Laffón, y los otros diez pintores por excelencia que ha dado Sevilla (I)

Escrito por Fran Piñero





A comienzos de enero se conocía la noticia. La exposición de Carmen Laffón, inaugurada el pasado 8 de octubre, prorrogaba su estancia en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo un mes más. Hasta el 1 de marzo.


La muestra, en la que la pintora sevillana repasa su amplia trayectoria con el Guadalquivir como inevitable protagonista (inolvidable su serie «El Coto desde Sanlúcar», en el centro de la imagen que abre este reportaje), superaba los pronósticos de público, alcanzando las 35.000 visitas pocos días después de estrenarse el 2015.


De esta forma, la ciudad demostraba su reconocimiento hacia la artista, indispensable en el universo creativo del siglo XX y capítulo «reciente» de un legado cultural de varios siglos en el que, por otra parte, pocas mujeres llegaron a destacar.


Al igual que Laffón, Hija Predilecta de Andalucía, hay otros diez nombres clave en la pintura sevillana. Adalides de una época o precursores de un estilo. Nacidos en Sevilla pero con una obra que llegó a traspasar fronteras… y valorada desde dentro.

1 De Vargas

El escorzo de la pierna (gamba), define a la «Alegoría de la Inmaculada Concepción»



Se trata del primer gran pintor con nacimiento documentado en Sevilla, en torno al 1505, y el primero en llevar a cabo un tipo de pintura a la usanza italiana en Sevilla y Andalucía.


El propio Francisco Pacheco aseguraba que fue Luis De Vargas el pionero en pintar al fresco y le definió como «luz de la pintura, y padre de de ella en esta patria suya Sevilla».


Existen diversas obras en la ciudad, todas posteriores a su etapa de aprendizaje en Roma.


Tres de ellas fueron encargos para la Catedral de Sevilla, como «Crucifixión», «Nacimiento» o la «Alegoría de la Inmaculada Concepción» (conocido como «el cuadro de la gamba»).


Otro ejemplo de su producción renacentista se encuentra en la iglesia de Santa María la Blanca, en el retablo «La Piedad».


Ya desde el siglo XV se da un círculo de artistas que conforman una Escuela Sevillana inicial, con Juan Sánchez de Castro, «el Patriarca», como principal ejemplo.


Sin embargo, aunque el foco de actuación fuese propiamente Sevilla, no hay forma de determinar la procedencia exacta de estos pintores, de ahí que se fije el punto de partida de esta lista en Luis de Vargas.

2 Velázquez

«Las Hilanderas» es el sobrenombre de «La Fábula de Aracne», obra de Velázquez de 1657, su última etapa



Sobran las palabras. Basta con nombrar «La fábula de aracne», «Las Meninas» o «La rendición de Breda» para argumentar por qué Diego Rodríguez de Silva y Velázquez está considerado como el pintor sevillano más universal de todos los tiempos. Ninguno de ellas cuelga en el Museo de Bellas Artes hispalense.


Hablar de Velázquez es situarse en pleno siglo XVII. Es valorar al también sevillano Francisco Herrera el Viejo y al sanluqueño Francisco Pacheco, de los que bebió directamente en cuanto a estilo y técnica. Es concentrar en un mismo pincel el tenebrismo, las alegorías, el tema religioso, las escenas históricas y el retrato, con un evidente dominio de las texturas, la anatomía humana y la luz.


Sevilla le recuerda con una estatua en la plaza del Duque de la Victoria, pero también en una decena de calles del Distrito San Pablo-Santa Justa, y hace poco más de quince días se clausuró la exposición en torno a «La Educación de la Virgen», la que parece ser una de sus primeras obras.

3 Valdés Leal

El Siglo de Oro de las Artes en España no podría resumirse en un único nombre. El marcado barroquismo y, sobre todo, el desafiante mensaje que propuso en algunas de sus obras hacen necesaria la presencia del sevillano Juan de Valdés Leal en este índice.


