Fuente turbia
Se busca agua limpia de manantial...y nos sirven un vaso de agua turbia de charca.
(...y si nos negamos a tragarnos el sapo, nos llaman fariseos).
&.
EX ORBE
325 párrafos...para despistar
De lo que se podía esperar (o temer) del Sínodo de la Familia hemos comentado en ExOrbe desde que comenzó el pasteleo, con el brujo Kasper calentando la retorta para destilar el sublimado final, otra vez una obra maestra del alambique vaticanosecundista, con los antiguos aprendices de brujo, aquellos monosabios de cuando el concilio, hace medio siglo, hoy convertidos en pérfidos Frankensteins del nuevo engendro.
El documento francisquista será la guinda del pastel. Se sabe ya que son trescientosveinticinco parágrafos para encubrir/disfrazar/disimular lo que desde el principio se tuvo la intención de decir y hacer. Los 325 párrafos son la cobertura, capas concéntricas de característico género eclesiástico recubriendo la pildorita central, un recurso que se hizo célebre en algunos de los más famosos hitos del V2º.
El lema que ambienta, introduce y explica resumidamente el quid de la cuestión será, mas o menos, algo así: Se mantiene la doctrina, se adapta la praxis. La praxis pastoral, es decir; siendo la pastoralidad una esencia tan maleable, tan manejable para ser hervida en la retorta de turno.
Y así pasará a la historia todo lo del sínodo. No se intentará siquiera la sanación para la muy gravemente enferma familia católica, solamente se declarará con la hojarasca de los 325 párrafos que la Iglesia se rinde en la batalla de la familia y adopta los modos y las modas de la modernidad.
¿A qué precio? Seguramente, más o menos, sobre unas treinta monedas.
...Es la cantidad tasada para este tipo de convenios.
+T.
EX ORBE
Fuente turbia
Se busca agua limpia de manantial...y nos sirven un vaso de agua turbia de charca.
(...y si nos negamos a tragarnos el sapo, nos llaman fariseos).
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EX ORBE
Entre el mito-francisquista y la decepción, los malos piden más
Que PP Franciscus se ha vuelto un mito para los peores de la Iglesia (y la no-iglesia), es un hecho. Item más, porque el mito surgió en el balcón aquel mismo inolvidable 13-3-13. Et item plus, porque el mito parece haber sido elaborado en el cónclave: Buscaron y eligieron un perfil mitificable; por cierto, magníficamente asumido por el electo, desde su presentación.
No obstante, los agentes de la izquierda mediático-mitopoiética, son insaciables y ponen su nivel prometeico alto, muy alto. Y se decepcionan porque esperan más, sueñan con más, quieren más. Aun así, argumentan y disculpan porque alucinan con paranoias conspirativas que exculpan al mítico Franciscus y cargan contra los poderes ancestrales cimentados bajo la cúpula de San Pedro. Verbigracia, Juan Bedoya, uno de los más veteranos des-católicos de la prensa impía-masona, no resiste el tic de atribuir al Emmº Müller, el prefecto de Doctrina de la Fe, la dirección actual de la Inquisición del Santo Oficio. Léase:
Exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’: El parto de los montesEs el problema de prestarse al equívoco y danzar en los saraos del mundo, el demonio y la carne. Antes o después, te exigen bailar a su ritmo, con su música y sólo y exclusivamente con parejas (o coros) danzantes previamente seleccionados/escogidos/exigidos por los spónsores de la fiesta. Por eso, al final, se sienten frustrados y desilusionados.
Francisco no se mueve de la doctrina tradicional. Define los problemas, pero deja las soluciones en manos de los obispos y los curas
Pero lo malo no es que los malos demanden y pidan más. Lo peor es que en cada baile los buenos pierden algo; bastantes veces, mucho; algunas veces, demasiado.
Oremus!
+T.
EX ORBE
La Casa de Tócame-Roque
Fray Gerundio de Tormes
Para quien no lo sepa, este nombre corresponde a una famosa corrala del Madrid del siglo XVIII, que se hizo célebre por ser lugar de jaranas, peleas, deshaucios, trampas, grescas y trifulcas. Su popularidad hizo que algunos escritores costumbristas de la época escribieran sobre ella. Y desde entonces, decir que una casa es La Casa de Tócame Roque es más que indicativo: libertad a mansalva, líos, peleas y contradicciones, puñaladas y navajazos, indisciplinas y libertinajes. O sea, donde cada uno hace lo que le place e interpreta las leyes a base de subjetivismo modernista. Para el diccionario es la casa en la que reina la confusión y por eso mismo es objeto de frecuentes alborotos y riñas.
He dicho a mis novicios que -salvando que la Iglesia es Santa y es la Esposa de Nuestro Señor-, es cierto que en sus miembros y componentes no lo es tanto. Basta con echar una pequeña ojeada. Siempre ha sido así a través de la Historia, y precisamente por ello la Iglesia es un Misterio Sobrenatural de los gordos.
Sin embargo, en la Iglesia actual del Papa Francisco, la analogía con la Casa de Tócame Roque es bien grande, dado que nunca antes como ahora, ha habido tantos modos individuales de pensar, de exigir, de celebrar, de catequizar, de misericordiear y de dogmatizar. Bueno, de esto último hay dos variedades: los que dogmatizan coherentemente, diciendo que aceptan todos los dogmas porque son dogmas; y los que dogmatizan diciendo que no hay más dogmas que el afirmar que no hay dogmas. Y es que todo es relativo, cultural, pasajero y perecedero. Hasta Kasper será algún día perecedero del todo. Y Baldisseri. Y el fulano de Schöborn. Y no quiero seguir….
Hablando tanto de la Casa Común, se sigue construyendo la Iglesia Común (la del Nuevo Orden Mundial), la Humanidad Común y la del Pecado Común que acaba siendo Misericordia Común y por el que no hay que preocuparse, pues existe el Perdón Común que se administra a todos en Común. Siempre y cuando no sean fariseos de pedigrí y no sean más mirones de la letra que del espíritu.
A mis novicios no les entra en la cabeza, pero esta es la trampa que se encierra en el divorcio aceptado como sin-remedio, para pasar a la Comunión administrada como sin-remedio, para aquellos que viven en adulterio porque no tienen-más-remedio. O sea, la Iglesia que acoge a todos, sigue su camino, pero añadiéndole el contrapunto de la adaptación a los tiempos y los cambios en la ahora llamada rutina doctrinal. Parece que Francisco dijera en su interior (y en su exterior): -Pues ahora yo, como soy el Papa (Le Pape c’est Moi), voy a poner a los cabritos a la derecha y a las ovejas a la izquierda. Se acabó con el monopolio de las dichosas ovejas a la derecha, que no hacen otra cosa que molestar y se lo tienen muy creído. Cabritos del Mundo, uníos. Y allá van todos.
A mis novicios tampoco les entra en la cabeza, pero en la Casa de Tócame Roque tiene cabida cualquiera, con tal de que se siga instalando el desorden, la contradicción y el desmadrarse, desinhibirse y desmelenarse. Y cuanto más lo hagas, mejor te acogen en las moradas eternas de la nueva doctrina. Hay un cuadro en El Prado en donde las modistillas de la Casa de Tócame Roque, van recosiendo y remendando los vestidos según las necesidades. Como nuestros Pastores Traidores.
En la Casa de Tócame Roque entran los divorciados vueltos a casar y vueltos a acostar y vueltos a comulgar. Entran los pobres y los ricos (los que financian al actual Vaticano y cuya lista nunca sale a la luz, pero que Francisco conoce). Los inmigrantes y refugiados (aunque no los presos cubanos y/o venezolanos), los agredidos por sus creencias (aunque no Asia Bibi y demás cristianos mártires masacrados por el Islam), los masones que llevan aire fresco al Vaticano (los hermanos de Ravasi), los teólogos que tienen bula para la herejia y los herejes que tienen bula para constituirse en teólogos, incluso de la Casa Pontificia. Y, puestos a entrar en la Casa, podrían entrar también los tradicionalistas que quieran plegarse a ser admitidos. Nunca he visto un peligro mayor que éste de confiar en el enemigo. Menudos tiempos para entrar en Tócame Roque.
En el desmadre y desbarajuste acaecido con la Exhortación Apostólica -tan calentita todavía-, el cardenal Baldisseri (otro que tal baila) ha explicado perfectamente el fondo de la cuestión: se trata de recontextualizar. Cuando he leido esta palabreja, he soltado un semi-casto improperio ante mis novicios. Ya está aquí la clave del timo para que vendernos la burra.
Es necesario recontextualizar la doctrina al servicio de la misión pastoral de la Iglesia. La doctrina es interpretada en relación al núcleo del kerygma cristiano y a la luz del contexto pastoral en el que se aplicará, recordando siempre que la ‘suprema lex’ debe ser la salus animarum.
O sea, que hasta ahora llevábamos cincuenta años contextualizando (término pedagógico funesto que ha llevado a la educación y la cultura a lo más bajo), hemos contextualizado todo lo habido y por haber bajo la etiqueta de solución pastoral, remedio pastoral, praxis pastoral.
Pero como lo de ahora es otra vuelta de tuerca mucho más “audaz”, porque pone ya en cuestión temas que afectan de modo intrínseco al matrimonio y la sagrada eucaristía, ahora no basta con el contextualizado normal y corriente: ahora hay que recontextualizar.
En definitva, la recontextualización permite que el disparate que se hizo con la contextualización, se vea suficientemente esparcido y aventado, aumentado y sin corregir, para acabar en una recontextualización que a modo de antítesis nos sigue preparando el terreno para una recontra-textualización posterior. No creo que Francisco haya leído mucho a Hegel, pero lo conoce por sintonía y por la formación jesuítica recibida.
Y encima, con aires de preocupación por la salvación de las almas. Me río yo de la preocupación que tienen estos señores por la salvación de las almas. No hay más que verles la cara y la doctrina.
Yo he explicado hoy -con toda solemnidad- a mis novicios y a mis hermanos frailes, que a partir de este mismo día pienso hacer lo siguiente con todo lo que venga de Francisco: lo que esté de acuerdo con el magisterio de siempre, lo aceptaré. Pero lo que esté en contra, lo recontextualizaré y lo rechazaré. Lo siento, pero él se lo ha buscado. Es herética esta Exhortación y es herética esta consideración pastoral que pisotea lo que siempre ha dicho la Iglesia. Eso sí, con cara de buenistas, misericordiosos y buena gente. Así que yo, recontextualizo a Francisco.
Tiempo tendremos de seguir analizando el tema. Pero ya desde hoy, me sitúo en un contexto de recontextualización, por el que pienso que este Papa tiene los días contados. Como dicen en las películas, que Dios se apiade de su alma. Convertir a la Iglesia en la Casa de Tócame Roque, no quedará sin castigo divino.
https://fraygerundiodetormes.wordpress.com/
La verdad os hará libres
Una serie de objeciones críticas contra la doctrina y la praxis de la Iglesia concierne a problemas de carácter pastoral. Se dice, por ejemplo, que el lenguaje de los documentos eclesiales será demasiado legalista, que la dureza de la ley prevalecería sobre la comprensión hacia situaciones humanas dramáticas. El hombre de hoy no podría comprender ese lenguaje. Mientras Jesús habría atendido a las necesidades de todos los hombres, sobre todo de los marginados de la sociedad, la Iglesia, por el contrario, se mostraría más bien como juez, que excluye de los sacramentos y de ciertas funciones públicas a personas heridas.
Se puede indudablemente admitir que las formas expresivas del Magisterio eclesial a veces no resultan fácilmente comprensibles y deben ser traducidas por los predicadores y catequistas al lenguaje que corresponde a las diferentes personas y a su ambiente cultural. Sin embargo, debe mantenerse el contenido esencial del Magisterio eclesial, pues transmite la verdad revelada y, por ello, no puede diluirse en razón de supuestos motivos pastorales. Es ciertamente difícil transmitir al hombre secularizado las exigencias del Evangelio. Pero esta dificultad no puede conducir a compromisos con la verdad. En la Encíclica Veritatis splendor, Juan Pablo II ha rechazado claramente las soluciones denominadas pastorales que contradigan las declaraciones del Magisterio (cf. ibid 56).
Por lo que respecta a la posición del Magisterio acerca del problema de los fieles divorciados vueltos a casarse, se debe además subrayar que los recientes documentos de la Iglesia unen de modo equilibrado las exigencias de la verdad con las de la caridad. Si en el pasado a veces la caridad quizá no resplandecía suficientemente al presentar la verdad, hoy en cambio el gran peligro es el de callar o comprometer la verdad en nombre de la caridad. La palabra de la verdad puede, ciertamente, doler y ser incómoda; pero es el camino hacia la curación, hacia la paz y hacia la libertad interior. Una pastoral que quiera auténticamente ayudar a la persona debe apoyarse siempre en la verdad. Sólo lo que es verdadero puede, en definitiva, ser pastoral. Entonces conoceréis la verdad y la verdad os hará libres (Jn 8, 32).
https://denzingerbergoglio.com/2016/...s-hara-libres/
Y al final de camino, nada
Como San Juan de la Cruz que, cuando alcanzó la cima del Monte Carmelo se encontró con NADA, así también nosotros después de terminar al largo “camino sinodal”, como le gusta decir al papa Francisco, nos encontramos como nada.
Ayer leí la exhortación apostólica Amoris letitia, de cabo a rabo y la verdad es que, tal como varias veces dijimos en este blog, es más de los mismo, dicho en lenguaje bergogliano que, debemos reconocer, es el único que entiende el hombre contemporáneo, aunque ese hombre no vaya a leer jamás semejante mamotreto.
Se trata de un larguísimo documento, escrito a varias manos. Esto es más que evidente. En el capítulo IV se hace un interesante análisis del famoso himno paulino del amor, con abundantes recursos al texto griego y correspondencias con el Antiguo Testamento. Eso, por cierto, no pertenece al pontífice argentino que escasamente domina el cocoliche porteño. Las múltiples intervenciones de su pluma son fácilmente reconocibles. Por ejemplo, el alto contenido teológico que aparece en esta expresión: “[el cónyuge] Es el compañero en el camino de la vida con quien se pueden enfrentar las dificultades y disfrutar las cosas lindas”. (163). O en esta otra: “Sabemos que a veces estos recursos alejan en lugar de acercar, como cuando en la hora de la comida cada uno está concentrado en su teléfono móvil, o como cuando uno de los cónyuges se queda dormido esperando al otro, que pasa horas entretenido con algún dispositivo electrónico” (278).
La vena poética del pontífice que se manifiesta en la inclusión de un poema de Benedetti: «Tus manos son mi caricia / mis acordes cotidianos / te quiero porque tus manos / trabajan por la justicia. / Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos». (181). Para los argentinos, esta poesía nos resuena como la canción ícono del destape homosexual de los ’80, interpretada por Sandra Miahanovich, lesbiana pública. Y Tulio quedaría deslumbrado ante este construcción retórica: “El problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean las dificultades para adelante” (209).
Si vamos al fondo de la cuestión y nos escapamos de la trampa de los titulares periodísticos, el documento pontificio tiene varios aspectos positivos que, más allá de mis críticas a su autor, es importante destacar.
1. Es muy claro acerca de algunos temas a los que podría haber evitado o hacerse el distraído. Vemos algunos casos. Refiriéndose a la a la teoría del género y la pretensión de imponerla en todos los ámbitos, dice: “Una cosa es comprender la fragilidad humana o la complejidad de la vida, y otra cosa es aceptar ideologías que pretenden partir en dos los aspectos inseparables de la realidad. No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes (56).
O bien, tal como han proclamado los medios de difusión, se pronuncia a favor de la educación sexual de los niños, pero lo hace muy bien: “282. Una educación sexual que cuide un sano pudor tiene un valor inmenso, aunque hoy algunos consideren que es una cuestión de otras épocas. Es una defensa natural de la persona que resguarda su interioridad y evita ser convertida en un puro objeto. Sin el pudor, podemos reducir el afecto y la sexualidad a obsesiones que nos concentran sólo en la genitalidad, en morbosidades que desfiuran nuestra capacidad de amar y en diversas formas de violencia sexual que nos llevan a ser tratados de modo inhumano o a dañar a otros. 283. […] Es irresponsable toda invitación a los adolescentes a que jueguen con sus cuerpos y deseos, como si tuvieran la madurez, los valores, el compromiso mutuo y los objetivos propios del matrimonio”.
Y es muy claro acerca del famoso “matrimonio homosexual”: “Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio”. (52)
2. En varias partes del documento insiste sobre un aspecto que considero muy valioso y que es olvidado por todos, tanto tradis como progres. Dice: “Por lo tanto, la decisión de casarse y de crear una familia debe ser fruto de un discernimiento vocacional (72)”. Muchos dirán: “Ya sabíamos que el matrimonio es una vocación”. Sí, pero lo entendíamos siempre como opción a la vocación a la vida consagrada. Lo que el Papa dice aquí es que, porque el matrimonio es una vocación, es un camino de vida propia de los cristianos, y de los cristianos comprometidos. “132. Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente”. “Tenemos que reconocer como un gran valor que se comprenda que el matrimonio es una cuestión de amor, que sólo pueden casarse los que se eligen libremente y se aman” (217). ¿Qué es lo que yo entiendo de estas afirmaciones? Que si alguien no toma al matrimonio en estos términos y está dispuesto a aceptar todos los compromisos que supone, mejor que no se cases. Que se vaya a vivir con tu novia, y después verá.
“¡Pero cómo, dirán algunos, van a vivir en pecado!” Sí, van a vivir en pecado de fornicación, y seguramente falten también al tercer mandamiento porque no irán a misa los domingos, y al noveno, y a varios más. No será el único pecado con el que vivirán. Pero si se casan, sin haber aceptado libremente la vocación cristiana al matrimonio, lo más probable es que en tres años comiencen a vivir en adulterio y comiencen a sumar fracaso tras fracaso, y pecado tras pecado.
Dicho en otros términos: los sacerdotes deberían ser mucho más restrictivos a la hora de admitir a una pareja al matrimonio. Convengamos que la mayoría de los matrimonios que se celebran actualmente son matrimonios nulos, y esto lo puede decir cualquier canonista serio.
3. Lo que todos esperaban es que el papa admitiera públicamente a los divorciados y recasados al sacramento de la eucaristía. Por supuesto, eso no ocurrió. Y se expresa con claridad acerca del divorcio. “Pero otra cosa es una nueva unión que viene de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y de confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio y la familia”. (298). O bien: “Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”. (297).
Hace un guiño al mundo, jugando con el término “excomulgar”, que la mayoría entiende erróneamente como separados de la comunión eucarística, cuando repite que “A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están excomulgadas » y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión eclesial”. (243) Eso ya lo sabemos, y no aporta nada nuevo.
He encontrado solamente tres párrafos que habilitarán, seguramente, la manga ancha de muchos curas y obispos en el tratamiento de los recasados:
1. “Hay una cuestión que debe ser tenida en cuenta siempre, de manera que nunca se piense que se pretenden disminuir las exigencias del Evangelio. La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada «irregular » viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. (301). El principio es correcto. Hay muchos casos que objetivamente son irregulares pero que, subjetivamente, la persona, acompañada y aconsejada por un buen y sabio sacerdote, puede tener la certeza moral de estar en gracia de Dios. Como dice el Papa, esta es doctrina de la Iglesia y ha sido suficientemente estudiada y fundamentada por los teólogos. Lo que no me suena bien es ese “ya”, como si antes sí se podría haber hecho esa afirmación y ahora, fruto de alguna desconocida evolución en el dogma, ya no.
