LA IGLESIA OCUPADA – CAPITULO XI
LA DEMOCRACIA CRISTIANA
Cuando la insolencia del hombre ha rechazado a Dios obstinadamente, Dios le dice al fin:
“Hágase tu voluntad” y deja caer la última plaga. No es la peste, no es la muerte; es el hombre. Cuando el hombre es entregado al hombre, entonces se puede decir que conoce la ira de Dios.
LOUIS VEUILLOT
Tenemos un partido de innovadores que está
inventando la Iglesia.
ARTHUR LOTH
La Vérité, 23 de septiembre de 1896
Los periódicos no deberían aparecer más que
en blanco.
MONS. D’HULST
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"La Iglesia Ocupada" es un libro de Jacques Ploncard d’Assac, publicado por capítulos en Santa Iglesia Militante por Cecilia Margarita de María Thorsoe Osiadacz. Para ver la totalidad de los capítulos publicados puede clickear en LA IGLESIA OCUPADA.
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¿Qué perturbación es ésta? — ¿Democratizar a los católicos o cristianizar a los demócratas? — L’Etape de Paul Bourget — Abandono del orden corporativo — Las tres tendencias de la democracia cristiana — Un debate entre L’Univers y la Gazette de France — El becerro de oro — En todas las épocas hay personas que creen que todo comienza con ellos — Una sociedad de propaganda democrática — El padre Garnier — La ciudad dormida — León XIII reacciona — La palabra y la cosa.
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¿Cuál es la perturbación que invade la Iglesia a finales del siglo XIX?
La Sociedad se organiza sobre bases que ya no son las bases cristianas. Las ideas de la Revolución de 1789 ganan al mundo. Ante tal situación, dos actitudes son posibles: resistir o adaptarse.
Resistir, quiere decir sostener las fuerzas políticas que tienen por objeto la restauración de la Sociedad sobre sus bases tradicionales; adaptarse, quiere decir buscar coexistir con principios opuestos.
Las ideas coexisten difícilmente. En estas situaciones siempre hay un vencido.
La Iglesia, cuya doctrina servía de medida a la civilización occidental, era invitada a conciliar su doctrina con la de la Revolución.
Buscar un compromiso con el error, ¿no es, al mismo tiempo, comprometer la verdad? Y si uno sigue este camino ¿hasta dónde le llevará?
El compromiso político de los católicos tenía una importancia considerable. Literalmente podían modificar el “sentido de la historia”. ¿Iban a hacer frente resueltamente al sistema demoliberal, como Roma no había cesado de aconsejarles desde la Revolución, luchar por la restauración de un orden social, corporativo, jerarquizado, conforme a la Tradición, partiendo del principio de que lo que una propaganda había deshecho, otra propaganda podía restaurarlo? O bien, ¿iban a entrar en el sistema democrático liberal, aceptar no ser más que un elemento de él y no contar en los destinos del país más que por su peso electoral? Y, aún así, en el platillo de esta balanza electoral, donde aceptarían ver pesar la existencia o la no existencia de Dios, ¿qué programa, qué doctrina política social iban a poner?
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Desde 1893, un patrón del norte, M. Léon Harmel convocaba cada año un Congreso Obrero Católico. El primero había reunido un centenar de participantes, el segundo seiscientos y se había decidido la creación de “Uniones Democráticas” departamentales.
M. Léon Harmel, reformista.
Fijemos desde ahora la corriente del pensamiento de la que va a salir la democracia cristiana: en primer lugar, en el plano de la estructura de la sociedad, Léon Harmel ha hecho triunfar la tendencia reformista contra la tendencia del sistema corporativo que preconizaba reformas de estructura. El principio de la sociedad capitalista liberal no se pone en duda.
En Lyon, en 1893, un grupo de jóvenes católicos lanza un semanario: La France Libre, que preconiza una democracia cristiana, por lo demás violentamente antisemita, su primer congreso fue preconizado por Edouard Drumont, autor de la France juive.
En 1897, ponen las bases de un “Consejo Nacional de la Democracia Cristiana” que dispone de numerosos diarios para difundir sus ideas: La Croix, L’Univers, Le Peuple Français, La Justice Sociale, La France Libre.
Albert de Mun captó todo el peligro de la organización en partido político de una fracción de los católicos:
Albert de Mun, intenta corregir el error en vano. “Temo —escribía— que arrastrados por la acción política, por el ardor de las polémicas y la agitación de las necesidades públicas, perdáis un poco de vista lo que tendría que ser a mis ojos el principal objeto de vuestras preocupaciones, la organización profesional y las obras sociales (…) hacéis demasiada política”.
