El problema es mucho más grave, porque aceptar el CVII y el Magisterio plurisecular de la Iglesia simultáneamente implica violar el principio de contradicción. La doctrina implícita del CVII que es el personalismo, es decir el culto del hombre, se opone diametralmente a la Fe. Asimismo, la libertad religiosa, el falso ecumenismo, la separación de la Iglesia y del Estado, la pretensión de poder salvarse fuera de la Iglesia, que los judíos constituyan una propia y verdadera religión, los derechos humanos y un casi infinito etcétera constituyen errores explícitamente condenados por el Magisterio infalible de la Iglesia.
Que le CVII contenga errores en nada compromete las promesas certísimas de Nuestro Señor ni la Santidad de la Iglesia ni la infalibilidad pontificia, porque como nadie lo pone en duda-salvo ignorancia- nunca se ha pretendido conferir infalibilidad al CVII. Es más, está claro es que los Papas que lo convocaron renunciaron explícitamente a dotarlo de un carácter vinculante y lo calificaron sencillamente de pastoral. Y no es más que eso; o sea, todo lo opuesto de un concilio ecuménico, todos absolutamente taxativos y mandatorios en cada uno de sus cánones.
Si hay algo que puede definir al CVII, es la ambigüedad, y lo reconoce el mismo Papa al decir que los excesos son fruto de malas interpretaciones del Concilio. Si fuese claro, nadie lo podría malinterpretar.
Por otra parte, es de Fe que para gozar de la infabilidad una de las condiciones que debe cuimplir el Sumo Pontífice es imperar, es decir obligar a creer lo definido bajo una pena-siempre severísima-. Bueno, nada de eso hay en el CVII, sólo textos abstrusos, ambigüos y carentes de autoridad. Basta que compares un texto cualquiera del CVII con los cánones de Trento o el Concilio Vaticano I para que lo adviertas. Y la regla de oro, jamás un Papa (imperando) puede contradecir el magisterio anterior; el CVII contradice evidentemente el Magisterio, sin embargo ningún Papa a pretendido imperarlo a los fieles.
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