2. Dice el documento: “Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña santo Tomás de Aquino (Summa theologiae I-II, 94, 4), y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento pastoral: «Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay […] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos […] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación ». (305)
El Aquinate habla en ese artículo de las posibilidades de conocimiento que tiene tanto la razón especulativa como la razón práctica de la ley natural. El problema es que no sé (y pido si algún lector sabe verdaderamente, lo aclare) si el principio tomista puede ser aplicado al caso. Al estar hablando de la ley natural, es claro que un indígena de la Polinesia, aunque pueda atisbar que la norma general indica la monogamia, su acto particular sea indeterminado, y tenga tres mujeres. Pero no me parece que eso pueda aplicarse a un bautizado que debe conocer muy bien su catecismo y la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio cuando se casa. No me parece que haya aquí posibilidades de “indeterminación” del acto particular, sino más bien de “imperfección” la que, en lenguaje católico, se llama “pecado”, y en este caso concreto “adulterio”, y los adúlteros no pueden comulgar. Me suena entonces, y los especialistas deberán aclararlo, que la referencia a Santo Tomás es tramposa.
3. “El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios”. (305). Una vez más, no está mal lo que dice, pero es darle una navaja a un mono, o a un cura, que suele ser lo mismo. Porque el Evangelio nos dice claramente que todo es blanco o negro: “El que no junta conmigo, desparrama; el que no está conmigo, está contra mí”. No se puede juntar un poquito y desparramar otro poco: o se junta, o se desparrama. Y si, en algún momento se desparramó, hay que confesarse y prometer no volver a desparramar. Esta es la doctrina evangélica y la doctrina de la Iglesia.
Conclusiones:
1. El documento es de mala línea y completamente prescindible. Redactado en el espumoso lenguaje que maneja el Papa Francisco, pasará sin pena ni gloria a los anales de la Iglesia. Pero tampoco podrá ser considerado un documento progresista. Afirma, a su modo la doctrina de la Iglesia, y las innovaciones, si existen, no son más que acentuaciones de las morigeraciones que siempre existieron.
2. ¿Qué efectos tendrá el documento? Ninguno. Se seguirá haciendo lo que se hace desde hace décadas: admitir a los divorciados y recasados a la eucaristía. Les pido a los lectores del blog que levante la mano el que conozca algún cura que le haya negado la comunión a un fiel que vive en adulterio. Difícilmente encontremos algunos. Y el que lo hiciera, al día siguiente aparecería en todos los diarios y sería reprendido por su obispo. Todo seguirá como estaba, y Bergoglio se llevará la palma del misericordioso e innovador, y los aplausos del mundo.
3. Finalmente, el documento deja a varios pagando y a otros desencantados. Quedaron pagando Elizabetta Piqué y el cardenal Kasper, por ejemplo. La primera, a duras penas puede rescatar algunas frases que llevan agua para su molino. El segundo, no sabrá dónde meterse luego de haber afirmado, hace dos semanas, que la exhortación apostólica cambiaría 1700 años de historia de la Iglesia. Sucedió exactamente lo contrario.
Y deja también a varios desencantados. Por ejemplo, a las decenas de comentaristas de este blog que se frotaban las manos esperando un documento hereje y rupturista que provocara un cisma y muchos descalabros más. Nada de eso.
Es teología barata, con un poco de Bucay, otro de Pilar Sordo y adiciones de libros de autoayuda que le sopló el Tucho. Nada más que eso. Es Bergoglio en estado puro.
The Wanderer
‘Amoris laetitia’ en conflicto con la Fe Católica
Hagios o TheosQue el Señor tenga misericordia de Su Santa Iglesia
Hagios Ischyros
Hagios Athanatos, eleison hymas
No hay otra manera de decirlo: Amoris laetitia, la Exhortación Apostólica del Papa es una catástrofe.
Si bien fue publicada tan sólo esta mañana, los observadores y comentaristas católicos ya comenzaron a identificar varios pasajes cuestionables en los que la doctrina y la disciplina de la fe de la Iglesia son suprimidas, retorcidas, y contradictorias. Nosotros, en Rorate Caeli, tendremos más para decir sobre este asunto, pero podemos afirmar que el titular del comentario del Dr. Maike Hickson en OnePeterFive es correcto: “El Papa Francisco se Aparta de la Enseñanza de la Iglesia en su Nueva Exhortación.” También es correcta la observación de Voice of the Family, “Hay muchos pasajes que reflejan fielmente la enseñanza católica, pero esto no puede, y no logra, disminuir la gravedad de los pasajes que socavan la enseñanza y la práctica de la Iglesia Católica.” (Asegúrense de leer toda la excelente crítica de Voice of the Family.)
Lean los comentarios del Dr. Hickson, y cuando tengan tiempo, visiten el blog del canonista Edward Peters y lean sus “Primeros pensamientos sobre la versión en inglés del Amoris laetitia del Papa Francisco.” Sus críticas separan lo que probablemente sean los peores aspectos de la exhortación del Papa (hay muchos otros que también son malos), y las críticas son presentadas caritativamente – a mi entender caritativas al punto que fallan. Aquí están las principales críticas de Peters (el énfasis es nuestro):
1. Al hablar de los católicos divorciados vueltos a casar civilmente, Francisco escribe: “En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir «como hermanos» que la Iglesia les ofrece, destacan que si faltan algunas expresiones de intimidad [es decir, relaciones sexuales] ‘puede poner en peligro no raras veces el bien de la fidelidad y el bien de la prole’ ( Gaudium et spes, 51).” AL fn. 329. Me temo que este es mal uso de la enseñanza conciliar. Gaudium et spes 51 habla sobre parejas casadas que observaban períodos de abstinencia. Francisco parece comparar este casto sacrificio con la angustia que experimentan los adúlteros públicos cuando dejan de involucrarse en relaciones sexuales ilícitas.
2. Al hablar del “matrimonio cristiano, como reflejo de la unión entre Cristo y su Iglesia”, Francisco escribe “Otras formas de unión contradicen radicalmente este ideal, pero algunas lo realizan al menos de modo parcial y análogo.” AL 292. Esta sencilla expresión requiere de una significativa elaboración: las formas de unión que contradicen radicalmente la unión de Cristo y su Iglesia son objetivamente pseudo-matrimonios adúlteros post-divorcio; las formas de unión que reflejan esta unión de manera parcial pero buena son los matrimonies naturales. Estas dos formas de unión no son variantes sobre un mismo tema; difieren en categoría, no sólo en grado.
3. Al hablar sobre lo que el Catecismo de la Iglesia Católica 2384 describe como “adulterio público y permanente”, Francisco escribe que tras el divorcio algunos matrimonios pueden demostrar “fidelidad comprobada, entrega generosa, [y] compromiso cristiano”. AL 298. Muchos se preguntarán cómo se aplica el término “fidelidad comprobada” a las relaciones adúlteras crónicas o cómo se demuestra el “compromiso cristiano” luego del abandono público y permanente de una pareja anterior.
4. En AL 297, Francisco escribe: “¡Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio!” Al contrario, la lógica del Evangelio es precisamente que uno puede ser condenado para siempre. CCC 1034-1035. Si uno quisiera decir que nadie puede ser ‘condenado para siempre’ por una autoridad terrena, debiera decirlo. Pero, por supuesto, negarle la Sagrada Comunión a quienes se encuentran en “adulterio público y permanente” no es en absoluto una “condena”, por lo tanto no queda claro cuál es el punto.
5. En AL 280-286, al tratar la educación sexual para jóvenes, no encontré ningún reconocimiento, ni siquiera una mención, sobre los derechos que tienen los padres en este importante asunto. Quizás esto deba deducirse a partir de otros comentarios sobre padres en otras partes de AL.
Estas observaciones son correctas — pero Peters suaviza su crítica al utilizar frases como “me temo que esto” o “pareciera que Francisco”. La forma en que el Papa aplica Gaudium et spes 51 realmente retuerce la enseñanza de la Iglesia, y el Papa ciertamente compara, quizás no moralmente, los períodos de abstinencia de relaciones conyugales con “la angustia experimentada por adúlteros públicos cuando dejan de involucrarse en relaciones sexuales ilícitas.”
Para comprender la magnitud de las enseñanzas de Francisco, compare y contraste Amoris laetitia 300-310 con Familiaris consortio 84 de Juan Pablo II. La doctrina y disciplina que sostienen que personas viviendo en un estado de adulterio objetivo y persistente no pueden recibir la Sagrada Comunión no se encuentran en ninguna parte de la exhortación papal. Al contrario, Amoris laetitia 301 y la nota al pie 351 contradicen la doctrina de la Iglesia sobre este punto. Nuevamente, la enseñanza de la Iglesia, “El hecho de contraer una nueva unión, aunque reconocida por la ley civil, aumenta la gravedad de la ruptura: el cónyuge casado de nuevo se halla entonces en situación de adulterio público y permanente “ (CCC 2384), no se afirma explícitamente en ninguna parte de la exhortación.
A estas críticas debemos sumar nuestra objeción contra los principios generales de Amoris laetitia 301, que son dañinos para toda la disciplina sacramental. Ciertamente, a la luz de esas reflexiones del Papa, ¿cómo podría la Iglesia negarle a alguien la comunión? También es objetable la referencia del Papa a personas que están “en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa“, como si la Ley de Cristo sobre el matrimonio y el divorcio no pudiera ser obedecida –contradiciendo el párrafo 297, que afirma que “la plenitud del designio que Dios tiene . . . siempre es posible con la fuerza del Espíritu Santo“.
Trayendo a la mente Santiago 1:8, ese no es el único lugar donde la exhortación no sólo contradice la fe sino incluso a sí misma – dado que, como señala Voice of the Family, la exhortación primero clasifica a las parejas homosexuales entre “la gran variedad de situaciones de familia” (AL 53) para luego rechazar la afirmación que las relaciones homosexuales son similares o análogas a los matrimonios y familias (AL 251), mientras que también acepta las premisas falsas de la “teoría de género” (AL 56) ¡antes de comenzar a criticarla!
Entonces, por un lado, tenemos la doctrina de la Iglesia expresada en documentos como Familiaris consortio y el Catecismo de la Iglesia Católica. Por otro lado, tenemos la enseñanza del papa Francisco en Amoris laetitia.
La exhortación es un asalto efectivo y sostenido a la fe. Con lágrimas debo decir que la Santa Madre Iglesia ha reprobado e incluso condenado a algunos de sus Papas por este tipo de cosa.
Que el Señor tenga misericordia de Su Santa Iglesia.
'Amoris laetitia' en conflicto con la Fe Católica
Iglesia Católica, inmutable y eterna
Queridos hermanos, al comenzar el sacerdote el Santo Sacrificio de la Misa, tras la señal de la Cruz, que nos recuerda la muerte de Nuestro Señor Jesucristo que tuvo lugar en el sagrado madero y se renueva de manera incruenta en el altar, dice la antífona: Introibo ad altare Dei, ad Deum qui lætíficat juventutem meam. Me acercaré al altar de Dios. A Dios que alegra mi juventud. Nadie es tan antiguo como las Tres Divinas Personas, ni tan joven como las Tres Divinas Personas. Esta es la razón por la que no tiene sentido alguno las palabras antiguo o moderno referidas a la Iglesia.
La Iglesia habla de lo inmutable, de lo eterno, sino lo hiciera de esta forma no sería la Iglesia de Jesucristo. Se equivocan quienes hablan de modernizar la Iglesia, no saben lo que dicen. La Iglesia es la constante novedad de Dios, la constante novedad de Su Divina Palabra, la constante novedad del inagotable misterio de la Santísima Trinidad. La Iglesia no necesita, en modo alguno, las novedades del mundo. Es más, renuncia a esas novedades por toda la eternidad. Los adornos de la Iglesia son exclusivamente divinos porque es la esposa de Cristo, y el obrar humano es un constante ofender a la Luz que vino al mundo y éste se niega en reconocer.
Nuestra Iglesia es madre de una nueva humanidad, no de la humanidad pecadora, y si lo es de ella lo es para convertirla. Nunca la Iglesia de Cristo podrá asumir la humanidad pecadora sin convertirla de su pecado. La Iglesia peregrina ha de ser imagen de la Iglesia celestial, e imagen de nuestra Amadísima y Purísima Madre, la Santísima Virgen María. Ella es Madre la Iglesia. ¿Cómo la Iglesia, hija de María, puede aceptar el pecado el mundo sin condenarlo y convertirlo, sin ofender grandemente a tan Purísima y Santísima Madre?
¿Tenemos miedo los ministros de Jesucristo? ¿De quién somos hijos? No podemos callar, hemos de dar testimonio de la Verdad. Tenemos la obligación de convertir a las almas en bienaventuradas almas de Dios. Nuestro ministerio sacerdotal ha de ocupar todo nuestro ser, todo nuestro sentir, todo nuestro actuar, todo nuestro sufrir, morir y gozar. Nuestro sacerdocio es Jesucristo dándose a las almas.
Ante tanta ambigüedad de declaraciones, textos confusos y ambiguos, imágenes turbadoras por lo que suponen de escándalo, tenemos que explicar divinamente y católicamente este lenguaje humano que se separa la Verdad recibida, para así entender únicamente el lenguaje divino. Hemos de interpretar todo divinamente y sólo aceptar esta interpretación. Hemos de volver al lenguaje plenamente claro sin que pueda ser manipulado.
Es necesario aquilatar, explicar, el verdadero sentido del auténtico Magisterio eclesial. Ni el Sacerdote, ni el Obispo, ni del Papa, hablan en nombre propio. Conviene recordar el versículo 28 del capítulo 15 de los Hechos de los Apóstoles: Porque ha parecido al Espíritu santo y a nosotros…. Aquí, en este decreto, lo Apóstoles hablan en plural. Es el plural que indicaba el Nos utilizado por Obispos y Papas, y ya en desuso. Porque no hablamos en nombre propio, no obramos individualmente.
Nos significa la infinita unidad de Dios, de la Santísima Trinidad, y la comunión de todos los ministros de Cristo con la Trinidad indivisible, la comunión de todo el Orden sacerdotal con Dios; y más especialmente la unidad del Obispo y del Papa con las Tres Divinas Personas. El Papado es más que el Episcopado, pues así ha sido establecido por el Señor al fundar Su Iglesia sobre la roca que es Pedro y con el mandato divino de confirma a todos en la fe. Pero el Papa nunca podrá identificarse con el Papado recibido, sino ha de ser fiel a él.
Sin fidelidad al orden sacerdotal sobrevienen toda clase de males a la Iglesia y al mundo; así como la fidelidad a este divino ministerio toda clase de bienes. Además, daremos más cuenta a Dios de nuestros actos que los mismos reyes y poderosos de la tierra. Hemos de preocuparnos solamente de ser fieles al querer Divino, al querer de Jesucristo, Su querer Divino y Humano, que es el único querer de las Tres Divinas Personas, la salvación de las almas.
La Verdad de la Iglesia es siempre la misma porque es el querer de Dios, que no cambia. Es el querer del Hijo que repite que no se haga Su Voluntad sino la de Su Padre. Desobedeciendo la Verdad de la Iglesia desobedecemos al Padre, desobedecemos al Hijo y desobedecemos al Espíritu Santo, desobedecemos su único querer, Su única Voluntad. La Santísima Trinidad quiere que su criatura quiera lo que Ella quiere. Solo se cumplirá con la obediencia al Magisterio de la Iglesia recibido en la Tradición.
No aceptar la Verdad de la Tradición es poner en peligro la salvación de las almas, sería el fracaso humano triunfando la mentira sobre la Verdad, sería atraer el mundo de las tinieblas sobre la Iglesia; dándose la trágica situación de que muchas almas no querrán salvarse ni lo querrán nunca. Estos serán fracasados de ellos mismos.
Con el triunfo de la Sagrada Pasión, Nuestro Señor Jesucristo nos mereció la salvación eterna para los todos los que la acogieran. Él nos ha puesto todos los medios, todas las gracias para triunfar de todos los males, Su Santa Iglesia. Su Verdad inmutable y eterna, Verdad que Su Iglesia custodia y transmite.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa.
Iglesia Católica, inmutable y eterna
Los “intérpretes” del Papa: cobardes interesados que engañan a las almas
Amoris laetitia llegó, y junto a ella, no podía ser de otra forma, se puso en marcha la maquinaria de esa nueva profesión que tanta salida tiene hoy en día: los “intérpretes” del Papa.
Da auténtico sonrojo ver como personas que, sin duda, tienen conocimiento de lo que se pretende y lo que de verdad está pasando, cierran sus ojos y sus oídos, dejando su pluma a inspiración de sus intereses. Pensando que hacen un gran servicio a la iglesia, se dedican a retorcer los textos para hacerles decir lo que ellos quieren que diga. Y eso por pensar bien de ellos, que a veces cuesta mucho. Nunca vino mejor aquello de “el papel lo aguanta todo”.
Disculpen que me exprese con esta claridad y contundencia, pero hay veces en las que hay que hacerlo. La situación es de tal gravedad que yo les pregunto a estos “intérpretes”: ¿qué diablos necesitan ustedes para reaccionar y decir la verdad CLARAMENTE, sin rodeos ni camuflajes? ¿ver escupir a Cristo? ¿también sería “interpretable”? ¿aún no les parece grave lo que ocurre para que se dignen abrir la boca?
Por favor señores, déjense de memeces e imbecilidades, que si esto hay que interpretarlo así o asá, que si reafirma la tradición. Pero por favor hombre, que ya somos mayorcitos y creo que no deben tomarnos por idiotas. Esto no hay por donde cogerlo, tengan valor de una vez de DEFENDER A CRISTO y no de defenderse a sí mismo, a sus puestos y salarios.
A estos intérpretes bañados de papolatría les pregunto ¿quiénes son ustedes para interpretar lo que dice el Papa? ¿no se supone que justamente la función del Papa es enseñar? ¿qué clase de enseñanza sería la que necesitaría interpretación a modo de libre examen luterano? Su gran contradicción es por un lado divinizar al Papa al punto de negar lo que él mismo dice y hacerle decir lo que no quiere decir, y por otra pasar por encima de él como una apisonadora ignorando sus palabras y autoasignándose el papel de intérpretes oficiales de un Sumo Pontífice, que, por lo visto, tendría una capacidad de explicación tan corta que requeriría que los propios subordinados reinterpreten sus palabras para ser entendidas correctamentes. ¡Qué disparate todo! Un inferior interpretando al Papa para hacerle decir lo contrario de lo que dice textualmente: ¡qué osadía!
Me ha sorprendido enormemente como tras la exhortación solamente hablan los laicos ¿nadie tiene nada que decir? ¿ningún obispo, ningún cardenal, ningún sacerdote? ¿nadie? ¿a qué esperan? ¿dónde están ni siquiera los institutos tradicionales, la FSSPX, la FSSP…? No lo entiendo señores, no lo entiendo. Ya Roberto de Mattei, que hoy firma un gran artículo en Adelante la Fe, dijo hace tiempo que en esta crisis nos veríamos solos los laicos, y creo que si no es así, falta muy muy poco para que lo sea. Muchos amigos con la boca pequeña, pero a la hora de la verdad prima más el miedo y salvar el puesto que inmolarse por la Verdad.
No se si se dan cuenta de lo que estamos viviendo, tratar de camuflar la situación es ahora mismo una responsabilidad gravísima ante Dios y la Iglesia, y ya hay unos cuantos empeñados en ello. Y la camuflan tanto los que activamente tratan de tergiversar los textos, como los que viéndolo callan y siguen actuando como sino pasara nada. No sean cobardes, sean valientes, mártires. A quien Dios le ha dado luz que hable y que no engañe con su silencio o tergiversación, de lo contrario Dios se lo demandará.