Esta lamentable orientación tomada a finales del siglo XIX, va a tener como consecuencia que la democracia cristiana hará mucho más por DEMOCRATIZAR a los católicos, que por CRISTIANIZAR A LOS DEMÓCRATAS.
Por la posición que han adoptado, los demócratas cristianos van a verse empujados a tomar con demasiada frecuencia “como adversario principal la antidemocracia de sus hermanos católicos”, singulares “convertidores”, pronto ganados para los mismos odios de sus aliados políticos.
El padre Paul Naudet había trazado las líneas generales del programa de la democracia cristiana con ocasión de un discurso pronunciado en Lieja el 6 de agosto de 1893:
“Desde el punto de vista político —declaró— los demócratas cristianos reclaman una organización normal del sufragio universal (...) el referéndum permitirá a la nación juzgar por sí misma y sin apelación, de sus más graves intereses”.
Los demócratas cristianos abandonaban la noción de un orden establecido por Dios para ligarse a un orden establecido por la ley del Número.
Paul Charles Joseph Bourget En L’Etape (La Etapa), Paul Bourget, ha reflejado admirablemente este drama: Jean Monneron un incrédulo en vías de conversión choca con un sacerdote demócrata, el padre Chenut, que ve en el Evangelio el espíritu de la divisa republicana: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Monneron, que viene precisamente de este lado, le desengaña: él ve en el Evangelio otra divisa: Disciplina, Jerarquía, Caridad.
—“No hay contradicción entre los dos programas —dice el sacerdote.
—“Para usted no, Padre —respondió Jean—, porque Ud. admite la Iglesia, y por consiguiente el orden Romano que ella ha trasladado al orden espiritual pero, para los que no lo admiten, la primera de estas dos divisas es la anarquía. Peor, es la anarquía armada de principios”.
Monneron hablaba con Pío IX que había establecido firmemente esta verdad política, moral y religiosa sobre Ia cual hay que sostenerse como sobre una roca:
“No es cierto que la voluntad del pueblo, manifestada por la opinión pública o de cualquier otra manera, constituya la ley suprema, independiente de todo derecho divino o humano”.
Monneron veía, como Louis Veuillot, la espantosa tiranía que se encuentra al final de esta aparente libertad:
Louis Veuillot, lo veía claro. “Cuando la insolencia del hombre —decía Veuillot— ha rechazado obstinadamente a Dios, Dios le dice al fin:
‘Hágase tu voluntad’ y deja caer la última plaga. No es el hambre, no es la peste, no es la muerte; es el hombre. Cuando el hombre es entregado al hombre, entonces se puede decir que conoce la ira de Dios”.
Al deslizamiento en el terreno político, preparado por la democracia cristiana, iba a corresponder un deslizamiento en el plano social. La democracia cristiana tiende a desprenderse de una concepción general de la sociedad y cae en el OBRERISMO. Se pierde de vista el conjunto para encerrarse en lo particular.
En 1893 tiene lugar el primer Congreso sindicalista cristiano en Reims. Esto era adoptar los métodos socialistas, pero sin poder quedarse en la lógica del sistema, y esta contradicción, que va a dominar el movimiento obrero cristiano, lo conducirá a aliarse con la dialéctica marxista, pues todo movimiento de clases tiende necesariamente a insertarse en una visión marxista del mundo.
La primera consecuencia de este Congreso de 1893 fue la de dar un duro golpe a los sindicatos mixtos pre-corporativos. Léon Harmel se ha pasado del lado del sindicato de clases. Leclerq funda uno de ellos entre los obreros metalúrgicos de Lille. Su periódico se llamará:
Le Peuple. Ya tenemos esta oposición entre “el pueblo” y ¿qué?, ¿la
élite?, ¿los patronos’? Todavía no está definido, pero ya existe la promesa de un antagonismo.
Le Peuple se convertirá en el órgano de la Unión Democrática del Norte y el padre Six funda su revista:
la
Démocratie-chrétienne. En los años 1894-95, surgen un poco por todas partes “Uniones Democráticas”. La idea es la de un partido obrero cristiano que se podría oponer al partido socialista. Idea generosa, pero se está en el terreno del adversario; los demócrata cristianos se han casado con el siglo y se han encontrado después en el lecho de la Revolución.
