Yo acuso


No soy Émile Zola y tampocoacuso para defender a Dreyfus o a algún otro miembro de la colectividad. Acuso porque es un medio más para tratar de entender y para desahogarse por el incomensurable daño que está produciendo en la Iglesia la palabra y la obra del Papa Francisco.
Hace apenas unos días hablaba con un religioso, miembro de una antiquísima orden mendicante, y me decía que su comunidad vivía en continuo azoramiento, tristeza y depresión por lo que estaba ocurriendo a nivel de la fe. Y me ponía como ejemplo que, después del “¿Quién soy yo para juzgar?”, se habían acercado a la misa parroquial muchos homosexuales que comulgaban con sus “parejas” sin ningún cargo de conciencia.
Pero no nos vayamos tan lejos. Veamos nomás lo que ha ocurrido y ocurrirá esta semana. El Sumo Pontífice le habla por teléfono a la Jakelin para decirle que no hace nada malo al comulgar, más allá de que viva en estado de adulterio. Por supuesto, la Jaki y su concubino publican alborozados la noticia que reproducen todos los medios de prensa de mundo. La Santa Sede admite que el llamado existió pero que se trató de un consejo “privado” y que tal enseñanza pontificia no puede universalizarse. Dos días después, el papa Francisco les recuerda a los obispos de Botswana que el matrimonio es indisoluble, noticia que pocos medios publican y nadie lee.
No es fácil tomar cabal conciencia del enorme disparate, y del enorme daño colateral, que todo esto supone. ¿Cómo es posible que un señor, por más papa que sea, dispense telefónicamente a un bautizado de uno o dos mandamientos de la Ley? ¿Cómo es posible que un papa cometa tamaña imprudencia, siendo plenamente consciente de la difusión que tendría su “consejo” y el efecto que provocaría en el contexto actual? ¿Cómo es posible que ese señor papa no tenga ningún reparo de conciencia en cometer semejante escándalo? No quisiera estar en su pellejo cuando en el día del juicio.
Porque, seamos sinceros, el mal ya está hecho. El hombre de hoy, como apuntábamos hace un tiempo, se mueve por titulares periodísticos. Y el titular ya fue leído: “El papa autoriza a una divorciada a comulgar”. Aun cuando la Congregación para la Doctrina de la Fe emitiera dentro de un mes un documento aclarando la situación y reafirmando con todos los argumentos que conocemos que tal situación es imposible, nadie lo leerá y nadie le hará caso, ni siquiera los obispos. Ya hemos visto que ningún obispo salió, si no a desmentir, al menos a exponer claramente la doctrina a sus fieles y evitar, en lo posible, la confusión y el escándalo. Nuestros prelados se encuentran ocupado redactando decretos de entredicho a los católicos que critican al papa Francisco y a ellos mismos.
Y luego tenemos el obsceno espectáculo de este fin de semana que la prensa ha denominado el “domingo de los cuatro papas”: dos papas vivos que canonizan a sus predecesores, luego de un trámite express y excepcional. Nuevamente, llamo a tomar consciencia de la gravedad del hecho: una institución que canoniza sistemáticamente a sus líderes. Esto implica que, de aquí en más, todos los cardenales que sean elegidos papas serán, necesariamente, santos, y santas serán sus palabras, acciones y decisiones. Una institución con estas prácticas despierta en cualquier persona sensata muchas reservas y sospechas. No hay mucha diferencia, por ejemplo, con cualquier régimen populista: Perón canoniza a Eva; Cámpora canoniza a Perón; Kircher canoniza a Cámpora y Cristina canoniza a Kircher. O con muchas sectas: Plinio Correa “canoniza” a su madre, Joao Cla “canoniza” a Plinio Correa, y ya están redactadas las letanías a Joao Cla.

Por todo esto, yo acuso a los culpables:
En primer término, al papa Benedicto XVI. Jamás debería haber renunciado. No me cabe duda que fue extorsionado e, incluso, amenazado de muerte, tal como lo afirmó recientemente un importante cardenal de su Curia. ¿Tuvo miedo? Es posible, pero debería haber intentado otras maniobras antes de abandonar su puesto: un putsch de palacio que desplazara a Bertone de la Secretaría de Estado y colocara a alguien de su absoluta confianza, como Mons. Gänswein; resistir solo algunos meses más, lo que hubiera provocado la exclusión del cónclave de los nefastos cardenales Kasper, Daneels y Hummes; apartar de Bergoglio de la sede porteña lo cual hubiera dificultado mucho su probable elección o, cuando el cónclave se aproximaba y se la veía venir, alguna operación de inteligencia que lo retratara tal cual es entre los cardenales, tal como sucedió cuando lo eligieron a él mismo.
En segundo término, yo acuso a los cardenales. Ciertamente, al pequeño grupo de gerontes progresistas, último núcleo duro que terminó imponiendo su candidato. Pero, sobre todo, a la marea púrpura de cardenales juanpablistas y ratzingerianos, bobalicones e irresponsables, y no me refiero solamente a los africanos o asiáticos, que no entendían nada, sino también a los americanos que se tragaron sin chistar el sapo de Bergoglio y arrastraron con ellos muchísimos votos. ¿Cómo es posible que habiendo sido creados exclusivamente para elegir al papa comentan semejante error? Ahora se están lamentando y llorando su equivocación, pero ya es tarde. El daño está hecho. La Iglesia, y los fieles, lo sufrimos y lo peor es que ninguna luz aparece en el horizonte.


But long ago he rode away,
and where he dwelleth none can say;
for into darkness fell his star

in Mordor where the shadows are.
The Wanderer: Yo acuso