CAPITALISMO - SOCIALISMO - TECNOCRACIA

POR

JUAN VALLET DE GOYTISOLO.


La primera dificultad que presenta este tema es semántica. Se trata de precisar el sentido de las palabras que forman su enunciado. Hoy nuestra confusión no es producida, como en Babel, por el uso de palabras distintas para expresar la misma cosa, sino, al contrario, dimana del empleo de las mismas palabras para significar cosas distintas. Capitalismo y socialismo, han venido a ser, así, palabras proteicas.


I. CAPITALISMO

Para unos, es simplemente el régimen de propiedad privada de los medios de producción, que sus titulares ponen en acción, empleando trabajadores asalariados mediante el contrato de arrendamiento de servicios.

Menos latamente se emplea el concepto al aplicarlo restrictivamente dentro de la sociedad industrial, que los marxistas distinguen de la precapitalista a la cual, dando un sentido despectivo a la palabra, denominan feudal.

Entre los seguidores de la llamada doctrina social de la Iglesia predominan quienes, partiendo del primer concepto, centrado en la distinción entre detentadores del capital y prestadores del trabajo unidos por una relación laboral asalariada, han señalado que el único aspecto malo del capitalismo es extrínseco al mismo, pues deriva del liberalismo económico, que considera

— el provecho, como fin supremo,

— el trabajo, como mercancía,

— la ley de la oferta y la demanda, como norma exclusiva.

Sin embargo, creemos que cabe profundizar, más allá de las características del liberalismo económico, algunas particularidades del capitalismo propiamente hablando, intrínsecamente analizado.

Consisten en ciertas creaciones humanas que, en sí mismas, son puramente técnicas, meramente instrumentales y, como tales, moralmente neutras:

— el papel moneda, y su circulación fiduciaria, aceptado como un valor en sí y como medida del valor de todas las cosas,

— la sociedad anónima, como forma que se interpone entre las personas naturales y las cosas, convirtiendo aquéllas de propietarios en accionistas.

Pero, estos dos instrumentos superdesarrollados, han invadido toda la vida económica y su hipertrofia ha dado lugar a los efectos siguientes:

— el pensar en dinero, que presupone la cualificación cuantitativa de todo; todo se compra y se vende, todo tiene un precio; el beneficio pecuniario es apreciado por encima de las demás cualidades de las cosas, y así lleva a tomar el provecho como objetivo, norma y medida de todo,

— la pérdida de inmeditividad de la relación hombre-cosa, que da lugar a que el copropietario, que pasa a ser accionista, pueda abandonar la cosa salvando el capital; de modo tal que la empresa es abandonada, en seguida de realizado el negocio, antes de dejar que caiga en bancarrota, pues la propiedad es sustituida por el capital fácilmente movilizable,

— tiende a disociar capital y gestión, que se encarga, muy a menudo, a mandatarios ajenos a aquél,

— contribuye a separar propiedad y responsabilidad, o por lo menos a limitar ésta y, con ello, a desolidarizar persona y cosa; a liberar de lo que, con palabras de Saint Exupéry, podemos llamar el engagement.

— hace, fácilmente, al capital invasor, imperialista, pues, como nada meramente cuantitativo tiene límites definidos, esa indeterminación se conjuga fácilmente con el afán de provecho que el hombre siente, que así tampoco siente límite: como ha dicho Chesterton, el propietario puede amar su fundo con lindes que forman su perfil, mientras que el capital, por ser informe, no tiene límites definidos que le contengan.

Por ello, llegó a escribir Edouard Drumont, en La France Juive, que «El capitalismo se parece a la propiedad como la obra de un falsario hábil se parece a una pieza auténtica. Uno de los pergaminos es la verdad, el otro la mentira: ambos son, no solamente diferentes, sino fundamentalmente opuestos: son lo contrario y la negación el uno del otro ... El capitalismo se parece a la propiedad como el sofisma se parece al razonamiento, como Caín tal vez se parecía a Abel».

El capitalismo, estructurado en torno a la figura jurídica de la sociedad anónima, como instrumento de su desarrollo, producido fundamentalmente en regímenes de democracia política, estructurada en sistema de partidos y bajo el principio atomizador de «un hombre, un voto», ha dado lugar al fenómeno de la economía al revés, recientemente estudiado por Marcel de Corte. Es decir, a una economía orientada primariamente, más que a la mejor satisfacción de las necesidades humanas, a la mayor producción. A su incremento indefinido, que ha dado lugar a la llamada sociedad de consumo que, debidamente trabajada por la manipulación propagandista, tiene como función propia la de consumir todos los excedentes de la producción en serie, como si fuese un inmenso saco elástico. En ella innumerables individuos forman «el tipo de ser humano exigido por los objetivos del sistema industrial», es decir, con palabras de Galbraith: «un hombre que gasta regularmente su renta y trabaja regularmente porque siempre necesita más», que «sirve al sistema industrial no porque le suministre su ahorro y el capital resultante: le sirve, consumiendo sus productos».

Tanto Friedrich Engels, en Antidüring, en la parte publicada también como separata con el título de «Socialismo utópico y socialismo científico», como Karl Marx, en El capital, trataron de exponer las que denominaron las contradicciones del capitalismo de su tiempo, que puede convenirse en llamar paleotécnico.

Engels partió como teorema inicial de que «las fuerzas de producción nuevas (la gran industria) habían desbordado la forma burguesa de su empleo», produciendo un conflicto, de una parte, entre «las fuerzas productivas convertidas en sociales» —por lo que la producción social eliminaba la producción individual, es decir, la gran industria al pequeño productor—, y de otra «las formas de apropiación que permanecían individuales». Esta contradicción había producido: 1º. el antagonismo del proletariado y la burguesía; 2º. la anarquía de la producción social, y 3º. el antagonismo entre la organización de la producción en la fábrica y la anarquía de la producción en el conjunto de la sociedad.

Marc Paillet, en su reciente libro Marx contre Marx, del que luego hablaremos, explica y comenta el segundo fenómeno con la indicación de que la producción capitalista, «exterminando la economía de subsistencia, ha extendido de forma revolucionaria la producción mercancía, ha colocado bajo su dependencia todas las capas sociales y, con ello, ha originado la anarquía ... [de ese tipo de producción] a un raro grado de fuerza explosiva». Y, acerca del tercero, en la parte más vigente, indica que la expansión de los mercados no puede ir a la par con la expansión de la producción a la que cada empresa es impulsada, por lo cual se han producido las crisis de superproducción, con las dilapidaciones a que da lugar, y la concentración de capital para servir al perfeccionamiento indefinido del maquinismo y a la creación de una organización industrial de reserva.

Marx profundizó más este punto y enunció que la contradicción del capitalismo, desde un punto de vista muy general, resulta de que el modo de producción capitalista tiende al desarrollo absoluto de las fuerzas productivas, mientras que, por otra parte, persigue la conservación del valor capital existente y su mayor puesta en valor, es decir, su acrecentamiento acelerado. Siendo así que, el modo de conseguirlo, implica: la baja de la tasa del provecho, la depreciación del capital existente y el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo a expensas de las fuerzas productivas ya producidas.

Editions sociales, de París, acaba de publicar con el antetítulo de Traite marxiste d'économie politique, dos volúmenes titulados Le capitalisme monopoliste d'Etat, en el cual —con la parcialidad que significa el prejuicio de creer que la organización socialista de la economía, realizada por burocracia estatal, equivale a su aprovechamiento por el pueblo— analiza la evolución del capitalismo en sus tres estadios:

a) Primitivo o manufacturero, también llamado paleoindustrial.

b) Clásico o de libre concurrencia.

c) Monopolistico o «imperialista», caracterizado por: el desarrollo de empresas con tendencias monopolísticas; el desarrollo del capital financiero, en el que se interpenetran el capital industrial y el capital bancario, con proliferación de los grupos financieros, y la exportación sistemática de capital para empresas coloniales e «imperialistas», que lleva consigo la reducción del número y el aumento de volumen de los monopolios, que incrementa la socialización de las fuerzas productivas, con lo cual conduce, según Lenin, a «la antecámara del socialismo».

d) Monopolista de Estado, que pone a éste al servicio de los grandes monopolios u oligopolios capitalistas —según dice la obra de referencia, y del cual tenemos una más profunda descripción en los trabajos del Profesor De Corte, el aludido «La economía al revés» (cfr. en VERBO 91-92) y «El Estado y la dinámica de la Economía» (cfr. en VERBO 87-88)— y que se caracteriza por:

— las crecientes intervenciones del Estado en todos los órdenes de la Economía,

— la asunción por el Estado de ciertas empresas de servicios con precios políticos que se financian en parte por los impuestos,

— el desarrollo del crédito estatal, hasta la dominación de aquél por el Estado,

— la creación de empresas mixtas estatales y capitalistas,

— una política fiscal, de una parte, y de estímulos, de otra, con finalidad de influir en la Economía,

— el absoluto control de importaciones y exportaciones,

— una inflación de la cual, a la vez, se trata de contrarrestar sus efectos con muy diversas medidas económicas y fiscales que acrecientan más el intervencionismo estatal,

— la planificación centralizada y tecnocrática.

Las dos últimas fases referidas han llevado:

— la primera a la revolución de los directores, que describió James Burnham, en su libro The menegerial revolution, traducido al castellano con aquel título, y, en su enlace con la segunda, al predominio de la tecnoestructura, descrita por John Kenneth Galbraith en El nuevo Estado industrial;

— la última, a su vez, engendra la tecnocracia estatal, única capaz de hacer girar la economía al revés, clase que puede llegar a ser intercambiable con la de los directores detentadores de la tecnoestructura.

Lo cierto es que, como ha notado Marcel de Corte, el Estado «se convierte únicamente en el órgano de redistribución de los productores, de la riqueza producida, y del acrecentamiento de la producción», y se llega «a erigir la producción en criterio «único» de la salud de una sociedad moderna y de la solidez de su economía». El Estado ha dejado de ser lo que siempre había sido considerado, es decir, defensor del bien común consistente en la armonía de todos los bienes particulares, para convertirse en dueño de un inmenso interés colectivo parasitario, con lo que tiende a dejar de ser Estado, en el pleno sentido jurídico de la palabra, para convertirse en «un enorme poder despótico, ejercitado sobre una inmensa máquina industrial y únicamente destinado a perpetrar el monopolio de quienes de una forma cualquiera o bajo la máscara de cualquier ideología, se hayan apoderado de ella».

