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Tema: El falso ecumenismo

  1. #1
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    El falso ecumenismo

    EL FALSO ECUMENISMO





    “El falso ecumenismo destruye totalmente los fundamentos de la Iglesia Católica”. Pío XI

    Ecce Christianus

  2. #2
    Martin Ant está desconectado Miembro Respetado
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    Re: El falso ecumenismo

    Instrucción Ecclesia Catholica sobre el movimiento ecuménico*

    Aunque la Iglesia católica no tome parte en los congresos y en las demás reuniones «ecuménicas», nunca ha dejado, como se desprende de varios documentos pontificios, y nunca dejará en el futuro, de seguir con el mayor interés y de ayudar por medio de insistentes oraciones todo esfuerzo realizado con vistas a obtener lo que tanto deseaba Cristo Nuestro Señor: que todos los que creen en Él «estén consumados en la unidad».

    Acoge con afecto verdaderamente materno a todos los que vuelven a ella como a la única y verdadera Iglesia de Cristo: animamos, pues, y promovemos todos los proyectos y empresas que, con el consentimiento de la autoridad eclesiástica han sido realizados o se están realizando actualmente, ya sea para instruir en la fe a aquellos que están en camino de convertirse, ya sea para darla a conocer de una manera más perfecta a los convertidos.

    En varios lugares del mundo debido a los acontecimientos exteriores y a los cambios de las disposiciones interiores, debido también y sobre todo a las oraciones comunes de los fieles, bajo la inspiración de la gracia del Espíritu Santo, el deseo de que todos aquellos que creen en Cristo Nuestro Señor vuelvan a la unidad, se ha ido haciendo cada vez más fuerte en el corazón de muchos hombres separados de la Iglesia católica. Para los hijos de la verdadera Iglesia este hecho es una fuente de santa alegría en el Señor y una invitación para ayudar a todos aquellos que sinceramente buscan la verdad, pidiendo por ellos a Dios la luz y la fuerza necesarias, por medio de insistentes oraciones.

    Algunas tentativas realizadas hasta el día de hoy, ya sea por personas aisladas o por grupos, para reconciliar con la Iglesia católica a los cristianos separados, aunque inspiradas por una excelente intención, no siempre se han fundamentado sobre principios justos, e incluso cuando lo han estado, no siempre se hallan protegidas de determinados peligros, como la experiencia ya ha demostrado. Así, pues, esta Sagrada Congregación, a la que incumbe la responsabilidad de conservar en su integridad y de proteger el depósito de la fe, ha estimado oportuno recordar e imponer las siguientes prescripciones:

    I. Puesto que esta «reunión» pertenece ante todo a la función y al deber de la Iglesia, los obispos «que el Espíritu Santo ha establecido para gobernar a la Iglesia de Dios» deben dedicarle su especial atención con una gran solicitud. No sólo deben velar diligente y eficazmente sobre este movimiento, sino que, además, deben promoverlo y dirigirlo con prudencia, para ayudar primeramente a aquellos que buscan la verdad y la verdadera Iglesia, y también para apartar a los fieles de los peligros que fácilmente se derivarán de la actividad de este «movimiento».

    Razones por las que deben ante todo conocer perfectamente lo que este «movimiento» ha establecido y realiza en sus diócesis. Con este propósito, nombrarán sacerdotes capaces que, fieles a la doctrina y a las directivas de la Santa Sede, contenidas, por ejemplo, en las encíclicas Satis cognitum, Mortalium ánimos y Mystici Corporis Chrísti, seguirán de cerca todo lo que hace referencia al «movimiento» y les mantendrán al corriente de una manera periódica.

    Ejercerán una especial vigilancia sobre las publicaciones que los católicos editan en esta materia, sea cual fuere su forma, y exigirán que se observen los cánones de praevia censura librorum eorumque prohibitione (can. 1384 y sig.) no dejarán de hacer lo mismo en lo que se refiere a publicaciones no católicas, en lo que concierne a la edición, lectura o la venta realizadas por católicos.

    Procurarán también a los no católicos deseosos de conocer la fe católica todos los medios útiles a este fin, nombrarán personas y abrirán oficinas a las que los no católicos puedan dirigirse y pedir consejo; velarán con un cuidado especial para que los ya convertidos encuentren fácilmente la posibilidad de instruirse exactamente y de una manera más profunda sobre la fe católica y de ser formados activamente para la práctica de una vida religiosa ferviente por medio de reuniones y de asociaciones adecuadas, de retiros y de otras prácticas de piedad.