Miguel Ángel Yáñez
La exhortación postsinodal Amoris laetitia: primeras reflexiones sobre un documento catastrófico
Roberto de Mattei
Con la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia, publicada el 8 de abril en curso, el papa Francisco se ha pronunciado oficialmente sobre problemas de moral conyugal que vienen debatiéndose desde hace dos años.
En el consistorio del 20 al 21 de febrero de 2014, Francisco había confiado al cardenal Kasper la misión de introducir el debate sobre este tema. La tesis de Kasper, según la cual la Iglesia debe cambiar su praxis matrimonial, fue el tema central de los sínodos sobre la familia celebrados en 2014 y 2015, y constituye el núcleo de la exhortación del papa Francisco.
Durante estos dos últimos años, ilustres cardenales, obispos, teólogos y fisósofos han tomado parte en el debate para demostrar que entre la doctrina y la praxis de la Iglesia tiene que haber una íntima coherencia. La pastoral se funda precisamente en la doctrina dogmática y moral. «¡No puede habre una pastoral en desacuerdo con las verdades y la moral de la Iglesia, en conflicto con sus leyes y que no esté orientada a alcanzar el idea de la vida cristiana!», declaró el cardenal Velasio de Paolis en su alocución al Tribunal Eclesiástico de Umbría el 27 de marzo de 2014. Para el cardenal Sarah, la idea de separar el Magisterio de la praxis pastoral, que podría evolucionar según las circunstancias, modos y pasiones, «es una forma de herejía, una peligrosa patología esquizofrénica» (La Stampa, 24 de febrero de 2015).
En las semanas que han precedido a la publicación del documento se han multiplicado las intervenciones públicas de purpurados y obispos ante el Sumo Pontífice con miras a evitar la publicaión de un texto plagado de errores, tomados de las numerosísimas enmiendas al borrador propuestas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Francisco no se ha echado para atrás. Al contrario, parece que encargó el texto definitivo de la exhortación, o al menos algunos de los pasajes clave, a teólogos de su confianza que han intentado reinterpretar a Santo Tomás a la luz de la dialéctica hegeliana. El resultado es un texto que no es ambiguo, sino claro, en su indeterminación. La teología de la praxis excluye de hecho toda afirmación doctrinal, dejando que sea la historia la que trace las líneas de la conducta en los actos humanos. Por esta razón, como afirma Francisco, «puede comprenderse» que, en el tema crucial de los divorciados vueltos a casar, «(…) no debía esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo canonico, aplicable a todos los casos» (§300). Si se tiene la convicción de que los cristianos no deben ajustar su comportamiento a principios absolutos, sino estar atentos a «signos de los tiempos», sería contradictorio formular cualquier clase de reglas.
Todos esperaban la respuesta a una pregunta de fondo: los que, tras un primer matrimonio vuelven a contraer matrimonio por la vía civil, ¿pueden recibir el sacramento de la Eucaristía? A esta pregunta, la Iglesia siempre ha respondido con un no rotundo. Los divorciados vueltos a casar no pueden recibir la comunión, porque su condición contradice objetivamente la verdad natural y cristiana sobre el matrimonio que se representa y actualiza en la Eucaristía (Familiaris consortio, § 84).
La exhortación postsinodal responde lo contrario: en líneas generales no, pero «en ciertos casos» sí (§305, nota 351). Los divorciados vueltos a casar deben ser «integrados» en vez de excluidos (§299). Su integración «puede expresarse en diferentes servicios eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas» (§ 299), sin excluir la disciplina sacramental (§ 336).
En realidad, se trata de lo siguiente: la prohibición de recibir la comunión ya no es absoluta para los divorciados vueltos a casar. Por regla general, el Papa no los autoriza a recibirla, pero tampoco se lo prohíbe. «Esto --había destacado el cardenal Caffarra refutando a Kasper-- afecta la doctrina. Inevitablemente. Se puede incluso decir que no lo hace, pero lo hace. Es más, se introduce una costumbre que a la larga inculca en el pueblo, sea o no cristiano, que no existe matrimonio totalmente indisoluble. Y esto desde luego se opone a la voluntad del Señor. No cabe la menor duda» (Entrevista en Il Foglio, 15 de marzo de 2014).
Para la teología de la praxis no importan las reglas sino los casos concretos. Y lo que no es posible en lo abstracto, es posible en lo concreto. Pero como acertadamente señaló el cardenal Burke, «si la Iglesia permitiera (aun en un solo caso) que una persona en situación irregular recibiese los sacramentos, eso significaría que, o bien el matrimonio no es indisoluble y por tanto la persona en cuestión no vive en estado de adulterio, o que la santa comunión no es el cuerpo y la sangre de Cristo, que por el contrario requieren la recta disposición de la persona, o sea el arrepentimiento del pecado grave y la firme resolución de no volver a pecar» (Entrevista de Alessandro Gnocchi en Il Foglio, 14 de octubre de 2014).
No sólo eso: la excepción está destinada a convertirse en una regla, porque el criterio para recibir la comunión lo deja Amoris laetitia al «discernimiento personal». El discernimiento se logra mediante «la conversación con el sacerdote, en el fuero interno» (§300), «caso por caso». ¿Y quién será el pastor de almas que se atreva a prohibir que se reciba la Eucaristìa, si «el mismo Evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos» (§308) y es necesario «integrar a todos» (§297), y «valorar los elementos constructivos en aquellas situaciones que todavía no corresponden o ya no corresponden a su enseñanza sobre el matrimonio» (§292)? Los pastores que quisieran invocar los mandamientos de la Iglesia correrían el riesgo de actuar, según la exhortación, «como controladores de la gracia y no como facilitadores» (§310). «Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones irregulares, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de de las enseñanzas de la Iglesia “para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias heridas”» (§305).
Este lenguaje inédito, más duro que la dureza de corazón que recrimina a los «controladores de la gracia», es el rasgo distintivo de Amoris laetitia, que, no es ninguna casualidad, fue calificada por el cardenal Schöborn en la conferencia de prensa del pasado 8 de abril de «un evento linguistico». «Lo que más me alegra de este documento --declaró el cardenal de Viena-- es que supera de forma coherente la artificial división externa que distinguía entre regular e irregular». El lenguaje, como siempre, expresa un contenido. Las situaciones que la exhortación postsinodal define como «llamadas irregulares» son el adulterio público y la convivencia extramatrimonial. Parra Amoris laetitia, éstas realizan el ideal del matrimonio cristiano, «de modo parcial y análogo» (§292). «A causa de los condicionamientos o de factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado --que no sea subjetivamente culpable o no lo sea de modo pleno-- se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia» (§305), «en ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos» (nota 351).
Según la moral católica, las circunstancias, que constituyen el contexto en el que desarrolla la acción, no pueden modificar la cualidad moral de los actos haciendo buena y justa una acción intrínsecamente mala. Pero la doctrina de los absolutos morales y del mal intrínseco queda anulada por Amoris laetitia, que se acomoda a la “nueva moral” condenada por Pío XII en numerosos documentos y por Juan Pablo II en Veritatis splendor. La moral situacionista deja a la merced de las circunstancias y, en últimas, a la conciencia subjetiva del hombre, determinar qué está bien y qué está mal. Así, una unión sexual extraconyugal no se considera intrínsecamente ilícita, sino que, en tanto que acto de amor, se valora en función de las circunstancias. Dicho de un modo más general, no existe el mal en sí como tampoco pecados graves ni mortales. Equiparar a personas en estado de gracia (situaciones regulares) con personas en situación de pecado permanente (situaciones irregulares) es algo más que una cuestión lingüística: diríase que está en conformidad con la teoría luterana del hombre que es a la vez justo y pecador, condenada por el Decreto sobre la justificación en el Concilio de Trento (Denz-H, nn. 1551-1583).
La exhortación postsinodal Amoris laetitia es mucho peor que la exposición del cardenal Kasper, contra la que se han dirigido tantas y tan justas críticas en libros, artículos y entrevistas. Monseñor Kasper se limitó a plantear algunas preguntas; Amoris laetitia presenta la respuesta: abre puertas a los divorciados vueltos a casar, canoniza la moral situacionista y pone en marcha un proceso de normalización de todas las convivencias extramaritales.
Teniendo en cuenta que el nuevo documento pertenece al Magisterio ordinario no infalible, es de esperar que sea objeto de un análisis crítico profundo por parte de teólogos y pastores de la Iglesia, sin engañarse pensando que pueda aplicársele la hermenéutica de la continuidad.
Si el texto es catastrófico, más catastrófico es que lo haya firmado el Vicario de Cristo. Ahora bien, para quien ama a Cristo y a su Iglesia, es una buena razón para hablar y no quedarse callado. Hagamos nuestras, pues, las palabras de un valiente mitrado, monseñor Atanasio Schneider: «¡Non possumus! Yo no voy a aceptar un discurso ofuscado ni una puerta falsa, hábilmente ocultada para la profanación del sacramento del Matrimonio y de la Eucaristía. Del mismo modo, no voy aceptar una burla del sexto mandamiento de la Ley de Dios. Prefiero ser ridiculizado y perseguido en lugar de aceptar textos ambiguos y métodos insinceros. Prefiero la cristalina “imagen de Cristo, la Verdad, a la imagen del zorro adornado con piedras preciosas” (S. Ireneo), porque “yo sé a Quién he creído”, “scio cui credidi”» (II Tm 1, 12)» (Rorate Coeli, 2 de noviembre de 2015)
La exhortación postsinodal Amoris laetitia: primeras reflexiones sobre un documento catastrófico
Última edición por Hyeronimus; 11/04/2016 a las 02:16
Reflexiones sobre los amores de Leticia
Algunas reflexiones ulteriores sobre la exhalación apostólica de Bergoglio:
1. Se trata de un documento berreta, tan berreta como su autor y como su pontificado, que será leída con vergüenza por los cristianos de las próximas generaciones, si es que hay próximas generaciones. Bien podrìa haber sido titulado Los amores de Leticia, o Directo al corazón, o cualquier otro título que lo ubicara en su lugar: el anaquel donde descansan las novelas de Corín Tellado.
Un documento que advierte sobre la gravedad de que uno de los cónyuges se quede dormido esperando al otro que está entretenido jugando a la Play Station, no puede ser serio. Y tampoco puede serlo el que aconseja a los padres no preocuparse tanto por dónde están sus hijos -aunque se estén drogando o refosilándose con sus amiguitos- puesto que la ubicación espacial no tiene importancia, ya que lo que de veras importa es preocuparse por su ubicación existencial.
Pamplinas, volutas de papel, espuma... es decir, nada.
2. Se trata de un documento que no cambia la doctrina de la Iglesia. A lo sumo, pone por escrito, y de un modo muy elíptico y sinuoso, lo que es práctica común en las iglesias católicas de la mayor parte de los países del mundo desde hace décadas, es decir, que los recasados son admitidos a la comunión sacramental bajo ciertas condiciones. Si Bergoglio hubiese querido cambiar la doctrina de la Iglesia o, incluso, su disciplina, habría promulgado un motu proprio, como hizo cuando determinó la agilización de los procesos de nulidad matrimonial. Pero a Bergoglio no le interesa cambiar la doctrina católica porque no le interesa la doctrina. “Esas son cosas de los teólogos”, suele decir. Es por eso que redactó un documento vidrioso en el que cada cual lee lo que quiere leer.
3. Si Bergoglio hubiese querido cambiar la doctrina en serio, no habría hecho lo que hizo. Convocó a un sínodo en dos etapas, mandó a Kasper a revelar meses antes de la apertura cuál era el plan de los progres, lo cual dio todo el tiempo del mundo a los conservadores para preparar su estrategia, fue y volvió, embrolló y terminó en nada. Si su intención hubiese sido un real y profundo cambio de doctrina, habría convocado a un sínodo breve, de pocos días; habría mantenido en secreto los planes propuestos por Kasper y sus aliados y, de esa manera, habría desayunado a todos los padres sinodales que, sin estrategia previa, habrían sido conducidos casi sin darse cuenta a firmar un documento herético, admitiendo no sólo la comunión sino también las bondades de las relaciones homosexuales.
Y para percatarse de los principios básicos de esta estrategia no hace falta ser el barón von Clausewitz. Basta ser la directora de una escuela primaria que convoca a una reunión de padres.
4. Si la doctrina de la Iglesia puede ser cambiada por un documento de esta calidad, o si, como algunos se alarman, la Iglesia misma puede ser demolida por una nota a pie de página un documento de quinta categoría, significa que estamos mucho peor de lo que pensábamos. Dos mil años de historia y de desarrollo teológico no pueden ser arrasados por la nota al pie que escribe un Papa arrabalero.
5. A pesar de todo eso, se trata de un documento nocivo. Hará daño como hace daño todo lo que toca Francisco. Todos los medios de comunicación ya han anunciado que los recasados pueden comulgar. Uno de los que tiene mayor influencia a nivel global, Foreign Policy, lleva en su portada de esta semana: “El dictador del Vaticano”, y dice el epígrafe: “El Papa Francisco, de un modo rudo, está transformando a la Iglesia en liberal”. Es decir, ven los hechos y aún sin leer el documento, como el mismo periodista confiesa, ya sentenciaron que la doctrina cambió y que la Iglesia está cambiando. Y esto lo sabe muy bien Bergoglio: nadie lee documentos y nadie entra en discusiones teológicas. Lo que se lee y por lo que se obra es por lo que dicen los titulares de los diarios y de los noticieros. Sus merengues y sus notas al pie no cambian la doctrina católica sino que venden titulares a la prensa. Y eso es lo que quiere: su propia exaltación.
6. No tiene sentido alguno pretender sacar conclusiones teológicas de este engendro bergogliano. Sería lo mismo que convocaran a Plinio, Herodoto y Flavio Josefo para discutir una afirmación de Felipe Pigna, o reunir a Shakespeare, Cervantes y Proust para analizar "Flores robadas en los jardines de Quilmes", de Jorge Asís. Por eso mismo,
7. Algo bueno tiene el documento: destruye cualquier pretensión ultramontana de seguir insistiendo con el Magisterio. Este panfleto es el signo más claro que el tal magisterio no existe, y nunca existió, porque no sé dónde queda el magisterio cuando entre sus fuentes se cuentan a Benedetti y a Martin Luther King. Como hemos comentado varias veces en este blog, el papa tiene una función de tribunal de última apelación en la interpretación de la Revelación. No es su función estar hablando todos los días y lanzando exhalaciones y encíclicas todos los años. Y si lo hace, a no preocuparse y a seguir creyendo lo que creyeron los santos.
The Wanderer
«APACIENTA MIS CABRITOS»
Era precario, imposible el equilibrio -un equilibrio de equilibrista, entiéndase, por lo circense: circundado de payasos y chimpancés, y de redomonas fieras- este que la Iglesia conciliar, en sus insulsos y prescindibles documentos, pretendía sostener entre los dos polos de la adhesión (siquier nominal) a la ortodoxia y el halago del mundo: ese mismo mundo que pronto se reveló insaciable en sus avances, reclamando siempre -según lo anticipara una célebre novela de casi cien años atrás- una nueva trahison des clercs. En el declive que corre entre ambos polos, con la Verdad crecientemente asordinada y revestida de vegetación parásita, iba a llegar el día en que se le concediese al enemigo el bocado más discutido y denegado. Había que oficializar el sacrilegio, ponerlo en palabras escritas por el mismo Papa, tarea para la cual ideólogos de la talla del cardenal Kasper (comisionado en su momento para abrir el debate en torno de los posibles cambios en la disciplina sacramental) vienen esparciendo sus gases letales con el beneplácito de sus superiores -que llegarán un buen día a otorgarles la merecida púrpura- ya desde el inmediato post-concilio, cuando eran capaces de escribir que
«un Dios entronizado sobre el mundo y la historia como un ser inmutable es una ofensa al hombre. Debemos negarlo por el bien del hombre, porque reclama para sí una dignidad y un honor que pertenecen por derecho propio al hombre» (Walter Kasper, Gott in der Geschichte. Gott heute: 15 Beiträge zur Gottesfrage. Mainz, 1967).Delicias del levantamiento de la censura eclesiástica (que vino a ser al modernismo lo que la imprenta significó para la propagación del luteranismo), no hace falta mencionar los resultados de este nuevo género de libertades: basta asomarse a la vitrina de cualquier librería -digamos- católica, o echar un vistazo a los boletines que circulan en las parroquias los bullangueros domingos, cuando se celebra el mero ágape fraterno.
Curiosamente en esta sazón, los medios masivos, intérpretes a la par que inspiradores de las ventrales expectativas del mundo, resultaron hermeneutas mucho más sagaces que la mayoría de los medios católicos (los de su vertiente neocon, pero increíblemente también los de algunos que han mantenido una actitud crítica respecto de este pontificado)que se apresuraron a precisar que "aquí no ha pasado nada", "el Papa, aunque con las ambigüedades de rigor, no apuró el salto al vacío que alentaban los revolucionarios", etc. Sin dudas que la angurria progre debió quedar insatisfecha con dos o tres notas a pie de página en que se concedía lo inaudito en voz apenas baja, o con las camaleónicas denuncias de la ideología de género, trampa cazabobos de esas a las que Bergoglio suele recurrir a sabiendas de que hará con ellas pingüe cosecha entre "conservadores". Pero no, los medios que clamorearon la apertura de la Iglesia a los "arrejuntados" no distorsionaron nada: simplemente entendieron lo que se estaba concediendo al fin -quizás notificados por la misma oficina de prensa de la Santa Sede, que pudo haberles ahorrado la indigesta lectura del documento, limitándose a señalarles los escasos párrafos con sus respectivas notas que respondían al secular reclamo mundanal: estamos hasta el tuétano del maquiavelismo clerical como para no admitir esta realísima posibilidad. Para mayor confirmación de lo rectamente colegido por la prensa, ahí está la vaticanista de La Nación, relamiéndose los bigotes al reportar que «al día siguiente de la publicación de Amoris laetitia, [...] el Papa le dio ayer un "significativo abrazo" a un grupo de 50 ex prostitutas y transexuales oriundos de diez países». Esto también cae a cuenta de la conocida estrategia de Bergoglio: proliferar "gestos" y acciones que vayan más allá de las palabras y orienten su única interpretación plausible.
El caso es que Francisco, con ese típico apego de los mediocres a sus propias irrelevantes ocurrencias, empieza desde el vamos alentando engañosamente a los normalistas con aquella temible sentencia de la Evangelii Gaudium que reza que «el tiempo es superior al espacio», empleada ahora para desanimar a quienes esperaban que las discusiones doctrinales mantenidas en ambos Sínodos se dirimieran con intervenciones magisteriales. Es una críptica concesión al historicismo a la vez que una falsa garantía de no innovación al presente, como si se dijera: "el tiempo se encargará de decantar el disputado asunto, quizás dentro de dos o tres pontificados se acceda al fin a este pedido de dejar comulgar a quienes viven en pecado mortal público y manifiesto. Por ahora sólo podemos concederles nuestra misericordiosa atención".
Esta supuesta declaración de principios, pronto coronada con otro de los flatus vocis de bergogliana prosapia que hace de las irreductibles discusiones sinodales "un precioso poliedro" a los ojos de Francisco (AL 4), deja inmediato lugar a la interminable logorrea siguiente. No hemos leído mejor análisis del asunto que aquel ofrecido por don Elia, sacerdote italiano que, recordando el impío final de aquel cardenal Martini que fuera mentor de Bergoglio, lo aplica a la actual situación de la Iglesia, resignada a la eutanasia espiritual.
