Los restauradores se muestran una vez más indignados: «¿Qué tipo de sociedad permite pasiva que destruyan ante sus ojos el legado de sus antepasados?».

Incomprensiblemente ha vuelto a suceder. Una vecina de Rañadorio ha repintado sin escrúpulos tres tallas de madera de finales del siglo XV que se encuentran en la ermita de esta localidad del concejo asturiano de Tineo.

Las víctimas de este desastre son la figura de la Virgen con el Niño y Santa Anay las policromadas de San Pedro y de la Virgen con el Niño Jesús, que evocan la triste estampa del San Jorge de Estella o la del «Ecce homo» de Borja.

Tras pasar por las manos aficionadas de María Luisa Menéndez, estanquera en La Espina, ahora se parecen más a una figurita de jardín o de Playmobil. El «verde lechuga», el fucsia o el azul añil de pintura tipo Titanlux han tapado por completo la policromía antigua y hasta hay quien sospecha que no se trata ya de las mismas figuras

«Tenían mucha falta de pintarse», asegura a El Comercio la estanquera metida a «restauradora», que no alcanzaba ayer a entender el revuelo despertado. «Las pinté como pude, con los colores que me parecieron y a los vecinos les gustó», subraya sin complejos.

Según María Luisa, contaba «con el permiso del párroco» a cargo de la ermita, Arturo García, que se hizo famoso por cambiar sus hábitos para encabezar un partido en las elecciones autonómicas de 2011 y fue suspendido «a divinis» por la Iglesia durante tres años. Preguntadas por la polémica restauración, fuentes del Arzobispado de Oviedo consultadas por Efe se han remitido al párroco de la ermita, que estos días se encuentra en el Santuario de Covadonga, en el otro extremo de Asturias, para la celebración de la novena de la Santina.

La punta del iceberg.

Las tallas habían sido restauradas profesionalmente en 2003 por Luis Suárez Saro, que se muestra descorazonado ante este nuevo caso. «Es la batalla con la que llevamos mucho tiempo luchando. Los casos como éste que salen a la luz son solo la punta del iceberg», asegura este experto que, a lo largo de su carrera profesional, se ha encontrado con «muchas intervenciones mal hechas, muchas» y tallas repintadas como las de Rañadorio en muchas ermitas asturianas.

Estas mismas tallas, relata, habían sido repintadas de forma «muy similar» a la de ahora en los años 60-70. Suárez Saro recuerda bien cómo se las encontró hace 15 años. «La ermita estaba semiabierta, con problemas de humedades e infiltraciones y tenían problemas en el soporte por insectos y hongos», describe. Hubo que sanear y consolidar el soporte, retirar los repintes y asegurar la policromía original, recuerda.

Su mayor temor ahora es que María Luisa haya eliminado restos de esa policromía original antes de repintar las tallas. «Habrá que ver qué hizo, cómo lo hizo y con qué lo hizo», dice, porque el tipo de pintura que haya utilizado será determinante «para intentar revertir la situación».

La Asociación de Conservadores y Restauradores de España (ACRE) ha elevado de nuevo la voz en defensa del patrimonio. «A nadie le importa este expolio continuado en nuestro país? ¿Qué tipo de sociedad permite pasiva que destruyan ante sus ojos el legado de sus antepasados?», se pregunta.

Hace solo dos meses, el estupor lo causó la inexperta intervención en el San Jorge de Estella, una escultura del siglo XVI que se encontraba en la iglesia de San Miguel de esta pequeña localidad navarra y que quedó irreconocible. Era una talla que «estaba bien conservada, solo necesitaba limpieza», según señaló entonces a ABC el director del Servicio de Patrimonio Histórico de Navarra, Carlos Martínez Álava. Los primeros estudios llevados a cabo por los profesionales confirmaron daños irreversibles en este «Ecce homo» navarro.

La tosca broma en la que se convirtió la intervención de la octogenaria Cecilia Giménez en Borja (Zaragoza) en 2012 se vuelve a repetir, para indignación de los restauradores profesionales.

Luis Suárez Saro cree que habría que desarrollar un plan de educación «entre la propia Iglesia» -porque «parece increíble que un párroco permita esto»- y sensibilizar a la población. «La autora y parte de la población están encantados con repintes como éste. Hay una falta de sensibilidad tremenda ante la policromía original», constata.