    II. En cuanto al método a seguir para este trabajo, los mismos obispos establecerán lo que sea preciso hacer y lo que sea preciso evitar, y exigirán que todos se acojan a sus prescripciones. Velarán también para que bajo el falso pretexto de que hay que considerar mucho más lo que nos une que lo que nos separa, no se caiga en un peligroso indiferentismo, sobre todo por parte de aquellos que están menos instruidos en las cuestiones teológicas, y cuya práctica religiosa es menos profunda. Se debe evitar, en efecto, que dentro de un espíritu que hoy día se llama irénico, la doctrina católica, ya sea en sus dogmas o en sus verdades, se vea, por medio de un estudio comparado o por un vano deseo de asimilación progresiva de las diferentes profesiones de fe, englobada o adaptada en algún aspecto a las doctrinas disidentes, de modo que la pureza de la doctrina católica se halle afectada o bien que su sentido cierto y verdadero se encuentre oscurecido.

    Desterrarán también la peligrosa ambigüedad en la expresión que daría lugar a opiniones erróneas y a esperanzas falaces que nunca podrán realizarse, diciendo, por ejemplo, que la enseñanza de los Soberanos Pontífices, en las encíclicas sobre la vuelta de los disidentes a la Iglesia y sobre el Cuerpo místico de Cristo, no debe ser tomada en gran consideración, puesto que no todo es dogma de fe, o bien, y lo que es aún peor, que en las materias dogmáticas, la iglesia católica no posee la plenitud de Cristo, y que puede hallar una mayor perfección en las demás Iglesias.

    Impedirán cuidadosamente y con real insistencia que al exponer la historia de la Reforma y de los reformadores, se exageren desmesuradamente los defectos católicos y apenas se hagan notar las faltas de los reformados, o bien que se dé importancia a elementos accidentales de tal modo que lo que es esencial, la defección de la fe católica no se perciba con claridad. Velarán, finalmente, para que a causa de un celo exagerado y falso o por imprudencia y exceso de ardor en la acción, no se perjudique en vez de favorecer el objetivo fijado.

    La doctrina católica debe ser expuesta y propuesta total e íntegramente, no hay que silenciar o usar términos ambiguos al referirse a lo que la verdad católica enseña sobre la verdadera naturaleza y las etapas de la justificación, sobre la constitución de la Iglesia, sobre la primacía de jurisdicción del Romano Pontífice, sobre la única unión verdadera mediante la vuelta de los cristianos separados a la única y verdadera Iglesia de Cristo. Sin duda, se les podrá decir que volviendo a la Iglesia no perderán ese bien que, por la gracia de Dios, se realizó en ellos hasta el momento presente, pero que con su vuelta, este bien se hallará completado y llevado a su perfección. Sin embargo, se evitará hablar sobre este aspecto de tal manera que se imaginen que al volver a la iglesia le aportan un elemento esencial que le faltaba. Hay que decir estas cosas con claridad y sin ambages, ante todo porque buscan la verdad, y también porque fuera de la verdad nunca podrá haber una unión verdadera.

    III. Por lo que respecta a las reuniones y conferencias mixtas entre católicos y no católicos, que en estos últimos tiempos han sido organizados en muchos lugares para promover la «reunión» en la fe, la vigilancia y las directivas de los Ordinarios son especialmente necesarias. Puesto que si bien ofrecen la deseada ocasión de propagar entre los no católicos el conocimiento de la doctrina católica, demasiado a menudo desconocida por ellos, llevan consigo, para los católicos, el grave peligro de la indiferencia. Allí donde aparece la esperanza de un buen resultado, el Ordinario dispondrá todo para que estando bien dirigido, designando a sacerdotes especialmente preparados para esta clase de reuniones, sepan exponer y defender de manera conveniente la doctrina católica. Los fieles no deberán frecuentar estas reuniones sin la especial autorización de la jerarquía eclesiástica, que solamente la acordará a aquellos que son conocidos como instruidos y firmes en la fe. Pero si no aparece la esperanza de buenos resultados o bien si se presentan determinados peligros, con prudencia se alejará a los fieles de estas reuniones, las cuales serán disueltas o bien llevadas a desaparecer progresivamente. La experiencia nos enseña que las grandes reuniones de este tipo dan pocos resultados y son generalmente peligrosas, por ello sólo serán autorizadas después de un serio examen. A los coloquios entre teólogos y no católicos sólo se enviarán a aquellos sacerdotes que por su ciencia teológica y por su firme adhesión a las normas y principios establecidos en esta materia por la Iglesia, se habrán mostrado verdaderamente aptos para este ministerio.

