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Tema: La clase de “Reli”. ¿Qué hacemos con nuestros hijos?

  1. #1
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    La clase de “Reli”. ¿Qué hacemos con nuestros hijos?

    La clase de “Reli”. ¿Qué hacemos con nuestros hijos?


    Mi abuela quería que fuese una mujer culta, por eso no me llevó a la escuela” (M. Mead)
    Anoche leí el artículo La herencia de mi padre de Sonia Vázquez, y me llamó poderosamente la atención su alusión a las clases de religión “descafeinadas” que se ofrecen en el sistema educativo español. Llevaba tiempo queriendo escribir sobre ello, así que aprovecho su referencia para abordar el asunto.


    El primer día que llegué a mi nuevo Instituto me presenté a la profesora de Religión. Siempre lo he hecho. Ambas compartíamos edad y conectamos con facilidad. Aprovechamos el desayuno para intercambiar impresiones e inquietudes. Lo primero que me llamó la atención fue su presentación:


    —Mi familia es Kika, pero… yo no.


    Sin ganas de entrar en controversias, lo que sí me dejó claro es que quiso trazar una distancia con las creencias de sus padres. Ante mi enarqueo interrogante de ceja me indicó que ella era “católica no practicante”. Esta conversación con ella me dejó bastante perpleja, pero no era la primera vez que me topaba en un Instituto con profesores de Religión “no practicantes”.


    Más adelante, le pedí que me dejara un libro de Religión; tenía curiosidad por ver sus contenidos. Mi hijo, con tres años, llevaba en su colegio un ridículo libro que hacía más hincapié en “valores cívicos” como tirar los papeles a la basura que en aprendizajes religiosos católicos. Quería saber si en el Instituto se seguía la misma pauta.


    De nuevo, mi sorpresa fue mayúscula cuando me dijo:


    —No llevo libro. Los críos se aburren con él y no se apuntan a mis clases. Por eso, voy por libre.


    Le insistí en qué daba y me comentó:


    —Vemos películas, hacemos debates… ¡Fíjate que se lo pasan bien, que tengo en clase hasta alumnos musulmanes! (Debo aclarar que esto último no era una exageración. Mi instituto recibe mucha inmigración musulmana, y efectivamente, comprobé con mis propios ojos que esto era cierto).


    Siguieron pasando los años, y tuvo la desgracia de sufrir un divorcio “kasperiano” (o sea, su marido la abandonó por otra). Yo estaba por aquel entonces de baja por maternidad. Cuando me reincorporé, quise hablar con ella para animarla. Por entonces, ya estaba saliendo con otra persona.

    Supo qué le diría en cuanto me vio venir:


    —Ya sé que no lo apruebas. Pero las cosas no son tan fáciles.


    Siguen pasando los años, y mi compañera continua con las clases de Religión. Ahora está casada por lo civil.


    Cuento esto porque es un claro ejemplo de lo que está ocurriendo en los colegios e Institutos. No solo públicos (como es el caso) sino también concertados. Con ello, no pretendo juzgar a mi compañera como persona, que no es mi labor, y tampoco la intención del artículo. Pero si pretendo juzgar su docencia. ¿Está enseñando religión católica? Evidentemente, no.


    En primer lugar porque no está dando los contenidos que supuestamente debería dar. Lo curioso es que nadie, en todos los años que llevo, ha controlado el asunto. Ni el Inspector de Educación (más preocupado por otras asignaturas) ni el Obispo (que es quién debería velar por el asunto).

    He visto como sus alumnos estudiaban en clase películas como “Hermano Oso” (obra de Disney que habla sobre la Diosa Naturaleza y el equilibrio natural); han hecho interesantes debates sobre el aborto (¿Es un tema sujeto a debate? ¿En religión Católica?), han ido a excursiones a sitios tan estupendos como Terra Mítica… Pero, ¿y los contenidos católicos? ¿Se dan? Permítanme que afirme que, si tiene alumnos musulmanes en clase, es evidente que no.


