¿Los niños no pecan?

Mi madre con gran cariño me pregunta a quien quiero; yo le digo: madre mía, a la Reina de los Cielos.”
(Maria del Carmen González-Valerio)
Esta semana, el artículo del Padre Francisco Javier Domínguez, me ha hecho recordar mi etapa de catequista y esos dulces momentos que se viven formando las almas de los más pequeños. Sin lugar a dudas, una gran responsabilidad.


Me decía un día una amiga, “¿Qué pecados van a tener los niños?”. Esta pregunta se desarrollaba en el marco de una conversación en la que hablábamos del pecado y yo le explicaba la necesidad del Sacramento de la Confesión, lógicamente para niños y mayores, ya que el demonio, a la hora de tentarnos, no discrimina por la edad. Sin embargo, ella opinaba que los niños, están por encima del bien y del mal. Vivimos en un analfabetismo puro y duro en cuanto al catecismo, desconocemos hasta lo básico, los Mandamientos de la Ley de Dios. ¿Como puede pensar una persona, que los niños no tienen pecados, simplemente por el hecho de ser niños? ¿Es que nacemos Santos? Hay etapas de nuestra vida en las que somos COMO pequeños ángeles, no obstante, las almas tienen que ser talladas desde la más tierna infancia. Nacemos con el pecado original, por ello, la necesidad del Sacramento del Bautismo y a partir de ahí, el trabajo continúa. Padres, Sacerdotes y Catequistas deben trabajar el interior de los más pequeños, para que igual que el cuerpo crece con el alimento sólido, el alma crezca con los bienes espirituales.


Paseando por el cementerio de San Amaro, una de los grandes tesoros arquitectónicos de mi ciudad, se pueden encontrar sepulturas de niños que murieron en olor de Santidad. Entre las sepulturas, destaca el panteón de la pequeña Mari Carmen González-Valerio, que murió con nueve años y cuyos restos, estuvieron un tiempo en La Coruña, hasta que los trasladaron a Madrid, al abrirse el proceso en la Congregación para la causa de los Santos. Recuerdo cuando era niña y mi abuela y mi madre, me contaban la historia de Mari Carmen y a mí, desde mi corto entendimiento, me maravillaba y ya me hacía pensar que no se nace Santo y que hay que trabajar el alma duramente, en todas las etapas de nuestra vida. La vida de esta niña fue una entrega a Dios total y absoluta en la enfermedad. Mi madre me hablaba de ella, supongo que intentando quitar lo mejor de mi y que viera en Mari Carmen, un modelo a seguir. Nuestros padres se ocupaban de nuestro crecimiento espiritual.


Hoy en día, la situación es muy distinta. Los niños vienen al catecismo, como un mero cumplimiento, para recibir la Primera Comunión, o más bien, deberíamos decir, para hacer una fiesta como la de la graduación, pero en una etapa infantil.


Hace unas semanas, hablando con mi madre, recordaba cuando éramos pequeños y cuando le dijeron que mi hermano podía recibir su Primera Comunión. Ni corta ni perezosa, me contaba que fue a quejarse al Sacerdote, ya que ella consideraba que no estaba preparado. ¡Fíjense Vds., ya les he contado otras veces como era mamá de exigente en las cosas de Dios y aún así, ya ven, creía que mi hermano, no estaba preparado! Y sin más dilación, le dijo al Sacerdote, que había que esperar. Todo lo contrario de lo que sucede hoy en día. Los padres, recortada en mano, vienen exigiéndonos a los catequistas y al Cura, que reduzcamos el tiempo de preparación, ya que consideran que sus hijos están lo suficientemente formados, cuando la realidad es que en la mayoría de los casos, no saben ni rezar el Ave María. Y con esa escasa o nula formación, reciben al Señor. Se cumple lo estipulado por las Conferencias Episcopales y pim pam pum, aquí paz y después gloria. Con lo cual, el siguiente paso, superado el día de la fiesta y de la algarabía, es no volver, hasta que les cuadra el siguiente evento familiar: otra comunión, bautizo, boda, funeral…