Desde sus primeros pasos, la democracia cristiana se encuentra repartida en tres tendencias:
Primero está la tendencia antiliberal, todavía fuertemente teñida de espíritu corporativo, que ha leído a Drumont y ha tomado conciencia del mecanismo de expoliación de la plutocracia. Es violentamente antisemita. Buen número de sus partidarios se volverán a encontrar en la Ligue Antisémitique, y más tarde en L’Action Française.
La segunda tendencia, puramente caritativa, que expresa el verdadero pensamiento del Papa, acabará por perder toda influencia en provecho de la tercera tendencia, la de los demócratas obreros que se complacen en las alianzas con la izquierda y acabarán por triunfar, clasificando definitivamente el movimiento demócrata cristiano a la izquierda.
Algunos se inquietan por ello, como el padre Garnier que abandonará la política y lanzará la LIGUE DE L’EVANGELIQUE, lo que le valdrá esta curiosa observación de M. Vaussard en su
Histoire de la démocratie chrétienne (Historia de la democracia cristiana), que el abate era “en el fondo, más clerical que demócrata”.
Aceptando el liberalismo democrático, los demócrata cristianos se condenaban a aceptar la lucha de clases que nace necesariamente del enfrentamiento de intereses divergentes, libremente abandonados a proseguir su antagonismo, mientras que el sistema corporativo, lo evita fundando los diferentes intereses en el único, el de la profesión y, en el plano orgánico del Estado, basando el conjunto de los intereses profesionales en el interés nacional.
El sindicalismo democrático iba a reforzar las contradicciones internas de la sociedad democapitalista.
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“No, realmente no —reconocerá el padre Dabry en 1904—, el Papa no había mandado ser republicano ni teórica, ni prácticamente. Había declarado y afirmado abiertamente que se podía serlo. Esto era un cambio enorme porque hasta entonces se había sostenido que república y catolicismo no concordaban” ‘.
Los curas demócratas de fines del siglo XIX se imaginaban ingenuamente que “la democracia es el fruto de la evolución histórica” y se alegraban de ello, pues les parecía conforme a la igualdad y la fraternidad evangélicas. “El advenimiento de la democracia —declara el padre Gayraud—, considerado en sí mismo y abstracción hecha de las causas inmediatas que lo han traído, es el término de la evolución social comenzada en el mundo por la proclamación del dogma de la divina fraternidad”.
En el plano social, se oponen a los social cristianos corporativistas como La Tour du Pin y de Mun, porque, nos lo dice M. Dansette —y esto es muy importante— “rechazan la jerarquía”.
La idea democrática lleva consigo la negación de la idea de jerarquía y por eso mismo funda el poder en la masa indiferenciada. Así la Iglesia, en el momento en que comprueba que ha perdido el beneplácito de la mayoría del cuerpo electoral que envía regularmente a la Cámara de diputados mayorías anticlericales, juega su futuro con la democracia.
Si la democracia cristiana puede concebirse, es a partir de una sociedad cristiana en la cual la unidad de fe sería el fundamento del acuerdo entre los dirigentes; pero emprender la acción contraria, a partir de una sociedad hostil a la concepción cristiana del mundo y someterse a la ley del Número es suicida.
León XIII tiene miedo. Ha querido romper la alianza secular del Trono y del Altar para atraerse a la República y he aquí que se deriva hacia una identificación de la Iglesia y de la Democracia. No es eso lo que quería. Lo dice en enero de 1901 en la encíclica
Graves de communi donde se afana en retirar todo sentido político a la expresión democracia cristiana, para no dejarle más que el “de una beneficiosa acción religiosa en el pueblo”.
Pero la moda entre el clero joven está por la democracia. La preparación de las elecciones, las campañas electorales permiten publicar periódicos, hacerse conocer. Se mezcla en ello una ingenua vanidad de sacerdote joven, feliz de tener un auditorio más amplio que en su homilía, aunque algo menos puro también, y así poder tratar de igual a igual con los obispos desde las columnas de su periódico. El padre Naudet tiene su
Justice Sociale, el padre Davry su
Vie Catholique, el padre Garnier su
Peu- ple Français. Cuando al primero se le prohíbe su periódico por el obispo Périgueux, replica: “Un solo obispo es poco”. El arzobispo de Rennes sigue el ejemplo del de Périgueux, el padre Naudet se enfada: “Monseñor, el arzobispo de Rennes ha creído acaso que se nos podía tratar como a pobres vicarios a quienes se habla desde arriba y a quienes obligan a inclinarse profundamente porque se tiene su destino entre las manos. Monseñor, el arzobispo de Rennes, se ha equivocado, no somos vicarios sin categoría”.
