La 'Destiarización
Hoy el calendario pío, el Santoral, quiero decir, celebra a una patrulla de 1ª división: Dos sevillanos, San Leandro y San Diego de Alcalá; un polaco, San Estanislao de Kostka s.j. (novicio); una italo-yanqui, Francisca Javiera Cabrini; y un Papa excelente en tiempos difíciles, San Nicolás I. Además del complemento de los otros Santos del día etc.
Pero hoy, 13 de Noviembre, es también la fecha de una infausta efemérides: El dia en que Pablo VI depuso ceremonialmente la tiara papal, en medio de las sesiones del Concilio Vaticano II, el 13 de Noviembre de 1964, durante la celebración de una liturgia ecuménica católico-ortodoxa.
En la fotografia creo distinguir ministros menores de rito armenio (puede que me equivoque). Lo que destaca, sin embargo, en la fotografía es el gesto de compungido dolor del venerable Cardenal Ottaviani y la contención del amargo rictus que parece aflorar en el semblante del también venerable Monseñor Dante (entonces Maestro de Ceremonias, más tarde también Cardenal).
Pablo VI, en contraste, parece humildemente complacido; o gustosamente incordiante, consciente, en todo caso, del alcance del acto que protagonizaba. Un acto simbólico que afecta a algo que es sólo simbólico. Pero un símbolo definitorio de un concepto del Pontificado Romano que parece preterirse en aras de otros nuevos, nuevas conceptuaciones que renuncian a simbologías que se juzgan no sólo obsoletas sino incluso impropias, inadecuadas al nuevo perfil, la nueva imagen del Papado que se define - que se estaba definiendo - en las sesiones del Vaticano II.
Monseñor Giovanni Battista Montini, cuando era Monseñor Sustituto en la Secretaría de Estado, durante los años de Pio XII, no pareció incomodarse con el ceremonial pontificio. En las ceremonias celebradas por Su Santidad el Papa Pio XII, todos los símbolos papales, todos los ornamentos propios, estaban en constante y ordinario uso. Eran corrientes los flabelli, la sedia, el manto y la tiara. Ni se entendían como 'problemáticos' ni se les juzgaba impropios, al contrario: La magnificencia de las ceremonias papales en el Vaticano parecían adecuarse a esa solemnidad material de los objetos, como el aire exterior de la Plaza de San Pedro sintonizaba con el cupulone del Miguelángel, y la fachada del Maderno con los dos brazos del Colonnato del Bernini, con las dos fontanas y el obelisco egipcio del circo de Nerón. Objetos tan dispares en historia y forma quedaban armónicamente integrados en el conjunto de la Piazza di San Pietro, única en la Urbe y el Orbe.
Coronación Pablo VI:
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Lo mismo, en el interior con arquitectura de Bramante, de Rafael, de Michelángelo y Maderno, la decoración de Bernini revestía de luz y gloria barrocas las naves imponentes de la Basilica del Príncipe de los Apóstoles. En ese rutilante y monumental continente, la sedia gestatoria, los flabelli, el cortejo pontificio acompañando al Papa entronizado, revestido con el manto y coronado con la tiara, todo aquel tropel ceremonial estaba en sintonía formal y espiritual con su marco, celebrando siempre la humildad del Niño en el Pesebre, el dolor de Cristo en el Calvario, y la gloria del Señor Resucitado y Exaltado. Se representaba la gloria de la Salvación de la que es depositaria la Iglesia, cuya cabeza visible es el Papa, que se coronaba con la triple corona de la tiara, porque su potestad era la mayor y la más alta que existía en la Tierra, siendo Vicario de Cristo, con una dignidad superior a cualquier otra. La tiara sobre la cabeza del Sucesor de Pedro era casi un resumen del Credo, una condensación ritual de la Fe y la Esperanza de la Iglesia que aparecía como la Esposa enjoyada, electa y colmada de la Caridad de Cristo, su celestial Esposo y Señor.
Cuando Pablo VI deponía la tiara, depuso también todo esto. Una deposición que era una preterición, un abandono despreciativo. Que se pretendía humilde, pero que alentaba la arrogancia (soberbia?) del que se sobre-estima por encima de símbolos, de historia, de legados, de tradiciones.
Deposición de la Tiara, 13 de Noviembre de 1964:
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Depués se quiso sustituir el símbolo depuesto con otros objetos alternativos, mitras que igualaban con el colegio episcopal y no destacaban como la tiara, que era singular y sólo portable por uno. Como parecía signo insuficiente, se quiso significar lo singular petrino con el palio, pertendiendo que la anchura de la banda o el color de las cruces rojas destacaran sobre los demás palios arzobispales de los metropolitanos, insignificante detalle de experta lectura, casi invisible.
La 'destiarización', al presente, parece lamentablemente definitiva, habiendo desaparecido el trirregno papal hasta del timbre del stemma pontificio, sustituído ahora por una insólita mitra con tres bandas doradas, una sombra del solemne, antiguo y emblemático tocado papal.
Uno piensa que es que no hay, no se siente, no se busca la identidad con el Papado de aquellos Papas que fueron coronados con las tres coronas y las portaron reverentemente (y humildemente) porque se identificaban con la potestad que la tiara representaba y que el Servus Servorum Dei, sin contradicción, dignamente ostentaba.
Uno no quiere pensar que la deposición de la tiara y su no recuperación pueda tener otro significado, y que con el símbolo también se depusiera la dignidad simbolizada.
Hay cosas que mejor sólo recordar, quizás llorar, pero no pensar.
+T.
EX ORBE
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