Si se quisiera pescar el texto en algún preciso disparate doctrinal, se tendrá al fin la acostumbrada impresión de hallarse en pugna con un objeto viscoso y huidizo que no se deja aferrar por ningún costado: no hay un pensamiento articulado y coherente, no hay un desarrollo teológico argumentado, sino una repetición enervante de temas recurrentes con variaciones que, en apenas trescientos veinticinco párrafos, abate cualquier resistencia mental y psicológica. El realismo al cual insistentemente se nos apela no es aquel de la interacción entre naturaleza y gracia, típico de la tradición católica, sino aquel de la sociología y el psicoanálisis, que ignoran completamente la acción de la gracia -si no entendida en el significado impropio de consuelo psicológico- y consideran exclusivamente a la naturaleza en su desesperada incapacidad de corregirse. Como consecuencia, la única solución posible, en el infaltable hospital de campaña, no es curar las dolencias con una terapia adecuada, sino "ayudar a morir" a los pacientes acogidos, integrados y felices de serlo. ¿Qué decir? Eutanasia del espíritu...
Entreverados en esta logorreica e interminable receta, expresados en forma ambigua o imprecisa, en el penúltimo capítulo (el decisivo) llegan finalmente los errores formales, cuando el exhausto lector, adoctrinado por los trescientos párrafos precedentes, ya no se encuentra en condiciones de reaccionar. ¡Finalmente algo a lo que aferrarse para denunciar -lo que se espera que empiecen a hacer obispos y cardenales- una explícita desviación doctrinal! El error más grave, del que se derivan los otros, se refiere a la imputabilidad moral de los actos humanos, que no siempre es plena. Verdaderísimo para las acciones singulares; lástima que las así llamadas situaciones irregulares hayan sido duraderas y en condiciones estables en las cuales no se puede caer por debilidad o inadvertencia, razón por la cual la observación no es pertinente. De este error de perspectiva se sigue la opinión de que no todos aquellos que viven una situación conyugal irregular están en pecado mortal, privados de la gracia santificante y de la asistencia del Espíritu Santo. Esto sólo puede resultar cierto en presencia de la ignorancia invencible, pero, ¿es una hipótesis admisible en este caso? En la eventualidad, el deber de todo fiel -y con más razón el de todo sacerdote- es justamente el de instruir a los ignorantes. Por consecuencia, afirmar que quien está en estado de pecado grave es miembro vivo de la Iglesia no puede no ser falso: el pecado mortal se define justamente como muerte del alma. Si luego, en esta pendiente, se llega a sugerir que el adulterio permanente puede ser por el momento "la entrega que Dios mismo está reclamando en medio de la complejidad concreta de los límites, aunque todavía no sea plenamente el ideal objetivo" (Amoris laetitia, 303), llegamos a la blasfemia. Para remediarla no alcanza una cita de santo Tomás, instrumentalizada y arrancada a su contexto: éste el método de los Testigos de Jehová.
Poco antes de alcanzar estos momentos culminantes, los únicos que revisten alguna importancia en todo el documento, el autor de este engendro venía preparando el terreno con afirmaciones tales como «la caridad verdadera siempre es inmerecida, incondicional y gratuita» (AL 298), o aquella otra enormidad digna de ser proferida con pancartas en alguna hipotética protesta de reclusos infernales: «nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio» (AL 297). Con razón desde el Mundabor's blog, deteniéndose en los parágrafos álgidos de la Leticia (y en particular en el 301, en el que se dice que «un sujeto, aun conociendo bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender "los valores inherentes a la norma" o puede estar en condiciones concretas que no le permitan obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa»), arguyen que «esto equivale a la abolición del pecado mortal para cualquiera salvo para los satanistas. Cualquier prostituta, traficante de drogas o violador de niños podrá fácilmente aducir que tiene grandes dificultades en comprender los "valores inherentes" a las normas, que van contra lo que él realmente quiere hacer. Cada uno podrá decir que "no puede actuar de otra manera". Cada uno podrá decir que no puede tomar otras decisiones "sin una nueva culpa"», pues el dejar de abusar de niños podría empujar a alguno al suicidio, o el abandonar la prostituta su innoble menester condenaría acaso al hambre a su descendencia.
Bergoglio, el gran mercader de indulgencias, da definitivamente al traste con aquel adagio que afirma que «nadie es tentado más allá de sus fuerzas». Y su insidioso latitudinarismo supone, junto con la negación del Evangelio («esforzaos por entrar por la puerta estrecha»), la disolución de hecho de toda consideración objetiva de orden moral. Que lo diga su pluma, pues: «es mezquino detenerse a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general, porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano» (AL 304). Él, que aboga tanto contra el casuismo, no hace en su documento otra cosa que casuismo, y de la peor ralea, pudiendo aplicársele a la perfección aquellas palabras de Pascal: «los casuistas someten la decisión a la razón corrompida y la toma de decisiones a la voluntad corrompida, de manera que todo cuanto existe de corrupto en la naturaleza del hombre se vuelva la esencia de su conducta».
Quizás la suerte del papado en tiempos próximos a la Parusía esté parcialmente figurado en aquel pasaje del cuarto evangelio (21, 4 ss.) en el que, después de la Resurrección, hallándose los discípulos en la barca a escaso margen de la orilla y habiendo reconocido al Señor que desde tierra les había comandado la última pesca milagrosa, Pedro se ciñó la túnica -que era lo único que llevaba puesto- y se arrojó al agua. Lanzarse con lo puesto (ya siquiera sin los paramentos que denotan la dignidad papal, voluntariamente depuestos) a las aguas envolventes del mar del mundo, justo cuando se está a punto de concluir la travesía de los siglos, con el Señor que aguarda en la orilla próxima: tal la locura auto-destructiva de la Iglesia embriagada por los vahos del modernismo. Esto y consentir con la segunda de las tentaciones sufridas por Jesús en el desierto, la de arrojarse desde el pináculo del Templo para tentar a su vez a Dios (Mt 4, 5), es poco más o menos lo mismo. Es de temer que, siendo Dios así probado por estos malandras, no dejará de responder según su estilo.
Imaginábamos una legión de ángeles que saliera a confiscar en vuelo la edición completa de la Amoris laetitia con el solo fin de retocar su título, para hacerlo más afín con su contenido e intenciones y denunciar de este modo su toxicidad. Y pensábamos que podía caberle el de Traditoris saevitia, «la vehemencia de la traición». O el de Languoris nequitia, «la perversidad causada por la flojera». Pero en honor a quien debe ser su indubitable cerebro oculto, mucho más que monseñor Tucho y cuantos think tanks se atribuyan la redacción de este entuerto, creemos que le cabe el de Capronis divitiae, «las riquezas del Cabrón». Sólo de la inagotable cantera de recursos de que dispone el Príncipe de los réprobos para frustrar la salvación de los hombres podía salir la materia y la forma de esta perfidia apostólica. Y ya que todos los adulterios son igualmente celebrados en este volumen, desde el que atañe a la doctrina al que remite a las eufemísticas "situaciones irregulares", la de apacentar a los cabritos, los que serán puestos a la izquierda del Justo Juez a su venida (Mt 25, 33) parece haya sido el cometido consignado a Francisco por aquel a cuyo servicio lo arrastró su apostasía.
In exspectatione
LA NUEVA LUZ DE BERGOGLIO
por Antonio Caponnetto
El calambur
Aparecida la Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, no pocos católicos formados en la Verdad de la Iglesia dieron la voz de alarma, con legítimas razones y fundadas prevenciones. Es que ocurre que el texto, por donde se lo lea, conduce inevitablemente hacia el puerto al que no debería llevar nunca la docencia petrina, en cualquiera de sus posibilidades expresivas. Conduce al error, a la ambigüedad, a la duda; a la confusión y al doble sentido. Y hasta para llegar al fruto bueno –que lo tiene, digámoslo sin retaceos- hay que sortear un tronco empecinado de argucias e imprecisiones, cuando no de dolorosas concesiones al siglo.
El diccionario de nuestra lengua llama calambur a aquella construcción idiomática o figura retórica que altera los significados mediante juegos silábicos; y pone -entre otros- un ejemplo que pinta perfectamente para la ocasión: “este es conde y disimula”. He aquí, en principio, y con el ejemplo de marras, el espíritu de la Amoris Laetitia: un tragicómico calambur de Francisco.
Acaso un punto particular probará lo que decimos.
La sociedad abierta y sus enemigos
Al llegar al capítulo V, Amor que se vuelve fecundo, la exhortación discurre con delicadeza sobre el concepto de “fecundidad ampliada”, que se da principalmente en aquellas críticas ocasiones en las cuales el matrimonio no puede engendrar hijos. Entonces, la fecundidad se amplía con el ejercicio de la maternidad y de la paternidad espiritual, con la adopción generosa o con la práctica de variadas formas de servicio al prójimo. Porque “la familia no debe pensar (sic) a sí misma como un recinto llamado a protegerse de la sociedad. No se queda a la espera, sino que sale de sí en la búsqueda solidaria” (181).
Por cierto que en situaciones ideales la sociedad no debería ser una amenaza para los hogares, ni una asechanza ante la cual protegerse. Pero mucho han insistido los pontífices –sin necesidad de remontarse a San Lino ni a Gregorio VII- en la prudencia que deben tener hoy las familias, inmersas como están en una cultura hostil al cristianismo, por decir lo menos. Prudencia vigilante, que si bien no ha de propiciar el aislacionismo social, tampoco puede estimular el desguarnecimiento frente a la sociedad presente, en gravísimo estado de corrupción integral.
Es evangélica la plástica imagen de la casa edificada sobre roca (Mt.7,25); y son de Nuestro Señor las prevenciones sobre los ríos desbordados, las lluvias desmadradas,los vientos destructivos. Clara señal para todos los tiempos; y tanto más en éstos, de que existen motivos para abroquelarse y defenderse de la sociedad. Hay una lejana e implícita matriz popperiana tras el planteo bergogliano de la relación familia-sociedad. Parecería que los enemigos de la primera ya no se encontrarían en los meandros de la segunda, si la segunda es –como está a la vista- una inmensa democracia liberal con la que se puede interactuar sin riesgos.
Mas bien los nuevos riesgos para un católico, a juzgar por el despliegue total de la Amoris Laetitia, consistirían en no ser lo suficientemente acogedores con los frutos descarriados y anómalos de esta comunidad moderna. Los enemigos de la sociedad serían ahora los católicos negados a la apertura; aquellos que “prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna” (308). Una pastoral no divorciada del dogma sempiterno, hablemos claro. Pero en este neo-magisterio dialéctico y pleno de heterodoxas disyuntivas, la confusión es preferible a la rigidez, que en otros tiempos se llamó sencillamente ortodoxia.
La mimetización familia cristiana-sociedad presente se propone casi como un axioma vinculado a la historia sagrada. “Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o «separada». Para evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús [...] no era vista como una familia «rara», como un hogar extraño y alejado del pueblo [...];era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo. Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José [...].Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad” (182).
El populismo político en el que ha abrevado Francisco le juega una mala pasada. Va de suyo que los hogares católicos no tienen que ser raros; ni mucho menos ajenos ni lejanos a las peripecias del suelo natal en el que han sido plantados por Dios. Son –y así deberían considerarlos todos- paradigmas de comportamiento doméstico; modelos de normalidad; esto es de norma y de canon. Pero los cristianos,tanto como sujetos individuales como agrupados en familias, están llamados a ser “piedra de escándalo” (Is. 8,14) y “signo de contradicción” (Lc. 2,34). Mala señal en consecuencia si no se comportan “demasiado diferente” respecto de los aborrecibles anti-modelos familiares que predominan hoy en el deificado pueblo.
Desde el momento en que un nuevo hogar católico se constituye a conciencia y libremente, su diferenciación y antagonismo con el resto de los hogares es inevitable y hasta obligatorio. Diferenciación y antagonismo que ha de presentarse en los hechos, no como un desprecio al resto de los mortales, pero sí como el mejor servicio apostólico y misionero que se le puede prestar al cuerpo social, y aún como el ejemplo más edificante y regenerador. Para que los paganos puedan volver a exclamar con admiración y deseo emulativo el proverbial “¡Mirad cómo se aman!, que registran los Hechos de los Apóstoles.
En las cartas paulinas, San Pablo refiere varias veces el ejemplo de la casa de Priscila y Áquila, modelos de esposos que “expusieron su cabeza para salvarme” (Rm. 16,3-5); y que no trepidaron en ser diferentes y en tenerse por segregados del resto del pueblo, precisamente por causa de su fidelidad a Cristo. De estos esposos ha hecho el bellísimo elogio Benedicto XVI, en su catequesis del 7 de febrero de 2007, instando a espejarse en ellos, porque prueban que, para los bautizados leales, “toda casa puede transformarse en una pequeña iglesia [...], toda la vida familiar, en virtud de la fe, está llamada a girar en torno al único señorío de Jesucristo”.
Pero además, o por lo mismo, si una familia católica reconoce en la casa de Nazaret su paradigma y su norte, ya no puede conformarse con ver en la misma esa especie de carpintería de barrio, como la pinta Bergoglio, “integrada con normalidad en el pueblo”. Aquello –ha dicho Guardini en el capítulo tercero de La Madre del Señor- “no era precisamente una familia, sino algo divinamente irrepetible, que no tiene nombre. Una fecundidad que redime al mundo, inmediatamente a partir de Dios. Un amor que era mayor, por ser diferente, que todo lo que ha unido jamás a las personas. Puede ser entonces que se use el nombre de ‘familia’ para indicar ese carácter de velamiento de lo propio y peculiar, tal como es característico de María”.
Curiosa exégesis psicopedagógica
Así como no se quieren ya familias diferentes, que contrasten con el resto por ser católicas, y hasta puedan ser perseguidas a causa de ello; ni se quiere tampoco que los católicos consideren demasiado raras otras uniones alternativas, los nuevos padres que necesitamos no han de estar preocupados por saber dónde están sus hijos. A semejanza de María y José -¡progenitores modernos,vaya!- que perdieron a su hijo casi adolescente en el camino de regreso de Jerusalén, pero no se inmutaron demasiado, pues no tenían con él “una relación cerrada y absorbente”. El muchacho podía hacer lío a discreción, sin tanto control represivo de la figura paterna ni coacciones emocionales de parte de la madre.
Es un problema que el Evangelio de San Lucas diga algo distinto. Santo Tomás nos lo explica asi en su Catena Aurea: que Jesús se quedó en Jerusalén “sin que nadie lo notara”, “sin que sus padres lo advirtiesen”; que se queda de este modo “para no ser desobediente”. Que sus padres lo buscaron con preocupación primero y sobresalto después, cuando se dieron cuenta de que no estaba “en la caravana, entre los parientes y conocidos” (Ls.2,43); que regresaron sobre sus propios pasos para localizarlo de una buena vez; y que al verlo al fin, sano y salvo en el templo, su madre, exclamó: “tu padre y yo te estábamos buscando con angustia” (Ls.2,48). “La madre –acota Orígenes- afectada en sus maternales entrañas, manifiesta con lamentos sus dolorosas pesquisas, y expresa lo que siente con la confianza, la humildad y la ternura de una madre: ‘hijo, por qué te has portado así con nosotros’ (Ls.2,48). Tras el significativo episodio, el mismo texto evangélico recuerda que Jesús “enseguida se fue con sus padres, y vino a Nazaret y les estaba sujeto” (Ls.2,51-52). Es decir, volvió a ser “absorbido” por la autoridad de sus padres terrenos.
No está mal que Francisco quiera inculcar el principio de una libertad gradual y responsable ofrecida paternalmente a la prole a medida que crece. No está mal asimismo que quiera evitar los estragos de familias monopolizadoras o enfermizamente endógenas. Pero para ello no es necesario tergiversar los Santos Evangelios, ni incurrir tampoco en el gravísimo error del historicismo o del evolucionismo dogmático. Dice, en efecto, la Amoris Laetitia, “Aquí vale el principio de que «el tiempo es superior al espacio». Es decir, se trata de generar procesos más que de dominar espacios. Si un padre está obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos, sólo buscará dominar su espacio [...]. Entonces la gran cuestión no es dónde está el hijo físicamente, con quién está en este momento, sino dónde está en un sentido existencial, dónde está posicionado desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida” (261).
Una vez más las disyuntivas dialécticas –que son otros tantos guiños al mundo moderno y a su psicologismo aterrador- no permiten inteligir la plenitud de la verdad. Si un padre está “obsesionado” por saber dónde está espacialmente su hijo, lo irrecomendable a lo sumo será la obsesión, pero no el ordenado requerimiento. Porque los espacios no son inocuos o neutros, ni somos sólo espíritus que habitamos espacios existenciales; y porque aún suponiendo que cada padre llevara consigo a un metafísico, antes inquieto por el ambiente del alma que por el paisaje físico –aún un sábado a las cuatro de la mañana, con el hijo púber ausente del hogar tras angustiantes horas de incierta espera- ese saber dónde está el alma no puede jamás desvincularse de dónde está el cuerpo.A no ser que neguemos el más elemental realismo antropológico.
Admitimos que “la gran cuestión” pueda consistir en saber “dónde está posicionado [el hijo] desde el punto de vista de sus convicciones, de sus objetivos, de sus deseos, de su proyecto de vida”. Pero esto, no sólo no es independiente de saber “con quién está en este momento”, sino que guarda estrecha dependencia. Porque las compañías elegidas, tanto como los ámbitos espaciales predilectos, marcan y en ocasiones condicionan o determinan las ubicaciones espirituales y los posicionamientos existenciales. Es falaz la polarización bergogliana de la preeminencia del tiempo sobre el espacio. Extravío fatal de raigambre semítica, cuando el judío temporaliza las promesas divinas, se afianza a sí mismo como siglo presente, sin ver el siglo venidero ni escudriñar las profecías (Jn.5,39), y acaba matando al Justo, Señor del Tiempo y del Espacio.
La poesía que destruye
Pero volvamos al concepto de “fecundidad ampliada”, analizado en Amoris Laetitia. Tras referirse, como vimos, a algunos de esos modos a los que siempre aludió la Iglesia, verbigracia la adopción, la Exhortación señala otro modo, al que considera no menos significativo, y es el de la dedicación de los esposos al cumplimiento de sus “deberes sociales”. “Los matrimonios necesitan adquirir una clara y convencida conciencia sobre sus deberes sociales. Cuando esto sucede, el afecto que los une no disminuye, sino que se llena de nueva luz, como lo expresan los siguientes versos:
«Tus manos son mi caricia
mis acordes cotidianos
te quiero porque tus manos
trabajan por la justicia.
Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos» (181).
Es posible que el lector europeo –y aún el simple feligrés de a pie de estos pagos- ignore en profundidad quién es Mario Benedetti, autor de esta estrofa, como con toda inverecundia lo aclara la misma Exhortación, especificando en su nota a pie de página 204 la correspondiente referencia bibliográfica: “Mario Benedetti, «Te quiero», en Poemas de otros, Buenos Aires 1993, 316”.
Pues lo diremos en dos trazos; primero por respeto al sentido de lo obvio de los lectores informados, a quienes abundar en detalles sería cómo explicarles quién es el Che Guevara. Y segundo, porque lejos de nuestro ánimo cambiar el tema central de estos comentarios, que no es ciertamente el retrato de un vulgar escritor marxista, sino el dolor de saber que Francisco ha optado por la poesía que destruye, según la nunca olvidada distinción de José Antonio Primo de Rivera. Opción que de ningún modo se reduce a una cuestión estética, ni es esa su gravedad mayor, sino a una inequívoca predilección por un mensaje tan alejado del pulchrum como de los restantes trascendentales del ser.