Conviene, a veces, escuchar lo que dice el enemigo para saber mejor a qué atenerse. Para eso, el citado libro El capitalismo monopolista de Estado, en su último epígrafe, puede servirnos. Leamos:

«El capitalismo monopolista de Estado desarrolla, por su propio movimiento, las bases materiales para dar paso a la democracia económica y política y al socialismo. Simultáneamente, frena el paso al socialismo reforzando el papel central del Estado bajo el control de la alta burguesía que restringe la democracia y extiende la hegemonía de los monopolios sobre la sociedad.»

Pero esta contradicción del capitalismo, se autosubsume y convierte en interacción, pues:

En lo económico, modifica profundamente su estructura: «intensificando la monopolización, socializa cada vez más el capital y la producción de la empresa hasta la sociedad entera, más allá del ámbito nacional» ... así, «cuanto más se acreciente el peso de los grupos monopolistas en la sociedad, más el desarrollo de su producción necesita la intervención creciente del Estado», que, a su vez, «contribuye a desarrollar la socialización objetiva de las fuerzas productivas».

En lo político es evidente que su cuidado primordial «es y será siempre, cada vez más»: «guardar a todo precio, incluso a cualquier precio, el control de las palancas de mando del Estado. Pero haciéndolo hace más hondos en última instancia los antagonismos del capitalismo monopolista de Estado. Por ejemplo, acelerando los procesos de centralización y concentración del capital monopolista, el Estado contribuye a reducir la concurrencia en el interior». Pero al lograrlo «la traslada al nivel internacional en condiciones de agravación profunda cualitativamente nuevas» ... «en el seno de la cual, acumulándose a los factores económicos, los factores políticos intervienen cada vez más activamente».

Por otra parte:

«Al intensificar la acumulación del capital, el capitalismo monopolista de Estado extiende al mismo tiempo y necesariamente el asalariado» ... «su tendencia es reducir relativamente las bases sociales de la burguesía monopolista», pues como: «opone los intereses inmediatos de la oligarquía financiera a los de las otras capas sociales de la burguesía, crea las condiciones objetivas que deben conducir al aislamiento de la burguesía monopolista al mismo tiempo que a la reagrupación alrededor de la clase obrera de las clases y capas sociales distintas de la oligarquía».


II. SOCIALISMO

Si el empleo de la palabra capitalismo es ambiguo, lo es muchísimo más el de la palabra socialismo.

Si queremos entendernos, y no pretendemos sembrar confusionismos, ni intentamos sacar provecho con fines políticos de ciertas palabras que suscitan reflejos favorables de las masas, tendremos que partir de un solo concepto, del primigenio. El Diccionario de la Real Academia española nos lo brinda:

«SOCIALISMO: Sistema de organización social que supone derivados de la colectividad los derechos individuales y atribuye al Estado absoluta potestad de ordenar las condiciones de la vida civil, económica y política, extremando la preponderancia del interés colectivo sobre el particular.»

Notemos que este concepto lo define como un sistema de organización social del que indica tres características:

— supone derivados de la colectividad los derechos individuales,

— atribuye al Estado absoluta potestad de ordenar las condiciones de la vida civil, económica y política,

— extrema la preponderancia del interés colectivo sobre el particular.

La primera característica, ontológica, y la tercera, teleológica, son evidentemente coherentes entre sí, y reclaman, como consecuencia lógica de la primera y como medio adecuado para la consecución de la tercera, la aplicación de la segunda, es decir, la atribución al Estado de la enunciada absoluta potestad.

Esta concepción abarca, sin duda, no solo el socialismo marxista, sino también los nacional-socialismos, e, incluso, los ahora pretendidos socialismos regionales. Variantes que sólo difieren en cuanto al plano en el cual sitúan al Estado propiamente dicho, es decir, soberano, sea: en un superestado mundial; en la que hoy se llama nación, pero que en su superestructura no es sino el Estado propiamente dicho en su versión contemporánea, o bien, en las regiones —más o menos nacionalistas-— que por su falta de estructura natural, se entrelazarán en un federalismo de tipo revolucionario, que pretende ser federalista frente a las entidades superiores (Europa, superestado socialista, etc.) pero se niega a serlo con respecto a los cuerpos sociales menores (municipio, familia, colegios, cámaras, gremios).

Es la concepción opuesta a la que nosotros denominamos foral, que el Obispo Torras y Bages llamó regionalista y el profesor Emil Brunner ha calificado de federalista, que sigue el orden de la Creación, esto es, la organización por cuerpos intermedios, que se desarrolla como los árboles, desde abajo hacia arriba, presidida por el principio de subsidiariedad.

Sin embargo, la palabra socialismo se extiende por doquier con significados diversos. En un artículo titulado Socalisme au Quebec (en L'homme nouveau, 1 agosto 1971), Pierre André Marcotte, ha escrito que esta palabra equivale para muchos a la reivindicación de una sociedad más justa; pero que, al aludirse a una «sociedad más justa», según quien emplea este adjetivo, se quiere significar actitudes y finalidades muy diversas, desde las más legítimas a las más extremistas, sea:

— la eliminación de la pobreza,

— la reducción del paro,

— la humanización de las condiciones de trabajo para los menos favorecidos,

— la posibilidad de producir las decisiones políticas y económicas al nivel de las necesidades reales del pueblo,

— la cogestión o la autogestión,

— el estatismo o el colectivismo,

— la toma del poder por una clase que, eliminando a cualquier otra concurrente, se identifica a sí misma con el pueblo.

Pero, excepto la penúltima actitud, de las demás, ni siquiera de la última, no puede decirse que sean monopolizadas por el socialismo.

En Quebec, dice Marcotte, ser socialista puede significar tanto:

— una feroz oposición al americanismo (tanto o más puede decirse de toda Iberoamérica) que impulsa al deseo de sustituir toda empresa libre por una red de empresas del Estado,

— una secreta envidia de la riqueza que se representa como el símbolo, en especial si es anglosajona, de las medidas vejatorias que han cortado la expansión del Canadá francés (lo mismo que en los países árabes, o en todos los que han sido víctimas de cualquier colonialismo económico).

— por generosidad; o bien, por sed de poder; o también por odio: contra sí mismo, contra la sociedad, o contra todo lo que mantiene las estructuras de la sociedad: la autoridad civil, la religiosa, el poder económico, la autoridad familiar y escolar: contra el «orden establecido», contra el «sistema» (aquí oímos decir, contra «las estructuras»), y, entonces, ser socialista es tratar de «abatir el sistema».

— «por moda intelectual, como quien atrapa un virus, porque ser socialista es un componente normal del espíritu de izquierda, y no se puede serlo si se es intelectual de derecha...» (es decir, por una alienación o condicionamiento, siguiendo la terminología marxista, que, en cuanto tal, no puede ser sino pseudo intelectual, signo de ausencia de personalidad o de falta de valor para soportar los calificativos en uso ...).

Se suele contraponer capitalismo y socialismo. Sin embargo, no hay tal antítesis, como resulta cada día más evidente. La antítesis se plantea entre la propiedad privada y el socialismo, pues aquélla —que perfectamente puede coexistir contemporáneamente con formas comunales y colectivas de propiedad— pierde sus esencias vivificantes en un régimen socialista estatificador.

Como ha explicado De Corte, capitalismo y socialismo son dos formas de la actual economía de productores, aplicada a la suma de individuos que forma la disociedad actual manipulada tecnocráticamente con fórmulas que suelen ser democráticas, en el primero, y son totalitarias, en el segundo. También, en esa misma perspectiva, ha escrito Canetti que, uno y otro, «no ven sino la producción».

«Capitalismo y socialismo —había escrito Spengler— brotan de la misma raíz espiritual, del pensar en dinero, del comerciar con dinero...»

El ansia monopolista del capitalismo llega a su paroxismo en el socialismo. Este, como notó Chesterton, al ver que «la propiedad ya está concentrada en trusts», estima que «la única esperanza es concentrarla más en el Estado». Y, sin embargo, como objetó este ilustre escritor, la solución no está en ir adelante sino atrás, no en concentrar más sino en desconcentrar.

La «fiebre devoradora» —de la pequeña propiedad y la pequeña empresa, del campesinado y de la artesanía, de la libertad de todos convertidos en «productores» y «consumidores», de reservas, de tiempo y de contemplación de tradiciones y costumbres— como ha notado Gustave Thibon (cfr. VERBO, núm. 60), es característica de una notable parte del gran capitalismo, pero mucho más del socialismo: «Allá donde están los pozos de la tradición, de la autoridad, de la experiencia, los pozos donde se reposta la caravana social, el socialismo no ve más que parásitos y obstáculos. Confunde las reservas con la inutilidad. Todo lo que conserva, tanto en el mundo de los cuerpos como en el de las almas, provoca su aversión ...»


* * *

Para centrar el estudio que debemos efectuar, estimamos que nada nos será más útil que el examen en sus grandes líneas de los sistemas socialistas que la realidad nos ofrece, y que para simplificarlos reduciremos, prescindiendo del maoismo y del castrismo, a los cuatro siguientes:

1º. Socialismo marxista-leninista, característico de la U. R. S. S. y de la casi totalidad de los países del otro lado del telón de acero y bastantes del tercer mundo.

2º. Socialismo de tipo yugoeslavo y, especialmente, del checoeslovaco experimentado en la llamada «primavera de Praga».

3º. Socialismo de los partidos socialistas clásicos de los países occidentales.

4º. Socialismo sueco.

Procuramos, del modo más esquemático que nos sea posible, trazar las líneas principales de cada sistema.


A) Socialismo marxista-leninista de U. R. S. S.

Es sabido:

— que fue realizado, y continúa aplicándose, mediante un totalitarismo estatal, que abarca no solamente lo político sino lo económico y lo cultural; y se efectúa bajo la vigilancia ideológica del partido, por una inmensa y poderosa burocracia;

— que sólo ha alcanzado —según se afirma— el primer nivel del socialismo «a cada uno según sus méritos» (fase socialista) y se halla lejos del segundo nivel «a cada uno según sus necesidades» (fase propiamente comunista);

— que, para todo ello, todos los bienes de producción, excepto algunas granjas familiares, son del Estado, convertido de hecho en el único patrono, que planifica imperativamente toda la economía, como si se tratara de una inmensa y única empresa dominada por quienes, además, detentan el poder político.

Según Marx, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción debía dar lugar a la desaparición de las clases, a la abundancia, con lo cual el Derecho y el Estado —que para él no son sino instrumentos de la dominación de la clase dominante— al no tener ya razón de ser desaparecerían.