    ¿Por qué no se dan los contenidos? No se dan por motivos de supervivencia. El Gobierno se ha ocupado de asesinar la asignatura en silencio y no ha habido quien defienda a su víctima. Los profesores de Religión dependen de los alumnos para asegurar su puesto. Si no hay alumnos matriculados, no se oferta Religión. Y si no se oferta, los profesores van a la calle (o se oferta con menos horas, con la consecuente bajada de sueldo). Esto ha provocado que los profesores de Religión parezcan mercaderes en el mes de Junio (fecha de las matriculaciones) ofreciendo a los alumnos viajes, excursiones, películas, actividades lúdicas… Cualquier cosa por asegurar un número de matriculaciones.


    En segundo lugar, no se dan los contenidos porque seamos realistas, tal como está la sociedad del mínimo esfuerzo, ¿un alumno se va a matricular en la asignatura de Religión si tiene que estudiar? Recordemos que la alternativa a la asignatura es “Actividades de Estudio” (que es lo mismo que una hora en el aula sin hacer absolutamente nada), y que además no es evaluable. Por pura lógica humana, si los padres nos obligan a sus hijos a matricularse (y los padres ahora les importa un comino (perdón por la expresión) la Religión), los niños se matricularán en lo que más le interesa.

    Por tanto, o los profesores de Religión les ofrecen algún “caramelo” o se van a Actividades de Estudio.


    ¿Se puede luchar contra eso? No me gustaría estar en el papel de mi compañera. Y menos, si mi puesto de trabajo dependiera de ello.


    El resultado es que la asignatura de “Reli” se ha convertido en cualquier cosa menos eso, Religión. Y para defender mis argumentos, me basta (por desgracia) con incluir el cartel con la que la Conferencia Episcopal Española empapeló mi Instituto: Fuente y fundamento de virtudes y valores.


    (Llevaba años luchando por limpiar las paredes del Instituto de aquellos horribles grafittis que unos alumnos habían pintado en un taller de “plástica” y resulta que, ahora, es la propia Iglesia la que me ensucia el centro con este horror de cartel propagandístico).


    El cartel merece todo un artículo. No lo voy a hacer. Habla por sí mismo.


    Y aquí viene la pregunta del título, ¿qué hacemos los padres con nuestros hijos? ¿Los matriculamos en “Reli”? Es una pregunta que me he hecho muchas veces. Y no tengo respuesta. Me gustaría que los Sacerdotes que escriben en Adelantelafe nos dieran su opinión y guía.


    Yo, por lo que he visto, no matricularía jamás a mis hijos. Primero, porque tengo el serio peligro de que les imparta Religión un profesor que no cree, o que no “comparte totalmente” las verdades de la Fe católica. En ese caso, estaría envenenando a mis hijos, y encima, en una edad terriblemente influenciable.


    En segundo lugar, porque aunque el profesor fuera creyente, tal como están los Institutos, estoy seguro de que no se atrevería a expresar las verdades de la Fe. En cualquier momento se encontraría con algún padre escandalizado o algún compañero que le acusaría de intolerante…


    En estas circunstancias, la clase de Religión se convertiría para mis hijos en una clase de debate sobre el catolicismo, donde todo cabe, siempre que se diga con respeto. Con el peligro que eso conlleva.


    De ahí, de nuevo, mi pregunta:


    ¿Es mejor dejarlos en Estudio Alternativo? O por el contrario ¿los matriculamos en Religión para evitar que desaparezca la asignatura? ¿Qué es mejor? O dicho de otra forma, ¿qué hacemos?


    Mónica C. Ars.


    La clase de “Reliâ€. ¿Qué hacemos con nuestros hijos? | Adelante la Fe
    DOBLE AGUILA dio el Víctor.

  2. #2
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    Re: La clase de “Reli”. ¿Qué hacemos con nuestros hijos?

    Soy madre y catequista y he abandonado el catecismo…



    Soy madre y catequista y he abandonado el catecismo, que tanto amaba, hace dos años por dos motivos: por el disgusto por la deserción del catecismo de la Iglesia católica y por no descuidar la familia (tengo tres niños muy pequeños). Evidentemente a Nuestro Señor no le falta fantasía para llamar al orden a sus hijos. Sucedió que una mañana como tantas, en el tranquilo desarrollo de la rutina cotidiana, llama a mi puerta una madre de nuestra parroquia, vivimos en un pueblecito sobre las colinas de la diócesis de Turín, y me dice que tiene que hablarme del catecismo. La madre en cuestión, junto a otras, desde hacía algún mes me paraba por la calle para lamentarse del catecismo, pero lo que hasta ahora había sido de improviso y objeto de bromas en la calle, ahora estaba convirtiéndose en una petición formal de ayuda.

