Medianoche a las 20



En Argentina, desde hace ya algunas décadas, la Misa de Medianoche o Misa de Gallo se celebra a las 20 hs. y, en algunas iglesias, a las 18 hs. y la tendencia será, imagino, ir adelantándola cada vez más.

Si alguno le pregunta el motivo a los curitas que disponen estos horarios, aún a los neocones más derechosos, recibirá la siguiente respuesta: “La gente tiene que ir a preparar el vitel tonné y a comérselo, porque la familia quiere estar reunida y no puede esperar hasta tan tarde. Si celebro la misa a medianoche, no viene nadie”.

Yo veo aquí dos errores bastante graves.

1. La idea que la Navidad es la fiesta de la familia y que, por tanto, todo –aún la liturgia- debe supeditarse a la reunión familiar. Es la postura análoga a los fanáticos de los movimientos pro-vida, o el Greenpeace católico, que terminan reduciendo la religión a la lucha por la defensa de la vida. En el fondo, se trata de un complejo propio del neocon: como son incapaces, por el motivo que sea, de plantear una oposición frontal al mundo, negocian: “Esta bien. Abandonamos la lucha por una liturgia trascendente; no hablamos del dogma de la Trinidad ni de la presencia real, pero no transigiremos en la defensa de la vida. ¡Eso nunca!”, se envalentonan. Y se quedan tranquilos. Y se convierten en cruzados capaces de ser arrastrados de los pelos frente a las clínicas abortistas, así como los activistas de Greenpeace son capaces de interponerse entre el arpón y las ballenas.

Con la Navidad pasa lo mismo. “Está bien –dicen consciente o inconscientemente-, dejaremos de insistir en el carácter cristiano de la Navidad, en la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad y en la necesidad de la Redención. ¡Pero no nos quitarán la defensa de la familia, del amor y de la armonía!”. Y así no solamente se conforman sino que se convencen de que son los defensores de las últimas fronteras de la civilización cristiana. Y del otro lado de la frontera, el mundo se les mata de risa porque logró lo que quería: descristianizar a Cristo.

2. El segundo error es más grosero. Los curas saben que tendrán poco público si celebran la misa a la Medianoche y por eso la adelatan. La pregunta es: ¿no será que la adelantan para tener misas colmadas? En el fondo, ¿qué es lo importante para el señor cura: celebrar el culto al Dios Sabaoth como Él lo manda o presidir una asamblea de hermanos que se reunen para festejar a Cristo que viene para hermanarnos a todos? En el fondo, son curitas que han orientado o priorizado su sacerdocio, y con él la liturgia, al servicio de los hombres y no al servicio de Dios.

No me parece mal festejar la Navidad en familia. Más aún, en ocasiones será una decisión prudencial no asistir a la Misa de medianoche para poder reunirse con los suyos. Pero nadie está obligado a asistir a esa misa. Puede asistir a misa el día siguiente. Me parece mal supeditar el misterio litúrgico a las necesidades sociales.


Frente a esta lamentable realidad, se alza la liturgia de ayer: Dum medium silentium tenerent omnia, et nox in suo cursu medium iter haberet, omnipotens Sermo tuus, Domine, de coelis a regalibus sedibus venit. “En medio del silencio que poseía a todas las cosas, y mientras las noche estaba en medio de su curso, tu Verbo omnipotente, Señor, descendió del cielo desde su sede real”, dice el introito.

La imagen que describe el texto de la Sabiduría en tan pocas palabras es imponente: un mundo en silecio, en medio de las tinieblas de la noche, recibe en un secreto solamente revelado a un grupo de pastores, al mismo Hijo de Dios y Eterno Demiurgo, hecho hombre en el seno de una virgen judía.

Y San Pablo, en la epístola, explica aún más: Ita et nos, cum essemus parvuli, sub elementis mundi eramus servientes. “Así nosotros, cuando éramos niños, estábamos como siervos de los elementos del mundo”. Es el mundo de la materia que, antes de la noche de Navidad, estaba totalmente sometido a los arcontes, esos ángeles a quienes en el principio se les confió el cuidado de la creación material y luego, abandonando las huestes divinas, se hicieron siervos de Lucifer. El Verbo, con su encarnación, santifica no solamente al hombre sino a toda la creación caída, que lo espera “gimiendo con dolores de parto”, y la redime de esos poderes de los cuales yo no somos siervos.

Este es el misterio profundo de la Navidad. Bienvenida sea la ternura del pesebre, con burro y buey incluído, y bienvenido sea Papá Noel. Hasta puede ser bienvenido el vitel tonné, el turrón y los brindis con la familia unida, pero si nos olvidamos del misterio, no somos más que paganos anónimos.

The Wanderer