El Gran Cisma
Hoy parece obligado hablar de los cismáticos lefebvrianos ante el nunca cerrado problema de los cambios emanados del Concilio Vaticano II. Dichoso, por la otra punta, el tal evento que en lugar de convocarse, como todos en la historia de la Iglesia, para definir doctrina frente a errores y cismas, éste se adhirió a antiguas herejías, creó otras nuevas y determinó el cisma más grande jamás imaginado.
Los obispos y sacerdotes de la FSSPX coincidentes con el XXV aniversario de las consagraciones episcopales efectuadas por Mns. Lefebvre y Mns. de Castro Mayer, justamente el 27 de junio de 1988 han publicado una declaración en nada diferente a su espíritu fundacional.
El caso es que, en contra de lo que se quiere difundir, y así lo contrasta la memoria de las discusiones doctrinales cumplidas en abril de 2011, no es la misa la cuestión en disputa, al menos no la única ni la dificultad principal. Lo son los cambios introducidos en nuestra religión por el CV2, o en su nombre, y a los que, como es obvio, la Nueva Misa se elaboraba para adaptarse a ellos y servirlos. No es a vuela pajas que desde San Pedro hayamos tenido a la Misa como «fuente, centro y culmen de la vida cristiana.»
Y es en este subrayado que hemos de considerar la declaración de la FFSPX puntualizando el fondo del asunto. Quien no quiera verlo nunca entenderá por qué no hubo acuerdo con el Papa Benedicto XVI y su Curia, cuando todo parecía anunciarlo.
El gran cisma
Algunos titulan esta desgraciada escisión como un gran cisma impulsado por el rebelde obispo francés y sus seguidores. Muchos son los que contemplan la Iglesia desde la nueva teología y la nueva evangelización y piensan que los tradicionalistas están causando un gran daño al catolicismo. Respecto a lo primero, afirmativo, en tanto que la palabra cisma se aplica simple y llanamente a la separación. En cuanto a lo segundo, absolutamente negativo, en tanto que el catolicismo es una religión basada en principios inalterables y sólo quien se atreva a alterarlos será el responsable del daño.
De modo que el supuesto Gran Cisma no puede aplicarse a la Iglesia lefebvriana pues, cómo entenderlo grande si apenas son medio millar de sacerdotes y medio millón de fieles. ¡Qué será esa minúscula porción al lado de los mil millones de católicos de registro que se han encontrado en otra religión y en una Iglesia irreconocible por cualquiera de nuestros deudos que resucitara hoy! No, señores, no. No me parece que sean los lefebvrianos los grandes cismáticos pues que no se separan siquiera del Papa reinante, por el que rezan en cada una de las misas. El Gran Cisma es el de la soberbia en no enmendarse: "es la Tradición la que hay que reinterpretar" y el Evangelio que readaptar. (Y si se pudiera eliminar el de San Juan, mejor todavía.)
Es, por tanto, el abuso de autoridad con que nos atrevemos a manipular el Depósito de la Fe y tergiversar las enseñanzas de todos los papas, a los cuales así despreciamos y tildamos no ya sin autoridad sino ontológicamente desautorizados.
El Gran Cisma es el de la coacción del empleo simoníaco, del favor vendido, del halago, del trueque de cargos, el de la propaganda engañosa, el de los títulos sin esfuerzo y el de la apatía de los fieles cada vez menos ciertos y seguros de en qué creen. Cisma es pertenecer a la Iglesia sin saber "de la misa la mitad" y arrogarse una autoridad viciada por la obediencia del que no sabe donde se ganaría la vida fuera de su destino. El clero perdido de su cler y de su oficio ya no tiene autoridad. En el cargo que sea, desde la silla de Pedro hasta la portería de un convento. La autoridad se la da la fe vivida y defendida. Toda la estructura eclesial vive en un real cisma, al separarse no ya del Papa de hoy sino de todos los papas hasta la llegada de Juan XXIII, que llamó aggiornamento a la ruptura y evolución a la discontinuidad. ¿Qué cisma mayor puede haber? La situación que expulsó de la "Iglesia Conciliar", o huyeron de ella, a millares y millares de sacerdotes y religiosos "carcas", apenas sustituidos por "los admirables progresistas".
La fuerza de los hechos de que somos testigos no se tapa con argumentos, ni aun por los más hábiles sofistas.
Pedro Rizo
El Gran Cisma
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