    En mi parroquia -y no sólo aquí- lo que se llama catecismo, ha llegado a lo largo de los años a una degradación embarazosa: se trata del camino de “iniciación cristiana”
    -así como gusta llamarlo en las diócesis y en los textos de la Conferencia Episcopal Italiana- en el cual se acerca a los sacramentos: confesión en tercero de primaria, primera comunión en cuarto y confirmación en quinto. Todo confiado a la buena voluntad de pías señoras, por lo demás ellas mismas carentes de catequética, cuya formación es confiada, en la mejor de las hipótesis, a algún retiro anual en el que se habla de todo menos que del catecismo.

    Y así, año tras año. Después un día se nota que algo no va bien. Alguien en la parroquia se da cuenta de la emergencia: las familias están descristianizadas, los chicos llegan a los ocho años carentes completamente de la vida de la fe, las catequistas improvisan y las lecciones se transforman en perfectos combates de boxeo. Se grita toda la hora. Los muchachitos se ríen groseramente en la cara de la catequista, ella entra en el juego, pierde la concentración y olvida incluso el Padre Nuestro. Cuando la cosa va bien se consigue hacerles dibujar una ovejita perdida para colgarla en la iglesia en el cartel de la última hora. Se nota que en quinto curso, a las puertas de la confirmación, no saben definir a la persona de Dios, no saben nada de la Trinidad, etc.

    Y así una monja y una laica son encargadas por el párroco de estudiar nuevas estrategias para poner fin a esta babilonia y tomar de nuevo finalmente las riendas de la formación de los jóvenes, con la invitación también del Obispo que envía un largo documento, un vademécum, dirigido a las parroquias, en el que doctamente se ilustran propósitos, fines, objetivos, criterios, esperanzas y auspicios sobre la formación de los muchachos.

    Al final es concebida sobre el escritorio la siguiente machinatio: decenas de pesadísimos encuentros nocturnos con los padres de los niños de segundo de primaria inermes y por lo demás agnósticos, en miras de su acercamiento. Se busca ‘hipotéticamente’ suscitar en ellos un deseo de acercamiento a la fe que pueda más tarde ser trasladado a la familia y transmitido a los hijos y, objetivo mucho más ambicioso aún, crear una especie de “vivero” en el cual criar posibles futuros catequistas (cosa que solo el Cura de Ars…). Estas noches se desarrollan con tal vacío de sustancia cristiana que se transforman sí en un vivero, pero de enfado y hastío mezclados con un aburrimiento mortal, que están bien lejos de acercar a las familias a la Gracia de Nuestro Señor.

    Las pobres víctimas, tras haber aceptado participar todo el año en estos encuentros, en obediencia a los dictámenes del párroco, por una conmovedora residual fidelidad a las tradicionales etapas de la iniciación cristiana, al final del año intentan hablar con quien ha conducido las reuniones nocturnas para hacer presente que este sistema ha fallado desde el principio. Que no han aprendido nada, que han pagado además la cuidadora de los niños y que están más alejadas que antes de la fe cristiana. Se dan cuenta incluso ellas, que no van a la iglesia desde hace años, que han olvidado casi todo de su fe, que están quizá bautizadas y casadas por la Iglesia pero, inmersas en la mentalidad del mundo como la mayor parte de las familias modernas, a este punto alérgicas al “dogma”, miran con sospecha a la Iglesia y a su doctrina. La tan vituperada doctrina que algún ilustre teólogo o monseñor se preocupan con diligencia de montar y desmontar a su gusto con la ilusión de no dañar la sensibilidad de los católicos a este punto adultos. Los cuales por contra, en una paradoja ejemplar, tristes y desconsolados frente a las ruinas de una Iglesia que intuyen en decadencia, suplican a sus verdugos que los devuelvan a ella (a la doctrina) y se encuentran frente a un rechazo categórico. Y aquí el verdugo se convierte en castigo para sí mismo, como dice el óptimo Alessandro Gnocchi, porque queda imposibilitado por sus propias decisiones a retornar al camino correcto.

