Expuesto por el camarada argentino Cruz y Fierro en el Foro Santo Tomás Moro-www.tomasmoro.org


CLASE DIRIGENTE

por el P. Leonardo Castellani;

IIIª Parte del Directorial de la revista “Jauja”[ii],
nn. 13-14-15 de Enero - Febrero - Marzo de 1968.

Se quejan (nos quejamos) de la falta de una clase dirigente. Con razón. Es una lamentable y llorable realidad. O irrealidad: es un vacío.

La naturaleza no soporta el vacío: este vacío es llenado por una pseudo clase dirigente. Dicen: “No hay hombres en la Argentina”. Yo les digo: “¡Cómo no va a haber hombres!”. Dicen: “Quiero decir que entre éstos que están en circulación no hay ninguno que...” “Justamente, les interrumpo, es esa circulación la que hay que romper: es un círculo infernal”. Es la risible calesita de los politiqueros de profesión; que se les está parando. Somos distraídos; pero no tanto como para confundir el aceite con el vinagre.

La actual sedicente “clase dirigente” no es clase ni dirige. No es clase porque no constituye un estamento unido y solidario; y tampoco dirige al Bien Común. ¿Por qué no dirige al Bien Común? Muchos de ellos o al menos algunos son buenos varones y bien intencionados.

Aquí viene la preposición central de este ensayo: no dirigen al Bien Común (no gobiernan ni son aptos a ello) porque sus intereses particulares no coinciden con el interés general.

Pemán[iii] y otros publicistas han probado que “los antiguos Reyes cuando defendían el Reino defendían su propia familia; y aún su propia vida a veces”. Eso hacía que incluso Reyes personalmente perversos, como Luis XI[iv], de hecho prosperaron, engrandecieron y acrecentaron a Francia. Hoy día se da la paradoja de que incluso hombres buenos y bien intencionados causan al gobernar (al desgobernar) el desmedro y aún la catástrofe de un país. No digamos nada cuando ni siquiera son buenos, sino memos, como algunos de nuestros policastros; o bien son simplemente perversos o intelectual o moralmente o las dos cosas, como... Uds. conocerán alguno.

La antigua “nobleza” europea fue destruida como estamento y elemento societario. Y una nobleza es necesaria; de donde, o legítima o falsificada siempre existe. Uno de los principales objetivos de la “Instauración Nacional” (me resisto a llamarla “revolución”) es crearla. ¿Crearla? Es demasiado pedir, no se puede hacer con un decreto. INICIARLA: poner sus condiciones de posibilidad.

Hay mucha gente noble en la Argentina, gentes que tienen las condiciones de la aristocracia: conocemos jóvenes que parecen príncipes. Pero no forman “clase”, de modo que poco o nada pueden. Hay “hombres”: conocemos coetáneos nuestros (es decir, sexagenarios) que si por un imposible los alzaran con una grúa de automóvil del rincón donde están trabajando callados (y a veces fuera de “parque”) al triste sillón de Rivadavia, como por arte de magia la nación comenzaría a entrar en cuja. Claro que durarían poco: les faltaría la planchada, el pedestal, la clase. Lonardi[v] creyó que eso se arreglaba poniendo a Dell’Oro[vi] y a Amadeo[vii] en los Ministerios, a sus cuñados en las Secretarías, y a Borges en la Biblioteca Nacional: no duró.

Aquella antigua “nobleza” europea estaba unida incluso por la sangre pero mucho más por la misión que les competía (eran guerreros o letrados) y sobre todo por el bien raíz. Sus intereses personales coincidían con el bien del país; de modo que poseían un sentimiento vivo, cuasi instintivo, del bien nacional.

EL FUNDAMENTO DE UNA NOBLEZA ES EL AFINCAMIENTO PERMANENTE EN LA TIERRA: o bien raíz o algo equivalente: como la participación activa en las grandes empresas, hoy día: por vía de ejemplo.