    IV. Todas las conferencias o reuniones, públicas o no, de gran o limitado acceso, organizadas de común acuerdo para que cada una de las dos partes, católica y no católica, trate sobre cuestiones de fe y de moral y exponga como propia la doctrina de su confesión, estarán sometidas a las prescripciones de la Iglesia, recordadas en la Advertencia Cum compertum, dada por la Sagrada Congregación el 5 de junio de 1948. Las reuniones mixtas no están, pues, prohibidas, pero sólo pueden tener lugar bajo la autorización previa de la jerarquía eclesiástica competente. Las instrucciones catequísticas, incluso cuando son dadas en grupo, ni las conferencias en las que la doctrina católica es expuesta a los no católicos que desean convertirse, aunque éstos expongan la doctrina de su Iglesia para ver con claridad cuáles son los aspectos en los que su doctrina está de acuerdo con la doctrina católica, y cuáles son en los que difieren, no están sometidas al Monitum. El Monitum tampoco concierne a las reuniones mixtas entre católicos y no católicos, en las que no se tratan cuestiones de fe ni de moral, pero en las que se intenta unir los esfuerzos para defender los principios del derecho natural o de la religión cristiana frente a los enemigos de Dios, hoy unidos entre sí, ni las reuniones en las que se trate del restablecimiento social y de otros temas parecidos. No es necesario precisar que, incluso en estas reuniones, los católicos no deben aprobar ni conceder aquello que no estaría de acuerdo con la Revelación divina y la doctrina de la Iglesia, aunque se trate de temas sociales.

    Por lo que se refiere a las reuniones o conferencias locales, que según lo que acaba de decirse se ven afectadas por el Monitum, los Ordinarios reciben, durante tres años desde la promulgación de esta instrucción, el poder de conceder el permiso de la Santa Sede, previamente solicitado, bajo las siguientes condiciones:

    1ª evitar totalmente cualquier participación mutua en los oficios litúrgicos;

    2ª que las conversaciones sean debidamente vigiladas y dirigidas;

    3ª que al final de cada año se haga saber a la Sagrada Congregación en qué lugares se han llevado a cabo dichas reuniones y cuáles han sido las experiencias obtenidas.

    A propósito de los coloquios entre teólogos de los que hemos hablado anteriormente, se concede la misma facultad y por el mismo tiempo al Ordinario del territorio en el que estos coloquios tengan lugar, o bien al Ordinario común, delegado por los demás Ordinarios, para dirigir esta obra, según las condiciones más arriba indicadas, a condición de que cada año se mande a la Sagrada Congregación una relación de los temas tratados, las personas que han tomado parte en dichos coloquios y el nombre de aquellos que han presentado ponencias.

    En cuanto a las conferencias y reuniones interdiocesanas o nacionales o internacionales es preciso el permiso previo, especial para cada caso, de la Santa Sede; en la demanda hay que añadir los temas y las materias que se tratarán y el nombre de los ponentes. Antes de la obtención de este permiso no hay que iniciar los preparativos externos ni colaborar en los preparativos hechos por los no católicos.

    V. Aunque en estas reuniones y conferencias se deba evitar la participación en cualquier oficio litúrgico, no está prohibida la recitación en común de la Oración dominical o de una oración aprobada por la Iglesia católica, pronunciada en el momento de apertura o de clausura de dichas reuniones.

    VI. Si bien cada Ordinario tiene el derecho y el deber de vigilar, de ayudar y de dirigir esta obra dentro de su diócesis, una colaboración entre varios obispos será no sólo oportuna sino también necesaria para establecer los organismos y las instituciones encargadas de supervisar el conjunto de esta actividad, de examinarla y dirigirla. Los Ordinarios, pues, deberán ponerse de acuerdo entre sí para establecer los medios apropiados con el fin de obtener una uniformidad de acción y un entendimiento ordenado.

    VII. Los superiores religiosos tienen la obligación de velar para que sus subordinados se adapten fiel y estrictamente a las normas de la Santa Sede o a los Ordinarios, en esta materia.

    Para que esta magnífica obra de la «reunión» de todos los cristianos en la única fe verdadera y en la única Iglesia verdadera se convierta cada vez más en el objetivo preferido de la misión pastoral, y para que todo el pueblo católico implore a Dios con mayor insistencia por la «vuelta a la unión», será útil que se den a conocer a los fieles, de una manera oportuna -por medio de cartas pastorales, por ejemplo-, estos problemas y los esfuerzos y prescripciones de la Iglesia a este respecto, junto con las razones que los inspiran.

    Todos, pero sobre todo los sacerdotes y los religiosos, deben estar inflamados de celo, para que con sus oraciones y sus sacrificios colaboren en hacer fructificar y progresar esta obra; es preciso recordar a todos que nada convencerá tanto a los que todavía están en el error como la fe de los católicos demostrada a través de la pureza des us costumbres.

    Dado en Roma, en el Palacio del Santo Oficio, el 20 de diciembre de 1949

    Francisco, Cardenal Marchetti-Selvaggiani, secretario

    Alfredo Ottaviani, asesor.