Evidentemente, Roma debía intervenir y condenar a los padres Naudet y Davry; pero como sucede siempre en estas ocasiones, un movimiento había nacido, se había lanzado una idea que, por su novedad y hasta por su escándalo, iba a hacer vibrar a los seminaristas y a la juventud. La política del “Ralliement” —“sólo por un momento”— había desencadenado fuerzas insospechadas, había transformado la Iglesia, como decía
La Vérité Française, en “sociedad de propaganda democrática”.
Se comenzaban a oír extraños sermones en ciertas iglesias, tal como el que dejó estupefactos a los fieles de la basílica del Sacré-Coeur, el 8 de mayo de 1894:
“Tú, Democracia, ¿escucharás a Lourdes, al Sagrado Corazón, a Juana misma que viene a invitarte a la consagración en nombre de Dios? Pero para que sea el Pueblo-rey de parte de Dios, hace falta que haya recibido de Dios la consagración de los reyes. Pero bien veo la corona sin heredero, como en tiempos del Delfín; busco sobre tu frente ¡oh Pueblo!, la unción del santo crisma, busco la consagración de los reyes y no la veo aún. Vamos, deprisa! Apresuremos el día de la consagración como Juana de Arco y, terminada la consagración, Francia será salvada. Mas, ¿cómo se puede consagrar a un pueblo? ¿Hay que convocarlo en Reims? No, la cabeza de un pueblo está en su capital; y su frente es este monumento que domina su cabeza... es la basílica del Sacré-Coeur... he aquí la frente de la Democracia francesa... el día de la consagración del Voto Nacional, ¡será el día de la consagración de la Democracia!“.
“He aquí —escribirá el cardenal Billot— un nuevo tipo de sacerdote, el sacerdote laico, despojado de su carácter divino, armonizando con el siglo su predicación, su enseñanza, su ministerio y su conducta”.
Cuando se examina hoy el fárrago de libros, de artículos y de discursos que han puesto frente a frente a los católicos en este fin del siglo XIX, en relación con la idea democrática, no podemos dejar de pensar que todo este papel, toda esta tinta, todo este talento hubiesen estado mejor empleados en la conversión de los pecadores.
Las divisiones fueron profundas, cada clan tuvo su prensa, sus autores. Ya no se podía decir: los católicos.
Había que precisar cuáles.
M. Eugène Veuillot: ¿Qué es la democracia? “¿Qué es la democracia? —preguntaba M. Eugène Veuillot en L’Univers—, ¿es el desorden, la demagogia, el socialismo, el radicalismo, la revolución? No. No es necesariamente la República, es una forma de gobierno, una organización política donde el elemento popular, ACTUANDO SEGÚN UNAS REGLAS Y UNAS INSTITUCIONES DETERMINADAS, es preponderante y dispone en principio del poder”.
A lo que el editorialista de la Gazette de France respondía: “El elemento popular, dice (M. Eugène Veuillot) que actúa según ‘unas reglas’, ‘unas instituciones determinadas’.
“Se abstiene de definir estas reglas, de dar a conocer la fuente, el origen, el principio de ellas.
“Ahora bien, todo está ahí. Esta es la cuestión.
“La Democracia tiene por base el ‘Número soberano’, que CREA el Derecho, lo transforma a su manera y por consiguiente, lo cambia.
“El juego democrático es el Poder Pagano, ateo por excelencia, porque es la misma negación de la Ley Divina.
“La Democracia descansa sobre los Derechos absolutos del Hombre que ha sustituido a los Derechos de Dios y por consiguiente de la Iglesia.
“Mientras los cristianos repiten que todo poder viene de Dios, los demócratas proclaman que todo poder viene del Hombre y está formulado por el Número”.
El editorialista de la Gazette de France añadía, no sin ironía:
“Mientras Moisés escribía la Palabra de Dios, Aarón aplicaba el principio democrático, confeccionando un Becerro de Oro por deseo del Número y para el cual cada uno llevaba una parte del metal con el que debía ser fundido el dios de la Democracia, el dios de la multitud, de la mayoría”.