Lo cierto es que hasta ahora no se ha producido la abundancia prometida, ni han desaparecido las clases —aunque hayan cambiado— ni el Derecho ni el Estado.

El primer fracaso, es decir, el económico —en un sistema que basa precisamente en lo económico sus esperanzas de redención del hombre en este mundo— es patente. Nos remitimos fundamentalmente a los datos consignados por los tecnócratas neosocialistas del Club «]ean Moulin», en Le socaliisme et l'Europe, libro del cual tenemos una referencia en la carta de Yves le Penquer a Claude Brouclain sobre la «debacle» de la vieja doctrina socialista en VERBO 47-48, ampliada en el trabajo de Michel de Penfentenyo «El socialismo ruina o chafallo», en folleto o en VERBO 68-69, y asimismo —como luego veremos— en las experiencias narradas por Ota Sik, cerebro rector en lo económico de la Primavera de Praga. También son de fácil consulta para nosotros el trabajo de Francisco de Gomis «Agricultura, socialismo y socialización», o en VERBO 77, y más reciente el de Jean de Saint Chamas «El socialismo contra el progreso», en VERBO 94.

Ahora nos interesa aquí más el segundo fracaso, es decir, el relativo a la profecía de la sociedad sin Derecho, ni Estado, ni clases.

Notemos que por muy breve tiempo, entre 1917 y 1918, Rusia fue verdaderamente una sociedad de obreros, cuando éstos a continuación de la Revolución de Octubre empezaron a posesionarse de las fábricas.

El VIII Congreso, en marzo de 1919, del Partido comunista, proclamó que: «El aparato organizativo de la industria nacional debe estar basado primordialmente en los sindicatos». Pero pronto concluyó el papel independiente de éstos. Una lucha desgarradora entre los sindicatos y el Partido, terminó con el triunfo de éste y finalmente con la pérdida de la independencia de la dirección sindical. Stalin, en el II Congreso Panruso de los Mineros de diciembre de 1920, exclamó: «¿Es que todos los trabajadores saben cómo gobernar el país? La gente práctica sabe que esto son cuentos de hadas». Luego se implantaron: la necesidad de obtener permiso del jefe de planta para cambiar de empleo; los castigos por no alcanzarse los cupos previstos, las fuertes multas por llegar tarde al trabajo ...

León Trotzky, ante esta realidad, trató de explicar el por qué del incumplimiento de las previsiones de Marx, en lugar de las cuales resultaba que la burocracia se había erigido en la nueva clase dominante. Para justificar el fallo buscó razones contingentes, eventuales:

— en el interior, Rusia era el eslabón más débil de la «cadena imperialista», por donde ésta se rompió: un país en el cuál las condiciones económicas y sociales eran particularmente difíciles, con un proletariado numéricamente débil en relación a la inmensa masa campesina, lo cual significaba que los datos objetivos precisos para la desaparición de las clases y, por ende, más lentamente del Estado, no podían producirse sino en muy largo término; además, la guerra civil, los enfrentamientos de los grupos sociales, el atraso de la economía, la penuria de víveres y mercancías, la anarquía de las migraciones interiores, habían favorecido el incremento de la fuerza de la burocracia para arbitrar la situación, que había aprovechado ésta en su propio beneficio;

— en las relaciones con el exterior, la presión ejercida sobre una Rusia débil y aislada contribuía a reforzar el poder del Estado socialista y, por lo tanto, de la casta burocrática que lo dominaba.

Pero, a medida que el tiempo transcurría iba pareciendo más evidente que la explicación del dominio burocrático como un fenómeno contingente no resultaba sostenible. Había que buscar otra: ¿Se había producido una reacción termidoriana? Sin embargo, tal formulación resultaba imprecisa, pues en ella cabían tres distintas explicaciones concretas, que el comunismo no ortodoxo discutió violentamente desde 1934-1936.

— la U. R. S. S. es un Estado proletario degenerado.

— la U. R. S. S. es un neocapitalismo restaurado por Stalin.

— la U. R. S. S. es una sociedad de un género nuevo, una sociedad burocrática.

Trotzky continuó, hasta su muerte, defendiendo la primera tesis. Como consecuente marxista, se daba cuenta de la enorme importancia de la respuesta: «Reconocer a la burocracia el carácter de clase fundamental y a la sociedad burocrática un papel histórico, era ni más ni menos que arruinar las esperanzas de toda su vida, lo que sin duda hubiera admitido, pero, sobre todo, revisar el marxismo en una de sus partes esenciales: todo el análisis según el cual el socialismo deriva científicamente de la crisis del capitalismo, e inviste al proletariado, transformado por la Revolución en clase dirigente, de la misión de dar lugar al nacimiento de una sociedad que superara la lucha de clases y en la cual el Estado iría desapareciendo» ... En cambio: «Sería erigir la sociedad burocrática en solución mundial alternativa o, mejor dicho, en etapa histórica "necesaria"».

Transcribimos este planteamiento de Marc Paillet, en su reciente libro Marx contre Marx. La société technobureaucratique, Se trata de un trabajo de análisis serio pero marxista, que trata de mantener los principios de Marx contra las previsiones del propio Marx que han resultado equivocadas. Su crítica sigue el método dialéctico del materialismo histórico, totalmente determinista, pero liberado de todo optimismo respecto al futuro progreso.

Naturalmente, no podemos compartir ni su determinismo ni su materialismo, ni su visión dialéctica total, ni su concepto de la plusvalía, plenamente marxistas, y menos aún su irreligiosidad manifiesta. Tampoco su noción de clase que el marxismo —como ha dicho De Corte, en «Intrínsecamente perverso» (VERBO 55, págs. 355 y sigs.)—, «ha forjado en todas sus piezas» y «la ha introducido en el vocabulario político y social», aunque no sea sino un espejismo, real en tanto que espejismo, que precisamente como tal actúa ...» como «un mecanismo auxiliar que tiende a dirigir la imaginación en el sentido que la imprimen los mecanismos de la propaganda, de tal manera que la atención de los hombres se encuentre dirigida hacia la sola representación mental de la clase y que ésta les magnetice hasta un punto tal que formen cuerpo con ella, no apercibiéndose de que en ella diluyen su personalidad». «¿Qué especie de sociedad pueden formar entre ellos? —pregunta, en «La educación política» (VERBO 59, pág. 648)— el secretario general del partido comunista de Moscú o de Pekín..., y el intelectual de turno de l'Humanité o de Témoignage chrétien, el metalúrgico de la Renault, el docker de Londres, el campesino de Vitnam? Su. colección es pura y simplemente una ficción del ingenio apuntado hacia una sociedad que no existe en ningún sitio, ya que estos trabajadores no viven unos con otros ni tienen lazo real alguno entre sí.»

Pero resulta interesante seguir a Paillet en su crítica marxista de las ilusiones de Marx y en su explicación del fenómeno burocrático en los países comunistas.

Los hechos contemplados son estos:

A medida que los años se han ido sucediendo, los trazos burocráticos han ido endureciéndose, afirmándose y reforzándose en la U. R. S. S. El fenómeno de la nueva clase burocrática se ha extendido a todos los países en los cuales triunfa el comunismo, como Djilas describió con respecto a Yugoeslavia.

Por lo demás, resulta evidente que el Thermidor staliniano no fue una reacción capitalista. La propiedad privada (individual o colectivamente privada) de los medios de producción había desaparecido. Los mecanismos de formación de los precios nada tenían que ver en la U. R. S. S. con los mecanismos capitalistas. El provecho se. materializaba de modo diferente, en lugares diferentes, y jugaba un papel diferente. E igual el mercado y la moneda. La actuación y las relaciones de las clases sociales nada tenían de común con las estructuras de la sociedad capitalista.

Paillet somete el pronóstico socialista a un análisis marxista, que aplica al propio marxismo.

Si el marxismo acusaba a la burguesía de disponer de la plusvalía (en su concepción marxista) producida por el trabajo: «la plusvalía real en U. R. S. S. no puede aparecer o no es contabilizada sino en el escalón central» ... «Ese Estado que contabiliza la plusvalía y la reparte conforme al Plan, no es en modo alguno abstracto. Se compone de personas indudablemente vivas ... Ahora bien, estos dirigentes actúan como una colectividad de poseedores respecto de los trabajadores obreros y campesinos. Podría decirse que se trata de una gigantesca sociedad por acciones cuyos títulos, de modo variable, estarían distribuidos entre los burócratas».

Así «la sociedad tecnoburocrática tiene como motor un sistema original de extorsión de la plusvalía, que viene a producir la «elevación» de la explotación capitalista al escalón nacional», y «aún hoy al internacional».

Según la opinión de André Philip, basada en un análisis marxista de la dinámica social, «una sociedad con clases (esclavista, feudal...) ha dado siempre lugar al nacimiento de otra sociedad con clases (feudalismo, capitalismo) y nada hay esquemáticamente que resulte escandaloso en que continúe siendo de igual manera: es decir, que el capitalismo engendre la tecnoburocracia».

Paillet interroga también acerca de la lucha entre la burocracia y la tecnocracia, que se viene observando en todos los países del otro lado del telón de acero, pero que se ha exteriorizado, especialmente, en las crisis de Polonia y Hungría de 1955-1956, las de Yugoeslavia y en la de Checoeslovaquia de 1965-1968. El problema, a su juicio, consiste en determinar si se trata de dos clases diferentes o bien si son dos manifestaciones diversas del mismo tipo de poder, de modo paralelo a las observadas en las distintas fases del capitalismo (manufacturero, financiero, imperialista). Nota que mientras la burocracia se centra en el Partido y los niveles políticos del Estado y se mantiene en un dogmatismo doctrinal, la tecnocracia se desarrolla en las empresas menos interesadas por los a priori doctrinales y más preocupadas por las soluciones técnicas y progresivas. En los conflictos antes aludidos, esta última ha aparecido aliada al proletariado, pero ello puede ser debido simplemente a una posición táctica en el combate por la hegemonía.

Precisamente, hoy el aparato de dirección se transforma y se tecnocratiza. La tecnocracia, ayudada por las revoluciones técnicas, tiende a trasladarse al nivel del Estado con sus métodos de gestión extendidos desde la empresa.

No obstante, ambas capas sociales, burocracia y tecnocracia, están ligadas por una doble solidaridad:

— frente a la clase capitalista que se pretende eliminar,

— respecto del neoproletariado, al que se trata de dominar.

