EL PAPA EN TWITTER

JUAN MANUEL DE PRADA






Para llevar y traer noticias instantáneamente, antes -mucho antes- que Twitter, ya teníamos a los ángeles, coño
LOS medios de comunicación habían sido tradicionalmente un instrumento para la divulgación del magisterio de los papas; también, por cierto, para su combate acérrimo. En los últimos años, sin embargo, se van convirtiendo en un instrumento de banalización de la actividad pontificia. Ciñéndonos al papado de Benedicto XVI, baste recordar episodios tales como la escandalera provocada por el célebre discurso de Ratisbona, que la prensa amputó, para descontextualizar unas reflexiones en torno a la racionalidad de Dios y convertirlas en una diatriba contra los musulmanes; o, más recientemente, la delirante polémica generada en torno a la presencia del buey y la mula en el Nacimiento, o a la procedencia geográfica de los Reyes Magos, producto de una tergiversación chusca de ciertos pasajes de La infancia de Jesús, el libro con el que Joseph Ratzinger clausura su trilogía sobre la vida de Cristo. Diríase que los detractores de la Iglesia hubiesen descubierto que, mucho más eficaz que el uso de los medios de comunicación como instrumentos de combate, resulta su empleo como propaladores de paparruchas varias que trivializan la figura del Papa; en lo que no se equivocan, pues, en efecto, presentar a un Papa «metepatas» resulta mucho más demoledor (y regocijante) que mostrarlo como un temible rival intelectual.
Se trata de un problema que deberían considerar quienes asesoran al Papa, para evitar verlo envuelto constantemente en episodios que, lejos de humanizar su figura, pueden tornarla risible; pero el problema se torna peliagudo cuando son los propios asesores del Papa quienes participan gozosamente de esta tendencia trivializadora. Algo de esto ha ocurrido, me temo, con el reciente «estreno» del Papa en Twitter, que desde los propios ámbitos eclesiásticos se ha presentado como signo de «modernidad», e incluso como un ejemplo de los nuevos métodos de evangelización y propagación de la fe que ofrecen los avances tecnológicos. Naturalmente, se trata de un «estreno» retórico, pues -como a nadie se le escapa- los «tuits» que vayan apareciendo en la cuenta del Papa los escribirá algún negro pontificio. Por lo demás, en que el Papa estrene cuenta en Twitter no hallamos en sí nada malo, como no lo hallamos -pongamos por caso- en que ordene poner placas solares sobre el tejado de los palacios apostólicos.
Más chocante resulta el intento de inscribir este «estreno» del Papa en las redes sociales en el contexto de una «nueva evangelización». Si para evangelizar se precisan los avances de la técnica, Cristo habría esperado a nacer a que se hubiese inventado Twitter, o siquiera el telégrafo o el altavoz; y, puesto a nacer en una época en que no había Twitter ni telégrafo ni altavoz, al menos se habría preocupado de hacerlo en el Palatino, donde habría podido servirse tan ricamente de los edictos y demás instrumentos de que disponían los Césares para propagar su santa voluntad hasta los confines del orbe conocido. Pero fue a nacer en un pueblajo de Judea que ni siquiera figuraba en los mapas; y evangelizó (con sangre, sudor y lágrimas) a través de su presencia viva y actuante, como luego hicieron sus discípulos. Hay una máxima biológica que afirma que, a medida que disminuye lo vivo, aumenta lo automático; y a la fe, como cosa viva que es, nada la mata más que lo automático. La nueva evangelización que venga, si ha de venir, será al margen de Twitter, y hasta a despecho de Twitter si hace falta, siguiendo el procedimiento antiguo -eterno-fundado en el aquel pueblajo de Judea. Además, para llevar y traer noticias instantáneamente, antes -mucho antes- que Twitter, ya teníamos a los ángeles, coño.




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