Fragmento de «Finis Gloriae Mundi», acerca de la vanidad humana, en el Hospital de la Caridad



Tendente a la oscuridad, no sólo en la forma sino también en el fondo, la obra de este pintor sevillano nacido en 1622 se centra en expresiones agitadas, episodios dramáticos y líneas casi espectrales, (como los cuadros de la vida de San Jerónimo para el monasterio de Buenavista) tan solo «aligeradas» por ciertos querubines.


Su obra cumbre se puede contemplar en el Hospital de la Santa Caridad. Se trata de los simbólicos «In ictu oculi» y «Finis Gloriae Mundi», donde advierte de la levedad del ser humano y de la obsesión de acumular riquezas pese a que éstas no acompañaran al difunto en su viaje «al otro lado».


La capilla de la Quinta Angustia, en la Magdalena, muestra una Inmaculada diferente, de rasgos más duros de los acostumbrados. Así la entendía Valdés Leal.

4 Murillo

Inmaculada «La Colosal», de Murillo



Hay quien dice que Sevilla es la ciudad de la Virgen. No en vano, «Mariana» es uno de sus títulos.


En ese sentido, Bartolomé Esteban Murillo sería el pintor más sevillano, pues llegó a «retratar» el misterio de la Inmaculada Concepción en una veintena de ocasiones.


Entre ellas, destaca «La Colosal» (hacia 1650), realizada para el extinto Convento Casa Grande de San Francisco y que hoy luce en el Museo de Bellas Artes.


Junto a ella, también se encuentran «La Inmaculada del Padre Eterno» y «La del Coro»


También fueron los niños otro de sus temas más recurrentes, desde «El Buen Pastor» hasta los jóvenes de la época, como los «Tres muchachos».


A pesar de «narrar» situaciones de pobreza, el enfoque de Murillo siempre era positivo. Agradable.


Ni siquiera en el ámbito religioso. Aquí no hay Calvarios ni tentaciones. Predominan las escenas idealizadas del cielo y los ángeles. Murillo es el reposo estético frente a la decadencia española y sevillana del siglo XVII, más presente en el citado Valdés Leal.


Al igual que sucede con Velázquez, un buen número de calles del Polígono de San Pablo llevan por nombre cuadros de Murillo, como es el caso de «Cocina de los ángeles» o «Gallega a la ventana».

5 Domingo Martínez

Poco antes de culminar la centuria, en 1688, nacía Domingo Martínez, principal referente de la pintura sevillana del siglo XVIII, donde compartió «hegemonía» con autores posteriores como Juan de Espinal, que terminó por ser discípulo y yerno.


Aunque en el caso de Martínez hay una clara influencia de Murillo, el barroco que aquí se plasma empieza a coquetear con el rococó francés. De hecho, fue propuesto como pintor de cámara de Felipe V, cargo que rehusó por no abandonar Sevilla.


«El Carro del Parnaso» (homenaje de Apolo y las Tres Nobles Artes a los monarcas)



Paradójicamente, fue el sucesor, Fernando VI, el que terminaría por darle mayor vigencia. A Martínez se le recuerda principalmente por sus inusuales imágenes festivas de la ciudad por la entronización del nuevo rey, con «El Carro del Parnaso», como principal ejemplo de una serie de ocho lienzos. Se puede contemplar en el Museo hispalense.


Otros focos de su producción fueron la iglesia del Buen Suceso, con 32 piezas, y la capilla del Palacio de San Telmo, entonces colegio.

Con Domingo Martínez se cierra, a grandes rasgos, el barroco sevillano. La segunda mitad del siglo XVIII, y el primer tercio del siguiente, actuaron como paréntesis creativo.


Estaban por llegar el costumbrismo y el romanticismo, el gusto orientalizante, las vanguardias… con numerosos artistas también nacidos en Sevilla, y que se desarrollarán en la segunda parte de este reportaje.





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