El tránsito o el mantenimiento de la propiedad de los medios de producción en manos del Estado es una exigencia común a ambas. No olvidemos que su dominación y posesión efectiva del aparato de dirección se apoya en su función. No olvidemos la observación de Djilas de que la clase dirigente, al poseer de facto todos los atributos de la propiedad, en ausencia de verdadero propietario jurídico, se convierte en el verdadero detentador del instrumento económico. Fenómeno, por lo demás, observado reiteradamente a través de la Historia, como especialmente ha sido subrayado por Beltrán de Jouvenel.

Ello lleva a la existencia de un «patronazgo» único y a la vigilancia multiforme y omnipresente de todos por todos. A todo proletario, por tanto, esta situación le coloca enfrente de un solo patrono, que le expide la carta de trabajo, el pasaporte interior, los certificados de empleo ... y, en caso de ser rechazado por él, le coloca en una situación de semi condena: con pérdida del derecho de inquilinato, por miserable que sea, del salario y de los servicios sociales, amenazado aun de sufrir persecución ...

No olvidemos, como destaca el propio Paillet, que el dominio por la función, «es una situación poco confortable, individual y globalmente»; «es menos cómoda, menos «natural», más fácilmente discutible que el dominio por la propiedad»: «produce por ello en los dirigentes reflejos de temor y, por consiguiente, de defensa aún más profundos, más organizados, más sistemáticos que en los anteriores dueños». Por ello la tecnoburocracia necesita dominar todo el aparato y cada una de sus ruedas; las organizaciones sindicales, la prensa, la cultura, la religión, el arte..., y eso hace que esa sociedad sea híper-represiva.

Ello tiende a dar lugar a que burocracia y tecnocracia se fusionen en una tecnoburocracia, única clase dominante, y tendente —como ya se observa en Rusia— a convertirse en hereditaria a través de la utilización de su enorme influencia, no contrapesada, para el nepotismo.

Según concluye Paillet, por todas las razones expuestas, debe reconocerse que «no se trata de un fenómeno de desviación burocrática provisional ni aun de larga duración, sino por el contrario del curso normal de la revolución tecnoburocrática», contra el capitalismo; y que, «en vano los gauchistes se esfuerzan en mostrar a esa burocracia en flagrante delito de traición», pues ésta «no traiciona sino el mito socialista, pero no a su destino, no al destino esencial y verdadero de la revolución que ha realizado». Decepcionante para muchos socialistas, pero real...


B) Socialismos yugoeslavo y de la primavera dé Praga.

Las mayores esperanzas, puestas aún por algunos, en que pueda llegarse a un socialismo con rostro humano se concretan prácticamente en los intentos yugoeslavo y, especialmente, en el checoeslovaco de la denominada primavera de Praga.

La base de esta revisión se halla en la crítica del sistema socialista revolucionario de la U. R. S. S. y de los países que han seguido su sistema.

La crítica del socialismo de la U. R. S. S., bajo el aspecto político social, fue efectuada por vez primera por un Jefe de Estado comunista en el discurso que el 26 de junio de 1950 pronunció Tito ante la Asamblea Nacional de la República Federal de Yugoeslavia, al formular su acusación contra la burocracia soviética, en estos términos:

«La Revolución de octubre permitió al Estado tomar entre sus manos todos los medios de producción, y estos medios se encuentran aún, al término de treinta y un años [hoy pasan ya de los cincuenta y dos], en manos del Estado. ¿Es ésta acaso una realización de la divisa «la fábrica para los obreros»? Es evidente que no. Los obreros no tienen en el momento actual ni la menor parte en la dirección de las empresas: ésta es ejercida por los directores nombrados por el Estado, que son funcionarios. Los obreros no tienen sino la posibilidad y el derecho a trabajar; y en esto no existe gran diferencia con el papel que tienen en los países capitalistas. La única diferencia para los obreros está en que en la Unión Soviética no hay paro, y es todo. Así los dirigentes soviéticos no han cumplido hasta ahora uno de los hechos más característicos de un socialismo, la transferencia de la gestión de las fábricas y demás empresas industriales de las manos del Estado a las de los obreros ...»

En la crítica, referida de modo especial al aspecto económico, vemos una notable coincidencia entre las formuladas por el tecnocrático Club Jean Moulin, a que antes hemos aludido, y las que Ota Sik, el teórico de «la primavera de Praga», ha expuesto en su libro La vérité sur l'économie tchécoeslovaque y explicado en las mesas redondas mantenidas en Madrid, que podemos hallar reseñadas en Actualidad Económica, núms. 653, 654 y 655 de 19 y 26 sept. y 3 oct. 1970. Cierto embrión de esa revisión fue observado en el discurso de Krucheff del 13 dé julio de 1964 ante el Soviet Supremo, en el que insinuó la conveniencia de introducir «ciertas formas de economía de mercado», transformando el espíritu primitivo del Gros plan y de reforzar la emulación socialista de los trabajadores interesándolos materialmente en los resultados obtenidos.

Veamos la crítica de Ota Sik, que se centra en:

a) La dirección de la economía totalmente centralizada que asegura, no puede corregirse con el intento puesto en práctica en la República Democrática Alemana y en Polonia, que trata de mejorar el viejo sistema centralista administrativo pero sin apartarse de la centralización. El órgano central, dice, no es capaz de tener en cuenta cómo van a evolucionar todas las empresas individuales y todas sus producciones para deducir la producción óptima. Es imposible que el órgano central compute los «miles» de factores de los que depende el beneficio, como son: la maquinaria utilizada, las innovaciones técnicas, los nuevos productos, el ahorro de material, la forma de utilizar y aprovechar el tiempo de trabajo, el régimen de seguridad social. Lo único posible de prever, más o menos a grandes rasgos, es la evolución macroeconómica. Incluso califica Sik de tontería el intento soviético de dirigirlo todo a base de un sistema de ordenadores electrónicos enormes, dado que no puede encomendarse a los ordenadores la enorme cantidad de factores en juego, especialmente por faltar la base de información, que no puede suministrárseles o que les llegará deformada.

«Resulta simplista imaginar —dice— en países de elevado nivel de desarrollo que la totalidad del desarrollo económico se pueda dirigir desde un centro.»

La dirección centralizada «decidía lo que había que hacer en las empresas, decretaba cuántas personas debían trabajar en la producción, qué cantidad de mercancías era preciso producir, qué ramas no hacía falta desarrollar. Así, los trabajadores que según la ley eran copropietarios de la propiedad socialista, no tenían un sola palabra que decir en todo esto». Así, el productor se desinteresó del mercado, y nadie se ocupó de las necesidades del consumidor. «Las empresas se transformaron, pues, en ruedas de esa inmensa máquina económica, carentes de poder de decisión y sin iniciativa».

Y, por otra parte, la coacción sobre el consumidor, que en los países occidentales ejercen oligopolios y monopolios que dirigen la producción con arreglo a sus intereses de productores, llega a su absoluta generalización con el capitalismo estatal soviético.

Por otra parte —reconoce Ota Sik— «en los mismos órganos del partido comunista, la mayoría de los representantes proceden de la extensa industria pesada y éstos imponen sus intereses en los plenos, y los representantes de la pequeña industria son minoría y no tienen fuerza frente a los representantes de la industria pesada». Así son los mismos quienes manejan «el aparato del partido, el aparato del Estado, los órganos que son controlados cada vez más».

b) La falta de mercado, indicador de las necesidades de los consumidores, función que el socialismo no puede sustituir en forma alguna, pues —dice— el mercado obliga a los hombres a que alcancen mayores beneficios a través de una actividad que sea útil a la sociedad.

c) La falta decisiva de incentivos materiales, no sólo entre las capas y niveles de ocupación sino también según el éxito de la empresa, sin que los incentivos morales basten, como pretende la «nueva izquierda» que, de acuerdo con el criterio teórico y romántico del Che Guevara, considera el incentivo material como algo absolutamente antisocial, criterio que Sik estima una desviación del marxismo.

Cree este profesor que el crecimiento intensivo es imposible con estos defectos del capitalismo soviético. «Mientras existan en un país suficientes fuerzas de mano de obra libres, el crecimiento extensivo puede ser de utilidad, pero cuando se agota la mano de obra (este fue muy pronto el caso de Checoeslovaquia) y prosigue el crecimiento extensivo, entonces sucede que la industria crece a expensas de todos los demás sectores. Se va sacando mano de obra de los servicios, de los transportes, de la agricultura, de la construcción, del comercio, o sea de todos los demás sectores para incorporarlos a la industria.»

Tal sistema, dice «no corresponde ni mucho menos, a las condiciones de los países industrialmente desarrollados»; en ellos «se convierte en un gran freno o en un gran obstáculo, tanto para el desarrollo económico como para el desarrollo cultural del país». «La Unión Soviética se ha estancado con este sistema, tras lograr una industrialización bastante rápida». Hoy el sistema, incluso en ella, «representa un obstáculo para el futuro desarrollo», siéndolo más para aquellos países, como Checoeslovaquia, que habían alcanzado un elevado nivel de desarrollo industrial. Sin una restauración de las relaciones comerciales «la economía oriental no podrá alcanzar el desarrollo de Occidente; por el contrario, el gapp, el abismo que separa a ambos se hará cada día mayor» ... «hemos visto aproximadamente desde los años cincuenta y siete y cincuenta y ocho que con el principio de este sistema comunista no hay futuro progresista para la nación y, voy más lejos, no sólo para el pueblo checoeslovaco, sino para ningún pueblo de los países comunistas de hoy».

Es de destacar, además, la dominación colonialista ejercida por Moscú, de los países europeos calificados de democracias populares, que, según indica Paillet, se manifiesta a través del Comecón:

El socialista francés Giles Martinet, en su reciente libro Les cinq communismes, al ocuparse del comunismo yugoeslavo, destaca también este «imperialismo socialista» ruso. En las empresas mixtas rusoyugoeslavas, los soviéticos pretendían contabilizar los campos petrolíferos yugoeslavos al precio ordinario de los terrenos agrícolas; la aportación yugoeslava a la sociedad aérea JUSTA fue evaluada al precio de 1938, mientras las rusas al de 1946-47; la superficie del aeropuerto de Belgrado fue estimada al precio de un terreno ordinario por el Director ruso ...

Los soviéticos actúan en esta materia, dice Martinet, «como si las relaciones económicas entre las naciones socialistas continuaran fundándose en los principios capitalistas del intercambio de bienes». ¿Por qué los soviéticos han tratado de explotar a las democracias populares? Según el mismo autor, no ha ocurrido sino que, de hecho, la U. R. S. S. «ha proyectado en sus relaciones con los demás países socialistas las mismas relaciones de explotación existentes en el interior de su propio sistema», que ya Tito, en su discurso antes citado de 1950, había denunciado.

