MUÉRETE DE LA RISA, AFROSOCIALISTA



Cuando sube el precio del petróleo nadie se sube al vehículo. Durante días enteros, tal vez semanas, la hilera de coches de mis vecinos no se ha movido. Ahí están, acumulando un dedo de polvo (y de polen). No solamente los obreros están parados; también están parados los coches. Y cada día serán más los vehículos que irán quedándose encallados en su estacionamiento, por no haber parné.

Hace unos meses en las calles podía verse a niños -de los que apenas saben quitarse los mocos- con teléfonos celulares de última generación: hablando por sus aparatos móviles como si tuvieran grandes cosas que resolver en conferencias telefónicas. Cada día veo a menos. Hasta los padres más descuidados habrán tenido que restringirles a sus niños el uso del teléfono móvil.

Pasar hoy por la inolvidable Bailén, escenario de la derrota del Francés, ofrece un paisaje que da que pensar. Bailén tenía una espléndida industria ladrillera. Las factorías de ladrillos están detenidas: en los espacios de almacenaje al raso o bajo cubierto están, muertos de risa, miles y miles de ladrillos. ¿Millones? Como comprenderá el lector no me bajé del coche para contarlos uno a uno. Así que, así están las cosas... Los coches de mis vecinos, muertos de la risa y criando polvo... Los ladrillos de Bailén, muertos de la risa y criando polvo.

Pero, todos sabemos que aquí el que tenía que morirse -de la risa o de la vergüenza- es el que nos ha traído hasta aquí negando que hubiera crisis, y despilfarrando dineros a granel para darle de comer manjares y no privarse de lujos a toda la chusma que lo rodea en sus covachuelas estatales.

Sí... Tú, mamarracho*, eres el que tenía que morirse... Aunque fuera de la risa.

*Todo el mundo sabe a quién me refiero. Hace meses que me negué a escribir su execrable nombre en esta bitácora.

Maestro Gelimer

LIBRO DE HORAS Y HORA DE LIBROS