Dividendo Nacional vs. Ingreso Básico: Similitudes y Diferencias
Por M. Oliver Heydorn
En el apogeo de la Gran Depresión, el fundador del movimiento del Crédito Social, el Mayor Clifford Hugh Douglas (1879 – 1952), describió la propuesta en favor de un Dividendo Nacional en los siguientes términos:
Creemos que la mayor parte de las necesidades urgentes del momento podrían ser satisfechas por medio de lo que llamamos un Dividendo Nacional. Éste se proporcionaría mediante la creación de nuevo dinero –exactamente a través de los mismos métodos que ahora son usados por el sistema bancario para crear nuevo dinero– y su distribución como poder adquisitivo a toda la población. Permítaseme subrayar el hecho de que esto no es recolección-por-impuestos, pues, en mi opinión, la reducción de impuestos –la muy rápida y drástica reducción de impuestos– constituye algo vitalmente importante. La distribución por vía de dividendos de un cierto porcentaje de poder adquisitivo, suficiente de todos modos para conseguir un cierto estándar de dignidad, de salud y de decencia, constituye el primer desiderátum de la situación [1].
La idea básica que estaba detrás del Dividendo Nacional era ésta: del mismo modo que una compañía privada puede distribuir su beneficio a sus accionistas en forma de dividendos, así también puede una nación monetizar su beneficio macroeconómico y distribuir el usufructo a sus ciudadanos. La emisión de tal dividendo transformaría a toda la sociedad en una gigantesca cooperativa de reparto de beneficios.
El foco en el que se centra este post gira en torno a las siguientes cuestiones: ¿Es el Dividendo Nacional, tal y como lo propuso Douglas, simplemente otra versión de una “Garantía de Ingreso Básico”? ¿Por qué o por qué no?
La G.I.B. ha sido definida como “una garantía asegurada del gobierno de que el ingreso de ningún ciudadano caerá por debajo del nivel necesario para satisfacer sus necesidades básicas por cualquier razón” [2].
Igual que la Garantía de Ingreso Básico, el dividendo es universalmente inclusivo. Cubre a todo ciudadano al ser distribuido a todo ciudadano.
Igual que la Garantía de Ingreso Básico, el dividendo no exige un requisito de trabajo o una comprobación de medios. Es emitido incondicionalmente.
Sin embargo, y ésta es la diferencia clave en relación a la definición de G.I.B., el dividendo no se garantiza, o bien para sostener el ingreso de los ciudadanos al nivel que sea necesario para satisfacer sus necesidades básicas, o incluso para sostener su ingreso a un cierto nivel mínimo que sea fijado por decreto del gobierno.
Puesto que una de las tres condiciones que son independientemente necesarias y conjuntamente suficientes para definir correctamente el concepto de Garantía de Ingreso Básico no se cumple, debería resultar claro que la propuesta del Crédito Social de un Dividendo Nacional no se clasifica, hablando en sentido estricto, como un genuino caso o ejemplo de G.I.B. Aún así, es de esperar que, bajo condiciones normales, el Dividendo Nacional satisfaría todos los objetivos de una G.I.B. y lo haría en una forma mejor y más sustentable. Es por esta razón que el Dividendo Nacional merece la atención de los defensores de la G.I.B.
Para poder entender por qué el Dividendo Nacional no es un ingreso garantizado, uno debe primero comprender el muy particular contexto financiero y económico dentro del cual se desarrolló por primera vez la propuesta para un Dividendo Nacional. En otras palabras, un correcto entendimiento del Dividendo Nacional requiere un correcto entendimiento del Crédito Social.
A diferencia de muchos, y en realidad la mayoría, de las propuestas de garantía de ingreso básico, el Dividendo Nacional está inextricablemente vinculado a un programa de reforma monetaria, y ese programa sirve a una política económica que rehabilitaría la totalidad de los órdenes económico y financiero.
El Crédito Social afirma que el problema fundamental que existe con la economía industrializada moderna consiste en el hecho de que el ritmo al que los precios se originan en el curso de la producción es mayor que el ritmo al que los ingresos son distribuidos a los consumidores. En otras palabras, la ley de Say no se sostiene. Nuestras economías están plagadas de una deficiencia crónica de poder de compra del consumidor.
Existen muchos factores que están detrás de esta brecha macroeconómica de precio-ingreso, tales como la obtención de beneficios (incluyendo beneficios derivados de pagos de intereses sobre préstamos bancarios), ahorros netos, la reinversión de los ahorros, políticas bancarias deflacionarias, e impuestos; pero la causa principal tiene que ver con las formas en que el capital real (es decir, máquinas y equipo) es financiado y las formas en que sus costes son contabilizados a continuación bajo las actuales convenciones bancarias y de contabilidad del coste.