Pero, veamos sucintamente cuáles han sido los intentos de rectificación yugoeslavo y checo.

a) La autogestión yugoeslava.

Las correcciones yugoeslavas al comunismo han producido evidentemente un alivio en la agricultura, el artesanado, la pequeña industria y el comercio al por menor (de los tenderos). Las fincas de menos de treinta hectáreas, las industrias de menos de diez obreros y las pequeñas tiendas fueron reintegradas al régimen de propiedad privada con un éxito productivo e indudable alivio para el consumidor.

Las demás empresas se rigen por un sistema de autogestión. Pertenecen al Estado, pero son entregadas a la colectividad de sus obreros como a unos «fiduciarios». Su .gestión se efectúa por un consejo obrero, que teóricamente detenta la autoridad suprema, el comité de gestión y el director, elegido generalmente por el órgano estatal, que a la vez es órgano del self governement de la fábrica y representante de la comunidad general, por lo que puede interponer su veto a las decisiones del consejo obrero y del comité obrero.

En una primera reforma, en la década de 1950 a 1960, las empresas dejaron de ser simples agencias estatales, pero la libertad de decisión de esas empresas autónomas quedaba sumamente condicionada por la completa reglamentación de los precios y por los impuestos que absorbían todos sus posibles excedentes y que servían para constituir los Fondos de Inversión públicos, de los que disponían los organismos político-administrativos que asumían todas las decisiones de inversión.

A fines de 1960 la economía yugoeslava conoció dificultades semejantes a las de los demás países del Este. Tito recurrió flexiblemente a las posibilidades ofrecidas por el mercado internacional. El sistema crediticio fue modificado, el de los precios readaptado, y se concedió a las empresas una parte importante de su producto neto. Con ellas Yugoeslavia obtuvo importantes préstamos del Fondo monetario Internacional, del Banco Mundial y de U. S. A. y de otros países occidentales.

Ello dio lugar a la deseada expansión, pero con extraordinario desorden. La administración continuaba absorbiendo todos los problemas de inversión y los consejos obreros sólo se preocupaban del aumento de los salarios, olvidándose algunas veces incluso de renovar los stoks. El resultado fue la inflación y el dinar tuvo que ser devaluado en 1965.

Esto originó que se discutiera si el remedio debía buscarse volviendo a la «planificación total» o bien acentuando aún más la reforma. La duda fue resuelta por Tito, según explica Martinet, por una cuestión de prestigio. El argumento ideológico: Yugoeslavia se juega su prestigio en la experiencia de la autogestión, su abandono sería una decepción, confesar un fracaso.

Así, en 1964 y 1965 se realizaron las nuevas reformas. Se liberó la empresa de gran parte de sus cargas fiscales, permitiéndoles así no sólo en cierta medida, autofinanciarse, sino incluso paticipar en la creación de bancos. También fue autorizada la formación de empresas mixtas en las que pueden participar empresas capitalistas extranjeras con empresas yugoeslavas. Sarda Dexeus, en los Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de 1968, núm. 44, definió la nueva economía yugoeslava como «una economía de mercado, aunque no una economía de libre competencia», que «se acerca más a un sistema de oligopolístico», y, en algunos aspectos, «no es más que una concurrencia de monopolios», como ocurre —dice— en las economías capitalistas más desarrolladas.

Sin embargo, las limitaciones impuestas por el Estado son aún exorbitantes. Lo cual, como ha destacado Sturmthal, es perfectamente explicable; porque «la autogestión es incompatible con un régimen totalitario», pues si los obreros llegaron a regir libremente la empresa, tendrían que acabar por afirmar su derecho a determinar la política económica y financiera del gobierno que tenga una influencia vital en la marcha de cada empresa.

¿Cuál ha sido, en la práctica, el resultado de este ensayo? Un fino observador como el periodista José Pla (Destino 1720 de 19 sept. 1970), relató, en una de sus crónicas desde Belgrado: «todas mis preguntas encaminadas a saber si en términos generales este sistema produce los resultados que esperaron los que lo implantaron han dado como resultado la natural ambigüedad, porque algunas empresas de la cogestión andan bien, otras regular, y otras mal» ... «cosa que en el sistema liberal del capitalismo es igual, aunque en este sistema el quebranto sea de los directamente interesados y en el de aquí el quebranto sea del Estado. A mí me parece que este régimen es de transición, que durará lo que durará y que si dependiera más del Estado que de la situación general, aun tratándose de lo difícil que es hacer profecías en este aspecto, su duración sería escasa. Se trata de un régimen comunista arrendado o alquilado —el hecho me parece cada vez más claro— para asegurar en lo posible su rentabilidad.»

Adolf Sturmthal, en La participation ouvrière a l'Est et à l´Ouest (París, 1967), ha considerado negativa la experiencia yugoeslava y Ota Sik, ha expresado su creencia de que en Yugoeslavia predominan todavía los resultados negativos y las dificultades de orden práctico. Expuso que se debía diferenciar este país, poco desarrollado, de un país altamente industrializado como Checoeslovaquia. Narró que en Yugoeslavia surgió una evolución del mercado que más bien recordaba los comienzos del capitalismo, con sus enormes dificultades; se produjo una enorme inflación, generó paro, etc., que la poca experiencia de los obreros hizo que sus intereses inmediatos se admitieran desordenadamente a costa de la evolución, y significaron una barrera ante la necesaria integración. Sin embargo, se le hizo notar que en las regiones autónomas, concretamente en la de Vojvodina, en el Navi Sad, se elevaron los niveles de vida con relación a los del país; que hizo surgir una nueva clase: los tecnócratas, lo que ha dado lugar a una crisis política aún sin resolver.

Es en especial interesante el informe que emite Giles Martinet en su citado y recientísimo libro. No se ha detenido la inflación. Todo el país vive «por encima de sus medios». Progresa el sector privado; no sólo ya en la agricultura y el artesanado, sino también en el turismo, la hostelería, los transportes, equipo y reparación de automóviles, gestión de parques de aparcamientos. Se inicia cierto comercio particular y, en algunas regiones, el ejercicio privado de la medicina. Incluso se ha intentado desarrollar empresas industriales privadas, las G. G. P., a las cuales, sin embargo, se les exige la autogestión y una expresa autorización para constituirlas. Pero, sobre todo, el incremento de las inversiones extranjeras que ha llevado hasta crear en 1969 una sociedad internacional de inversiones extranjeras, participando el Banco Mundial, 15 bancos yugoeslavos y 40 bancos occidentales, y protegida por el secreto bancario.

Según algunos comentaristas, Yugoeslavia está efectuando momentáneas concesiones al capitalismo para asegurar más efectivamente la transición del «socialismo de Estado» al «socialismo de autogestión». Pero veamos de qué modo juzga Giles Martinet la realidad de la autogestión yugoeslava.

La autogestión no ha suprimido el salariado. Salvo el caso de las pequeñas unidades, en el cual un pequeño grupo de trabajadores recibe sensiblemente la misma remuneración y se reparten con igualdad la parte de los beneficios correspondientes; en las demás, las relaciones societarias son salariales. «El «socialismo de mercado» ha segregado un mercado «socialista» de trabajo.» Se reclutan obreros especializados que son disputados para las empresas. Ello ha dado lugar a luchas entre distintos niveles salariales y ha favorecido la reaparición de los «paros» de trabajo como protesta, pese a no ser legal la huelga en Yugoeslavia.

Interrogado por Jean Dru, había manifestado en 1969 Kardelj que la «intelligentzia técnica» se habría declarado siempre en favor de la autogestión, pero que si se le permitiera gobernarla según su criterio la liquidaría rápidamente. El dilema, a su juicio, es este: «O bien el obrero "controlará" la tecnocracia y entonces las vías de la libertad y de la democracia estarán abiertas, o bien el tecnócrata será "controlado" y dirigido desde lo alto, y en ese supuesto, nos hallaremos en la situación inversa de la dominación y el absolutismo tecnocrático».

Sarda Dexeus ya había observado que «el sistema gerencia! Yugoeslavo tiende claramente a evolucionar hacia una gerencia efectiva de los cuadros técnicos, únicos capaces de llevar adelante la empresa», y que ésta resulta más fácil de dominar por los técnicos cuando el poder reside en una asamblea de obreros que cuando lo detenta un accionariado capitalista y consejos de administración apoyados en el poder financiero.

Tratándose de los intereses inmediatos de los asalariados de una empresa determinada, la experiencia yugoeslava muestra: 1, que los intereses pueden ser contradictorios (como las huelgas han puesto de manifiesto); 2, que pueden ser contrarios al interés de la empresa, reduciéndose con el aumento de salarios las posibilidades de autofinanciación; y 3, que pueden afectar a los intereses de los trabajadores de otras empresas y ramos. De tratarse de los intereses superiores de la clase obrera, éstos no pueden ser determinados en el ámbito de una empresa particular. Lo que muestra cuál es la «mayor contradicción del sistema», a juicio de Martinet, pues «es absurdo separar la autogestión obrera de la planificación democrática. ¿Cómo es posible imaginar que los trabajadores puedan superar el estadio de las reivindicaciones corporativas o el del egoísmo de empresa, si carecen de los medios para pesar en las grandes decisiones nacionales?». Así, «la autogestión resulta incompatible con el mantenimiento del partido único» y, especialmente, con «la ausencia de organizaciones obreras no enfeudadas en el Estado, es decir, de organizaciones independientes de la dominación del estamento social que se identifica con el Estado».

A falta de «una intervención política», que exigiría sindicatos autónomos, «la experiencia de la autogestión no pasa de ser, en lo esencial, una tentativa de liberalización emprendida bajo la égida de la nueva clase».

«Las realizaciones sociales —continúa escribiendo Martinet— se imponen siempre por encima de las estructuras (y ficciones) jurídicas.» Estas realidades son, a su juicio:

— la separación entre «propiedad» y «posesión» de las unidades de producción;

— la persistencia del salariado y de la distinción entre las tareas de dirección y ejecución;

— el nacimiento de una capa tecnocrática al lado de la capa burocrática;

— la oposición entre el plan y el mercado, y

— la lucha por el reparto de la plus valía social, que da lugar a fenómenos mutuos de explotación.