Recuerdo un niño que tenía en el catecismo, el Señor le inspiraba grandes momentos de piedad y a mí, me tenía entusiasmada. Sentía gran inquietud por aprender más, por estar en el Sagrario, por contarnos a todos las historias de los Santos que leía en casa o que veía en Internet. Ya digo, le venía de lo alto, porque sus padres tenían una despreocupación total por su formación. Recuerdo los días que faltaba al Catecismo o a la Santa Misa, cuando le preguntaba el motivo, siempre señalaba el mismo, “yo me levanto temprano para venir, es mamá la que no me trae”. La verdad es que yo, no me andaba por las ramas y en las charlas que les impartíamos a los padres para intentar catequizarlos o por lo menos, sensibilizarlos de la importancia de los Sacramentos, les decía sin ningún tipo de miramiento, que los niños faltaban porque eran ellos, los que no los traían y así lo decían públicamente los niños delante de sus compañeros. No obstante, el bochorno les debía durar un visto y no visto, porque a la semana siguiente, se volvían a producir los hechos. Por lo tanto, el pecado del niño al no venir a Misa, siendo realistas, viene motivado por la insensatez de unos padres que niegan lo mejor a sus vástagos y los conducen por el camino del mal.


¿No llevan los padres a sus hijos a los partidos de fútbol o a otras muchas actividades, que aunque sean interesantes, no aportan nada, absolutamente nada, al alma?
No solo los llevan, sino que se preocupan de que sus hijos sean los mejores y sueñan para ellos un balón de oro, como si fueran a llegar todos a grandes estrellas del fútbol o del baloncesto. Sin embargo, fíjense que paradoja, a un padre no le preocupa que su hijo pierda el alma, lo importante es ser un figura en este mundo. ¡Que vaciedad!


Después de la Primera Comunión, si tenemos la suerte de que los niños vienen algún día por causalidad a la Iglesia, yo, la verdad es que nunca dejo pasar la oportunidad de acercarlos nuevamente al Sacramento de la Confesión. En ese momento, como un lastre, nos encontramos a los padres, que principalmente, se oponen a que el niño se confiese, ¿El motivo? Contesten Vds., supongo que lo verán innecesario, por lo que comentábamos al principio, consideran que no existe el pecado y menos, en tan tiernas edades. Es decir, cuando un padre recrimina a un hijo, por ejemplo, por no estudiar, cuando no se comporta correctamente con su familia o con sus amigos, cuando miente, etc…Todo eso, simplemente, debe de estar mal, según el código mental del padre de turno, pero, el progenitor considera que NO ES PECADO, por lo tanto, ve innecesario e ilógico que su pequeño pase por el Confesionario. Es extraño, señalamos una mala acción y la castigamos, pero no la identificamos como PECADO. Las formaciones catequéticas para adultos, son más necesarias que nunca, el gran problema es que, muchas veces, se cuenta conel beneplácito de muchos Presbíteros, con escasa o nula formación, que animan a los pequeños y adolescentes a disfrutar de una barra libre de malas acciones, que no son señaladas y que conducen a la condenación. Podemos revisar el Catecismo de la Iglesia Católica y no encontraremos ninguna parte en la que diga que al infierno se va SÓLO a partir de una determinada edad. Lo que es cierto, es que cuando uno es pequeño o menor de edad, está bajo la responsabilidad de sus padres, por lo tanto, deberían valorar los padres si querer a un hijo, es ponerlo en las puertas del abismo. “En una niña tan pequeña – dice su madre- nos chocó el que asimilara tan bien el gran valor de la Pasión de Cristo y su Redención” (Vida de Mari Carmen González-Valerio)


La etapa infantil marca nuestra vida de adulto y lo que aprendemos en ella, o lo que nos inculcan, es un referente para toda nuestra existencia.

¿Cómo pueden unos padres no desear lo mejor para sus hijos?



Comenzó a prepararse para recibir una vez más el Sacramento de la purificación, y después el Santo Viático. Ella lo recibió todo como un ángel en su alma inocente. Y allí, unida con Jesús, repetiría sin duda su entrega. Luego, ansiosa de más y más pureza insinuaba: – ¿Por qué no me dan también aquello que perdona los malos pensamientos y las malas palabras? Y se le administró también la Santa Unción”
(Vida de Mari Carmen González-Valerio)