Cada vez que el capital real es fabricado o reemplazado, los costes que se originan a causa de las cargas por gastos de capital (es decir, el reembolso a los bancos de los préstamos para el capital) y las cargas por gastos ordinarios de explotación (es decir, cargas por depreciación, obsolescencia, mantenimiento, etc…) exceden a los ingresos que están siendo distribuidos simultáneamente a los consumidores.
Naturalmente, esta brecha ha de ser rellenada de una u otra forma si se quiere que el flujo circular de la economía alcance algún tipo de equilibrio. El fracaso a la hora de conseguir ese equilibrio producirá como resultado bancarrotas, ventas forzosas, estancamiento económico, o incluso contracción.
De acuerdo con la teoría del Crédito Social, los actuales sistemas económico y financiero intentan rellenar esa brecha apoyándose en continuos incrementos de deudas públicas, empresariales y del consumidor. El dinero adicional debe ser tomado prestado y puesto a la existencia a partir de los bancos (los cuales crean la mayor parte del suministro de dinero ex nihilo) para así poder incrementar el volumen del poder adquisitivo del consumidor. Esto conduce a la originación y acumulación de una montaña cada vez más creciente de deuda social que, en su conjunto, nunca podrá ser pagada. En los Estados Unidos, por ejemplo, la deuda total pendiente se estima en 59,3 billones de dólares, mientras que el P.I.B. es solamente de 17,4 billones y la oferta monetaria (M2) es de 11,8 billones [3]. El exceso de deuda sobre el dinero constituye un registro parcial a lo largo del tiempo de la recurrente brecha entre precios e ingresos.
La producción por el gobierno de cosas que el consumidor no compra o no pagará por ellas en el mismo periodo de tiempo, o la producción por las empresas de bienes de capital o bienes para exportar, pueden ayudar a incrementar el ritmo de flujo de ingresos del consumidor sin que simultáneamente se incremente el ritmo de flujo de precios de bienes finales o de consumo. Los préstamos a los consumidores que implican la creación de nuevo dinero-deuda a partir de los bancos, incrementan el poder adquisitivo del consumidor de una manera aún más directa.
En lugar de rellenar la brecha con dinero-deuda adicional, Douglas propuso que la brecha fuera rellenada con dinero “libre de deuda” y que se distribuyera directa o indirectamente a los ciudadanos. El pago indirecto se conoce en la literatura del Crédito Social como el precio compensado o el Descuento Nacional, mientras que el pago directo es el Dividendo Nacional.
Permítaseme recalcar que, a diferencia de muchas, si no la mayoría, de las propuestas de un ingreso básico, el dividendo no se financia por medio de impuestos redistributivos o mediante un incremento en las deudas públicas, sino más bien a través de la creación de nuevo dinero enteramente libre de deuda (o de cualesquiera otros costes). Desde el punto de vista del Crédito Social, si el principal defecto de la economía consiste en que hay una escasez crónica de liquidez en forma de ingresos del consumidor, la redistribución no va a solucionar el problema. Uno no hace más grande un insuficiente flujo de ingresos por el mero hecho de redistribuirlos. Lo que se necesita es un incremento en el flujo de los ingresos del consumidor.
En realidad, el dividendo nos permite poder matar dos pájaros de un tiro. El fenómeno particular que, en un plano físico, es el responsable del desempleo tecnológico, es decir, el desplazamiento del trabajo humano por las máquinas, es el mismo fenómeno que, en un plano financiero, genera una brecha cada vez mayor entre el ritmo de flujo de los precios de los bienes de consumo y el ritmo de flujo de ingresos que son distribuidos durante el transcurso de su producción. El dividendo soluciona ambos problemas. Por un lado, nos permite rellenar la brecha precio-ingreso en una forma que restaure un verdadero y auto-liquidable equilibrio al flujo circular. Por otro lado, el dividendo también asegura que todos aquellos individuos cuyo trabajo ya no es más necesario en la economía formal reciban, sin embargo, un ingreso que les permita tener acceso a los bienes y servicios.