Bergoglio prueba una vez más con esta intromisión escandalosa de un artista degenerado en un texto teóricamente dirigido a celebrar la alegría del amor, que el timor Domini no es precisamente su rasgo más distintivo. Tampoco un don más modesto aunque valioso, como el cultivo del gusto por la Belleza y el consiguiente desdén por las cursilerías. Nada lo detiene ni lo turba en su vocación de maridaje con la contracultura y aún con la contra iglesia. Nada se le presenta como dique a su moral de situación, a su misericordia despreocupada de la justicia, a su praxeología inclusiva, ausente de criterios rectos que separan la cizaña del trigo. Las cosas digámosla como son. Porque ya todo está a la vista, excepto para los ciegos que guían a otros ciegos (Mt. 15,14).
Mario Benedetti, en efecto, fue un hombre de letras de nacionalidad uruguaya (1920-2009), dedicado en forma activa y perseverante a la militancia comunista, a la propaganda revolucionaria sistemática y, lo que es más grave, a participar de las acciones de la agrupación terrorista Tupamaros, cuyos guerrilleros, principalmente en la larga década de 1970, cometieron un sinfín de asesinatos a mansalva. Todo; absolutamente todo en el perfil ideológico de Benedetti, delata al enemigo declarado de la civilización cristiana. Y todo en su perfil humano y creativo hace patente a un alma visceralmente odiadora de la Iglesia y de su Magisterio Tradicional. Su poema “Si Dios fuera una mujer” constata incluso, que los terrenos de la blasfemia y del sacrilegio tampoco le estuvieron vedados. Es más; él mismo llamó a tamaña toma de posición una “venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia”.
El poema elegido por Francisco para ilustrar la fecundidad ampliada a la que puede y debe llegar un matrimonio cristiano para llenarse de una nueva luz es, redondamente, un himno marxista, musicalizado y cantado por todas las voces de las izquierdas americanas y españolas. Un himno emblemático, repetido por todos los multimedios, machacado, reiterado, difundido hasta el hartazgo y la náusea; sin que faltaran incluso las apropiaciones lésbicas de la letra y del contenido; ya que, completo, el engendro sostiene: “y porque amor no es aureola/ ni cándida moraleja/ y porque somos pareja/ que sabe que no está sola”. ¿Esta es la nueva luz de la fecundidad ampliada propuesta como programa e ideario para los matrimonios católicos? ¿Esta es la nueva luz que encenderán y portarán como antorcha cuando se aboquen al cumplimiento de sus deberes sociales? ¿Esta es la nueva luz que surgirá entre ellos y de ellos, cuando vuelquen su potencial germinativo y fundante en los quehaceres cívicos de la patria y del orbe?
Los matrimonios católicos –y sobre todo aquellos que no hemos permanecido indiferentes a los compromisos con las legítimas y justicieras luchas patrióticas- nos sentimos ofendidos con esta ruin poesía que destruye, vulgar panfleto libertario y socialista, que solicita una justicia, una rebelión y un pueblo absolutamente identificados con el programa del enemigo. Nos sentimos ofendidos, y el vejamen duele hondo, sabiendo que quien debería darnos “la leche pura de la palabra espiritual”, nos entrega la “leche adulterada” (1 Ped.2,2).
Francisco no puede ignorar el modelo de fecundidad ampliada que les está propiciando a los cristianos con estas rimas insidiosas. Tampoco puede ignorar, pero lo hace, que el catolicismo es pródigo en cánticos de amor conyugal, dadivoso y fértil en altos romanceros y cancioneros de hombres y de mujeres entrelazados nupcialmente en el campo del honor, espléndido en poemarios que exaltan la unión de los esposos que marchan juntos al combate, radiante e inmenso en su antología de versos que laudan la verdadera luz de Cristo, por la que caballeros y damas asaltaron murallas en defensa de la Cruz. No puede ignorar incluso que aquí, en el Rio de la Plata, familias enteras fueron diezmadas por el odio castrista de los seguidores de Benedetti; y que en muchos de esos casos, las esposas de nuestros soldados se hicieron acreedoras del encomio quevediano:
“Hilaba la mujer para su esposo
la mortaja primero que el vestido;
menos le vio galán que peligroso.
Acompañaba el lado del marido
más veces en la hueste que en la cama;
sano le aventuró, vengóle herido”.
No; la nueva luz de la fecundidad ampliada, para quienes se aman sacramentalmente y se abocan al compromiso social y político, no se enciende en la hoguera roja de la rebelión marxista, sino en el
cirio vivo del Madero Reverberante y Transfigurador. Entonces el esposo no le dice a la amada que es su cómplice, sino “hueso de mis huesos” (Gen.2,23). No elogia sus manos porque trabajan por una justicia homicida y rencorosa, sino porque corren por ellas “las gotas de mirra”, vestigios del Amado (Cant.5,5). Ni cree que juntos sean mucho más que dos, sino “una sola carne” (Gen. 2,24).
Envío
“La ausencia de memoria histórica –dice la Amoris Laetitia- es un serio defecto de nuestra sociedad. Es la mentalidad inmadura del «ya fue». Conocer y poder tomar posición frente a los acontecimientos pasados es la única posibilidad de construir un futuro con sentido. No se puede educar sin memoria” (193).
Pues bien; no era ni es la poesía que destruye la que nos habilita o alecciona a poner en práctica esta fecundidad ampliada, tan necesaria y tan legítima para los matrimonios católicos, hayan podido o no traer hijos al mundo. Es la memoria veraz y fiel de los hechos y de los personajes paradigmáticos. Es el recuerdo vivo, real y vigente de esas casas fundadas sobre piedra, con el padre por cabeza, la madre por sostén y los hijos como linaje. A ellos el homenaje austero de estas líneas finales.
A las familias vandeanas, perseguidas como bandidos y sostenidas sólo por el amor irrefragable al Corazón de Jesús. A las familias cristeras, derramando su sangre por los altos de Jalisco, con el Viva Cristo Rey en cada labio. A las familias hispánicas, alistadas en la reconquista, contra moros, judíos y rojos, según pasaron los siglos. A las familias argentinas, a las que les tocó prolongar en suelo americano la resistencia y la cruzada contra los enemigos de Dios. A las familias de todos los tiempos y de todos los espacios –benditas coordenadas en el plan del Creador- sin olvidarnos del más remoto de los años ni del más pequeño de los paisajes terrenos. Cuándo hayan sido y dónde hayan sido sus testimonios, no los olvidemos y les demos gracia, con el brazo alzado y la mirada limpia.
A ninguno de estos personajes ejemplares, de carne y hueso, que recorren la historia toda de la Cristiandad, se les cruzó por la cabeza lo que sostiene esta desdichada Exhortación, según la cual, “hemos presentado un ideal teológico del matrimonio demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales”(36). Precisamente amaban al sacramento del matrimonio por lo que tenía de ideal teológico; y precisamente pudieron sus integrantes ser fecundos, en hijos y en servicios, en descendencia y en obligaciones sociales y políticas, porque encarnaron ese ideal teológico y le fueron fieles.
Coplas existen, y no son de poetastros menores, en las que se narran aquellos heráldicos casos de esposos dados por muertos en las lides medievales, y que vuelven un día, inesperada y milagrosamente, después de añares infinitos, para encontrarse con la fidelidad intacta de la esposa; tan intacta como su esperanza y su presentimiento del regreso, razones por las cuales no había vuelto ella a casarse, ni él a conocer tálamo alguno.
En la iglesia franciscana de Nancy, una lámina mortuoria ha inmortalizado este gesto de recíproca observancia marital. Es la que recuerda a Hugo I de Vaudemont y a su esposa Ana, íntimamente abrazados, después de diecisiete años sin verse. Él retorna de las Cruzadas. Ella lo aguardaba firme y devota como si hubiera partido anoche. Él y ella son dos creaturas católicas, con un ideal teológico, que no les pareció en absoluto demasiado abstracto. Por el contrario; llevaba la gravitación de la carne, el impulso de la materia consagrada, el dinamismo y la fuerza, el arrebato y el entusiasmo de todas las fibras crispadas que laten al unísono entre dos bautizados que se aman. Fueron concavidades y convexidades que se necesitaban la una a la otra, hasta que la muerte los separe. Que lo diga mejor Gerardo Diego:
“Quisiera ser convexo
para tu mano cóncava.
Y como un tronco hueco
para acogerte en mi regazo
y darte sombra y sueño.
Suave y horizontal e interminable
para la huella alterna y presurosa
de tu pie izquierdo
y de tu pie derecho.
Ser de todas las formas
como agua siempre a gusto en cualquier vaso
siempre abrazándote por dentro.
Y también como vaso
para abrazar por fuera al mismo tiempo.
Como el agua hecha vaso
tu confín - dentro y fuera - siempre exacto”.
In exspectatione
Amoris Laetitia: Tocata y Fuga
Fray Gerundio de Tormes
No están los tiempos para virtuosismos musicales, ni mi convento tiene ya la gloria de antaño para reproducir composiciones heroicas, ni los novicios comprenden el sentido musical, más allá de sus músicas ratoneras y metálicas. Por tanto, no me estoy refiriendo a nada que tenga relación con Juan Sebastián Bach. Es que se me ha venido esto a la cabeza, mientras leía la Amoris Laetitia. Y explicaré por qué.
Al desembaular la Exhortación, Francisco ha querido elaborar una composición musical a muchas voces. Es más, a él le encanta que sea interpretada en infinitas voces. Para Francisco, cada caso debe tratarse en particular, cada solución debe administrarse en privado y cada remedio tiene que programarse de forma individual. Nada de una sola voz, porque eso es dogmático y por lo tanto hipócrita.
Las absoluciones colectivas sí que se pueden dar a voleo, generalizando y metiendo a todos en el mismo saco; pero los mandamientos, rien de rien. El así llamado adulterio, por ejemplo, no es más que una situación irregular (301). El amancebamiento no es otra cosa que una gran dificultad para actuar de modo diverso (301). El ayuntamiento y el copuleo no son más que el resultado de una falta de acogida y comprensión…. Y puede ser que alguien esté amancebado sin que eso le guste. Porque no haya calibrado del todo los valores inherentes a la norma (301).
Ahora sabemos ya -gracias al Obispo de Roma-, que la norma No adulterarás, se puede saltar a la torera, porque es posible que no haya capacidad total para captar los valores inherentes, como todo el mundo sabe y como algunos sufren. Por lo cual no tienen otro remedio que seguir en adulterio hasta que se calibre bien que es mejor no hacerlo. Hay que tener en cuenta que algunas situaciones no realizan objetivamente nuestra concepción del matrimonio (303) y por tanto no hay que agobiarlos para que salgan de esa situación, sino acompañarles y acogerles.
No les vaya a pasar como al pobre Judas, que no tuvo más remedio que ahorcarse. Aunque he de reconocer que, hasta mis novicios más tontos y más cebollinos, confiesan que no les acaba de convencer esta exégesis tan flamante y reciente que ha hecho el Obispo de Roma sobre el último de los apóstoles. El Señor dijo de él que más le valiera no haber nacido, tal como nos cuenta San Mateo (26,24). Seguramente ese día no estaba el Señor en plan de acoger a Judas Iscariote, porque lo estaba condenando y juzgando sin piedad. Por eso el buenazo de Judas se desanimó mucho antes de que lo desanimaran los escribas y fariseos, viendo el panorama de desconfianza que había contra él entre los malvados apóstoles. Estas palabras no serían del Señor; las debió escribir algún resentido-legalista y son apócrifas. Menos mal que la mitad de lo que dice el Evangelio es desarrollo posterior y pura falsedad. Y todavía no estaba en este mundo la lúcida exégesis de Santa Marta. Pero bueno, esa es otra historia de las muchas que cada día nos agrian el desayuno o nos escogorcian la merienda.
Pues bien, volviendo al tema que me ocupaba, si mi cabeza no vuelve a enredarse: La Exabruptación Apostólica de Bergoglio está en línea consigo mismo. No hay más que ver las citas (las autocitas) que se manejan para corroborar el pensamiento teológico que se desata en numerosos lugares. Para hacer ver que se está en línea con el pensamiento de la Iglesia, se citan discursos, catequesis y admoniciones del propio Bergoglio. Eso se llama hermeneútica de la continuidad… consigo mismo. Y si se cita alguna vez a Santo Tomás (no faltaba más), se le cita en sentido hegeliano, que para eso hemos avanzado y ya no estamos en el siglo XIII.
Es que el Papa es un modernista de mucho cuidado. Lo es por sus lecturas edificantes de juventud y sus corrupciones teológicas jesuíticas de madurez. No en vano está en la línea de sus mentores directos Martini y toda la patulea que le acompañaba y le acompaña. Si Martini tiene de Francisco el culto de hiperdulía, Kasper tiene el de protodulía. Creo que Martini, que en paz descanse, se sentirá satisfecho por estas victorias post-mortem. Espero que pueda celebrar el éxito de su masónica empresa allí donde se encuentre, al ver a su Delfín destrozando olímpicamente la doctrina de la Iglesia.
Así que la Tocata, tal como la describe la wikipedia esa, es una composición para teclado en las cuales una mano y luego la otra, realizaban virtuosas corridas y pasajes en cascada con un acompañamiento de la otra mano. O sea, manos por aquí manos por allí. Ahora la derecha, ahora la izquierda. Ahora redactamos el 107 y ahora sale por acá el 301 y lo rematamos con el 306. Nada por aquí, nada por allí. Como se ve, pura continuidad con la Tradición. A mí no me extraña esta Exabruptación a varias manos.
Pero lo mejor de la Tocata es cuando va a compañada de la Fuga. También en este caso. Ha sido salir la Tocata, y se han dado a la Fuga todos los bomberos. Nadie se atreve a decir ni pío. Los cardenales que escribieron libros e hicieron declaraciones ostentosas, están brillando por su ausencia o su silencio. El temido cardenal Müller, tenido por la bestia negra de la ortodoxia, no ha dicho mu.
Otros Obispos están brillando por sus majaderías, aunque éstos son más para reir y después llorar. Cobardicas. Otros brillan por su cara dura, interpretando como tradicional lo que no es más que un ataque frontal a la autoridad divina. Y otros, como la Conferencia Episcopal Filipina se apresuran a poner comulgatorios para divorciados en clase business, con acumulación de millas. No quiero poner nombres ni links, porque no tengo fuerzas. Pero ¿dónde están los tigres de la ortodoxia? ¿no hay ningún prelado que ponga el grito en el cielo? ¿dónde está la fiereza del cardenal Burke? ¿dónde los que durante el Sínodo decían que no iba a pasar nada? ¿qué fue de Schneider? Ojalá pronto escuchemos algo de sus bocas, para que no pensemos que han abandonado el rebaño.
Decididamente, creo que Francisco está en situación irregular. Voy a ver si le busco un acompañamiento para hacerle superar su gran dificultad para actuar (como Papa) de modo diverso (301); porque desde luego está en una situación que no realiza objetivamente nuestra concepción del Pontificado (303). No lo excluyamos, por favor. A ver si encuentra un confesor que le propine una buena ayuda sicológica y espiritual. O al menos que le mande leer la primera carta a los Corintios cincuenta veces, hasta que se arrepienta y calibre del todo los valores inherentes a su misión de Vicario de Cristo (303).
Amén.
https://fraygerundiodetormes.wordpress.com/
¿Dificultades para vivir plenamente la Ley Divina? (Amoris Lætitia)
No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles cumplimiento. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Mt. 5, 17-18
QQueridos hermanos, a los pies del Calvario, el Buen Pastor da Su Vida por Sus ovejas. Cada día en el Santo Sacrificio del Altar, Nuestro Señor Jesucristo, nos lo recuerda. Haced esto en memoria mía. Es a los pies de la Santa Cruz, de donde pende la Redención del mundo, donde reflexiono sobre la Exhortación apostólica Amoris Lætitia. Y no puedo más que manifestar mi asombro, perplejidad y verdadera desolación en aquellos puntos tocantes a la verdad del matrimonio, a la realidad de las relaciones pecaminosas de adulterio, sodomía, matrimonios civiles, relaciones prematrimoniales.Desearía comentar, de forma somera, los puntos 304 a 306 del apartado Normas y discernimiento, del Capítulo octavo. Considero que estos tres puntos pueden dar a entender la Exhortación apostólica, la idea fundamental que subyace en ella, es decir, asumir las relaciones pecaminosas con normalidad, sin la más mínima referencia al pecado.
Estos tres puntos coinciden en ser textos oscuros, enrevesados en sus palabras y frases, verdadero laberinto de ideas indeterminadas, sin conclusiones, que destruyen y no edifican. Vemos, con asombro, como en lugar de hablar de la verdad y bondad de la Ley moral natural, de la Ley moral de la Iglesia, de la misma Ley divina, se las relativiza y desplaza del centro del obrar de la persona, colocando a ésta como el origen de donde han de manar las normas y su fin.
Nos encontramos ante unos textos que no se fundamentan en el Magisterio y Tradición de la Iglesia, con el fin de concluir enseñanzas y confirmarnos en la fe católica. Estamos ante unos textos plagados de ideas personales a las que se les quiere dar rango de norma general en la Iglesia. Algo insólito e inadmisible.
Punto 304
Empieza este punto diciendo: Es mezquino detenerse sólo a considerar si el obrar de una persona responde o no a una ley o norma general porque eso no basta para discernir y asegurar una plena fidelidad a Dios en la existencia concreta de un ser humano. Continúa diciendo: Ruego encarecidamente que recordemos siempre algo que enseña Santo Tomás de Aquino y que aprendamos a incorporarlo en el discernimiento personal. Y añade unos textos de de la Suma de Teología del Santo, en concreto del artículo 4, de la cuestión 94, de la Parte I-II.
Los textos que se aducen son sesgados y adolecen de manipulación, pues están entresacados y puestos uno a continuación de otro para presentar un todo homogéneo. Personalmente he comprobado la diferencia en la traducción del texto, pues difiere con el texto que cotejo de la BAC maior (Madrid 2006). La palabra indeterminación no aparece, sino excepción. Además, la última cita de Santo Tomás de la Exhortación (Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más se aumenta la indeterminación) no le he encontrado en el artículo 4 de la cuestión 94. Sería importante que un especialista en Santo Tomás confirmara o me corrigiera en lo expuesto.
Qué dice la cita de Santo Tomás en la Exhortación apostólica:
Aunque en los principios generales haya necesidad, cuanto más se afrontan las cosas particulares, tanta más indeterminación hay […] En el ámbito de la acción, la verdad o la rectitud práctica no son lo mismo en todas las aplicaciones particulares, sino solamente en los principios generales; y en aquellos para los cuales la rectitud es idéntica en las propias acciones, esta no es igualmente conocida por todos […] Cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación.