    Cuando las familias entran en contacto con estas salas de reunión llenas de sinsentidos que son las parroquias, advierten que allí dentro se respira mal, que no hay espacio para la Verdad, que alguien les está tomando el pelo. Intentan protestar pero el sistema los rechaza. La parroquia responde con rechazo, el catecismo (el verdadero, el tradicional) no te lo enseño, ni siquiera si me lo suplicas de rodillas. Ni a ti ni a tus hijos. Punto. Mejor leer los salmos (?!) y comentarlos improvisadamente en decenas de encuentros continuando manteniéndoos en la oscuridad acerca de las más simples y claras verdades de nuestra fe. Así los padres se acuerdan de mí, que soy sólo una pobrecilla que durante cinco años ha intentado explicar a los niños lo mejor que he podido quién es Dios, por qué nos ha creado, qué es la creación, el pecado original, los diez mandamientos, quién es Jesús, por qué ha muerto en la cruz, qué es la señal de la cruz, los sacramentos, la santa misa, la Virgen, los ángeles y los santos. Argumentos todos tabú, sobre todo si son tratados con verdad, sencillez y devoción, sin los intelectualismos o, peor profanadoras banalizaciones, que en vez de acercar no hacen sino suscitar legítimo escepticismo.

    Me piden que dé el catecismo verdadero a sus hijos. Fuera del círculo parroquial. En privado. Que les enseñe a tener una relación verdadera con Dios, así que más tarde, palabras textuales, “serán ellos los que nos llevarán a misa a nosotros”.

    Casi casi me lanzo, pienso. En el fondo no veía la hora de volver a comenzar a enseñar el catecismo y tenía una cierta reticencia sin embargo, a pensar en volver a entrar en el círculo vicioso de la parroquia.

    Epílogo:

    Tras alguna semana, las madres enfadadas van al párroco, para intentar un último acercamiento. Le hablan con el corazón abierto y sale en la conversación que yo existo y que estoy disponible. A ese punto el enemigo sale al descubierto y mi figura, con todos mis métodos (quién sabe cuáles) son arrinconados por el párroco el cual explica abiertamente a las madres que mi método ha caducado, ya no es válido, es dogmático y no es utilizado ya en las parroquias, por tanto, si no quieren salir del círculo y, en pocas palabras, si quieren los sacramentos para sus hijos, es necesario permanecer en el cauce de la diócesis. Punto.
    Apostasía de la Iglesia. Una palabra rimbombante que de joven no entendía mucho.
    Ahora sé lo que es.

    No creo que esto termine aquí. Me quedo a la espera confiada de los acontecimientos en la oración.

    A.P.



    Soy madre y catequista y he abandonado el catecismo... Una lectora nos escribe

  3. #3
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    Re: La clase de “Reli”. ¿Qué hacemos con nuestros hijos?

    Libros antiguos y de colección en IberLibro
    Ayer, los progres de Hollywood estuvieron con el Papa en la presentación del proyecto educativo "Scholas", donde no sé yo que diablos (nunca mejor dicho) van a aprender "los jóvenes" católicos del resto de jóvenes pertenecientes a todas las falsas creencias del mundo desde el Budismo al ateísmo.

    De Hollywood al Vaticano - Informacion.es


    Hace ya mucho que no se estudia un pimiento de Religión Católica en los colegios; a mí hace unos 18 años que me dieron la última clase de religión en un colegio de la Iglesia (donde prácticamente nunca me la dió un religioso) y salvo vaguedades no recuerdo prácticamente nada aprovechable. Todavía guardo algunos libros de la editorial "Edelvives" de la asignatura de Religión (mediados de los 80 y 90), y francamente, son un refrito inclasificable de buenismo, ecumenismo chorra, antimilitarismo y poco más.

    El problema viene de bastante lejos ya
    Última edición por DOBLE AGUILA; 31/05/2016 a las 03:01

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