Así, a diferencia de la Garantía de Ingreso Básico o de la inmensa mayoría de las propuestas de un ingreso básico, el dividendo no está vinculado al “pleno empleo” como una política fija. Si una economía es físicamente capaz de proveer a todos de todos los bienes y servicios que necesitan para sobrevivir y desarrollarse sin tener que acudir a la plena capacidad de la fuerza laboral disponible, entonces la cantidad de dividendo no necesita ser restringida artificialmente con el fin de mantener el incentivo positivo o fáctico hacia el trabajo. Cuantas menos sean las horas de trabajo que sean físicamente necesarias para asegurar nuestras genuinas necesidades, mejor estaremos todos porque entonces podríamos disfrutar de esa disminución en la necesidad de trabajo en forma de ocio incrementado.
Pero, ¿por qué no es el Dividendo Nacional un ingreso garantizado?
Puesto que el fin estructural básico del dividendo consiste en ayudar a rellenar la recurrente brecha precio-ingreso, el volumen del dividendo está directamente vinculado al tamaño de esa brecha. Brecha grande, dividendo grande. Brecha pequeña, dividendo pequeño. No hay brecha, no hay dividendo.
En una economía industrial muy primitiva, el dividendo que sería necesario para ayudar a cubrir la brecha sería correspondientemente pequeño en términos de su poder de compra, y no sería suficiente para satisfacer las necesidades básicas de los ciudadanos.
En una economía que estuviera experimentando una rápida industrialización, es incluso posible que el dividendo pudiera ser inexistente. Si los ingresos adicionales que se estuvieran distribuyendo a causa de una cada vez mayor producción de capital rellenaran temporalmente, o incluso excedieran la brecha subyacente entre los precios de los bienes de consumo y los ingresos del consumidor, entonces no habría ninguna brecha que cubrir hasta que el nivel febril de producción de capital se hubiera reducido, y por tanto ninguna necesidad para la creación o emisión de crédito compensatorio “libre de deuda”.
Ahora bien, dicho todo esto, sin embargo, se ha adelantado que, en el caso de una economía madura, altamente industrializada, el dividendo sería suficiente para satisfacer de manera continua las necesidades básicas de todo ciudadano. A pesar de estar “refrenada, contenida y confinada” a causa de la política financiera actual, nuestra verdadera o física capacidad productiva es enorme. En efecto, el poder adquisitivo del dividendo debería estar continuamente incrementándose a medida que se introducen métodos más eficientes de producción que implican el progresivo desplazamiento del trabajo humano por las máquinas. Incluso en este escenario, sin embargo, la cantidad de dividendo no podría ser garantizada en un sentido absoluto.
Si, Dios no lo permita, una economía altamente industrializada hubiera de sufrir algún tipo de catástrofe natural o causada por el hombre, y fuera destruida mucha producción, la brecha entre el total de los precios de los bienes de consumo y el de los ingresos distribuidos podría reducirse o incluso quedar eliminada. Si un improbable evento como ése tuviera lugar, el dividendo habría de disminuirse correspondientemente o suspenderse para así poder mantener el equilibrio entre el ritmo de flujo de precios de los bienes de consumo y el ritmo de flujo de los ingresos del consumidor.
Estoy convencido, y también es ésta la convicción de los creditistas sociales, que el Dividendo Nacional proporcionaría a los defensores del ingreso básico los resultados que ellos más desean, es decir, la abolición de la pobreza a todos los efectos prácticos, y esto se conseguiría sin tener que penalizar a nadie o incrementar el endeudamiento público. Al mismo tiempo, el dividendo contribuiría a una reacción en cadena de beneficios que están asociados más generalmente a la reforma monetaria del Crédito Social. Tales beneficios incluirían la eliminación de los siguientes fenómenos: el recurrente ciclo de booms económicos y depresiones; la inflación; la formación de deudas impagables; el crecimiento económico forzoso; la ineficiencia, despilfarro y sabotaje económicos; la centralización de la riqueza y el poder en menos y menos manos; el conflicto social; la degradación medioambiental; políticas comerciales agresivas que conducen a guerras militares entre naciones; y niveles opresivos de impuestos junto a la creciente interferencia del gobierno en la economía.
Véase también: La (¡gran!) Diferencia Entre un Ingreso Básico y el Dividendo Nacional: La (¡gran!) diferencia entre un "Ingreso Básico" y el Dividendo Nacional.
[1] C. H. Douglas, Money and the Price System (Vancouver: The Institute of Economic Democracy, 1978), 11.
[2] www.usbig.net/whatisbig.php
[3] Cf. www.usdebtclock.org. El M1 es de aproximadamente 2,9 billones, cf. RB: H.6 Release--Money Stock and Debt Measures--August 14, 2013.
Fuente: CLIFFORD HUGH DOUGLAS INSTITUTE
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