El becerro de oro, una de las primeras expresiones democráticas. Arthur Loth siempre en la avanzada tomaba el asunto bajo otro ángulo:
“Tenemos —escribía— un partido de innovadores que está inventando la Iglesia. A algunos de los que escriben en los periódicos, reforzados por curas demócratas, se les ha ocurrido que el clero debe acercarse al pueblo. Verdaderamente, ¡vaya descubrimiento después de dieciocho siglos de cristianismo! Pues, ¿qué ha hecho la Iglesia durante todo este tiempo? Se diría que ha nacido ayer, que proviene de ciertos movimientos de la opinión, de cierta evolución que hemos visto producirse ante nuestros ojos. En todas las épocas hay personas que creen que todo comienza con ellas... Sí, hay que acercarse al pueblo y la Iglesia no ha hecho más que eso desde que existe. Sí, hay que acercarse al pueblo, y la historia de los progresos del Evangelio en el mundo no es sino la historia de toda clase de actuaciones de la Iglesia acerca de los pueblos, cerca de los individuos. ¿Es éste acaso un programa nuevo? Y, ¿ por qué toman aires de innovar, de predicar la reforma proclamándolo a toda voz, como si hubiese en el clero, entre los católicos, un partido que no estuviese de acuerdo en que hay que acercarse al pueblo Pero (para los innovadores) acercarse al pueblo no es como se ha creído hasta aquí, predicar, instruir, exhortar, administrar los sacramentos, rezar, dar buen consejo, practicar la caridad, hacer el bien en todas sus formas acercarse al pueblo, es (se nos sigue diciendo hoy) correr las calles, las plazas y las salas públicas.
“Sea, admitamos eso también. Pues, ¿quién ha pretendido jamás que el sacerdote debiera encerrarse en la sacristía y en su presbiterio; que el laico debiera limitarse a lamentarse al pie del altar de las desgracias de los tiempos? ¡Que se ensanche el campo de acción de los sacerdotes y de los fieles, nada mejor! pero, ante todo los reformadores deberán inspirarse en el verdadero espíritu del Evangelio, penetrarse del carácter sobrenatural del cristianismo, actuar más según la gracia que según la naturaleza, y no desear nada que no sea conforme a la divina institución de la Iglesia y que no encaje con el carácter apostólico del celo. También deberán tener en cuenta las dificultades de los tiempos. Se olvida demasiado que la Iglesia sufre todavía en Francia las terribles consecuencias de la Revolución, a la que desgraciadamente han contribuido demasiados eclesiásticos, ardientes partidarios, como algunos de nuestros curas de hoy, de las ideas liberales y de las reformas democráticas. Si el clero ha sido obstaculizado en su acción, si no ha podido trabajar mejor fuera, mezclarse más con el pueblo, entregarse al apostolado exterior, hacer además gran número de obras que le hubiesen acercado a las masas, es porque la Iglesia no disfruta ya en Francia desde hace un siglo, ni de la libertad, ni de la propiedad, ni del derecho propio que le son necesarios para cumplir toda su misión...
“Lo peor sería que para acercarse al pueblo, como ellos lo entienden, la Iglesia se apartase de SU VERDADERO PAPEL, de su verdadera misión; que saliese de sus templos, que abandonase el púlpito y el confesionario e incluso el altar, PARA TRANSFORMARSE EN UNA SOCIEDAD DE PROPAGANDA DEMOCRÁTICA, predicando a tontas y a locas la justicia social en los clubes, denunciando los abusos de la sociedad burguesa en el mundo del trabajo, aferrándose más a hacer valer los perjuicios de las clases obreras que a hacer penetrar en ellas las lecciones de la religión.
“Ante todo, la misión de la Iglesia es una misión espiritual, SUS VERDADEROS MEDIOS DE ACCIÓN SON LOS MEDIOS ESPIRITUALES; su verdadero papel social es el de extender la enseñanza religiosa, comunicar la gracia divina por los sacramentos, aliviar las miserias, endulzar los infortunios, socorrer a los humildes y a los desgraciados, predicar a todos la justicia, el deber, la paz. Debe acercarse al pueblo, no tomando apariencias políticas, mezclándose en las luchas y en las pasiones sociales, sino quedándose en lo que es, una institución eminentemente espiritual, y no usando sino los medios de acción que le son propios, la predicación, el ejemplo, el celo, la caridad.
“La fuerza de la Iglesia está en sí misma; en su institución divina, en su disciplina, en su jerarquía, H su misión sobrenatural, en su santidad. Actúa sobre todo por la oración y la gracia. Desperdigándose demasiado hacia fuera, debilitaría su fuerza interior; queriendo actuar demasiado por medios humanos, perdería su eficacia espiritual. EL GRAN NEGOCIO DE LA IGLESIA ENTRE LOS HOMBRES ES SER SANTA. Que sea santa, que su clero sea santo, que sus fieles sean santos y así la habitará una gran virtud y el pueblo atraído por su divino ascendiente vendrá a ella”.