Qué dice Santo Tomás en el artículo 4 de la cuestión 94:
“La razón práctica, en cambio, se ocupa de las cosas contingentes, cuales son las operaciones humanas, y por eso, aunque en sus principios comunes todavía se encuentra cierta necesidad, cuanto más se desciende a lo particular tanto más excepciones ocurren.[…] Pero en el orden práctico, la verdad o la rectitud práctica no es la misma en todos a nivel de conocimiento concreto o particular, sino sólo de conocimiento universal; y en aquellos que coinciden en la norma práctica sobre lo concreto, no todos la conocen igualmente. […]…
Es muy importante la conclusión con que termina el artículo 4 de la cuestión 94:
Se debe concluir que la ley natural, en cuanto a los principios universales, es la misma para todos los hombres, tanto en el contenido como en el grado de conocimiento. Más en ciertos preceptos particulares, que son como conclusiones derivadas de los principios universales, también es la misma bajo ambos aspectos en la mayor parte de los casos; pero pueden ocurrir algunas excepciones, ya sea en cuento a la rectitud del contenido, a causa de algún impedimento especial (como también en algunos casos fallan las causas naturales debido a un impedimento); ya sea en cuanto al grado de conocimiento, debido a que algunos tienen la razón oscurecida por la pasión, por una mala costumbre o por una torcida disposición natural.
Es decir, si estamos hablando de un conocimiento natural de las cosas, la razón práctica puede adolecer de estar oscurecida por la pasión, por una mala costumbre o por una torcida disposición natural. Pero esta conclusión no le interesa al punto 304.
Este punto 304 termina diciendo:
Es verdad que las normas generales presentan un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares Al mismo tiempo, hay que decir, que precisamente por esta razón, aquello que forma parte de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado.
Vemos que el punto 304 empieza dejando de lado la norma general, para ahora darle un mejor lugar. Sinceramente no entiendo qué quiere decir con poner en riesgo los valores que se deben preservar con especial cuidado. Siempre ideas indeterminadas y confusas.
Termina el punto 304 con una referencia a pie de página de Santo Tomás, una frase suya: Si no hay más que un solo de los dos conocimientos (conocimiento general de la norma y conocimiento particular), es preferible que este sea el conocimiento de la realidad particular que se acerca más al obrar. Igualmente esta frase del Santo está sacada de contexto y por tanto con intención de manipulación, pues el Santo la dice en el supuesto de la persona con la virtud de la prudencia, lo que le permitirá mucho mejor asimilar las diversas circunstancias.
Sería muy conveniente que un especialista en Santo Tomás de Aquino pudiera analizar en profundidad este punto 304 y las citas que toma del Santo y la manera en que las emplea.
Pero realmente, no puedo entender este punto 304 de la Exhortación, pues no estamos ante casos de ley natural sino bajo las normas de la fe católica, de la ley divina manifestada en los mandamientos y sacramentos, en la fe y costumbre de la Iglesia. Por tanto, pastores y fieles nos guiamos según la fe, que está perfectamente clara para santificar todas nuestras acciones. Estamos ante casos de moral que la Iglesia perfectamente conoce y nos muestra para vivir y enseñar. Estamos ante una tradición bi-milenaria donde la Iglesia, Madre y Maestra, no ha hecho más que enseñarnos, instruirnos y corregirnos en la verdad de la fe, en la Verdad de Dios.
Punto 305
Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones “irregulares”, como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso del os corazones cerrados, que suelen esconderse detrás de las enseñanzas de la Iglesia “para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con superioridad y superficialidad, los caos difíciles y las familias heridas”.
Texto igualmente sorprendente. Las leyes morales son las leyes de la Iglesia, son las leyes divinas, son los mandamientos, los sacramentos, es la verdad de la Iglesia para la salvación de las almas. Es la salvación de las almas, la vida o condenación eterna del alma lo que está en juego. La Iglesia, los pastores, no decimos lo que queremos, es Cristo quien habla a través de su Iglesia, a través de sus ministros, y debemos sujetarnos a la verdad de Dios. Debemos actuar según la norma moral de la Iglesia, según sus enseñanzas. ¿Cómo puede decir, de una forma tan despectiva, que nos escondemos detrás de las enseñanzas de la Iglesia, ridiculizándolas e insultando a los sacerdotes que queremos ser fieles a ella, diciendo que nos sentamos en la cátedra de Moisés…? Estamos en absoluto desacuerdo con esta manifestación personal, arbitraria y gratuita.
No compartimos lo que dice: por creer que todo es blanco o es negro a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento en medio de los límites. Como siempre ideas indeterminadas, sin dejar claro qué quiere. Pero la realidad es que todo, en cuanto a la salvación del alma, es o blanco o negro, pecado o gracia, bueno o malo, salvación o condenación. El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama (Mt. 15, 30). No hay término medio.
Punto 306
Ante quienes tengas dificultades para vivir plenamente la ley divina, debe resonar la invitación a recorrer la vía caritatis. Expresión insólita donde las haya. La Ley divina es la Ley que la Misericordia Divina ha dado a Su Iglesia para la salvación de las almas. El nombre de Dios es Misericordia, Dios es Misericordia, estamos en el año de la Misericordia, la Misericordia de Dios lo llena todo, entonces, ¿puede Dios dar una Ley que sea una carga que no puedan llevar sus hijos? La Ley divina es la expresión de Su Misericordia. Nunca podrá ser una carga, sólo lo es para quien vive apegado al pecado. El pecado debilita la voluntad, oscurece la mente, deforma al alma.
Continúa el punto 306, La caridad fraterna es la primera ley de los cristianos. No olvidemos las promesas de las Escrituras: “Mantened un amor intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados “ 1 Pe 4, 8. En modo alguno puede pensarse que este pasaje pueda suponer convivir con el pecado, sino más bien que ante el juicio final la caridad será el mejor abogado.
Este texto de Pedro hay que verlo con Santiago 5, 20: Sepa que quien convierte a un pecador de su extravío salvará su alma de la muerte y cubrirá sus muchos pecados. La mayor caridad fraterna es decirle al pecador que deje su situación de pecado, o que no llegue a cometerlo.
Vivir plenamente la Ley divina
La ley divina es clara: Todo el que repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio. Lc. 16, 18.
El adulterio es una transgresión gravísima del orden moral natural condenado con frecuencia y de modo expreso por la Sagrada Escritura: Ex. 20, 14: No cometerás adulterio. Lev. 20, 10: Si uno comete adulterio tanto con la mujer de un hombre como con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera morirán si remedio. Prov. 6, 32: Quien adultera con una mujer carece de inteligencia, quien o hace se pierde a sí mismo. Rom. 13, 9: Pues no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás…
La Iglesia, siguiendo las enseñanzas de Jesús y guiada por el Espíritu Santo, ha establecido para el caso gravísimo de adulterio la licitud de la separación de los cónyuges, pero sin indisolubilidad del vínculo matrimonial, por tanto, con la imposibilidad de contraer un nuevo matrimonio.
La enseñanza del Magisterio de la Iglesia es amplísima y clarísima:
Si alguno dijere que, a causa de herejía, o por cohabitación molesta, o por culpable ausencia de cónyuge, el vínculo matrimonial puede disolverse, sea anatema. Dz. 975.
Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando enseñó y enseña que, conforme a la doctrina del Evangelio y los Apóstoles, no se puede desatar el vínculo de matrimonio por razón de adulterio de uno de los cónyuges; y que ninguno de los dos, ni siquiera el inocente que no dio causa para el adulterio, puede contraer nuevo matrimonio mientras vida el otro cónyuge, y que adultera lo mismo el que después de repudiar a la adúltera se casa con otra, como la que después de repudiar al adúltero se caso con otro, sea anatema. Dz. 977.
Luego si la Iglesia no erró ni yerra cuando enseñó y enseña estas cosas, evidentemente es cierto que no puede desatarse el vínculo, ni aun en el caso de adulterio, y cosa clara es que mucho menos valen y en absoluto de han de despreciar las otras tan fútiles razones que pueden y suelen alegarse como causa de divorcios. (Pio XI. Casti connubi. 31 diciembre 1930).
Este amor ratificado por la fidelidad mutua y sobre todo sancionado por el sacramento de Cristo, es indisolublemente fiel, en cuerpo y alma, tanto en la prosperidad como en la adversidad y, por tanto, queda excluido de él todo adulterio y divorcio. Gaudium et Spes, 49.
Si tal es la condición del hombre con respecto al a mujer, no trae cuenta casarse. Él les respondió: No todos son capaces de entender esta doctrina, sino aquellos a quienes se les ha concedido. Mt. 19, 10-11. El Señor da la gracia para vivir el Sacramento del matrimonio, y la gracia para no pecar en caso de ruptura.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
¿Dificultades para vivir plenamente la Ley Divina? (Amoris Lætitia)
“Amoris Lætitia” : Evangelio apócrifo bergogliano para el hombre del siglo XXI
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Roma, para el Denzinger-Bergoglio
Sábado al mediodía. Preparación de la vorágine pastoral del fin de semana, dejados los encargos, también pastorales, en tribunal. Y ahora, en el móvil, los mensajitos: “¿Padre, ha visto?”, “¡Padre, ahora los concubinos pueden comulgar!”, “Padre, ¿ya no hay pecado mortal en la Iglesia?”, “Padre, ¿es pecado vivir como hermano y hermana?”. Y tantos más… Así que he tenido que encender el modo avión del teléfono para poder escribir unas líneas sobre la nueva enciclopedia bergogliana: “Amoris laetitia” – La “alegría del amor”. Una enciclopedia que quiere ser un “Evangelio de la Familia”: de la “familia bergogliana”, evidentemente. Los Cuatro Evangelios de Jesucristo, inspirados por el Espíritu Santo, tienen – según la Biblia de Jerusalén en español – algo más de 76.000 palabras. El nuevo “Evangelio Bergogliano” (que podemos considerar un “apócrifo” del siglo XXI), supera las 60.000 palabras, mucho más que los tres sinópticos juntos. Una verborrea confusa y, sobretodo, generadora de confusión que ha dejado a todos los comentaristas –incluso a quien escribe– en la inseguridad de si valía la pena leerlo entero; e incluso si valía la pena escribir algo sobre ello.
Decimos “evangelio” porque así lo califica su autor: el “Evangelio de la Familia” (AL 60, 63, 76, 200, 201). Y calificamos como “apócrifo” porque así son llamados los textos en que se mezclan noticias y doctrinas verdaderas, con errores, mentiras y absolutas herejías; en los primeros tiempos de la Iglesia eran infatuaciones gnósticas o nicolaitas; por lo que sus autores se “escondían” bajo el anonimato, y “escondían” sus escritos, de ahí el uso del término griego “escondido” para calificar esos escritos: apókryphos (todo escondido). Pero siempre han existido “apócrifos” incluso públicos, es decir textos, habitualmente cargados de verborrea, en los que aparecen, como en ciertas sopas, alimentos sabrosos y nutritivos junto con verdaderos venenos flotando o semi-flotando en el caldo atractivo y nauseante.
El domingo tuve que ir atrás de una oveja desgarrada hacía 21 años, que desde cuatro meses buscaba; ella, como la samaritana, ha tenido cinco “maridos” y el que actualmente tiene no es su marido… (cf. Jn 4, 17-18) Y yo pensaba: “¿Puedo decirle a esta mujer adúltera y concubina, madre soltera e “in civitate peccatrix” (Lc 7, 37), que ni siquiera ha tenido el cuidado de cubrir sus desnudeces con una ropa decente para recibir un sacerdote en su casa, pero cuya conversión Dios quiere, y yo también, que ahora ya nada es pecado, que puede comulgar sin cambiar de vida?” En conciencia, no. Hay que acordarse de San Juan Evangelista y su “non licet tibi” ante el concubinato adulterino de Herodes, que le costó la cabeza (cf. Mc 6, 18). Dios quiere la santificación de esta “samaritana”, no su perdición eterna en el infierno, pero quien nos creó sin nuestra colaboración, no nos salva sin nuestra cooperación, como bien dijo San Agustín: “Qui creavit te sine te, non salvavit te sine te” (Serm. de verbis Apostolis 169, XI, n. 13; PL 38, 923). Dios desea de todos los hombres actos de virtud, de integridad, ¡de santidad! ¡De progreso rumbo al encuentro gozoso con él! De abandono del pecado, para quienes no han conservado la inocencia. “¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el Reino de Dios” (1Cor 6, 9-10), si no cambian de vida, claro. ¡Y es posible cambiar de vida! Pero no es posible ir al cielo sin repudiar la vida pecaminosa. Esa misma enseñanza, el Apóstol de las Gentes la transmite, en fin de vida, a su discípulo Timoteo, hablando de los falsos doctores de la ley que “han caído en vana palabrería” (1Tim 1, 6) y pretenden ser “maestros de la Ley”; la Ley, dice el Apóstol “es buena, con tal que se la tome como ley”, y no ha sido instituida para los justos, sino para los “prevaricadores y rebeldes”, que él enumera: “impíos, pecadores, irreligiosos y profanadores, parricidas, matricidas, asesinos, adúlteros, homosexuales…” Para estos, según el Apóstol, debe ser aplicada la Ley, pues esos tales “se oponen a la sana doctrina” (1Tim 1).
¡Qué diferencia con Francisco y su última y “verborraica” vana palabrería…!
Qué dicen los glosadores de “Amoris laetitia”
Los comentarios en la prensa “internetica” son tan numerosos que no hemos tenido tiempo de cotejarlos todos.
Ya el primero, el cardenal Schönborn, al presentar el indigesto texto en la “Sala Stampa” del Vaticano, no teme afirmar que el documento viene a superar “la artificiosa, exterior, neta división entre [uniones] «regulares» e «irregulares»”. Más o menos como si el papa pudiese derogar alguno de los mandamientos, o inventar un nuevo sacramento. Y el cardenal valido, en una exégesis típicamente “bergogliana” (no católica) aplica una frase de S. Pablo sobre otro asunto totalmente diferente: “Dios encerró todos los hombres en la rebeldía para usar con ellos de misericordia” (Rm 11, 32). Un error de interpretación que no se permitiría en el primer curso de teología de un seminario; y más un seminario dominico (en el cual Schönborn estudió). ¡Nada que ver! Nos recuerda ciertos pastores protestantes, con los que hemos tenido que “dialogar” (sic!), para los cuales cualquier frase vale en cualquier sentido sin relación con nada. Porque el Magisterio multisecular para ellos no existe; ni la interpretación auténtica dada por la Iglesia a lo largo de veinte siglos. Y eso parece que tampoco existe para Schönborn, glosando a Francisco.
Para el cardenal privado del pontífice, con el nuevo texto “hay en primer lugar un suceso lingüístico… algo ha cambiado en el discurso eclesial”. ¿Qué ha cambiado?
Los comentaristas laicos, izquierdistas, divorcistas y etc., no dejan de alegrarse porque el Francisco los protege en sus aberraciones morales.
Antonio Socci, un vaticanista aguzado, reporta algunos titulares de la prensa italiana no católica. Para “La Repubblica”, el texto de Bergoglio significa “es posible la comunión para los divorciados recasados”; en “Il Corriere della Sera” el título es “El papa abre los sacramentos a los recasados”.Estos piensan como Schönborn; es decir como Francisco.
No sólo, también el periódico de la Conferencia Episcopal Italiana, “Avvenire” declara con euforia, a respecto del “Evangelio apócrifo bergogliano”: “Cuando el cardenal Kasper habló del «documento más importante en la historia de la Iglesia en el último milenio» algunos pensaron que fuese exagerado… Ahora con el texto delante, debemos decir: el texto de Francisco tiene el sabor de un texto fuerte y revolucionario”. Dejando de lado los errores de redacción, que no pasarían en un curso elemental (repetición de palabras, uso impropio, etc.), el sentido es claro: hay un cambio de 180 grados en la doctrina familiar bergogliana, en relación a la doctrina familiar católica. Un cambio “revolucionario”, como no existió en los últimos 1.000 años. Kasper fue más lejos, en los últimos 17 siglos. El mismo uso del calificativo “revolucionario” indica que Francisco ha querido revolver, producir una mudanza muy radical, instaurar un nuevo estado de cosas contrario a un orden existente; podemos usar la expresión italiana “revolución copernicana”, es decir poniendo boca abajo, patas arriba lo que estaba erguido según la ley humana y divina. En el caso, el matrimonio como fue querido e instituido por Dios.
Y Socci comenta acertadamente: “la exhortación apostólica es un gesto claro de desafío a dos mil años de magisterio católico. Y en los ambientes católicos (traumatizados) domina un silencioso desconcierto”.
Psicológicamente surge el desconcierto en el alma humana, delante de ciertas aberraciones extremadamente escandalosas, y provocan el silencio de los justos: Jesús calló delante de Caifás, porque no tenía sentido comentar las insensateces del Sumo Sacerdote, legítimo heredero de Aarón, pero prevaricador: “Jesus autem tacebat” (Mt 26, 63).
La lectura del documento “en discontinuidad” con el magisterio multisecular, es la que hacen también personajes muy en boga. Por ejemplo el propagandista de Francisco, P. Antonio Spadaro, director de la conocida (antes prestigiosa) revista “Civiltà Cattolica”, o el singular Enzo Bianchi (fundador de una vida mixta y con ciertos trazos selváticos, de hombres y mujeres, e interconfesional, católicos y no católicos, que se autodenomina “prior” de la llamada “Comunidad de Bose”). Lo mismo repican el profesor de teología Alberto Melloni, en el “Corriere della Sera”: o la revista “Famiglia Cristiana”, y tantos otros “bergoglianos”.
Es el certero análisis de Tomasso Scandroglio y Luisella Scrosati en “La Nuova Bussola Quotidiana”. Todos los fanáticos bergoglianos dan por descontado que “ha habido un cambio radical en los criterios de la moral, lo que equivale a negar dos mil años de tradición”. La “discontinuidad”, todos lo sabemos, fue el término utilizado por el papa Benedicto XVI en su primer saludo a la Curia Romana, en diciembre de 2005, refiriéndose a las interpretaciones de los textos del Vaticano II (). La tal “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”, según el papa recién elegido, “ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna”, y en aquel entonces (hace 11 años…) “podría acabar en una ruptura entre Iglesia preconciliar e Iglesia posconciliar”. Para estos “discontinuos” no hay que quedarse en el texto, porque este refleja de modo imperfecto “el espíritu”. Ese “espíritu” del Concilio Vaticano II, como el “espíritu” de Bergoglio “deja espacio a cualquier arbitrariedad”. Es lo que estamos viendo en la exégesis, desgraciadamente mayoritaria, de “Amoris laetitia”,
Los análisis imparciales de “Amoris laetitia”
El ya citado vaticanista Socci reporta el comentario de un periodista “bergogliano”: “Francisco cierra las cuentas con el Concilio de Trento”. Y comenta: “Ningún papa tiene el poder de renegar la Ley de Dios y el Magisterio constante de la Iglesia. En realidad, Bergoglio, con su documento, cierra también las cuentas con el Evangelio. Porque las palabras de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio son clarísimas”. E irónicamente, publica la foto de Enrique VIII, el inmoralísimo, adultero y concubinario fundador de los “hermanos separados” anglicanos, con un rodapié inspirado en la pastoral propuesta por “Amoris laetitia”: “Después de un itinerario de acompañamiento y de discernimiento, su párroco le ha dicho que puede continuar su historia con Ana Bolena”. Es la consecuencia linear de las normas indicadas por “Amoris laetitia”: Enrique VIII tenía razón, y el mártir S. Tomás Moro fue un idiota que se dejó matar por una “pervivencia indiscriminada de formas y modelos del pasado” (AL32) .