    (Texto tomado de la revista de la Hermandad San Pío X Tradición Católica, nº 198, de marzo-abril 2005)
    Hyeronimus dio el Víctor.

  3. #3
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    Re: El falso ecumenismo

    La carta del Cardenal Ottaviani, sobre los abusos en la interpretación de los decretos conciliares

    A las 10:16 PM, por Isaac García Expósito

    La BAC publicó, no hace mucho, un libro que comprende todos los documentos promulgados por la Doctrina de la Congregación de la Fe, desde el año 1.966 hasta el 2.007. Uno de los primeros textos con el que nos encontramos es una Carta del Cardenal Ottaviani, dirigida a los presidentes de las Conferencias Episcopales, que trata de los abusos en la interpretación del Concilio Vaticano II.

    El texto es el siguiente:
    CARTA A LOS PRESIDENTES DE LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES1
    {SOBRE LOS ABUSOS EN LA INTERPRETACIÓN DE LOS DECRETOS DEL CONCILIO VATICANO II}
    (24 de julio de 1966)

    [Cum oecumenicum Concilium: AAS 58 (1966) 659-661]

    Una vez que el Concilio Vaticano II, recientemente concluido, ha promulgado documentos muy valiosos, tanto en los aspectos doctrinales como en los disciplinares, para promover de manera más eficaz la vida de la Iglesia, el pueblo de Dios tiene la grave obligación de esforzarse para llevar a la práctica todo lo que, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ha sido solemnemente propuesto o decidido en aquella amplísima asamblea de Obispos presidida por el Sumo Pontífice.

    A la jerarquía, sin embargo, corresponde el derecho y el deber de vigilar, de dirigir y promover el movimiento de renovación iniciado por el Concilio, de manera que los documentos y decretos del mismo Concilio sean rectamente interpretados y se lleven a la práctica según la importancia de cada uno de ellos y manteniendo su intención. Esta doctrina debe ser defendida por los Obispos, que bajo Pedro, como cabeza, tienen la misión de enseñar de manera autorizada. De hecho, muchos pastores ya han comenzado a explicar loablemente la enseñanza del Concilio.

    Sin embargo, hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá, y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles.

    Hay que alabar los esfuerzos y las iniciativas para investigar más profundamente la verdad, distinguiendo adecuadamente entre lo que debe ser creído y lo que es opinable; sin embargo, a partir de documentos examinados por esta Sagrada Congregación, consta que en no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe. Es preciso señalar algunas de estas sentencias y errores, a modo de ejemplo, tal como consta por los informes de los expertos así como por diversas publicaciones.

    1. Ante todo está la misma Revelación sagrada: hay algunos que recurren a la Escritura dejando de lado voluntariamente la Tradición, y además reducen el ámbito y la fuerza de la inspiración y la inerrancia, y no piensan de manera correcta acerca del valor histórico de los textos.

    2. Por lo que se refiere a la doctrina de la fe, se dice que las fórmulas dogmáticas están sometidas a una evolución histórica, hasta el punto que el sentido objetivo de las mismas sufre un cambio.

    3. El magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable.

    4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.

    5. La misma adorable persona de nuestro Señor Jesucristo se ve afectada, pues al abordar la cristología se emplean tales conceptos de naturaleza y de persona, que difícilmente pueden ser compatibles con las definiciones dogmáticas. Además serpentea un humanismo cristológico para el que Cristo se reduce a la condición de un simple hombre, que adquirió poco a poco conciencia de su filiación divina. Su concepción virginal, los milagros y la misma Resurrección se conceden verbalmente, pero en realidad quedan reducidos al mero orden natural.

    6. Asimismo, en el tratado teológico de los sacramentos, algunos elementos o son ignorados o no son considerados de manera suficiente, sobre todo en lo referente a la Santísima Eucaristía. Acerca de la presencia real de Cristo bajo las especies de pan y de vino no faltan los que tratan la cuestión favoreciendo un simbolismo exagerado, como si el pan y el vino no se convirtieran por la transustanciación en el Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino meramente pasaran a significar otra cosa. Hay también quienes, respecto a la Misa, insisten más de la cuenta en el concepto de banquete (ágape), antes que en la idea de Sacrificio.

    7. Algunos prefieren explicar el sacramento de la Penitencia como el medio de reconciliación con la Iglesia, sin expresar de manera suficiente la reconciliación con el mismo Dios ofendido. Pretenden que para celebrar este sacramento no es necesaria la confesión personal de los pecados, sino que sólo procuran expresar la función social de reconciliación con la Iglesia.