Ya veis como la verdad es constante en su expresión. Esta gran página que está muy por encima de las polémicas de los tiempos, podría ser recogida palabra por palabra todavía hoy. Pertenece a esta “Biblioteca del Orden” de la que hablaba Léon Daudet en el
Stupide XIX siècle (El estúpido siglo XIX) y que aconsejaba oponer a la Biblioteca del Desorden.
* * *
Entre los “curas demócratas” uno de los que supo evitar ciertos excesos y a veces se le lee con interés, es el abate Garnier. Decía en su
Peuple Français que había entrado en la República con “ímpetu”, pero que no se había entregado al espíritu del partido. Daré una página suya que ha conservado algún interés:
El abate Garnier observa su época. Estamos a comienzos del año 1894 y ve a unos hombres “que cuentan en la acción política. Les hace falta —escribe— un hombre, una espada o un sable, un partido o un ejército.
No han comprendido nunca QUE LA TRANSFORMACIÓN SE REALIZA POCO A POCO, POR EL CAMBIO DE LAS IDEAS Y LOS SENTIMIENTOS EN LOS CORAZONES, parecido a como los albañiles edifican nuestras casas (. . .). Otros tienen instituciones para reformar la sociedad. Bien sean parecidas a las del pasado o bien presenten otra organización, cuentan con ellas como un medio infalible para todas las mejoras sociales. ¿No habría aquí un error tanto más desastroso cuanto que es fundamental? ESTAS INSTITUCIONES, ¿NO FUERON MÁS BIEN EFECTOS QUE CAUSAS? ¿No son más bien frutos que raíces?...
“La historia nos muestra que hace dos mil años, la sabiduría de los filósofos y la elocuencia de los oradores, todos los progresos de una dorada civilización y el último acabado de la perfección en la literatura de alto nivel o las bellas artes no impedían que la cuestión social estuviese en todo su apogeo. HAN HECHO FALTA LOS MEDIOS SOBRENATURALES, la presencia de un Redentor y los frutos de la Redención para comenzar el movimiento de salvación social. HA SIDO NECESARIO JESUCRISTO. HE AQUÍ LA BASE; no hay otra y no queremos otra.
“Han sido necesarias las instituciones de caridad y de justicia, la fundación de escuelas y de colegios, de orfelinatos y de hospitales, con todo el régimen cristiano de la propiedad y del trabajo.
“PERO ERA UNA COSECHA, y durante siglos hizo falta arrojar la semilla para poder recogerla.
“Hicieron falta obras materiales, instituciones económicas, pero extraían su savia y encontraban su primer principio del espíritu mismo del Cristianismo, de las grandes verdades del Evangelio, que mueven profundamente las almas, y en la caridad, o mejor, en el amor divino que transforma el mundo.
“Hicieron falta instituciones políticas para regular los grandes intereses de un país y las relaciones de los pueblos entre sí; pero ESTAS INSTITUCIONES ERAN LA COPA DEL ÁRBOL, el tejado de la casa. ¡Qué error querer hoy volver a empezar por el tejado la construcción de esta casa en ruinas! ¿No sería extraño ver crecer el árbol por la copa?
“Verdaderamente la conducta de nuestros excelentes amigos de la
Gazette de France y otros órganos nos parece bien extraña. Se podría traducir en los términos siguientes: ‘Ved a estos bribones de judíos y francmasones; desde hace dos siglos socavan los cimientos de la casa y, al mismo tiempo hacen vacilar los pisos superiores; ya han tirado el tejado que era la monarquía y con ella, ¡cuántas partes vivas! ¡Pues bien! Vamos a jugarles una mala pasada, SIN OCUPARNOS DE LOS CIMIENTOS, VAMOS PRIMERO A RESTAURAR EL TEJADO, ¡venid, amigos, y que todos nuestros esfuerzos se concentren en este punto capital!’
“Lo malo es que el punto no es punto capital en absoluto, porque mientras estos esfuerzos se llevan a cabo, están condenados por adelantado a la esterilidad, y el enemigo continúa socavando los mismos cimientos de la casa.
“En cuanto a nosotros, queremos restablecer las cosas en su orden natural y necesario. Un estado social es una cosecha inmensa que hay que sembrar primero si se quiere recogerla después. Comencemos por sembrar”.
