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El humanismo de Maritain y Pablo VI
Primera Parte
De Jacques Maritain Favré hoy no se escribiría ni una línea de no ser por su amigo y admirador Pablo VI, ocupante de la sede de San Pedro durante quince años. ¿Se cita acaso a sus amigos Henri Bergson, Leon Bloy o Charles Peguy? Nunca y nadie. Si a Maritain todavía se le recuerda y se le estudia es por su influencia sobre un Papa de la Iglesia Católica y por la trascendencia práctica con que se premiaron sus postulados. Para entender el fracaso de la Iglesia pos-conciliar en su adaptación al mundo debemos antes mirar a Maritain, especialmente por su intento de casar con el agnosticismo kantiano el sencillo y luminoso pensamiento de Santo Tomás, de forma que se suavizara la introducción del nuevo liberalismo que late en su Humanismo Integral. Y menuda propuesta: “integral”, sin concesiones; el hombre es lo más de lo más. Y aquí surgen las preguntas: ¿Se fundó la Iglesia para enaltecernos a los hombres o para hablarnos de nuestra filiación con Dios? Aún sería más práctica esta otra: ¿Perdurará la Iglesia con un mensaje humanista? Lo que es igual a dudar si será necesaria su existencia. Hoy habría que hacer un test a nuestro clero para saber si profesan la fe de la Iglesia y de ese índice determinar la realidad católica en el mundo. Actualmente los progresistas y juramentados que nos condujeron a esta religión nueva, ecuménica falseada, sin deberes con Dios ni sentido sobrenatural se ilusionan con el crecimiento vegetativo, de censo, e indiferentes a si «el Hijo del hombre encontrará fe cuando vuelva a la tierra.» (Lc 18, 8); y es que, en última instancia, los orígenes del humanismo total se encuentran en aquellos sacerdotes, escribas y fariseos que entregaron a Cristo a Pilatos y siguen negándole su dignidad divina y, por tanto, sus derechos en la Historia.
Conozcamos a Maritain. Se afilió al Partido Comunista Francés a los trece años de edad, detalle que se oscurece diciendo: “Se hizo socialista”. Juró que « (…) todo lo que pueda pensar y saber lo consagraré al proletariado». Por aquel tiempo fue conferenciante en la UIMP, en Santander, 1934, el año del levantamiento obrero de Asturias y, para muchos historiadores, inicio de la Guerra Civil española que llevó a la muerte a tantos engañados. No consta que renunciara a su filiación comunista aunque profesó como católico,”nuevo cristiano”, cuando el General De Gaulle y su ministro Georges Bidault convinieron representase a la Francia liberada como Embajador ante la Santa Sede. (1945-1948) Entonces, el Papa Pío XII dirigiéndose a aquel converso, «adornado de tan preciosas prendas y devoción al Doctor Angélico», le propuso que las empleara «al servicio de los grandes principios doctrinales y morales que la Iglesia enseña al mundo.» Esto es, el Papa —aquel Papa, pues “el Papa” es el que vive y no el que fue— le recordaba que las enseñanzas humanistas ya estaban en la Iglesia y que no se necesitaban novedades. Por ejemplo las escritas en Nueva York y contenidas en su libro “Democracia y cristianismo”, en el que probablemente colaboró Don Luigi Sturzo, padre de la Democracia Cristiana coincidente con Maritain en los USA.
Al ocupar Pablo VI la Silla de Pedro Maritain irrumpió deslumbrante en la Historia con su exaltación de la dignidad de la persona humana.... La adhesión ferviente al humanismo integral de Maritain no era nueva en el Papa pues, aun declarándose discípulo de Bergson, pensador no cristiano; a pesar de que fue muy influido por Bloy, no creyente y artífice del modernismo intelectual, o por Peguy, judío comunista defensor de Dreyfuss, ya cuando Pablo VI era Monseñor Montini se declaró su seguidor y promovió la edición de sus libros. Para sacar consecuencias de la amistad de Pablo VI con Maritain habría que remontarse a cuando el filósofo y el citado Sturzo militaban en la Democracia Cristiana con el comprometido apoyo de toda la familia de Juan Bautista Montini: el padre, Giorgio, descendiente de un rabino, abogado y periodista muy activo en compromisos políticos nada cercanos a los intereses de la Iglesia de su tiempo; su madre, Giuditta (Judith) Alghisi, judía de origen, que se bautizó católica para casarse; extraordinaria mujer educadora y supervisora de su carrera sacerdotal desde que, por enfermedad, Juan Bautista dejó el seminario (al primer curso) y obtuvo permiso para estudiar en su casa. Vehementes activistas de izquierda fueron también sus hermanos Lodovico y Francesco, siempre en riesgo de cárcel: del mayor, Lodovico, se sabe escapó de la policía al refugiarse con nombre falso, “Martini”, en la casa de Mons. Rampolla, aquel cardenal masón vetado por el Emperador de Austria en el Cónclave que eligió a Pío X.
El Papa Pablo VI, siendo sucesor de San Pedro, Vicario de Cristo y heredero de la sabiduría acumulada en la Iglesia por sabios y santos innumerables, cuando conoció la muerte de Maritain le elogió diciendo: «Ha muerto mi maestro». Así lo dijo, no incluyéndole entre otros posibles sino destacándole de modo singular. Nada extraño será, entonces, que apartase de sí la Silla Gestatoria que representó para todos los Papas “la Cathedra” —“silla de brazos”— de donde nos llega la Revelación y el Dogma. Fue tan honda la alienación progresista de la Iglesia de Pablo VI, “discípulo de Maritain”, que después de cuatro décadas, buena parte de nuestra jerarquía todavía se aferra a sus postulados sin examinar si, tal vez, la prosa íntima y amena del pensador nos presentaba con nueva cara el liberalismo democrático del sacerdote francés Lammenais, o el social-conservador de Marc Seigner en el movimiento “Le Sillon” (El Surco), ambos condenados en sendas encíclicas. (“MIRARI VOS”, de Gregorio XVI, “NOTRE CHARGE APOSTOLIQUE”, de Pío X, respectivamente). Buena parte de nuestra jerarquía no se interroga si, tal vez, Maritain nos indujo a la duda-trampa de cristianizar a los enemigos del catolicismo o domesticar su pensamiento, ambas ideas rematadamente tontas. O tal vez sea que el engaño de Maritain consista en manipular la teología de Santo Tomás del que escribió diversos opúsculos buscando apropiarlo a sus tesis. Es en su biografía donde más destaca el lanzamiento universal de su “cátedra” pues contó con la eficacísima ayuda de su esposa, Raissa Umansoff, y de su cuñada, Vera, rusas hebreas, que le relacionaron con el lobby judío y círculos intelectuales revolucionarios. Quien se interese en este periodo de la biografía de Jacques Maritain bucee en sus años de refugio en Nueva York. (1942-1944). Seguiremos tocando el tema, ustedes y yo, en próximos artículos.
Pedro Rizo
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