Dada la condición humana, lo normal es: para que un grupo social se dedique al bien común hasta el sacrificio, es preciso que ese Procomún esté vinculado al bien propio, si no identificado. Habrá algunos héroes, santos o locos, que lo hagan de cualquier modo; pero serán pocos; y en lo “DE ORDINARIO CONTINGENTE” no hay que contar con las excepciones sino con la regla. Hasta los santos se mueven porque creen con fe loca que su propio bien (en la otra vida) depende del bien del prójimo, por el cual se sacrifican en esta vida. Dos santos solamente conozco aquí en la Argentina, y uno de ellos está en la cárcel.

El Código Napoleón, copiado después en los países latinos (no en Inglaterra por cierto) destruyó la nobleza al destruir el MAYORAZGO. El mayorazgo[viii] parece injusto (a los demagogos) pero es justo para con la familia, y beneficioso a la nación: hace estable a la familia, y cría generaciones de nobles; es decir, de hombres magnánimos sin esfuerzo, por nacimiento. Se necesitan tres generaciones de buena educación para hacer un noble.

La virtud más sólida, hablando de las virtudes “naturales” es la heredada, la que está “en la sangre”. “Y viene de buena sangre” –dicen los españoles– de sus candidatos a yernos. La castidad señoril y como natural de la matrona o gran señora vale mucho más, aunque sea sin esfuerzo, que la castidad atormentada de las lamentables “personajas” de Mauriac[ix], por ejemplo. Puede que aquestas criaturas desgarradas tengan más mérito delante de Dios, aunque no lo creo; pero lo que es más útil y valioso en este mundo (“para lo de aquí abajo”, que dice Sancho), es la virtud consolidada y connaturalizada, el “honor”; cuando es verdadero honor, y no se confunde con los “honores”; con los tres nombramientos de “académico” (más que Menéndez y Pelayo[x]) del que te dije arriba, por ejemplo. ¡Feliz país con tantos académicos y Academias republicanas con honores y sin honor! Pero los antiguos decían: “Pretor te puede hacer Frondizi; sabio con un decreto no te puede hacer” “CAESAR POTEST TE FÁCERE PRAÉTOR, MÍNIME RHÉTOR”†.

La “legítima” inventada por Napoleón, que está en nuestro Código parece justa al estatuir una alícuota igual a todos los hijos; pero atomiza el bien raíz, y fuerza a los herederos muchas veces a ventas ruinosas, favoreciendo a los especuladores. Los pocos gobernantes buenos que ha tenido el país han provenido del núcleo “afincado”, casi siempre de la clase estanciera, acostumbrada al trabajo y al manejo de los hombres; aunque no del estanciero residente en París y con una administrador judío de sus estancias, por supuesto.

Dicen que ahora hay que reventar al estanciero porque hay demasiados latifundios en el país; hay demasiados latifundios (de empresas extranjeras muchos de ellos) y hay demasiada desintegración del bien raíz, o sea tendencia al minifundio: los dos males a la vez. Si el antiguo “mayorazgo” español no se puede restaurar (instintivamente lo conservan con tesón algunas familias patricias) se puede comenzar a remediar esos males con el “bien de familia” y la libertad de testar; nefastamente atacada hoy día por los gobiernos socialistoides.

El bien raíz trabajado personalmente arraiga al hombre en su país y forma al noble. La nobleza viene simplemente de la virtud, como advirtió Aristóteles; no de la virtud “religiosa” o mística específicamente, sino de la virtud civil, la virtud del hombre de mando, nacida en el campo de la “magnanimidad” o grandeza de alma; cuyo nombre español es “señorío”. Esa virtud es la que digo se forma con tres generaciones de educación sesuda, señera y señoril. No se quita que algún plebeyo (Juan Monneron, en la novela de Paul Bourget[xi]) pueda alzarse a la magnanimidad con sus propias fuerzas a pesar de una mala herencia; pero no es lo común. Lo más natural para el hombre de baja extracción y religioso es alzarse si acaso a la santidad; pero la santidad por sí sola no habilita a gobernar.