“Cuando se nos decía: la monarquía es indispensable, aquí la forma puede más que el fondo..., hemos respondido con frecuencia: LA PRUEBA DE QUE LA MONARQUÍA NO TIENE TAL EFICACIA, ES QUE EL MAL SE HA HECHO BAJO EL RÉGIMEN MONÁRQUICO. Con la monarquía, el mal de la Revolución y de todas sus ruinas se ha preparado lenta y tranquilamente. No, no, la cuestión vital para Francia no está ahí, ESTÁ EN LOS PRINCIPIOS QUE SE LE DA, en la enseñanza con la que se la alimenta”
Esto merece una discusión.
No veo ningún inconveniente en conceder que las instituciones son “cosechas”, que no pueden conformarse sino con los principios que coronan, que la monarquía era la copa del árbol. Todo esto es totalmente cierto. Tampoco veo inconveniente en aceptar que la Revolución se ha hecho bajo la monarquía y precisamente, porque la Institución ya no descansaba en el espíritu de los hombres de aquel tiempo, sobre los principios que ella corona. Los enciclopedistas, los francmasones y un cierto clero, habían hecho vacilar los cimientos y el tejado ha caído. También estoy de acuerdo en que volver a poner un tejado sobre una casa en ruinas es una bobada y un gasto inútil, pero.
Pero, ¿no es posible sembrar buenos principios diciendo de qué simiente se trata? ¿No es conveniente prever el tejado cuando se construyen los muros? Y además, los monárquicos católicos SABÍAN que el régimen que preconizaban era la coronación natural de los principios que defendía el abate Garnier, que lo había sido de forma natural en el pasado, que no se había derrumbado sino DESPUÉS del hundimiento de los principios cristianos en el siglo XVIII, que las responsabilidades de la Revolución estaban por lo menos compartidas entre el Trono y el Altar, mientras que el abate Garnier NO SABÍA a dónde le arrastraba la democracia, y los principios sobre los que se apoyaba: ley del Número y voluntarismo democrático, eran contrarios a los de la Iglesia, igual que el principio de Lutero del que procedían.
Dicho esto, era exacto que “la cuestión vital para Francia” está “en los principios que se le dan y en la enseñanza con la que se la alimenta”. El primer objetivo es pues la conquista del Estado.
Era hacer mal las cosas comenzar por consolidar la República masónica. A un redactor de
Le Matin que había interrogado a un alto dignatario de la francmasonería, éste le contestó tranquilamente:
“Se dice que no somos liberales, que somos SECTARIOS.
Por mi parte, me honro con este reproche.
Tenemos que hacer triunfar un ideal que es la antítesis del ideal religioso (...). Para asegurar el éxito final de nuestras ideas, para acabar con enemigos encarnizados es necesaria una organización duradera; los que asumen las responsabilidades deben saber hablar firme y saber hacerse obedecer. Hacemos la guerra, somos un ejército, nada sin disciplina…, quieren acabar con nosotros, acaso nosotros acabaremos con nuestro adversario”
Aristide Briand.
En L’Humanité, Aristide Briand escribía con el mismo cinismo:
“La Iglesia es una ciudadela dormida, sus murallas están desprovistas de cañones, sus arsenales vacíos, sus ejércitos dispersos, sus jefes amodorrados. Si sabemos hacer la cosas, caeremos de improviso sobre esta ciudadela sin defensa y la tomaremos sin combate, como los soldados de Mahoma tomaron Bizancio”.
Recorred los periódicos de la época, siempre es el mismo espectáculo: una República masónica, poderosa, agresiva, legislando con todas sus fuerzas contra los católicos; enfrente, unos demócrata cristianos minoritarios, hipnotizados por el espejismo de las BUENAS ELECCIONES que les darán el poder, quedando siempre aplastados y cayendo al grito de: “ Viva la República !“. Es un espectáculo asombroso.
La posición de la democracia cristiana ofrecía también otro peligro que M. Nel Aries resumía en esta fórmula sorprendente:
“Los francmasones identifican MASONERÍA y democracia. Los demócratas cristianos identifican DEMOCRACIA Y CRISTIANISMO. Entonces, si dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí, resultaría que la Masonería sería el verdadero catolicismo”.
Estamos en ello.
Harto de todas estas polémicas Mons. d’Hulst tuvo un día una frase atroz:
—Los periódicos —dijo— no deberían aparecer más que en blanco.
Tenemos que ver ahora cuál fue la verdadera postura de León XIII ante la democracia cristiana.
