Otra de turcos – La Batalla de Lepanto

OCTUBRE 7, 2017 BY DISIDENCIALEAVE A COMMENT
El 7 de octubre no es un día cualquiera. Hoy es el aniversario de “la más alta ocasión que vieron los siglos, ni esperan ver los venideros” en palabras de uno que estuvo allí. Hoy es 7 de octubre, día de la Virgen del Rosario.
Es el día de la Batalla de Lepanto.



El otro día hablábamos de otra batalla trascendental contra el Turco, el Segundo Asedio de Viena. Ahí unos cuantos españoles lucharon de modo casi testimonial, pero como uno más. Hoy la historia que os cuento es distinta, aquí los españoles fueron protagonistas. Nos hallamos en el apogeo del poder turco, bajo el reinado de Selim II. Un tío capaz de echar a los Caballeros Hospitalarios de su isla de Rodas (por el vino que ahí se criaba, el niño salió vinagre). Tuvieron que exiliarse en Malta, de ahí el nombre por el que los conocemos ahora: Orden de Malta. Un tío que dominaba los Balcanes, subyugó Ucrania (de donde procedía su madre) y que heredó la alianza con Francia de su padre Solimán el Magnífico.
La cosa se lió en Famagusta, Chipre, también porque a Selim le gustaba el vino de allí. Un puesto comercial veneciano que los turcos tomaron, bajo la promesa de respetar las vidas de la guarnición si se rendían. Promesa que fue inmediatamente rota. El comandante veneciano fue desollado vivo, su cadáver y las cabezas de sus lugartenientes expuestos en el puente de la Sultana, el buque insignia turco.
A toda prisa se forma una coalición. Venecia pondrá los barcos, junto con Génova y otros ducados italianos. El Papa, la Bendición y el Estandarte. Ojo con este Papa, San Pío V, que tendrá su miga.



Y a la alianza, la Santa Liga, se une España. El mando de la flota lo tendrá el hijo bastardo de Carlos I, don Juan de Austria. Jeromín para los amigos. Ya había demostrado ser un comandante más que competente por tierra, aplastando la revuelta morisca de las Alpujarras (cosa que aunque los españoles hemos olvidado, los musulmanes no). Pero por mar era otra cosa. Supo sin embargo seguir el consejo de marinos más experimentados.
La flota turca está fondeada en Patras. Pese a lo avanzado del año (es una época en la que la temporada de navegación se interrumpía en invierno) deciden ambos bandos plantar batalla. Los turcos confiados en su superioridad numérica (300 galeras frente a 207) y los cristianos en su superior capacidad en el abordaje y la calidad de su flota, de bordas más altas que la turca. Esto tiene su importancia en una batalla que será la última gran batalla a remo, en la que el factor decisivo no es la artillería sino poder abordar al enemigo y convertir la batalla naval en campal. Y en esto los cristianos tenían una gran ventaja: simplemente la mejor infantería de marina del mundo. La española.



Se levanta la mañana del 7 de octubre de 1571. Como si de un presagio se tratase, la flota turca se dispone en forma de media luna, con las puntas apuntando hacia el Occidente. De modo no menos ominoso, la cristiana forma como una cruz. Los flancos más ligeros, mayormente compuestos por italianos. El centro, con mayor densidad de barcos, con más españoles, aunque había barcos de todas las fuerzas de la Santa Liga en todos los sectores.
Comienza la batalla. Los turcos inmovilizan los flancos cristianos. Comienza la lucha a muerte. Si gana el Turco, poco le impide tomar Sicilia y Apulia, y con ello poner un pie en el Occidente cristiano. Antes de entrar en combate, don Juan reza el Rosario y con él lo hace su flota. No hubo grandes discursos antes de la batalla. Sólo estas palabras: “No hay Paraíso para los cobardes”. Tras las primeras escaramuzas, avista la Sultana, reconocible por el macabro espectáculo de los cadáveres putrefactos de la engañada guarnición veneciana de Famagusta. Hacia ella embiste el Real, el buque insignia cristiano.
Mientras tanto en Roma el Papa ora en la Capilla Sixtina. Y en un momento queda petrificado. La curia se inquieta. El Papa se levanta y ordena que repiquen todas las campanas. La flota cristiana ha vencido. Nadie sabe cómo le ha llegado ese pálpito, visión o lo que quiera que sea, pero tiene razón. En ese momento el mismo Jeromín salta por la borda y se lía a estocadas contra los turcos.
Entre el flanco comandado por el genovés Doria y el centro se abre un hueco. El capitán turco Uluj Ali trata de aprovecharlo, destrozando tres galeras de los Hospitalarios. Pero no contaba con la reserva cristiana: desde la retaguardia llega don Álvaro de Bazán, que convierte este momento de peligro en una victoria completa. Tras de muerto se le honraría con este poema:
El fiero Turco en Lepanto
en la Tercera el Francés
y por todo mar el Inglés
tuvieron de verme espanto.
Dios servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
con la Cruz de mi apellido
y por la cruz de mi espada.
No sería el único logro literario que debemos a la batalla. Aparte de otro magnífico poema de Chesterton, entre los infantes de marina españoles figuraba un tal Miguel de Cerbantes (sic) Saavedra. Quedaría herido en una mano, con la otra le dio al hombre por escribir novelas. Género que prácticamente tuvo que inventar él.



Esto es la Historia. Ahora las lecciones.
– Cuando los europeos se unen, bajo una misma bandera mientras preservan sus identidades y diversidad, y con la fuerza de la razón y la justicia, no importa la inferioridad numérica: vencen.
– Aunque te parezca ridículo, la fe mueve montañas, o al menos flotas bastante tochas.
– Romper la palabra dada, en especial para dañar al indefenso, aparte de ser de miserable se paga más pronto que tarde.
¿Qué otra lección sacas?

Desperta ferro!

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