Montesquieu[xii] dijo que la Monarquía se basa en el honor y la República en la virtud; pero la República NO CRÍA la virtud; gasta la virtud que acaso existe, criada por el honor; de modo que al final (consumida la virtud republicana, que es adventicia) se convierte en la anarquía que conocemos. Y entonces la República anarquizada debe recurrir al honor, a la monarquía, aunque sea en forma de dictadura; que es lo que anda haciendo me parece De Gaulle, aunque con dudosos métodos y sospechables resultados; esa Francia que parece tener el jacobinismo en la sangre, y sin embargo creemos que no es así, sino al contrario.

No ignoramos puede existir la “virtud republicana”, es decir, el jacobino, el hombre de mando recto y duro. Robespierre[xiii] fue eso: guillotinó a muchísima gente inocente (o no) para ir a acabar a la guillotina, sin poder atajar la monarquía inminente del tenientillo italiano nacido en Córcega[xiv], para muchos más desastres y muertes en Francia: una monarquía militar usurpada, sin arraigo y sin nobleza. No me digan que fue un cristiano con un altísimo ideal católico, la unificación de Europa Continental; como dicen León Bloy[xv], y Belloc[xvi]. Lo sé; pero fue un plebeyo hasta la punta de las uñas; como puede verse incluso en las notas cínicas que puso al libro de Maquiavelo[xvii], sin tener que recordar el asesinato del Duque de Enghien, o la brutalidad innoble que usó con la princesa María Luisa al casarse con ella, o antes; la cual ella le pagó bien más tarde, por cierto.

La virtud cívica se cría por medio del honor; con el honrar y premiar los méritos públicos; y honrarlos no con una suma de dinero, como hace el Gobierno con los poetas, novelistas y telebisontes tan excelentes que ahora tenemos; sino con un bien honroso y estable, un “bien de familia”. Alfonso X[xviii] mandó en “LAS PARTIDAS” que el sabio que hubiese enseñado bien 5 años (“... PORQUE DE LOS HOMES SABIOS LOS HOMES E LAS TIERRAS E LOS REYNOS SE APROVECHAN E SE GUARDAN E SE GUÍAN POR CONSEJO DELLOS...”) lo hiciesen Conde palatino[xix]; lo levantasen no a él tan solo sino a su familia; sabía Alfonso el Sabio que la vida intelectual seria ennoblece –como bien nota Francisco Vocos[xx] en su excelente libro sobre la Universidad Argentina–, la cual ahora poco seria no ennoblece, aunque algunos enriquece. Sabía el “Emperador de Alemania que fue” por propia experiencia que la vida del sabio es semejante a la del guerrero, en el sentido que requiere tanto coraje y tanta paciencia, o más. El estudio serio es una lima sorda; y más el estudio apasionado de los sabios; los cuales son como perros perdigueros, que cuando rastrean una huella nueva no tienen reposo hasta que siguiéndola dan con la causa... o quedan en el esfuerzo.

Si queremos la Instauración Argentina (y hemos de quererla, tanto si la veremos como si no) debemos meditar sobre cada uno de los puntos capitales que ella exige. Esto intentan mis artículos actuales, humorísticos o no: todos pertenecen a la esfera de lo Serio, y los chistes no estorban, a no ser cuando son muy malos. Es odioso y nos sabe mal, tener que ridiculizar o deshonrar; pero si uno quiere honrar a los patriotas, tiene que deshonrar a los perdueles o apátridas; e incluso esto es lo primero, más necesario y urgente que honrar a la virtud. Un militar de éstos que justamente ahora anda “en circulación” parece ser que ha dicho: “cuando venzamos nosotros, a Castellani, a Menvielle[xxi] y a Sánchez Sorondo[xxii] los vamos a aplastar”. No van a vencer; y a mí no puede él aplastar, porque ya estoy aplastado. De eso entiende más la Curia que él. Incluso si fuera capaz de eso, no lo andaría diciendo: eso es un chiquilín, General o no General.

Puede que sea chisme. Por las dudas, le mandé de regalo un libro mío dedicado. Para consolarlo de que a pesar de sus conatos no va a vencer... NOS.

Ahora se me ocurre mandarle también un libro al Dr. Dell’ Oro. Le mandaré un cuento de ladrones, es decir, una novela policial. Y cuando pueda, lo nombraré Conde por cinco años.
Leonardo Castellani e. u.


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