En la medida en que ésta se presentaba como un desarrollo de la doctrina social de la Iglesia el Soberano Pontífice hacía notar que “al principio, esta especie de beneficencia pública (cooperación de católicos bajo los auspicios de la Iglesia en favor del pueblo) NO SE DISTINGUÍA GENERALMENTE POR NINGUNA APELACIÓN ESPECIAL. El término de SOCIALISMO CRISTIANO, introducido por algunos, y otras expresiones derivadas de ésta, han caído precisamente en desuso. Después, fue del agrado de algunos, y con buena razón, llamarla ACCIÓN CRISTIANA POPULAR. En algunos lugares, a los que se ocupan de estas cuestiones se los llama CRISTIANOS SOCIALES. En otros sitios, a lo mismo se le llama DEMOCRACIA CRISTIANA y a los que se entregan a ella DEMÓCRATA CRISTIANOS; por el contrario, al sistema defendido por los socialistas se lo designa bajo el nombre de DEMOCRACIA SOCIAL.
“Ahora bien, de las dos últimas expresiones enunciadas arriba, si la primera, CRISTIANOS SOCIALES, no levanta ninguna reclamación, la segunda, DEMOCRACIA CRISTIANA hiere a muchas gentes honradas que le encuentran UN SENTIDO EQUÍVOCO Y PELIGROSO. Desconfían de esta denominación por más de un motivo. Temen que esta palabra disfrace mal al gobierno popular o marque a su favor una preferencia sobre las otras formas de gobierno. Temen que la virtud de la religión cristiana parezca como restringida a los intereses del pueblo dejando de lado, de alguna forma, a las otras clases de la sociedad. Temen en fin, que, BAJO ESTE NOMBRE ENGAÑOSO, se esconda algún propósito de desprestigiar cualquier clase de poder legítimo, ya sea civil, ya sea sagrado (...)“.
El papa León XIII. Y León XIII encerraba entonces la noción de DEMOCRACIA CRISTIANA en tan estrechos límites que desbordaba por todas partes.
“La democracia cristiana —decía—, por el solo hecho de decirse cristiana, debe apoyarse en los principios de la fe divina como en su propia base”.
Esto era rechazar la idea democrática de sumisión a la ley del Número, infaliblemente condenada si se oponía a la ley divina.
León XIII también le cerraba el paso en otra dirección:
“Hay que conservar —decía—, al abrigo de todo daño, el DERECHO DE PROPIEDAD y de posesión, mantener LA DISTINCIÓN DE CLASE que, sin duda, es lo PROPIO DE UN ESTADO BIEN CONSTITUIDO; en fin, hace falta que acepte dar a la comunidad humana una forma y un carácter en armonía con los que ha establecido el Dios Creador”.
La referencia fundamental era pues la “constitución esencial de la humanidad” y no la voluntariedad democrática.
Finalmente, León XIII vaciaba literalmente la expresión de “democracia cristiana” de todo sentido político. Lo decía expresamente:
“SERÍA CONDENABLE DESVIAR EN UN SENTIDO POLÍTICO EL TÉRMINO DE DEMOCRACIA CRISTIANA. Sin duda la democracia, según la misma etimología de la palabra y el uso que han hecho de ella los filósofos, indica el régimen popular, pero, en las circunstancias actuales, hay que emplearlo únicamente QUITÁNDOLE TODO SENTIDO POLÍTICO y no dándole NINGUNA OTRA SIGNIFICACIÓN MÁS QUE LA DE UNA BIENHECHORA ACCIÓN CRISTIANA ENTRE EL PUEBLO (. . .). Las intenciones y la acción de los católicos que trabajan por el bien de los proletarios, no pueden con toda seguridad, TENDER JAMÁS A PREFERIR UN RÉGIMEN CIVIL A OTRO, NI A SERVIRLE COMO MEDIO de introducirlo”.
M. Fonsegrive confesará en
La Quinzaine que habían sido necesarias “fuertes presiones” cerca de León XIII, para hacerle consentir que se diese el nombre de “democracia cristiana” a la acción popular inspirada por los principios cristianos que él deseaba.
El clan modernista se burlaba.
—Le hemos hecho tragarse la palabra, haremos que se trague la cosa.
Y el padre Davry escribía fríamente:
“La Iglesia recobra hoy el verdadero programa, el verdadero espíritu de la Revolución”.
Un afiliado a la democracia cristiana, Mons. Boeglin, corresponsal en Roma de un gran número de periódicos católicos, escribió bajo diversos seudónimos que León XIII aprobaba “la palabra y la cosa”.
Marc Sangnier, no se andaba con rodeos: “De ahora en adelante —escribía— la democracia cristiana forma parte del catolicismo; ya no se podrá ser católico sin ser demócrata cristiano”
Así, al magisterio de la Iglesia, venía a sustituirlo una especie de magisterio de la prensa demócrata cristiana.
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