EL VIENTO SAGRADO DE LOS MÁRTIRES CORDOBESES

DOS MÁRTIRES DE CRISTO
Córdoba, año 851 d. C.
En la iglesia de San Acisclo, Córdoba, María -hermana del diácono martirizado Walabonso y monja ella en el monasterio de Cuteclara- encontró a Flora. Flora, que había vivido en lugares cristícolas, lejos del largo brazo de las autoridades musulmanas de Córdoba, había abandonado su refugio, tras escuchar la voz de Cristo que le dijo:
"Otra vez vengo a ser crucificado".
De conformidad, ambas se presentaron a los cadíes y Flora dijo:
"Yo soy aquella que, aunque nacida de padre pagano, me uní indisolublemente a Cristo, y a la que vosotros, para que renegase de Él, hace ya algún tiempo, hicísteis azotar, tan cruel como inútilmente. Desde entonces, a causa de la flaqueza de mi carne, he vivido fugitiva, andando de aquí para allá; pero hoy, puesta mi confianza en Dios, no tengo miedo de presentarme ante vosotros, para declarar, con la idéntica firmeza de entonces, que Cristo es Dios, y vuestro profeta Mahoma, un malvado, un adúltero, un mago y un falsario."
María tomó la palabra y dijo:
"Y yo, ¡oh juez!, entre aquellos confesores ilustres que murieron por haberse burlado de vuestro falso profeta Mahoma, tuve un hermano: yo, igualmente, confieso y afirmo que Cristo es Dios verdadero y que vuestros cultos y leyes coránicas son ficciones diabólicas."
Fueron interrogadas, una y otra vez; ora una a una, ora las dos juntas. Buscando que se retractaran, haciendo pesquisa de quiénes las habían invitado a confesar la Santa Fe -que los usurpadores entendían como provocación.
El 24 de noviembre del año 851 se las sacó de la mazmorra y fueron conducidas al lugar de la decapitación. Se santiguaron y dieron sus cuellos al verdugo. Los cuerpos quedaron a la intemperie, como manjares de alimañas terrestres y volátiles.
Al día siguiente, arrojaron sus cuerpos destrozados al Río Betis (que los asesinos llamaban "Guadalquivir".) Apareció el cuerpo de María, y fue sepultado en Cuteclara. El cuerpo de Flora no apareció nunca.
Sus santas cabezas se conservan en la basílica del mártir San Acisclo, así nos lo cuenta San Eulogio de Córdoba.
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DE LA NOSTALGIA QUE NUNCA FUE
EN ÁFRICA NADIE AÑORABA NI GRANADA NI CÓRDOBA
Los moros ignoran que, todavía en el siglo XIX, no existía por parte de sus antepasados ninguna añoranza por Granada ni por Córdoba, ni cosa que se le pareciere. El romanticismo (inglés y francés, el norteamericano, también el alemán y no sin la ayuda del romanticismo mimético español, de signo liberal) es el auténtico culpable del mito de Al Andalus, incitando así al Islam a la morbosa y amenazante concupiscencia por Granada y Córdoba.

Para confirmar lo que decimos, valga este fehaciente pasaje, escrito por un propagandista protestante inglés, el famoso George Borrow. Borrow viajó como agente de la Sociedad Bíblica británica por España entre los años 1836 y 1840, coincidiendo -y no creemos que sea una mera coincidencia- con la Primera Guerra Carlista. Cabe pensar que George Borrow, además de su "celo sectario", fuese espía y agente al servicio de los siniestros planes de la masonería británica -auténtica directriz de la política interior y exterior de Gran Bretaña. Los ingleses, astutos y pérfidos, eran conscientes de que el catolicismo era nuestra esencia nacional. Habían tenido ocasión de ver a una nación en armas, capaz de vencer a Napoleón, gracias a su salud íntima y a su fe católica acrisolada. Inglaterra todavía temía que España fuese capaz de recuperarse, por eso varios primeros ministros idearon el fatal plan de introducir el protestantismo en España.
En otro orden de cosas, Borrow -hombre de su época romántica, romántico él mismo- tenía los pájaros en la cabeza propios de aquellos irremediables soñadores. Así es como podemos leer en ese libro de viajes por España (traducido, tampoco será casualidad, por Manuel Azaña) lo siguiente:

"Una vez hablaba yo en Madrid con un moro bastante amigo mío acerca de su visita a la Alhambra de Granada. "¿No lloró usted -le pregunté- al pasar por aquellos patios, al acordarse de los Abencerrajes?" "No -respondió-. ¿Por qué había de llorar?". "¿Y por qué fue a ver la Alhambra?", pregunté. "Fui a verla porque, estando en Granada para asuntos míos un compatriota de usted me rogó que le acompañase a la Alhambra y le tradujese unas inscripciones. Es seguro que espontáneamente no se me hubiese ocurrido ir, porque la subida es penosa." El hombre que me hablaba así compone versos y no es en modo alguno un poeta despreciable. Otra vez, estando yo en la Catedral de Córdoba, entraron tres moros y la atravesaron pausadamente, dirigiéndose a la puerta situada en el lado frontero. Todo su interés por aquel lugar se tradujo en dos o tres ojeadas ligeras a las columnas, diciendo uno de ellos: "Huáje del Mselmeen, huáje del Mselmeen" (Cosas de los moros, cosas de los moros); y la única muestra de respeto que dieron por el templo donde en su tiempo se prosternaba Abderrahman el Grande fue que, al llegar a la puerta, se volvieron de cara y salieron andando hacia atrás; sin embargo, aquellos hombres eran hajis y talibs, hombres asimismo de grandes riquezas, que habían leído y viajado, que habían estado en la Meca y en la gran ciudad de la Nigricia".
(La Biblia en España, George Borrow, capítulo 17.)
Borrow parece desencantarse por el poco interés que prestan los moros que conoció por lo que hoy llaman "legado andalusí".
Se demuestra así que la nostalgia moruna por Granada y por Córdoba es un cuento romántico.
Y el español que todavía le conceda el menor crédito a este mito delata con ello su ignorancia, cuando no su enfermiza compasión por motivos fantasmagóricos. Me atrevería a decir que el español que otorga a estos chismes románticos un mínimo de credibilidad es, simplemente, un imbécil y un traidor.
Publicado por Maestro Gelimer en 12:18 5 comentarios
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