Y de ahí nace una «nueva lucha de clases». «¿Qué pasaría si el partido perdiese el poder?» Hoy el aparato central del partido asegura el frágil equilibrio entre las distintas repúblicas de la federación yugoeslava, frena la expansión tecnocrática y de la pequeña empresa y contiene el movimiento estudiantil, gracias a que ocupa los puestos de gobierno y detenta poderosos medios de coerción.

Se señala que a la muerte de Tito podría «ponerse en cuestión el mismo sistema». Los detractores de la experiencia dicen que ésta, «preconizando el socialismo de mercado, se ha alejado de los grandes objetivos del comunismo. Se ha aproximado a los del capitalismo y de las concepciones burguesas. Como Rusia ha traicionado —dicen— la causa de la revolución proletaria».


b) La primavera de Praga.

El intento checoeslovaco, sólo en parte ensayado y frustrado antes de su total realización por los tanques de las fuerzas del Pacto de Varsovia, nos ha sido explicado por Ota Sik en su planteamiento general.

«Nosotros no pretendemos separarnos del desarrollo socialista» —dice—; no renunciamos «a los principios fundamentales del socialismo», ni «a la propiedad socialista», ni «a la planificación de la economía nacional».

De lo que trataban era:

1º. De una modificación básica del carácter de la planificación de la economía nacional, restaurando, en ella, la función, orientadora y estimulante, del mercado reglamentado.

2º. De asegurar una participación proporcional de toda la población trabajadora en la renta producida, regulándose tres formas fundamentales de propiedad:

— propiedad estatal en aquellos campos en los que una dirección central tenga realmente un sentido racional y económico, v. gr., energía eléctrica y nuclear, metalurgia pesada, algunos sectores de la minería, etc., lo que debería investigarse concretamente;

— propiedad privada en los sectores en que se conserva la pequeña producción, la del artesano, pequeños comercios basados en la actividad familiar, pequeños servicios; en síntesis, «donde se trate, más o menos, de una empresa familiar».

— propiedad colectiva, en la industria normal y en los grandes almacenes, con distribución del capital entre todos aquellos que trabajan en estos sectores y empresas.

3º. De que la distribución de las rentas fuera desigual entre las distintas capas o niveles de explotación. Lo cual, para él, no está contrapuesto al marxismo, pues, a su juicio, la diferencia de clases no radica en la diferencia de ingresos sino en su diversa procedencia del capital o del trabajo.

4º. De instaurar una verdadera democracia económica en la empresa.

Ahora bien: «La decisión tiene que permanecer en manos de personas altamente cualificadas (así, pues, subrayo la necesidad de unas direcciones altamente cualificadas)». Si los trabajadores «ya están adiestrados en las cuestiones del desarrollo económico», pueden participar, a través de representantes de sus intereses en el Consejo de Administración, en las empresas en las que están interesados en la propiedad de las acciones y en sus beneficios (no en otro caso, pues su interés de obtener para sí una elevación de salarios, pugnaría con el interés de la empresa)». Así, en forma concreta, proponía tres instituciones con sus respectivos cometidos:

— el gerente, para forzar la producción al logro del mayor resultado económico posible, como en Occidente,

— unos sindicatos, que representen los intereses inmediatos de los trabajadores, es decir, los relativos a la mejora de las condiciones de trabajo, seguridad en el trabajo, etc.,

— el Consejo de empresa, representante de los intereses a largo plazo de los trabajadores, en las futuras inversiones, en el desarrollo del capital; con facultades de «control» de la gerencia e incluso de destituir al gerente si rige mal la empresa,

5º. De extender a nivel de la economía nacional la democracia económica, mediante la democratización de la planificación, y asegurar que en las planificaciones macroeconómicas no se realicen sólo los exclusivos intereses de los productores, mediante la institucionalización de dos Cámaras en el parlamento:

— la cámara de productores, en la que estarían representados los sectores de la industria;

— la cámara de consumidores, en la que se integrarían «científicos, escritores, médicos, representantes de las organizaciones de consumo e incluso, personas sin intereses particulares de producción no representando sino «intereses generales humanos», para asegurar «el desarrollo cultural y humano».

6º. De una democratización política, con un sistema pluralista, y no único, de partidos, en el que, «dentro de cierto campo político» se puedan expresar opiniones e intereses diversos. Se hubiese rectificado así la afirmación de Marx, que califica de errónea y de simplismo peligroso, según la cual: «Sólo allí donde existen diferencias de clase tienen que existir diversos partidos, y allí donde desaparecen las diferencias de clase sólo existe un interés único para todos los trabajadores, y por ello sólo se precisa también un partido».

Un interés único de toda la población: «es una abstracción» ...«No es verdad que el partido único busque la generalización de los intereses de los trabajadores, sino que en este partido único (...) sólo se realizan los intereses del grupo dirigente, de la pandilla que manda. Estos intereses son los que deciden y no los de la gente trabajadora».

¿Qué hubiese ocurrido de no haber sido barrida por la fuerza la primavera de Praga?

Caben varias hipótesis, que pueden sintetizarse en las tres siguientes:

Primera: La «primavera de Praga», de haber progresado, hubiese concluido por regresar el sistema de la propiedad privada, pues la democratización del régimen habría conducido a ello. Dijo Ota Sik que «tal posibilidad, como demócrata, no puedo negarla en el plano teórico», si bien aseguró que no creía en ella, como socialista convencido de su compatibilidad con la democracia. Sin embargo, no parece que el Kremlin pensara como él, y así lo ha demostrado siempre, y no únicamente en ese caso concreto, sino al mantener un rígido totalitarismo no sólo en lo económico y lo político sino incluso en lo cultural y en el arte. Los otros países en los que el socialismo marxista se ha afianzado, han mostrado, como, p. e., patentemente Cuba, un endurecimiento creciente en aras del logro y mantenimiento de este objetivo, que confirma la opinión de que sólo así puede lograrse, precisamente por ser contrario al orden natural de las cosas (Cfr. en VERBO 97-98 en el ap. III de las Ilustraciones con recortes de periódicos). A esta misma ruta podría haber llegado también conforme la ley histórica, expresada por Beltrán de Jouvenel. de que una vez el poder del Estado ha destruido todos los núcleos de poder sociales, tiende a desprender de su seno nuevos poderes que detentan sus funcionarios quienes de la descomposición de aquél extraen innumerables feudalidades.

Segunda: de haber triunfado los tecnócratas que la propugnaron y de haber alcanzado éstos los puestos rectores de la economía nacional, hubiesen recaído en el totalitarismo, aunque fuera con procedimientos menos brutales pero sí más sutiles, por la misma lógica institucional y por la fuerza de los hechos necesarios para la consecución de sus objetivos, si bien dando preeminencia sobre la burocracia clásica a los tecnócratas, dentro de la sociedad dominada por la tecnoburocracia, conforme al pronóstico que, como hemos visto, ha emitido Paillet.

Esta parece ser también la opinión de Martinet, que después de señalar que la llamada «primavera de Praga» fue fruto de una triple alianza entre la tecnocracia, la «intelligentzia» y la clase obrera, subraya que la tecnocracia checoeslovaca no era favorable a la institución de los consejos de empresa, pero que se vio constreñida a aceptarlos para obtener la colaboración de los obreros en la lucha contra la burocracia del partido.

Tercera: Sin la intervención militar, que la frustró, hubiese podido consolidarse un socialismo democrático o humano; que es la hipótesis a la que se agarra ansiosamente, acariciándola mentalmente, el progresismo católico.

La formulación de esta última posibilidad, nos invita a hacer algunas observaciones al sistema expuesto por Ota Sik.

Una, al sistema en sí mismo, en el punto fundamental de la exclusión de la propiedad privada de los medios de producción más allá del ámbito estrictamente familiar. ¿No significa ésta una especie de maltusianismo de las iniciativas y energías creadoras de las que individualmente se hallan dotados algunos hombres? ¿No equivale a una mutilación de las posibilidades de expansión de las empresas familiares en torno a las cuales se coloca un anillo de hierro que no pueden trasponer sin convertirse en colectivas? ¿No es tanto como privar a la sociedad de uno de los estímulos más eficaces para su progreso y reducir el ámbito de las iniciativas en forma perjudicial no sólo para el desarrollo económico, sino incluso el de todas las facultades que la libre iniciativa estimula?

Otras van referidas a su dinámica, a su futura evolución institucional. Notemos, de una parte, que el mismo Ota Sik, afirma «la necesidad de unas decisiones altamente cualificadas» en las empresas, en las cuales los obreros sólo pueden participar si «ya están adiestrados en las cuestiones del desarrollo económico». De otra, que las posibilidades de una empresa, en un régimen socialista aun siendo éste del tipo propugnado, vienen limitadas por la planificación de materias primas, créditos, precios, incentivos y detracciones, que de hecho sólo una tecnoburocracia puede establecer. Y no olvidemos, en fin, que el pluralismo político propugnado se circunscribía, según el mismo profesor dice, «dentro de cierto campo político». En estos términos, pluralismo político, cámaras económicas y participación en la gestión, es muy difícil que escapasen al «control» de la tecnoburocracia cuando ésta tuviese todos los resortes en su mano. Por esto nos parece que el pronóstico más verosímil es el emitido de modo general por Marc Paillet con relación a los países del otro lado del telón de acero, respecto de los cuales nos muestra lo fácil que resulta hoy a la burocracia dominante dirigir todos los hilos de las elecciones y manipular los parlamentos.


C) Socialismo de los partidos socialistas clásicos de los países occidentales.

Varios factores de la experiencia socialista han dado lugar a un revisionismo muy pronunciado en los socialismos de los países occidentales. En especial, según ha notado Hayeck: 1º. la evidente menor productividad en un orden socialista que en el régimen de libre empresa; 2º. la implantación de un orden jerárquico arbitrario y más infranqueable de un escalón a otro; y 3º. la comprobación de que el socialismo, en lugar de la mayor libertad prometida, origina un nuevo despotismo.

a) Por una parte, el socialismo distributista tradicional fracasó ya, como bajo el citado pseudónimo de Claude Brouclain, reconoce el Club Jean Moulin en «Le socialiste et l'Europe» (cfr. en los citados números VERBO, que publican los trabajos de Le Penquer y Penfentenyo, también un resumen de ese reconocimiento).

El aumento de los salarios resulta inútil desde el momento en que los obreros, en lugar de hallarse frente a pequeños empresarios sometidos al rigor de la concurrencia, se enfrentan a sectores industriales lo suficientemente fuertes y organizados para repercutir en los precios el aumento de costes que aquella subida signifique. De ese modo los asalariados pierden como consumidores lo que ganan como productores. La espiral inflacionista desarrolla sus efectos.