    8. No faltan quienes desprecian la doctrina del Concilio de Trento sobre el pecado original, o la explican de tal manera que la culpa original de Adán y la transmisión del pecado al menos quedan oscurecidas.

    9. Tampoco son menores los errores en el ámbito de la teología moral. No pocos se atreven a rechazar la razón objetiva de la moralidad; otros no aceptan la ley natural, sino que afirman la legitimidad de la denominada moral de situación. Se propagan opiniones perniciosas acerca de la moralidad y la responsabilidad en materia sexual y matrimonial.

    10. A todo esto hay que añadir alguna cuestión sobre el ecumenismo. La Sede Apostólica alaba a aquellos que, conforme al espíritu del decreto conciliar sobre el ecumenismo, promueven iniciativas para fomentar la caridad con los hermanos separados, y atraerlos a la unidad de la Iglesia, pero lamenta que algunos interpreten a su modo el decreto conciliar, y se empeñen en una acción ecuménica que, opuesta a la verdad de la fe y a la unidad de la Iglesia, favorece un peligroso irenismo e indiferentismo, que es completamente ajeno a la mente del Concilio.

    Este tipo de errores y peligros, que van esparciendo aquí y allá, se muestran como en un sumario o síntesis recogida en esta carta a los Ordinarios del lugar, para que cada uno, conforme a su misión y obligación, trate de solucionarlos o prevenirlos.

    Este Sagrado Dicasterio ruega insistentemente que los mismos Ordinarios de lugar, reunidos en las Conferencias episcopales, traten de estas cuestiones y refieran oportunamente a la Santa Sede sus determinaciones antes de la fiesta de la Navidad de nuestro Señor Jesucristo del presente año.

    Esta carta, que evidentes motivos de prudencia impiden hacer pública, los Ordinarios y otros a los que éstos consideren oportuno comunicarla, deben mantenerla en estrícto secreto.

    Roma, 24 de julio de 1966.

    + ALFREDO Card. OTTAVIANI

    Documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1966-2007), ed. BAC, pp. 28 - 31
    A mí me gustaría saber qué fue de esta carta, porque es tremenda. Si nos atenemos a la fecha en la que se envió -¡casi ocho meses después de la clausura del Concilio! -, la cuestión adquiere tintes dramáticos, porque muestra que el modernismo, a pesar de las medidas de San Pío X, siguió escondido en las mismas entrañas de la Iglesia: no hay tiempo material para provocar tal desbarajuste doctrinal.

    Hoy la Iglesia, sigue sufriendo los efectos devastadores del error, con una diferencia: ya no es un secreto. Y aunque todavía hay persecución - y no sólo en los medios llamados progresistas -, al menos se puede hablar de ello - aunque le pese a algunos -.

    ¡Señor ven pronto!

    Fuente: ISAAC GARCÍA EXPÓSITO (texto de su etapa en Infocatólica antes de que lo echaran)
    Hyeronimus dio el Víctor.

  4. #4
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    Re: El falso ecumenismo

    Ecumenismo a toda costa




    Georg May, sacerdote desde 1951, renombrado canonista alemán, designado Protonotario Apostólico por Benedicto XVI, es el autor de este artículo sobre el ecumenismo. La traducción del italiano corresponde a un generoso lector de nuestra bitácora.


    Ecumenismo a toda costa


    Por el Prof. Dr. Georg May


    En Stoccarda-Hohenheim ha tenido lugar un Congreso sobre ecumenismo. Por parte católica, los ponentes fueron Heinrich Fries y Paul Wesemann; por parte protestante, Reinhard Slenczka y Friedrich Wilhelm Künneth… Parece necesario señalar algunos errores fundamentales de los dos oradores católicos, porque eran los consejeros oficiales de sus Obispos y tienen mucha influencia. Además, representaban, por decirlo de alguna manera, el ecumenismo puro, hasta el punto de que sus ideas pueden considerarse paradigmáticas.

    La tesis más importante, presentada por Fries, reza así: no existe, a día de hoy, ninguna diferencia teológica que permita mantener el cisma (Kirchenspaltung), un término que puede aplicarse, añadimos nosotros, a las Iglesias Orientales cismáticas, pero no a las confesiones protestantes, cuya doctrina no sólo difiere de la doctrina católica, sino que también existe una diversidad de doctrina entre ellas. La tesis es falsa.

