El Papa contesta
Camarillas las ha habido siempre, unas mejores, otras peores, unas han funcionado, otras han renqueado, unas para bien, otras para mal. Pero la camarilla (si existe) de nuestro Papa Benedicto va a quedar como una de las más penosas, deficientes, torpes y metepatas de la historia reciente. Lo malo es que la camarilla (si la hubiera) no sólo es incapaz de parar los golpes, sino que parece que los prepara. Al final todos los porrazos van a la Cabeza Visible, que es el Papa. El próximo (luego de la serie formidable de patinazos desde lo de Ratisbona a lo de los preservativos etc.) va a ser el espectáculo de el Papa contesta. El Viernes Santo, para más inri.
¿Tiene el Papa que descender a esos espacios de comunicación televisiva? ¿No debe mantenerse la Sede de Pedro en un nivel por encima de los comunes? Porque, sea como sea y lo que sea, será el Papa el que hable y exponga y conteste. ¿Le compete ese nivel?
La vulgarización de personas e instituciones ha sido una de las características de nuestra post-modernidad. Han bajado a la calle (y hasta a las cloacas) los tronos más altos, las coronas reales, las diginidades, las honorabilidades, los jefes de estado y de gobierno. Lo aristocrático se ha corrompido volviéndose pasto de la plebe, sin que la plebe se haya elevado al podio de la sangre azul después de rumiar paja de nobleza. Hay cosas que no se digieren nunca y muros de separación que nunca caen.
Volviendo al Papa, el juanpablismo inauguró cosas e introdujo formas impensables; actos, recibimientos, presencias, comparecencias, celebraciones y apariciones que nunca debieron ser protagonizadas por el Papa. Pero fueron aquellos largos años en que la norma era el Papa quiere y se hace lo que el Papa quiera. Y todavía parece que el aperturismo condescendiente sigue. Y seguirá causando estragos, como siga.
Hay, por ejemplo, una diferencia ofensivamente degradante entre la sedia gestatoria que se despreció y el papamovil que se aplaudió, entre la tiara displicentemente olvidada y los mil sombreros ridículos, indignos, impropios y ofensivos que el Beato Súbito se puso o se probó por todo el mundo; y Benedicto también, alguno, por esa confusa y equívoca idea de empatía, tan mal gestionada por su camarailla (si la tuviera).
No me gusta que el Papa, un Viernes Santo, salga en la televisión contestando preguntas; preguntas, por otra parte, escogidas, preparadas y presentadas ad casum, una quasi-ficción estudiada y ensayada para demostrar no sé qué cercanía con no sé cuales fieles. No me gusta ni lo entiendo.
Tampoco sé qué piensan que ganan o que se va a ganar con escenas como esa, tan 'light', tan insuficientes e insatisfactorias a la postre.
Al final es la figura del Papa la que se resiente, quedando expuesto a reacciones y comentarios desfavorables o indiferentes, siempre erosionantes.
Los católicos de verdad no necesitamos 'cercanías' papales; y los que no son católicos no se volverán papistas por ver al Papa como se ve a cualquiera, medido con el mismo rasero vulgar con que nuestro decadente mundo iguala a todos (con la paradoja perversa de ser luego tan disparatada su desigualdad).
Aprovecho para volver a proclamar lo necesarios que somos los más papistas que el Papa. Una especie católica cada vez más escasa, pero quizá nunca como ahora tan necesaria.
¡Apúntense!
+T.
EX ORBE
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