Por un distributismo español

El distributismo, entendido como la doctrina que se deriva de las ideas económicas, filosóficas y sociales desarrolladas por autores como H. Belloc o G.K. Chesterton e inspiradas en las encíclicas papales, está conociendo en nuestros días un incuestionable desarrollo. Aunque sigue teniendo una difusión limitada y casi marginal, continuamente aumentan las voces en favor de una revisión de las relaciones económicas y sociales en la dirección que el distributismo propone, en el marco de una crítica generalizada a las ideas hasta ahora predominantes.


Sin duda es en los Estados Unidos de Norteamérica, tal vez por la arraigada militancia social del catolicismo local o simplemente por tratarse de la sociedad más influyente en términos culturales, donde estas ideas han alcanzado un arraigo y desarrollo mayor. Esto es observable atendiendo al creciente número de asociaciones, editoriales, publicaciones y autores consagrados a la difusión del distributismo. Personas de gran espíritu y valía contribuyen a esta causa como autores, editores, comentaristas o líderes asociativos.


Sin embargo, cuando hablamos de distributismo, no se puede negar una realidad fundamental: el escaso desarrollo teórico y práctico de estas ideas que fueron formuladas hace prácticamente un siglo, y que, sin embargo, contrasta con la validez de las mismas para ofrecer una explicación de todo lo ocurrido desde entonces. Tras un periodo inicial de gran vitalidad y fértiles experiencias, el distributismo, tanto teórico como práctico, sufre un fuerte parón a causa de dos factores fundamentales: la focalización absoluta del debate político y económico entre capitalismo y comunismo durante todo el periodo de la guerra fría, que apenas dejaba espacio de discusión para terceras vías; y el concilio Vaticano II, cuya aplicación práctica supuso poco menos que adaptar la doctrina católica al mundo moderno, en lugar de tratar de mejorar el mundo moderno mediante la aplicación de la doctrina católica, como pretende, en el plano económico, el distributismo.


Aún en este periodo, algunas figuras aisladas, pero de gran importancia, se habían dado cuenta de las limitaciones de los planteamientos teóricos en torno a la economía. Destacaba en particular E.F. Schumacher, cuyas ideas de humanización del trabajo y de la economía y respeto por la naturaleza se inspiraron directamente en la Doctrina Social de la Iglesia, amén de otras fuentes. A pesar de ello, algunos autores no consideran a Schumacher y otras figuras de este periodo como distributistas, denominación que reservan tan sólo a los contemporaneos de Chesterton y Belloc, cuando no tan sólo a ellos dos, lo que da una idea de la percepción que tenían del distributismo como campo de estudio de los historiadores.


Las personas que hoy en día, con gran mérito y dedicación, están tratando de desarrollar y difundir las ideas distributistas, cuentan por tanto con una cierta lejanía temporal respecto de las fuentes que consideran comunes. Esto se traduce en desarrollos teóricos divergentes, cuando no en discrepancias en la interpretación de los clásicos. Los autores actuales se centran, como es lógico, en cuestiones de actualidad. Pero evidentemente, el mundo actual, pese a la capacidad explicativa de sus ideas respecto a los cambios históricos producidos, no es como el que conocieron Chesterton y Belloc. Surge entonces la necesidad de interpretar, de aplicar a las cuestiones de actualidad un razonamiento del tipo: ¿Qué pensaría Chesterton sobre esto? o ¿es esto coherente con lo que escribió Belloc?. Ni que decir tiene que se trata de un terreno perfectamente abonado para la discrepancia, especialmente cuando no se cuenta con un liderazgo intelectual reconocible.


El distributismo práctico se desarrolla, como es sabido, a nivel de pequeñas comunidades o grupos de familias que tratan, sobre el terreno, de llevar a cabo una existencia basada en principios cristianos, y por tanto solidarios, que inspiren una organización más humana de sus hogares, granjas, empresas, talleres y pequeñas fábricas. A un nivel organizativo superior, se constituyen asociaciones, grupos o ligas distributistas, generalmente a nivel nacional, integrados por personas interesadas en los aspectos teóricos del mismo.


En los Estados Unidos de Norteamérica, que como se ha indicado es el mayor centro de actividad de este nuevo distributismo, la Sociedad para el Distributismo es la agrupación predominante. Se trata, posiblemente, del grupo más activo a nivel mundial. Alrededor suyo existen autores y eruditos cuyos trabajos suelen referirse, en forma de artículos, en la revista Distributist Review. Muchos de estos autores, a la hora de justificar la posible aplicación práctica del distributismo, buscan ejemplos, generalmente fuera de su país, sobre experiencias que les resulten inspiradoras e incluso imitables. En particular, han sido recurrentes en los últimos años las referencias a la cooperativa Mondragón como ejemplo de éxito del cooperativismo social y como “leitmotiv” del tipo de organización industrial que debería tener una sociedad distributista.


En el próximo artículo nos referiremos a dicha experiencia cooperativa propia de nuestro país y trataremos de analizar, desde la cercanía a la misma, si desde nuestro punto de vista se puede considerar realmente como un ejemplo de distributismo, de acuerdo con los autores clásicos y las encíclicas papales. En este, pretendemos poner de manifiesto las dificultades doctrinales de una tarea que, tarde o temprano, desde este u otros foros más apropiados, se ha de acometer: desarrollar un movimiento distributista autóctono en nuestro país. Estas dificultades no se hayan tanto en tratar de reflejar peculiaridades nacionales como en tratar de identificar y separar en otros movimientos mucho más avanzados, como el norteamericano, aquello que es realmente distributismo de otros desarrollos posteriores que nada tienen que ver con las obras de Chesterton y Belloc y poco o muy poco con la Doctrina Social de la Iglesia.


Para esta tarea, solicito modestamente a los lectores, tan escasos como apreciados, que contribuyan en la discusión con sus puntos de vista sobre cuestiones particulares del distributismo que serán planteadas en los próximos artículos. Todo ello en la idea y esperanza de configurar, poco a poco, una comunidad de personas interesadas en la materia, que cuente además con los matices propios de la peculiar idiosincrasia y cultura de España y los países hispánicos, que tanto fascinaba a nuestro correspondidamente admirado G.K. Chesterton.

El distributista