También para el profesor norteamericano Maike Hickson “el papa se aparta de la enseñanza de la Iglesia en su nueva exhortación” e indica “afirmaciones graves y profundamente graves” de materias tratadas por Francisco que no fueron discutidas en los dos Sínodos. La “colegialidad” bergogliana es sólo en un sentido…
Igualmente el canonista estadounidense Edward Peters señala “el mal uso de la enseñanza conciliar” que Francisco utiliza en sus citas, lo que es un error craso de seriedad en el “Evangelio apócrifo berbogliano”; por cierto, en continuidad con todos los apócrifos heréticos que han existido desde el amanecer de la Iglesia. Como especialista en el derecho de la Iglesia, Peters afirma no encontrar referencias canónicas en el texto; sin embargo ese deja abierta la puerta para considerar que la uniones entre homosexuales puedan ser consideradas una forma de “matrimonio” (AL 251), en abierta contradicción con toda la doctrina católica, enseñada en los Evangelios de verdad (no en los apócrifos…).
Semejante es el comentario sintético de Gloria TV, reproduciendo un cuidadoso artículo de “Voice of the Family”: “Francisco prepara el camino para que las personas que viven en relaciones adúlteras reciban la Santa Comunión sin un verdadero arrepentimiento y enmienda de vida”. Y en siete puntos señala los principales errores doctrinales y pastorales del documento: Es una exposición confusa de la doctrina católica sobre el pecado mortal; es preocupante el uso de citas truncadas de Juan Pablo II; olvida el papel de los padres en la educación de los hijos; abre la puerta a nuevas “situaciones familiares” como si la única no fuese la del hombre y la mujer unidos indisolublemente; apoya la ideología de género; a pesar de la extensión (superando los tres evangelios sinópticos y casi el total de los cuatro evangelios) no habla del mal del aborto; y concluye “el documento no da una exposición clara y fiel de la doctrina católica”, y se presenta “como una amenaza a la integridad de la fe católica y el auténtico bien de la familia”.
Paremos por aquí. Los análisis son abundantes y de personas de peso Desgraciadamente, faltan análisis serios de cardenales, obispos y otras autoridades que deberían llamar al orden los desmanes doctrinales bergoglianos. Al menos no nos han llegado noticias; si han existido han sido tan discretos que no los conocemos.
Los comentaristas avestruces
No falta quien, como el P. José Granados, vicepresidente del Instituto Pontificio Juan Pablo II para los Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, declare ingenuamente: “Amoris laetitia sólo puede interpretarse a la luz de la tradición católica”. No es exactamente lo que afirman algunos intérpretes oficiales, como Schönborn con su idea de superación de conceptos trasnochados, los obispos españoles que la consideran “realista y positiva”, o el cardenal Cañizares que afirma sin condiciones “recoger fielmente la gran tradición de la Iglesia Católica”, dando la impresión el anciano purpurado de que no ha leído el texto. Y un largo etcétera.
Los ingenuos que se niegan a ver los errores clamorosos siempre han existido. Porque es más cómodo. Es lo opuesto de lo que muestran los observadores imparciales, enamorados de la Iglesia de Cristo, y que se niegan a pactar con ningún tipo de desvío moral, y menos en clérigos y personas consagradas.
El valor magisterial de “Amoris laetitia”
¿Qué valor tiene esa enseñanza del Obispo de Roma? El Papa, el legítimo papa, elegido canónicamente (no hablamos de antipapas y otros horrores que la Historia conoce) es infalible, como solemnemente declaró Pio IX, cuando enseña sobre Fe y Moral, utilizando el poder que Cristo le concedió. Es lo que se llama “enseñanza ex cathedra”, es decir, como legítimo sucesor de San Pedro sentado en la cátedra de la verdad.
Pero el mismo hecho de decir que hay enseñanzas que son infalibles es la afirmación perentoria de que hay otras enseñanzas que son falibles. Es decir, sujetas a error. Los canonistas sabemos bien que, doctrinalmente, no necesitamos estudiar los antiguos textos del Vaticano I, sino que basta leer el motu propio de Juan Pablo II Ad tuendam Fidem (AAS 90, 1988, 457-461), el cual modificó algunos cánones del Derecho Canónico (tanto del código latino como del oriental). Fue glosado ampliamente por un documento del entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, card. Ratzinger (Nota doctrinaria ilustrativa de la fórmula conclusiva de la Profesión de Fe, em “L’Osservatore Romano”, 30/6/1998). Resumamos.
- Todo católico tiene obligación de prestar una adhesión de fe católica que excluya cualquier duda, a las enseñanzas del Papa (o de un Concilio aprobado por el Papa), propuestas claramente como infalibles por una declaración solemne, y basadas en la Revelación (Escritura y Tradición); por ejemplo, la presencia de Cristo en la Eucaristía. La negación de esas verdades constituye un pecado de herejía, y también un delito de herejía automáticamente sancionado con la excomunión; lo que se dice, en lenguaje técnico “latae sententiae”: negó, está excomulgado (canon 750 § 1).
- También tenemos obligación los católicos de prestar una adhesión firme y definitiva a las declaraciones del Papa (o del Concilio aprobadas por el Papa), con la solemnidad de una afirmación infalible, pero no basadas en la Escritura o en la Tradición, sino que declaradas verdaderas por su relación con la Revelación (Escritura y Tradición) por un vínculo histórico o lógico. Por ejemplo, que sólo los varones pueden recibir la ordenación sacerdotal. La negación de estas verdades constituye un pecado de herejía, pero no un delito castigado con una pena latae sententiae; por lo tanto no hay una excomunión inmediata pero si pecado y delito (canon 750 § 2).
- En tercer lugar está el “magisterio auténtico”, es decir el que el Papa (o el Concilio en comunión con él) presenta sobre asuntos de Fe y Moral, como siendo verdaderos, o al menos seguros. Es decir, todo lo que el papa habla o publica sobre Fe y Moral. Pero esto no es infalible; por lo tanto es falible. El fiel católico no necesita creer que todo lo que el Papa enseña es verdad, pues, diría el Perogrullo, que lo falible puede ser erróneo. No se le pide al bautizado una adhesión incondicional, sino tan sólo un “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”; es decir no discutir en público ese concreto asunto de fe o de moral, a no ser que haya razones muy graves (canon 752).
La mayoría de las enseñanzas de los Papas, desde S. Pedro a Francisco están en este caso; muchísimos de los documentos conciliares, desde Nicea al Vaticano II lo están también. Y la prueba de ello es que ningún teólogo serio, ningún pontífice, ningún obispo, ha querido jamás que los fieles consideremos como infalible lo que no es enseñado como infalible. Juan Pablo II apenas usó contadas veces del poder de la infalibilidad; el Vaticano II afirmó abiertamente no declarar nada nuevo con carácter de infalibilidad, sino solo repetir verdades infalibles ya reconocidas como infalibles por la Iglesia, siendo el resto “magisterio auténtico”, al cual debe prestarse “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”. Querer pedir más es, como dice la expresión vulgar, “ser más papista que el Papa”.
Recordemos: todas estas tres formas de adhesión al magisterio se refieren a las enseñanzas de doctrina, no a las normas pastorales. Las directivas de actuación nunca jamás entran en la categoría de infalibles, pues son indicaciones que parecen sabias en determinado momento y después, o en otro lugar, pueden no serlo. El caso más “escandaloso” es la “norma pastoral” del Primer Concilio de Jerusalén, en que los Apóstoles recomendaron a los paganos convertidos “abstenerse de la sangre” de los animales (Act 15, 29), lo que absolutamente no vigora “infaliblemente” para ningún fiel: la morcilla, el chorizo y otras cosas que los alemanes incluyen entre las “Delikatessen” no están vetadas a ningún católico (¡salvo en días de abstinencia!).
Las enseñanzas bergoglianas pastorales, a respecto del trato con los concubinarios (hoy llamados eufemísticamente “recasados”), con los adúlteros (denominados “matrimonio irregular”), con los homosexuales (llamados nuevas “situaciones familiares”), son opiniones a las cuales, en el mejor de los casos podríamos prestar un “religioso obsequio del entendimiento y de la voluntad”; si no fuese clamorosamente erróneo, como tantos comentaristas autorizados publican sin ser refutados por ningún bergogliano. Pero ni a eso estamos obligados, porque la norma pastoral no es enseñanza doctrinal.
El card. Burke, de conocida posición, ha dicho algo semejante en entrevista al “National Catholic Register”. Para el prelado que ha sido, entre otras cosas, Prefecto del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica, y fue defenestrado por Francisco debido a “diferencias doctrinales”, el reciente “Amoris laetitia” proclama “lo que personalmente él [Bergoglio] piensa” del matrimonio. E intenta salvaguardar su autor, invitando a “interpretar el texto de Amoris laetitia a la luz del Magisterio”. Trabajo ímprobo, insano… diríamos imposible. Sería necesario expurgarlo de tantos párrafos inconsistentes y contraproducentes, que para un pastor de almas es más fácil ignorarlo, tanto en su doctrina como en su propuesta pastoral.
No hace mucho el card. Müller, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, intentaba defender a Francisco contra quienes lo acusan de hereje. Puntualizaba (como hemos hecho arriba) que el hereje es quien niega abiertamente alguna verdad revelada, que es presentada por la Iglesia como tal (ya lo explicamos, canon 750). Y sintetizando el valor de las palabras de Bergoglio declaraba “no ser el magisterio del papa y de los obispos superior a la Palabra de Dios”. Sin embargo reconocía que algunas enseñanzas bergoglianas son “unglücklich, missverständlich oder vage”, es decir que según el card. Müller, el que debería ser “maestro de la Fe” (“Lehrer des Glaubens”), usa expresiones desafortunadas, engañosas o vagas… No da mucha seguridad saber que el capitán que sujeta el timón no conoce bien el rumbo del barco…
Todos sabemos como, en este pontificado, el P. Lombardi tiene que estar continuamente “al quite” (expresión española que, para los no conocedores del arte del toreo, quiere decir entretener al toro para que no ataque a un torero desgarbado e incauto) para intentar decir que Bergoglio no dijo lo que dijo, pero que quería decir lo que no dijo… Sin comentarios…
La comunión de los concubinarios adulterinos (llamados “recasados”)
Citamos sólo un texto del reciente documento, que ha hecho gastar más tinta a los periódicos que la caída de las Torres Gemelas, en Nueva York. La nota 351 del documento, en el número 305 del mismo.
El texto bergogliano dice: “un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares»”. Traducimos: el párroco, el confesor, el obispo no puede aplicar leyes morales a los adúlteros y concubinos.
Y continúa: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar”. La “situación objetiva de pecado” del concubinato adulterino puede no ser “subjetivamente” pecado, y por lo tanto los concubinarios adulterinos pueden estar en estado de gracia… sin saberlo.
Por ello Francisco dice que esa “situación objetiva de pecado”, pero no “subjetiva”: “también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”. Es decir, la Iglesia debe ayudar a “crecer en la vida de la gracia” a quienes no están en estado de gracia, porque en situación objetiva de pecado público (concubinato adulterino de una segunda unión). Aprendimos en el Catecismo que el pecador recupera la vida de la gracia por el sacramento de la penitencia, desde que haya propósito de enmienda en relación a los pecados; pero el adultero concubinario no deja la situación de pecado, por ello no puede recibir válidamente la absolución. Por lo tanto no puede “crecer en la vida de la gracia”.
Y para colmo, la nota 351 afirma literalmente: “En ciertos casos, podría ser también la ayuda de los sacramentos. Por eso, «a los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor»: Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 44: AAS 105 (2013), 1038. Igualmente destaco que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (ibíd, 47: 1039)”.
En el actual ambiente mundial de relajamiento moral y “ausencia de noción de pecado” (como ya denunciaba Pío XII), se debe dar la “ayuda de los sacramentos” (es decir, dar la absolución y permitir comulgar) a quienes están en “situación objetiva de pecado” por ser concubinos adulterinos públicos. Y por si dudas existiesen, añade Bergoglio que “la Eucaristía no es un premio para los perfectos”; lo que ha sido interpretado por la mayoría de los comentaristas como la apertura a la comunión para los recasados. Y sobre esta interpretación “de ruptura” ni el P. Lombardi ni Francisco se han preocupado de rectificarla. Sólo los “interpretes avestruces” dicen que debemos leerlo en continuidad con la Tradición…
El “Evangelio apócrifo bergogliano” se presta a numerosísimos comentarios y puntualizaciones. Aquí hemos intentado dar una visión general del modo como lo han glosado los defensores de Francisco, por lo tanto se trata de lo que podríamos llamar una “interpretación auténtica”, empezando por las palabras del card. Shönborn en la Sala Stampa, al presentarlo oficialmente al público.
Y hemos señalado algunas acotaciones de observadores imparciales de la Iglesia. No nos interesa la opinión de los no católicos a respecto de la ortodoxia de un documento sobre la familia en el mundo moderno.
Sin omitir la referencia a los que fingen ignorar la gravedad del momento presente, diciendo que basta interpretar el confuso texto en la línea de la Tradición; cosa que sus autores y propagandistas no quieren. Táctica de avestruz.
Prometemos que, en medio de nuestras obligaciones pastorales, encontrar tiempo para hacer algunas otras observaciones y, sobre todo, estudios Denzinger-Bergoglio para los puntos más controvertidos del documento, que puedan ayudar a los lectores a continuar creciendo en la Fe en la Santa Iglesia, Una Católica Apostólica y Romana. Cristo es el sustentáculo de la misma, y jamás dejará que las puertas del Infierno prevalezcan contra ella (Mt 16, 18), como está escrito en letras de oro en la cúpula de San Pedro en el Vaticano: “portae inferi non praevalebunt adversum eam”. A lo largo de veinte siglos situaciones confusas han existido muchas: antipapas, papas indignos, de moral escandalosa, indiferentes a las herejías… San Ambrosio y San Atanasio se honraban de constar en primer lugar en las listas de los obispos con los cuales los arrianos no tenían “comunión”; e incluso el Papa llego a contemporizar con los herejes negando la “comunión” a los dos impertérritos obispos íntegros. Sin embargo los siglos pasaron, Dios suscitó almas santas que, como San Francisco de Asís, sustentaron la Iglesia impidiendo su ruina. Dios suscitará quien quiera, cuando quiera, donde quiera. Puede ser una humilde pastorcilla como Santa Juana de Arco; puede ser una Santa Catalina de Siena, iletrada hija de un comerciante… Lo seguro es que “non praevalebunt”.
Mientras no vemos en el horizonte un alma así, hagamos lo que nos enseñaron quienes nos precedieron en el signo de la Fe: caridad, castidad, práctica de los Mandamientos, vida de piedad, vida sacramental. Certeza absoluta de que “non praevalebunt”, aunque no sepamos cómo y cuándo, pues “de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (Mt 24, 36). No obstante Él garantizó: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mt 24, 35).
https://denzingerbergoglio.com/2016/...del-siglo-xxi/
A vuelta con la “Amoris Lætitia”, ¿qué trato merecen los pecadores públicos?
2
El pasado 27 de febrero, durante una rápida audiencia que no duró ni siquiera treinta minutos, Francisco recibió al actual Presidente de Argentina Mauricio Macri, acompañado de su concubina, Juliana Awada, y otros políticos de su partido. Ya tuvimos oportunidad de comentar varios aspectos colaterales sobre esta visita (aquí), pero en la audiencia sucedió algo de mucha más gravedad y que despertó preocupación en numerosos católicos. Tan sólo ahora que concluimos nuestro estudio sobre el asunto, lo damos a luz. Y en buena hora, porque toma mayor relevancia después de la publicación de “Amoris Lætitia” (ver nuestro análisis).
Esto es lo que cuenta Elisabetta Piqué, amiga y confidente de Francisco:
“Hace dos años y medio hubo un antecedente con un mandatario latinoamericano que prefiero no nombrar, que llegó con su esposa casada por civil, ya que todavía no había obtenido la nulidad del primer matrimonio. Y el Pontífice se sintió muy mal cuando por el protocolo se vio obligado a saludar a la mujer en forma separada, en otro salón”, contó a LA NACION una fuente del Vaticano bien informada. “Le pareció injusto y comenzó a madurar esta idea de cambiar el protocolo, cosa que sucedió por primera vez hoy (por ayer) con Macri”, agregó. (La Nación, 28 de febrero de 2016)
Y fue lo que sucedió en esta reciente audiencia oficial: al principio, el Obispo de Roma demostró mucha frialdad hacia todos –ya sabemos porque– pero al final, saludó con una sonrisa de oreja a oreja a Awada en el mismo salón donde se desarrolló la audiencia.
Como ha apuntado La Nación, lo que sucedió fue un cambio histórico en las normas de la Iglesia… y esto despierta otras inquietudes más profundas. Además de un cambio diplomático, no sólo la actitud en sí – que tiene sus matices – sino sobre todo la razón por la cual fue tomada, ataca principios morales que siempre fueron objeto de especial celo por parte de la Iglesia.
Jesús nos dio ejemplos contundentes, muy diferentes de los que escenifica Francisco: en su corazón tan lleno de amor también había santa indignación hacia los enquistados en el mal, hasta el extremo de negarles una palabra o una mirada, como a Herodes. La Santa Iglesia, fiel a su divino Fundador, ha mantenido la misma conducta hasta nuestros días. Ha perdonado y acogido amorosamente a los pecadores arrepentidos, pero, con justicia, también ha condenado y castigado a los que se niegan a dar un paso hacia la conversión y permanecen endurecidos en su estado de pecado. Sobre todo, nunca ha dado muestras públicas que acarreen siquiera una apariencia de aprobación a ese estado. Actuando de esta forma, preservaba a sus hijos del veneno del escándalo y se resguardaba de la c
¿Cómo debe ser nuestra actitud hacia los pecadores públicos? Recordemos un poco las enseñanzas destiladas del Santo Evangelio y aprendamos de los santos que a nosotros, sacerdotes, nos compete distinguir entre aquellos de quienes debemos compadecernos y a los que debemos hacer justicia. Si actuamos de forma equivocada, participaremos en los vicios de los pecadores públicos y recaerá sobre nuestras cabezas la maldición divina, porque el escándalo es causa de la perdición de muchas almas: “Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen una piedra de molino al cuello y lo arrojasen al fondo del mar. ¡Ay del mundo por los escándalos! Es inevitable que sucedan escándalos, ¡pero ay del hombre por el que viene el escándalo!” (Mt 18, 6-7).
Veamos lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia sobre este asunto→
https://denzingerbergoglio.com/2016/...ores-publicos/
Francisco confirma: el Denzinger-Bergoglio tiene razón
La interpretación oficial de “Amoris laetitia” según Francisco
Un tanto eclipsado por los pucheritos y por las estudiadas escenas multiplicadas al infinito por la prensa, tal vez lo más interesante en el reciente viaje de Francisco a Lesbos, sea la confirmación que ha hecho Francisco del comentario que hemos publicado a respecto de “Amoris laetitia” durante la clásica entrevista en el avión de regreso a Roma. Ya sabemos que es en el avión pontificio, generalmente sujeto a turbulencias, donde más sale a relucir el Jorge Mario Bergoglio que lleva dentro, acaso maquillado un tanto en las intervenciones oficiales, siempre un tanto revisadas por unos asesores obligados al malabarismo dialéctico apaga-fuegos. Tal vez Francisco hubiese leído, y haya querido confirmar a nuestra interpretación, como diciendo: tienen razón, la interpretación que yo doy a lo que yo he firmado es la más abominable posible. Nada de “interpretación según la tradición”.
En medio de las turbulencias –mentales o meteorológicas, no lo sabemos– le preguntaron los periodistas si con el documento, de hecho algo ha cambiado en la doctrina y en la práctica de la Iglesia, al punto de que los recasados (concubinos adulterinos) puedan comulgar sin abandonar la situación de pecado público y escandaloso. En efecto, el canon 915 dice: “No deben ser admitidos a la sagrada comunión … los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave”. La pregunta era absolutamente clara y necesaria, a fin de saber si debemos interpretar la confusión en el sentido del magisterio, o como una novedad doctrinaria y pastoral.