    Antes de refutarla, prestemos atención a la imprecisión de la expresión de Fries. Confunde continuamente Teología y Fe. Parece querer decir que no hay diversidad en la Fe, en grado suficiente para dividir las confesiones. Pero debería decirlo claramente. Fe y Teología no son lo mismo. La Fe escucha obediente la voz reveladora de Dios; la Teología es la reflexión científica sobre la Revelación. La unión de la Iglesia no se basa, pues, en el acuerdo de la Teología, sino en la correspondencia de la Fe; esto es, los creyentes deben afirmar el idéntico contenido de fe. Por tanto no son las opiniones de los teólogos las que separan a los creyentes católicos de los creyentes protestantes, sino el contenido de la fe que profesan, la doctrina oficial y obligatoria. El disenso de los teólogos no es capaz de acabar con ella. La propuesta de Fries de que, al unirse las Iglesias, cada uno debería aceptar “todas las definiciones teológicas”, está bien, pero no oculta las dificultades reales. No se trata de aceptar “todas las definiciones teológicas”, sino de decir sí a todos los artículos de Fe, sin posibilidad de exceptuar ni uno solo, garantizados como están por la autoridad divina. Entonces, a ver qué hacemos con la Fe católica y con la doctrina protestante. ¡Aquí comienzan las dificultades! La Fe católica se puede precisar bastante bien, pero definir la doctrina protestante resulta arduo. En sentido teológico, la “Iglesia protestante” no existe (lo enfatizamos nosotros). Si se acepta, a estas alturas, también en el ámbito católico la poco clara expresión “Iglesia protestante”, se debe a una cierta amabilidad… o a escasa claridad. Se acepta el nombre que los protestantes dan a sus diversos grupos, pero no se trata de hecho de una calificación teológica. Además, el concepto de “Iglesia” no es aplicable a las agrupaciones de las confesiones protestantes, porque no disponen de Obispos en sucesión apostólica (…). Además, las comunidades protestantes no tienen Magisterio, hasta el punto de poder definir de manera obligatoria o al menos de enunciar en qué consiste la doctrina protestante. A lo sumo, podemos encontrar un cierto positivismo en una determinada “Iglesia” nacional, definido en Sínodos y Consistorios, a los que en alguna medida se ven sujetos los ministros.



    Recordamos, sin embargo, que este positivismo no posee ninguna garantía de verdad, ni puede ser legitimado por los principios de la Reforma, sino que puede ser revocado en cualquier momento, o superado, según las relaciones mayoritarias que resultan en las votaciones finales. En última instancia, todo protestante habla sólo por sí, pronuncia solamente su actitud personal de fe de hoy, que podrá dejar sitio mañana a una opinión opuesta. Ni siquiera la teología protestante está en condiciones de definir claramente la doctrina protestante. Sabemos muy bien que el protestantismo es un conglomerado de confesiones, de los Adventistas y de los Cuáqueros a los Viejos-Luteranos y a los Pietistas. Estas confesiones tienen divergencias tan profundas en puntos esenciales de doctrina, que evitan, según el parecer de los propios fieles, la participación común en la Cena. Cada teólogo tiene su doctrina privada, es exégeta por su cuenta. Mañana podrá rechazar lo que ha enseñado hoy, y nadie tiene el derecho de acusarlo de carecer de fe. No hará más que imitar al reformador Martín Lutero del que se sabe bien que dijo , en el 1517, cosas totalmente distintas de las propaladas en el 1521, y más todavía en el 1546. La “Reforma” progresa, nadie tiene el derecho de detenerla, y cada generación de teólogos protestantes se ve confrontada inmediatamente con Dios y con Su palabra (en resumen, se repite la tesis comunista de que ¡“la revolución nunca se detiene”!). Sería contrario al espíritu de la Reforma limitar esta libertad, y únicamente se explicaría desde un punto de vista táctico el intento de unir todas las fuerzas contra la Iglesia católica.

    De todas las maneras, intentando formular la “doctrina protestante” –como hacen los manuales protestantes de teología sistemática- se reconoce fácilmente que la Fe católica se diferencia de aquella casi siempre. Las diferencias se refieren a cualquier objeto tratado, si bien tienen un peso y una importancia más o menos grande; respecto a la doctrina de Dios, como a la doctrina de la creación, a la cristología no menos que a la soteriología, a la doctrina de la Gracia, de la Iglesia, de los Sacramentos, así como a la doctrina mariana y de los novísimos. El punto de partida, casi siempre nominalista, de la teología protestante, produce casi en todas partes contrastes esenciales e insuperables con la Fe católica. Es falso creer que los hay únicamente en relación a creencias típicamente católicas. El concepto del Dios voluntarista del protestantismo es, por ejemplo, inaceptable para los católicos.

    En la praxis, estas diferencias no resaltan menos que en la teoría, como demuestran siempre de nuevo los problemas ético-políticos. Es indispensable, en tal caso que la praxis siga a la teoría. Entre la ética social católica y la protestante se abre un abismo de contrastes. Sólo la ignorancia o la falta de honradez pueden negar estas diferencias esenciales. La Fe católica y la doctrina protestante no representan simplemente dos confesiones, son más bien dos Weltanschauungen que no van de acuerdo. (…).

