de ingresos de la comunidad, para liquidar sus préstamos a la producción procedentes de los bancos (o para reemplazar sus reservas de capital), y de esta forma quedarán cancelados como poder adquisitivo del consumidor.
Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
Resulta verdaderamente escalofriante el manto de silencio que el mundo académico y mediático mantiene sobre este asunto, un silencio cómplice y vergonzante claramente impuesto y dirigido.
Se han dado cuenta que ante la incapacidad de refutar los argumentos es preferible no mencionarlos como sino existiesen, ni siquiera se atreven a atacarlos con la maquinaria de la propaganda y la mentira que dominan, prefieren un silencio orweliano.
En este sentido el silencio de eso que se autodenomina izquierda es todavía mucho mas vergonzante poniendo en evidencia su verdadera naturaleza : la de ideología creada por la finanza para distraer y confundir a los trabajadores.
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