El periodista, Francis Rocca, atestigua: “Algunos sostienen que nada ha cambiado, en relación a la disciplina que rige el acceso a los Sacramentos para los divorciados y los recasados, y que la ley y la práctica pastoral, del mismo modo que la doctrina, continúan igual; otros sostienen, por el contrario, que mucho ha cambiado, y que hay una serie de nuevas aperturas y posibilidades. La pregunta es la de una persona, un católico que quiere saber: ¿hay nuevas posibilidades concretas, que no existían antes de la publicación de la Exhortación, o no?”
Es la pregunta que se han hecho tantos comentaristas, de izquierda y de derecha, laicos o religiosos, bergoglianos o católicos. ¿Qué va a responder Francisco delante de inquisitoria tan clara? ¿Va a desmentir a los “interpretes oficiales” que dicen que todo cambió? ¿Va a dar la razón a los “interpretes avestruces” que dicen que nada ha cambiado?
Texto de la respuesta de Bergoglio:
“Yo podría decir que sí, y listo. Pero sería una respuesta demasiado pequeña. Os recomiendo a todos que leáis la presentación que ha dado el cardenal Schönborn”.Punto. Si algún “avestruz” todavía intenta interpretar “Amoris laetitia” diciendo que nada ha cambiado, que refleja el magisterio multisecular de la Iglesia, se equivoca. Completemos su pensamiento: “Yo podría decir que sí, que hay nuevas posibilidades concretas de acceso a los sacramentos para los divorciados y recasados, posibilidades que no existían antes de la publicación de la exhortación”.
A respeto de la “presentación” del cardenal Schönborn, en Denzinger-Bergoglio la hemos comentado mostrando como para el cardenal no existe, a partir de ahora, diferencia entre matrimonios “regulares” e “irregulares” (ver aquí); es decir tanto unos como otros pueden comulgar. Lo que ha sido acogido con alegría, no sólo por las ateos y los laicistas, no sólo por los adúlteros y concubinos, sino por numerosos obispos. Citamos dos que el agudo analista Sandro Magister informa. El Presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas manda “abrir los brazos acogedores a todos los que se han mantenido fuera de la Iglesia por un sentimiento de culpa y de vergüenza”. Y explícitamente añade que, siguiendo la exhortación papal, “en la mesa de los pecadores a la que el Señor Todo-Santo ofrece a sí mismo como alimento para los miserables, siempre hay espacio”; la “mesa”, obviamente es la de la Eucaristía, y los pecadores los adúlteros concubinos. Y la diócesis de Bérgamo, en Italia, por la pluma de Mons. Alberto Carrara, director del periódico diocesano “SantAlessandro” comienza su editorial: “Así pues, divorciados y separados que se han casado de nuevo pueden ser readmitidos a los sacramentos. Es una de las novedades de «Amoris laetitia»”.
Si alguno todavía piensa que “Amoris laetitia” puede ser interpretada en el mismo sentido de la doctrina multisecular de la Iglesia, enseñada por Jesucristo, se equivoca rotundamente: Franciscus dixit.
El sentido de la nota 351
El tiempo se acababa, y el P. Lombardi, cada vez más nervioso viendo la que se le venía encima, ha permitido “una última pregunta”, del periodista Guénard, sobre la nota 351, que abre la comunión a los adúlteros concubinos. Y explica el periodista: “no ha sido comprendido porque Vd, ha escrito esta famosa nota, en Amoris laetitia, sobre los divorciados y recasados. ¿Por qué una cosa tan importante en una pequeña nota?”
Texto de la respuesta de Bergoglio:
“No me acuerdo de esa nota, pero seguramente si algo así está en nota es porque ha sido ya dicho en Evangelii gaudium. ¡Seguro! Debe ser una cita de Evangelii gaudium”.El desparpajo con que afirma al mismo tiempo “no me acuerdo” y “seguro es una cita”, causa… dejamos el calificativo al lector.
Evidentemente la nota 351 no cita Evangelii gaudium, sino que es algo de nueva redacción. Como Guénard recuerda, esa nota ha sido objeto de numerosísimas críticas por su oposición al magisterio de la Iglesia, e incluso en Denzinger-Bergoglio lo hemos comentado aquí.
Copiamos aquí la nota y nuestro comentario, para los lectores que no han tenido el tiempo de encontrarla.
“Un pastor no puede sentirse satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones «irregulares»”. Traducimos: el párroco, el confesor, el obispo no puede aplicar leyes morales a los adúlteros y concubinos.
Y continúa: “A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar”. La “situación objetiva de pecado” del concubinato adulterino puede no ser “subjetivamente” pecado, y por lo tanto los concubinarios adulterinos pueden estar en estado de gracia… sin saberlo.
Por ello Francisco dice que esa “situación objetiva de pecado”, pero no “subjetiva”: “también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”. Es decir, la Iglesia debe ayudar a “crecer en la vida de la gracia” a quienes no están en estado de gracia, porque están en situación objetiva de pecado público (concubinato adulterino de una segunda unión). Aprendimos en el Catecismo que el pecador recupera la vida de la gracia por el sacramento de la penitencia, desde que haya propósito de enmienda en relación a los pecados; pero el adultero concubinario no deja la situación de pecado, por ello no puede recibir válidamente la absolución. Por lo tanto no puede “crecer en la vida de la gracia”.
Curioso… Francisco, en pocas palabras, ha corroborado el acierto de lo que hemos comentado hace unos días en estas páginas…
Recemos por él, por la Iglesia, por la salvación de todos los hombres… y lloremos por la indiferencia y rechazo a la Ley de Dios, con los numerosísimos pecados de adulterio, concubinato, comuniones sacrílegas, confesiones inválidas… etc. Y si sucede, como Jesús previó a Jerusalén, “Dios nos coja confesados”…
https://denzingerbergoglio.com/2016/...o-tiene-razon/
Amoris lætitia: una victoria del subjetivismo
El pasado 8 de abril, se publicó la exhortación postsinodal tan esperada del Papa Francisco. En esta carta, el Papa no ha ni concedido un permiso general para dar la comunión a los divorciados vueltos a casar, ni dejado a las conferencias episcopales el poder de dar derogaciones. Ha retomado también los términos del último sínodo de los obispos, diciendo que “no hay ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia” (n° 251). Finalmente, se ha pronunciado de manera clara contra la teoría de género, denunciándola como una ideología que va en contra del orden de la creación (cf. n° 56). A causa de todo aquello, el Papa Francisco decepcionó a mucha gente entre los que no son católicos, sino [que se encuentran] en el papel y en los ámbitos liberales.
Sin embargo, con Amoris lætitia, el Papa abre una brecha que pone en tela de juicio toda la moral católica. En el capítulo 8, titulado Acompañar, discernir e integrar la fragilidad, el Papa Francisco abrió puertas que permitirán en lo sucesivo el sustraerse a la moral católica, resguardándose al mismo tiempo detrás de las instrucciones del Papa. Éste no sólo repite las afirmaciones dudosas del último sínodo, según las cuales los divorciados vueltos a casar son “miembros vivos de la Iglesia”, sobre los cuales el Espíritu Santo vierte “sus dones y carismas para el bien de todos” (n° 299), sino que va más allá todavía. Desde luego, la enseñanza sobre el matrimonio católico y todas las antiguas normas siguen todavía en vigor; para los que viven en concubinato o que están simplemente unidos por un matrimonio civil, les está, por lo tanto, prohibido recibir la absolución y la santa comunión, pero… ¡hay excepciones!
Una puesta en tela de juicio de la moral católica
Tendríamos, dice el Papa, que evitar los juicios “que no toman en cuenta la complejidad de diversas situaciones” (n° 296). Las normas generales serían desde luego un bien, “pero en su formulación, no pueden abrazar en lo absoluto todas las situaciones particulares” (n° 304). Esto se puede entender para la mayoría de las normas humanas, pero no para las leyes divinas que afirman que el acto conyugal sólo está permitido entre un hombre y una mujer unidos por un matrimonio válido, y que un matrimonio sacramental y consumado no puede ser separado por ningún poder en el mundo –ni siquiera el del Papa-. Estas leyes no conocen ninguna excepción y son válidas independientemente de las circunstancias.
Además, la Iglesia enseñó siempre, a semejanza de muchos filósofos paganos, que existe, al lado de los actos moralmente indiferentes, actos buenos o malos en sí; el alcance moral de una acción tiene, pues, algo de objetivo y no depende solamente de las circunstancias o de la intención del sujeto. Matar a un inocente, abusar de un niño o calumniar a alguien, es siempre un acto malo, cualesquiera que sean las circunstancias, y no podrá nunca llegar a ser un acto moralmente bueno, incluso si está hecho con la mejor de las intenciones. Aquel que estima, por ignorancia y con una consciencia errónea, que está permitido matar a un inocente para salvar a otro, o calumniar a un adversario para una buena causa, puede eventualmente ser excusable del punto de vista del pecado, de manera subjetiva, pero su acto sigue siendo objetivamente malo. Al contrario, ayudar a los que están en la necesidad, o respetar la promesa de fidelidad hecha a su esposa o a su esposo, constituye siempre un acto bueno. Si alguien hiciera algo bueno únicamente para ser alabado por los demás o para ser pagado a cambio, esto disminuiría su mérito personal o incluso lo suprimiría completamente, pero su acto en sí mismo seguiría siendo bueno. La ley natural no es pues solamente “una fuente de inspiración” para la toma de una decisión, como lo afirma el párrafo 305, sino que prohíbe o manda algunas acciones de manera necesaria.
Esto verdaderamente no tiene nada que ver con el hecho de creer “que todo es blanco o negro” (n° 305). Se puede tener muy bien una cierta comprensión por una mujer que se comprometería en una nueva relación en razón de una infidelidad o de la sequedad de corazón de su esposo, se puede admitir que en tal o cual caso la falta es menos grave, sin embargo, el adulterio sigue siendo un acto malo en sí.
Ahora bien, el Papa Francisco afirma ahora que “ya no es posible decir que todos los que se encuentran en una cierta situación ‘irregular’ viven en una situación de pecado mortal, privados de la gracia santificante”, y no sólo por ignorancia de la norma divina, sino también en razón “de una gran dificultad para captar los valores incluidos en la norma”. Un sujeto puede incluso “puede tener una gran dificultad para comprender «los valores inherentes a la norma» o puede estar en condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa” (n° 301). El Papa afirma así, oficialmente, que puede encontrarse que alguien deba seguir en una relación objetivamente pecaminosa para evitar cargarse con una nueva falta. El único caso imaginable aquí es el de un hombre y una mujer, no casados religiosamente, que siguen juntos para educar a sus niños menores. Este caso ya fue aprobado en el pasado por la Iglesia con la condición de que esta pareja viva como hermano y hermana, en la abstinencia completa.
¿Cuáles son las consecuencias lógicas de estos errores?
Supongamos ahora que una pareja, viviendo fuera del matrimonio, tenga una “gran dificultad” para entender que es pecaminoso. Esta pareja quiere amar y servir a Dios en esta situación y actúa así subjetivamente en toda buena consciencia. Tal caso puede eventualmente presentarse en razón de la confusión general provocada por los medios de comunicación, la opinión pública y sacerdotes que desafían la enseñanza contraria de la Iglesia. Si es pues posible que tal pareja sea exenta de pecado del punto de vista subjetivo, su relación contradice, sin embargo, objetivamente la voluntad de Dios. Un verdadero pastor, cuya misión es volver a llevar las ovejas perdidas a las vías de Dios, no puede, pues, aceptar tal situación, ni darles los sacramentos, como si se tratara de una pareja casada cristianamente. Ahora bien, es precisamente a eso a lo que conducen las consideraciones del Papa. Es posible, escribe: “que, en medio de una situación objetiva de pecado —que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia” (n° 305). Como lo hace notar explícitamente la nota al pie de página n° 351, esta ayuda de la Iglesia puede también componerse “en algunos casos” “de la ayuda de los sacramentos”, ya que la Eucaristía no sería “un precio destinado a los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”[1]. En esto el Papa se aleja de la moral católica, teniendo al mismo tiempo el aplomo de apoyarse, para justificar tales sofismas, sobre las distinciones enseñadas por Santo Tomás de Aquino.
El Papa Francisco puede recordar siempre que “hay que evitar toda interpretación desviante” y “proponer el ideal completo del matrimonio… en toda su grandeza”, y también que “toda forma de relativismo” debe ser desterrada, pero está ahora en manos de cada pastor el proceder, en el foro interno, “al discernimiento responsable personal y pastoral de los casos particulares” (n° 300). Así, la decisión de dar o no los sacramentos en tales casos será de facto confiada a la apreciación personal de cada sacerdote. Pero ¿qué sacerdote tomará el riesgo de dar los sacramentos a una pareja en razón de su situación particular y de negarlos a otras parejas no casadas?
Además, la argumentación del Papa puede aplicarse fácilmente a otros casos. Si una pareja de homosexuales se ama verdaderamente y si no llegan sencillamente a entender que su modo de vida es pecaminoso, ¿se les puede entonces dar también la comunión?
¿Y qué hay que pensar de la aserción: “Nadie puede ser condenado para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio” (n° 297)? En el Evangelio, el Hijo del hombre dice a los que han hecho el mal: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El que no quiere abandonar una situación pecaminosa, sino que al contrario, persiste en el pecado hasta el fin, está condenado por Dios para la eternidad. Sin embargo, el Papa parece decir que no se puede privar indefinidamente de la comunión a una pareja que vive en el pecado. De la misma manera, ¿cómo podemos condenar para siempre a un ladrón que se niega a devolver lo que ha robado? ¿El bien adquirido ilegalmente vuelve a ser, con el tiempo, su posesión con toda legalidad? Es exactamente lo que correspondería a la lógica del Papa.
Los bellos pasajes, ellos mismos, no están indemnes de errores
No hay que silenciar que hay también en Amoris lætitia, muy bellos pasajes. El Papa se esfuerza verdaderamente en promover el ideal del matrimonio cristiano. Explica por qué la unión entre un hombre y una mujer en el matrimonio debe ser por naturaleza indisoluble, da una bella imagen de la familia cristiana, hablando del gran regalo que representan los niños, da consejos para sobrellevar las crisis y educar a los niños. Contra la ideología, muy difundida, de género, escribe: “Cada niño tiene el derecho de recibir el amor de una madre y de un padre, los dos siendo necesarios para su maduración íntegra y armoniosa” (n° 172). Insiste sobre el hecho de que los niños necesitan la presencia de su madre, sobre todo durante los primeros meses de la vida (n° 173), y muestra también el papel importante del padre y los peligros de una “sociedad sin padres” (n° 176). Francisco recuerda además, que la educación de los niños es un “derecho primario” de los padres y que el Estado sólo tiene un papel subsidiario en ella (n° 84).
Pero incluso en estos párrafos, hay críticas que se imponen aún al espíritu. Por ejemplo, ¿es verdaderamente apropiado, en un texto apostólico sobre el matrimonio y la familia, insertar una larga cita de Martin Luther King, un acatólico notorio cuya enseñanza no tiene lugar en tal documento?
Se nota igualmente que el Papa comete un error cristológico cuando escribe que Jesús era “educado en la fe de sus padres, hasta llegar a hacerla fructificar en el misterio del Reino” (n° 65). Siendo Hijo de Dios por naturaleza, Jesús no tenía fe ya que tenía la visión de su Padre y de las cosas divinas, y por consiguiente, no necesitaba tampoco ser educado en la fe.
Repetidas veces se encuentra también una mezcla del orden natural y del sobrenatural, cuando hace el elogio de un bien natural viendo en él, demasiado rápido, la obra del Espíritu Santo. Francisco afirma así que en cada familia donde los niños están educados hacia el bien, el Espíritu es vivo, y eso de manera totalmente independiente de la religión a la cual pertenece (n° 77; cf. también n° 47 y 54).
Sin embargo, es sobre todo con el capítulo 8 que Amoris lætitia se inscribe en los escritos apostólicos más deplorables de la historia de la Iglesia actual. Sólo se puede esperar que los cardenales, obispos y teólogos que constantemente defendieron la doctrina sobre el matrimonio religioso contra las edulcoraciones de estos dos últimos años, se atrevan aún a resistir.
Padre Matthias Gaudron, FSSPX
[1] El párrafo 300, con la nota n° 336, precisa también que las consecuencias de una norma no deben ser necesariamente idénticas para todos, incluso para la “disciplina sacramental”.
STAT VERITAS
Müller, aclarando
Fray Gerundio de Tormes
Gracias, cardenal Müller, por sus clarísimas palabras durante su visita a España:
No pueden comulgar los divorciados, porque el Papa no puede decir eso.
En mi libro digo que ningún Papa puede decir eso.
Mi libro le encanta al Papa.
El Papa no me dejó presentar la Exhortación. Pero fue una casualidad.
El Papa dice que se debe acoger a los adúlteros y pensar si se les puede dar la comunión.
Todo el mundo se lanza a interpretar lo que ha dicho el Papa.
Cada uno lo interpreta de manera diferente.
Todos -unos y otros-, hablan de que ya se puede/no se puede dar la comunión a los divorciados.
Kasper que sí.
El Filipino y su Conferencia, que sí.
El Schöborn que OK.
Los de periodista digital, que fetén.
Müller, que no. Pero al Papa le gusta su libro. Porque el Papa no ha dicho que sí.
Burke que no es magisterio. No se ha mojado más.
Otros que es magisterio el texto, aunque no la nota a pie de página.
Blázquez que está todo bien claro. ¡Es un genio!
Los que no están de acuerdo con la Letitia dicen que sí, aunque debería haber dicho que no.
Otros, que aunque un Papa nunca puede decir que sí, en realidad en este lugar ha dicho que no, aunque parezca que sí.
Y Francisco gozando, disfrutando, enredando y destruyendo.
Y los divorciados vueltos a casar, comulgando.
Y los de otras situaciones irregulares, mariposeando.
Y los cardenales, obispos y demás familia, interpretando.
Y Munilla, Iceta y Escribano, releyendo y contextualizando la Letitia en Radio María.
Muy pocos valientes han dicho con toda nitidez que este escrito es una vergüenza. Por cierto, no son cardenales. Deben ser algunos pepinillos en vinagre, agarrados a estructuras caducas y cerrados a las sorpresas del Espíritu que revolotea por Santa Marta.
Resultado:
Sí pero no; aunque en realidad no, pero sí. Hay que pensar si sí, porque si no, algunos creerán que no. Y si decimos que sí, no se puede decir que siempre sí, sino que alguna vez no. No es verdad que siempre no, aunque de vez en cuando sí.
Gracias, cardenal Müller por sus aclaraciones durante su viaje a España.
Gracias Santo Padre, por ser tan claro. Usted es en realidad el único que habla claro.
Y Dios es quien sabe de verdad lo que usted ha dicho, porque ha querido decirlo. A Dios no se le engaña.
Jesucristo no necesita las aclaraciones de nadie, ni siquiera del P. Lombardi.
Para Jesucristo no hay sorpresas del Espíritu.
La Amoris Laetitia no le ha pillado al Señor de sorpresa. Ya se la veía venir. Conoce bien el paño y lo está tolerando de momento.
Yo por mi parte, la he tirado a la papelera de mis novicios. Con toda Laetitia.
https://fraygerundiodetormes.wordpre...ler-aclarando/
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