Los precios sociales, con tasa inferior al coste de producción, dan lugar a la carestía del bien o servicios tasados, con lo que se frena el desarrollo económico y se llega a resultados antieconómicos.

La nacionalización de estas producciones o servicios lleva, de una parte, a disolver el sentido cívico y de la responsabilidad, a pedirlo todo al Estado sin ofrecerle nada, y, de otra, a que cuesten aún más caros al país que los paga con los impuestos.

b) De otra, la moderna tendencia socialista occidental de los socialdemócratas, sigue Claude Brouclain, ha tratado de poner en marcha la actividad económica en especial mediante las nacionalizaciones, un complejo sistema de intervenciones y el plan.

La creación de un vasto sector público en la economía ha sido considerado como condición indispensable para poner en manos del Estado las palancas de mando de la economía. Pero, «la experiencia nos muestra que en muchos sectores el Estado apenas manda en lo que posee», y, «para poder asentar la situación de sus empresas públicas, ha debido concederles confortables márgenes de beneficio, tras los cuales se acogen igualmente las compañías privadas extranjeras». Por otra parte «los intereses de los asalariados empleados en las empresas monopolistas se hallan siempre al lado del monopolio», lo cual en nombre de socialismo, contrapone «el interés particular de ciertas categorías de asalariados al interés general de los consumidores». Así, las intervenciones del Estado, conducen a que «omnipresente y distendido deje escapar de su seno mil feudalidades que le quitan la sustancia».

Y el plan, impuesto como obligatorio al conjunto de factores económicos, no puede superar la dificultad de qué «una organización centralizada de la economía es un obstáculo al desarrollo de las sociedades avanzadas, que precisamente constituye el objetivo primordial del plan».

Pero, sobre todo, estas medidas conducen necesariamente a incrementar el poder de coacción que el Estado detenta posibilitando una mayor opresión.

No es de extrañar que de los partidos socialistas con solera en los países occidentales, haya escrito Galbraith que el socialismo al haber abandonado la lucha por la propiedad pública ha llegado «a significar meramente el gobierno por socialistas que han aprendido que el socialismo, tal como se entendía antiguamente, es irrealizable».

Ni hay por que asombrarse de que Ota Sik declare que los movimientos socialistas occidentales sólo constituyen metas abstractas y proclamas hacia el socialismo; que, en la práctica, han llevado cierta política social a favor de los trabajadores bajo las condiciones del sistema, capitalista, pero en ninguna parte, hasta la fecha, se ha establecido por su acción un verdadero sistema socialista en que el capitalismo haya sido vencido.

Salleron en Itinéraires 143, de mayo de 1970 (cfr. extractos suyos en VERBO 87-88, págs. 784 y sigs.) recordaba que en Bad-Godesberg en 1959, el partido social demócrata alemán, declaró que «la propiedad privada de los medios de producción merece protección y estímulo, en la medida en que no entorpezca la instauración de un orden social equitativo». Lo cual resulta vago en su formulación y ha sido ambiguo en los hechos, como observa el mismo Salleron: «Ya que los socialistas se hallan en el poder en Alemania, y Alemania es considerada como el país más capitalista de Europa. Los socialistas están en el poder en Suecia y Suecia es un país en el cual los medios de producción son propiedad privada en un noventa y cinco por ciento, lo cual tal vez sea el record del mundo. Los socialistas están en el poder en Gran Bretaña y Gran Bretaña continúa siendo, después de los Estados Unidos, el país capitalista por excelencia».

Al reseñar la conferencia de los partidos socialistas celebrada la primavera pasada en Helsinki, comentó YA, bajo el título «El socialismo ante el muro» (cfr. su extracto en VERBO 97-98), que el socialismo, como el capitalismo, parece haber llegado a su etapa final:

«... los partidos socialistas, únicos que han estado presentes en Helsinski, constituyen hoy, al menos en Europa, unos equipos de profesionales tecnificados de la política, más que unos movimientos reivindicadores. Desde que el socialismo de cátedra entró a formar parte de los gobiernos —tras la primera gran guerra— asimilando a su estilo a los viejos líderes sindicales, difícilmente se puede decir que entre los llamados partidos socialistas «a la europea» y los sindicatos obreros haya una simbiosis y menos una subordinación. Todo lo más puede haber una armonía sobreentendida» ... que se orienta y muestra en las urnas.

Pero, frente al socialismo de cátedra, aparece:

— un socialismo de los medios de comunicación de masa, idealista y utópico, que ha penetrado profundamente en grandes sectores clericales y estudiantiles,

— un rebrote de nihilismo anarcoide, que se mostró en el «mayo rojo» en Francia y es exhibido en las «huelgas salvajes» del Reino Unido, Francia, Italia y otros países;

— la rebeldía de los «líderes de fábrica» o elementos de «base» que se imponen a la superestructura o cumbre jerárquica de líderes sindicales, que se observa en huelgas de empresas nacionalizadas, como la Renault francesa (en la cual los obreros declararon que no les interesaban las acciones, «porque son un ahorro que nos impone la empresa», sino que querían aumento de sus salarios), los ferrocarriles británicos y de Estados Unidos, en las minas y otras empresas chilenas (en las que los obreros se oponían a su nacionalización).

En definitiva, el revisionismo socialista se orienta a medidas fiscales, a la llamada igualdad de oportunidades en materia educativa (que habría de llevarnos: de una parte, a una sociedad de fracasados y resentidos dirigidos por la minoría triunfadora, en la cual como en la educación de la U. R. S. S. se intercalarían masivamente los hijos de los líderes políticos y de la alta tecnoburocracia; y, de otra, a una masificación cultural que degradaría el verdadero saber o, posiblemente, al lavado de cerebro de la revolución cultural) y a una planificación calificada de indicativa, pero no menos imperativa por las presiones económicas que la rodean. Es decir, como la tecnoestructura capitalista, este socialismo deriva hacía la tecnocracia.


D) El socialismo sueco.

La idea base del socialismo sueco ha consistido en actuar no sobre la producción sino sobre el consumo, tratando de conseguir que éste se realice con la máxima igualdad posible, mediante medidas fiscales que doten al Estado de medios para financiar el consumo a través de circuitos de distribución colectivos y, en lo posible, gratuitas.

Así resultan aseguradas por la colectividad las necesidades de enseñanza, obras educativas (inclusive colonias de vacaciones), los deportes, las diversiones y esparcimientos (casas de cultura, radio, televisión, etc.), la seguridad social, etc.

Como ha observado Saint Chamas (op. cit., VERBO 94), Suecia, por medio de una presión fiscal que permite la colectivización de todo lo que concierne a la formación, a la cultura y a la protección del hombre, ha realizado este proyecto socialista, economizando así las cargas y los albures de una nacionalización de los bienes de producción. La propiedad de éstos sigue siendo privada, pero «la colectividad toma a su cargo las personas, progresivamente despojadas de su personalidad, de su iniciativa, de lo esencial, de lo que hace libres a los hombres».

En VERBO 97-98 podemos ver algunas ilustraciones acerca del socialismo sueco. Suecia —el país menos socialista del mundo, en cuanto a los medios de producción, pero que socializa la renta nacional por el impuesto directo— ha tenido unos años de éxito económico, favorecido por circunstancias excepcionales —aparte de la guerra principalmente—pero se le presenta un porvenir inquietante. El profesor Jean Parent, Decano de la Facultad de Derecho y Ciencias económicas de Clermont Ferrand, en su reciente libro El modelo sueco, señala que las reformas de los socialdemócratas suecos hasta ahora sólo han atacado los bastiones exteriores de la libre empresa, respetando la ciudadela, es decir, el derecho de las empresas de tomar decisiones por sí mismas; pero que hoy el gobierno sueco se halla en la encrucijada entre no poder seguir el camino del crecimiento del nivel de vida y hacia la mayor igualdad, o invadir aquella ciudadela con el riesgo de que al hacerlo queden frenadas la producción y el consumo. Recordemos con Salleron que si el socialismo sueco ha funcionado hasta ahora bien, ha sido más por lo que tiene de capitalismo que por lo que tiene de socialismo, e incluso gracias a que el fraude fiscal ha ido permitiendo corregir los efectos de esta presión. Hoy, tanto desde Analyse et Previsión (S.E. D. E. I. S.) como en L'Hummanité se hace notar que en Suecia se observa:

— Una emigración de élites, que tratan de buscar fortuna en el extranjero. Parent dice que «eminentes personalidades llamadas a percibir salarios altos y a ocupar cargos de responsabilidad», prefieren hacerlo en los Estados Unidos, donde la presión fiscal es dos veces menor.

— Grandes dificultades en las pequeñas empresas, mientras el gran capital sigue concentrándose. Muestra también Parent que el capitalismo privado está más concentrado que en otras partes y domina absolutamente en la esfera de producción.

— La creación de más puestos de trabajo fuera de Suecia que en Suecia, hasta el punto que su producción textil se halla en vías de transferencia hacia Finlandia, Portugal, Yugoeslavia, facilitada porque los beneficios de los grandes grupos capitalistas suecos se realizan principalmente en el extranjero; y éstos ya amenazan con su emigración. Así se ha deteriorado la balanza de pagos, y la hemorragia de divisas ha sido muy importante en 1969 y 1970, según explica Parent.

— El incremento del fraude fiscal pese a las medidas cada día más draconianas que se adoptan. La proximidad al techo de los impuestos directos lleva a que se eleven los impuestos indirectos.

— Pero, sobre todo, una gran falta de estímulo a la iniciativa, que decae cada vez más. Dice Parent que «el peso de la imposición es cada vez más insoportable y destruye poco a poco los incentivos al crecimiento», mientras «la evolución espontánea vuelve a crear desigualdades».

Lo más grave, como dice Saint Chamas, es que el gusto de la iniciativa y de la libertad se pierden en el régimen de la facilidad; como ya había profetizado Tocqueville, «los hombres toman gusto a su estado de dependencia: pueblo de menores de edad eternos, bajo la providencia de una colectividad cada vez más atenta a eliminar los «fallos» del sistema».

Parent termina su libro recordando que, a veces, «creyendo liberarse y marchar hacia la libertad, lo que se encuentra al final del camino es la tiranía».

La encrucijada sueca se halla entre: ir cayendo en un verdadero socialismo, con sus consiguientes nacionalizaciones, por la vía que conduce desde el Impuesto-Providencia al Estado-Moloch; o bien hacer marcha atrás por el camino de la responsabilidad e iniciativa privadas.