    Es verdad que desde el momento en que teólogos católicos, como sucede hoy, se aproximan a posiciones protestantes… se obtiene como resultado que la diversidad entre las confesiones resulta de poca entidad. Hay, hoy, teólogos católicos que defienden y adoptan doctrinas protestantes, pero siguen llamándose católicos. Llevan al engaño por la indiferencia actual del Magisterio, porque semejante contradicción no es manifiesta a los ojos de todos. En realidad, estos sedicentes teólogos “católicos” no son ya católicos y no dan testimonio de la verdad católica.

    Para confirmar su tesis, Fries da mucha importancia al “Neues Glaubensbuch” (nuevo libro de la fe), publicado en 1973, en el que 35 teólogos, entre católicos y protestantes, presentan la fe común, -¡por así decirlo!- Pero ¿quién le da el derecho de dar tanta importancia a una obra privada, en absoluto oficial? No es este el lugar para criticarla severamente, como merece, (¡Como han hecho varios Obispos alemanes!). Desde el punto de vista científico, no merece confianza alguna. Constatamos, sin embargo, que se debería tener el derecho de exigir de los colaboradores católicos, que sean conocidos representantes de una Fe católica integra. ¡Pero no es este el caso! Entre otros Autores, que no cumplen esta necesaria condición, basta nombrar a Joseph Blank (Saarbrücken). Su libro “Jesús de Nazareth” pone de manifiesto inmediatamente, incluso a quien no lo lee con mucha atención, que se inspira en el protestantismo liberal, ¡y para nada en la doctrina católica!



    Por parte protestante, la situación no es ambigua como por la católica. No conozco a un solo teólogo protestante que haya alcanzado cierta notoriedad, que se haya acercado a las posiciones católicas. El protestantismo espera por otra parte que los católicos vengan a unírsele, es decir, que se hagan protestantes. En Alemania, el protestantismo no ve en el ecumenismo otra cosa que un medio útil para volver el país totalmente protestante. Parece que ya haya obtenido un gran éxito en esta dirección, como lo demuestra la aportación de Fries y de Wesemann, al Congreso de Stoccarda. El protestantismo no está dispuesto a venir al encuentro… a lo sumo, algunos teólogos protestantes adoptan algunas formas católicas, externas, para volverlo más atractivo; elementos que integran, como enseña la experiencia, una parte del encanto de la Iglesia católica. En definitiva, en la estrategia protestante, se trata de movimientos tácticos, intentos de vencer, también por tales medios, a la Iglesia “romana”.

    Estas razones me inclinan a considerar el ecumenismo católico una ilusión peligrosa. Yo también deseo, por cierto, ardientemente la unión de los cristianes, pero tal reunión debe basarse en la Fe, la verdadera Fe católica. Todo depende de la verdad… El ecumenismo, tal como se practica actualmente, no sirve a la Verdad. Es más, destruye, en cuanto sea humanamente posible, los tesoros de la Iglesia y la vuelve menos atractiva, y esta es la causa de tantas crisis, de tantas apostasías de sacerdotes y de laicos, y precipita a la misma Iglesia en una crisis de identidad…

    En su forma actual, el ecumenismo es un error gigantesco y una amenaza mortal. Pocos lo saben, sin embargo, y se necesita valor para decirlo. Los representantes de la teología permisiva están orgullosos de haber destruido muchos tabúes (¡verdaderos o considerados tales!), y mientras, han creado otros; tesis, movimientos, instituciones, que nadie tiene el permiso de tocar sin que los insulten y calumnien. El ecumenismo forma parte de los nuevos tabúes más importantes. Los partidarios eufóricos del Concilio lo aman; la teología permisiva ha hecho de él su principio supremo. ¡Ay del que lo toque! Es un hecho, es una regla que se observa por todas partes, que los autores más fanáticos del ecumenismo abandonan con frecuencia el servicio sacerdotal, y se casan, en un plazo más o menos largo, si directamente no se convierten al protestantismo. Pero este hecho, fácil de constatar, no ha aminorado la actividad ecuménica y, hasta ahora, no ha convencido a ningún Obispo para intervenir. El ecumenismo triunfa, convirtiéndose en el nuevo potentísimo tabú. Sin embargo, nosotros debemos seguir la voz de la conciencia, que es también la voz de la Verdad, de la Fe y de la razón, de la historia y de la experiencia…

    Fries no se limita a consideraciones platónicas, sino que, como sus émulos Rahner y Küng, pasa a los llamamientos. Pide que los Obispos y los jefes protestantes concreten acciones comunes. Que consigan la unión de las Iglesias por la vía pastoral y organizativa.