III. TECNOCRACIA

Hemos visto que tanto la moderna tecnoestructura del gran capitalismo y, especialmente, el capitalismo dirigido por el Estado de los países occidentales, como el neosocialismo occidental y las nuevas tendencias socialistas que desde la base se manifiestan en los países del otro lado de telón de acero, conducen a la tecnocracia. Esta es la conclusión determinista del citado libro de Marc Paillet, como lo es —sin tal determinismo pero con lógica consecuente a las actuales causas que llevan a ella, en tanto no se rectifiquen de raíz— la de Marcel de Corte en La economía al revés. Una máquina complicada, que funciona en contra de la naturaleza, necesita ser artificialmente manipulada e impulsada por técnicos especializados en ello. Estos hombres constituyen la tecnocracia, que, al decir de Billy, «dota de eficacia en su acción (al poder político) al poner a su servicio las técnicas modernas de dirección de la economía y de la sociedad: planificación, presión fiscal, acción psicológica, etc., y de los medios para la realización de los programas: crédito, grandes trabajos, construcción, etc.»

Meynaud, señala que así se forma la ideología tecnocrática, que se centra en el hecho de reservar el lugar central a los fenómenos económicos de modo tal que: su construcción y articulación se realiza en función de la vida económica; se autojustifica en términos de eficacia económica, para descubrir las soluciones óptimas en el terreno del bienestar social.

En un estudio reciente hemos señalado como características suyas:

1º. La primacía que otorga al desarrollo económico, al incremento de la productividad y la elevación del nivel de vida.

2º. La praxis «neo-ortodoxa» u «ortopraxis», como la denomina Julio Garrido, con sus nuevos dogmas: el relativismo, que confiere al tecnócrata mayor libertad de movimientos al excluir la existencia de principios generales universales; el evolucionismo, que dota a aquél de un aliento pseudo espiritual, y el naturalismo, que evita a los dos anteriores el riesgo de hallar contradicciones en principios trascendentes.

3º. EI empleo de los métodos de las ciencias físicas y la técnica de la planificación para lograr una racionalización que se apoya en una prefiguración mental elaborada en lo alto, que hay que aplicar mecánicamente a personas y cosas.

4º. Procurar la concentración industrial y la homogeneización del género de vida, favoreciendo las aglomeraciones urbanas, la organización científica de los mercados, la automatización.

5º. Optar para conseguir esos logros por un poder ejecutivo fuerte y una organización burocrática que lleve la iniciativa y domine todos los proyectos de legislación y de planificación, con el empleo de los medios y técnicas de propaganda precisos para conducir una sociedad masificada por la dirección prevista.

6º. Tener como motor una mística del progreso, declarado ineluctable, y en cuya línea evolutiva sitúa su propia acción, de modo tal que «cambio» y «progreso» van íntimamente unidos.

7º. La adaptación de esa marcha a una evolución que escapa al proyecto, y para no rezagarse de ella: «razonar los hechos —como dice Bloch Lainé—, registrarlos y, de ahí ordenar los acontecimientos», aunque se llegue a un término muy diferente del previsto, pues, según este tecnócráta, «lo desconocido de toda reforma» es «preferible» al «inmovilismo».

Como el socialismo, la tecnocracia supone una concepción ideológica del mundo que admite su mecanización dirigida centralmente por unos cerebros capaces de ordenarla e impulsarla del modo más perfecto. La diferencia entre ambas se halla:

— en el fin preponderante, que en el socialismo es la utópica sociedad sin clases, regida por una igualdad adecuada según las diversas necesidades; y que en la tecnocracia es el incremento de la producción y del nivel de vida.

— y en los medios predeterminantes, que en el socialismo se centran en la estatificación de los medios de producción, y en la tecnocracia en la planificación central de la economía y la redistribución de las rentas por el impuesto, para que así aumente el nivel
de consumo.

El análisis de la tecnocracia lleva a la siguientes conclusiones:

1º. La tecnocracia es una ideología, que contempla como un objeto-deseo, y no como un puro objeto, su concepción de la racionalización de la sociedad.

2.º. A fin de realizar dicho objeto-deseo, desarrolla una praxis mediante técnicas de manipulación de personas y cosas para articularlas mecánicamente al plan trazado.

3º. Esta acción conduce necesariamente a un totalitarismo estatal, en el sentido de que éste —con sus órganos centralizados o distribuidos periféricamente— necesita dominar todos los resortes de la cultura, la economía y la política para poder imponer y realizar los planes de un modo eficaz, bajo la dirección de tecnócratas especialistas, unos, en la manipulación de la opinión, y otros, en la de las cosas y los hechos.

4º. Desde la más actual perspectiva científica la estructuración tecnocràtica se halla en plena contradicción con los criterios sociales que pueden deducirse de la visión cuántica del universo, conforme a los últimos hallazgos de la física moderna.

5º. La eficacia tecnocrática es desbordada por sus resultados que escapan al proyecto, en forma tal que éstos imponen la conducta de quienes provocaron su producción. El autor queda condicionado por su obra. Así se produce el efecto que se llama aceleración de la historia, que no permite detener la carrera a quienes creen cabalgar en la máquina y realmente son arrastrados por ella en aquella dirección por la cual aún pueden esquivar o diferir, al menos, una caída definitiva.

6º. Conocida la realidad de este hecho, se trata de compensarlo con una fe en el mito del progreso indefinido, que cree en la próxima formación de unas masas con reflexión, en una especie de noosfera que esperan conduzca a algo así como un punto omega, que no pasa de ser un ectoplasma emitido con una mezcla de teología-ficción y de ciencia-ficción.



CONSIDERACIONES FINALES: ¿EXISTE ALGUNA OTRA VIA?

Recordemos que Chesterton, en Lo que está mal en el mundo, escribió que «este mal consiste en que vamos adelante porque no nos animamos a ir atrás. De este modo el socialista dice que la propiedad ya está concentrada en trusts y en monopolios: la única esperanza, es concentrarla más en el Estado. Yo digo que la única esperanza es desconcentrarla: es decir, arrepentirse y regresar; el único paso hacia adelante es el paso hacia atrás».

Se nos dirá que esto es imposible, que la evolución a que asistimos es irreversible. Marcel de Corte lo niega: «No hay ninguna necesidad implacable en el orden humano, salvo la muerte. Ciertamente se producen las consecuencias, pero siempre en la medida que hayamos introducido las causas. Una economía tan llena de artificios como la nuestra no tiene, por otra parte, nada de irreversible. Al contrario, girando al revés de los mandatos de la naturaleza a fuerza de procedimientos ficticios, no tiene otros resortes que la coacción bajo todas sus formas, colectivas e individuales. A la naturaleza, principio del movimiento, le repugna, en sí, el movimiento inverso que
se le quiere imponer».

¿Cuáles son, pues, las rectificaciones precisas en las causas para evitar sus efectos perniciosos? El mismo Profesor de Lieja traza un esbozo en el que en síntesis indica:

En lo social hay que rehacer la sociedad, reconstruyendo desde la familia y el municipio, su tejido natural, roto por la disociedad creada por el principio democrático de considerar el Estado formado por una suma de individuos libres de todo vínculo social. Sólo así puede equilibrarse la «sociedad» industrial, que según de Corte proviene «históricamente de hibridación insólita de la «antisociedad» democrática de elementos iguales y de comunidades organizadas en vista a la producción, cuya armadura técnica está irreductiblemente jerarquizada». La empresa como único elemento natural de ésta, puede ser la base de la vuelta a la realidad económico social; formando cuerpo en ella los jefes y colaboradores, sabiendo que su finalidad es servir al consumidor en lo que su interés coincide con su deber manteniendo la necesidad de su organización jerárquica y huyendo de convertir las empresas en máquinas, ruedas y correas de transmisión de la inmensa máquina estatal.

En lo económico debe ser orientada la economía hacía el consumidor, a la vez que deshaciendo esa economía de producción que h aprovocado la constitución de la llamada «sociedad de consumo», como un receptáculo inmenso destinado a consumir los excedentes de aquélla. Con lo cual, poniendo las cosas en su sitio y el movimiento en su orden, no será precisa la complicada organización desde arriba necesaria hoy para que la economía pueda marchar al revés y contra pendiente.

En lo económico-político, el Estado podrá así liberarse de funciones que no son suyas y que hacen de él no ya el guardián del bien común, es decir de la buena ordenación de los intereses particulares de todos, sino el portador de un interés colectivo que no es, a fin de cuentas, otro que el del grupo que maneja sus palancas de mando.

En lo político, hay que reintegrar al Estado, liberado de lo que no es su misión y vuelto a deslindar lo público y lo privado, a su verdadera función de árbitro del bien común, que así podrá regir con plena imparcialidad y mayor eficacia en lo que le es propio, actuando con perfecta adecuación al principio de subsidiariedad, como cima de una sociedad a la cual debe coronar pero no absorber, a la que ha de estimularse su vitalidad pero en modo alguno absorber ni manipular.

En lo jurídico es necesario elevar a convicción general que el orden jurídico debido no se circunscribe a la ley económica de la oferta y la demanda, ni tampoco depende solamente de la voluntad del Estado —sea democrático o totalitario—, sino de un orden jurídico moral que los trasciende, y que debe conocerse buscando en los hechos lo que significa orden y lo que produce desorden, con un criterio axiológico y teleológico. Las enseñanzas sociales de la Iglesia nos ilustran este camino con la doctrina social católica.

En nuestro reciente estudio sobre la tecnocracia, concluimos que el único remedio social frente ella radica en una organización por cuerpos intermedios, que oponga la solución biológica a la organización mecánica impuesta desde un centro tecnificado. En Soluciones de la organización por cuerpos intermedios dejamos esbozados algunos caminos concretos, que conviene profundizar.

Henri de Lovingfosse, en la sesión de su presidencia del Congreso de Lausanne 1969, señaló las líneas de una ordenación jurídica de la economía en un régimen de libre empresa, que puede ser base de estudios en esta dirección (la traducción de ese discurso podemos consultarla en VERBO 87-88).

Finalmente, el remedio exige hombres con sentido de responsabilidad y espíritu de iniciativa, comprometidos en una acción paciente, diversificada y multiforme en todas las raíces sociales. Tal como Jean Ousset nos enseña en su libro La Acción, que no sólo merece que lo leamos y releamos, sino que está escrito para ser llevado a la práctica, pacientemente pero sin pausa alguna.



Fuente: FUNDACIÓN SPEIRO