    ¡Aquí asoma, de nuevo, la impericia científica del renombrado teólogo y consejero de Obispos, Fries! Se equivoca si cree que existe una unidad por encima de la Iglesia, donde se pudiesen reunir las Iglesias católica y protestante. La Iglesia católica forma la unidad más alta de una comunidad religiosa que se pueda pensar en la tierra. Otros grupos pueden unirse a ella, pero ella no puede desintegrarse en una comunidad que la supere… Fries propone, en resumen, una unión de bautizados sin el vínculo de la Fe común, claramente contraria a la voluntad de Cristo. ¿Está tan apegado a sus ideas que no alcanza a comprender que todos los católicos creyentes se ven obligados a responder con un decidido “non possumus” a las caóticas incertezas de su super-iglesia? Conoce, sin embargo, la aversión de los católicos que aún no han sido instrumentalizados a semejantes insinuaciones anti-católicas. Ha dicho, en Stoccarda, que la oposición contra sus ideas estaba creciendo en el pueblo de Dios. Pone de manifiesto su cinismo si solicita a los dirigentes que actúen rápidamente, antes de que la oposición aumente más; en definitiva, aconseja manipular a este pueblo de Dios tomándolo por sorpresa…

    También las propuestas de Wesemann, que desea igualmente forzar la actividad ecuménica, son peligrosísimas. Según su parecer, los “dirigentes” eclesiásticos deberían preguntarse, antes de publicar cualquier orden, si el contenido ayuda o perjudica el ecumenismo. Este consejo demuestra que desconoce totalmente el papel de la Iglesia. La Iglesia debe modelar la propia vida según el espíritu de Cristo y los principios de su Fe, en vez de estar mirando sólo a la eventual susceptibilidad protestante, siguiendo en todo únicamente un criterio oportunista. ¡Pero no! ¡El aplauso o la crítica del mundo protestante se convierten en norma para el desarrollo de la vida eclesiástica! Semejante solicitud equivale a traicionar a Cristo y a la Verdad. ¡A qué excesos se llega cuando el ecumenismo se convierte en una idea fija!

    ***
    A propósito de esto, he aquí el juicio de Urs von Balthasar que ha hablado también del peligro de una falsa unión, en una conferencia celebrada en Mónaco y en Ratisbona (Pseudoeinheit). Ciertas esperanzas, de una unión con las otras comunidades cristianas y con el comunismo, son utópicas, porque se trata de una rivalidad entre ideologías totalitarias (Rivalitát von Ganzheiten). “El diálogo no carece de peligro para los católicos, porque ya que deben defender puntos fuertes (Pluspunkte), se ven tentados, para unificar el nivel con otros, a rebajar el suyo”. Sería un retroceso si la Iglesia buscase restablecer la unidad de las Weltanschauungen, obviando las cuestiones controvertidas. La Iglesia debe recordar cual es el contenido de la doctrina de la que es portadora. Debido a que puntos esenciales de la doctrina católica han sido ya olvidados –a menudo pronunciando un “mea culpa” en lugar equivocado- está a estas alturas tentada de buscar la salvación en el Zen o en el Yoga, en Marx o en Hegel. “La falta de hombres espirituales en la Iglesia, capaces de mostrar el camino que conduce a Dios, hace que busquemos una guía fuera de ella”. (FELS, marzo 2 1974).

    ***
    ¿Qué vía escoger, entonces? Según Wigand Siebel, hay una sola (que ha dado óptimos resultados en el pasado, particularmente en Inglaterra, en América y en Suecia, ¡donde todo se estanca ahora!). “Hay que volver la Iglesia Católica tan esplendorosa, atractiva, fuerte, como sea posible. Lo cual se consigue mediante la oración y la penitencia, la práctica de la virtud y el esfuerzo por santificarse, el cuidado de la verdad y de la caridad, la fidelidad a la Fe traicionada y el infatigable anuncio de esta Fe a los que han abandonado la casa del Padre. Tenemos que hacer todo para allanar el camino al cristiano no católico para que vuelva a la Iglesia”.
    Publicado en la revista “Chiesa Viva”, Nº 371 (2005), pp. 6-8.


    Fuente: INFOCAÓTICA

  5. #5
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    Re: El falso ecumenismo

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Excelentes, Martin Ant, los tres artículos que has pegado en este hilo. Sobretodo, muy interesante la circular que el 24 de julio de 1966 envió el cardenal Ottaviani a los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo "sobre algunas sentencias y errores insurgentes sobre la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II", escrita tres años antes del famosísimo escrito que, junto con el Cardenal Antonio Bacci, le enviaron al mismísimo Pablo VI.

    Excelente.

    Un abrazo en Xto


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