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Tema: Rusia y España

  1. #101
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    Re: Rusia y España

    L
    legada de Iván V y Pedro I a la ceremonia de coronación de este último
    España y Rusia, dos países que comparten las mentiras de una leyenda negra que les pinta como bárbaros

    Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo

    César CerveraSEGUIRActualizado:15/03/2022 17:07h
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    No una ni dos veces Rusia y España han sido tachadas de anomalías históricas. Bichos raros en su propio continente (cierto que Rusia se mueve entre Asia y Europa), enemigas de la civilización, países con tendencia a la barbarie y esquivas a la modernidad… «Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro», afirmó en cierta ocasión la escritora estadounidense Gertrude Stein (1874- 1946). Ambos países arrastran leyendas negras sobre su historia y su forma de ser que la invasión a Ucrania ha avivado hasta niveles extremos en el caso ruso. La guerra ha despertado la rusofobia acumulada y ha devuelto viejos tópicos contra la nación de Dostoyevski, León Tolstói, Vasili Kandinski o Ígor Stravinski que los infames actos de Putin no justifican.
    «Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma», aseguraba Wiston Churchill en una frase que resume la fascinación y, a la vez, el desconcierto que Rusia ha provocado históricamente a Europa occidental. El origen de esta desconfianza hacia Rusia no está en la Guerra Fría, ni en la Segunda Guerra Mundial, ni en la Revolución rusa, ni siquiera, como muchos creen, en la Guerra de Crimea contra Gran Bretaña. Los prejuicios contra los rusos, principalmente alentados por alemanes, británicos y franceses, proceden de principios del XVIII, cuando la leyenda negra española vivió también su renovación ilustrada.
    El origen ilustrado

    Tanto la leyenda negra española como la rusa encontraron acomodo intelectual durante la Ilustración, justo cuando los franceses asistieron el fracaso de su proyecto imperial en América mientras el español se mantenía en pie y el ruso se extendía por el mundo a un ritmo asombroso. De la mano de grandes reyes como Pedro I o Catalina La Grande, el imperio ruso se zambulló en la Ilustración y, además de expansión militar, vivió una edad de oro cultural.
    En parte por envidia y en parte por arrogancia, la intelectualidad francesa, repartidora de carnet de modernidad por el mundo, se negó a reconocer los méritos internos de Rusia para alcanzar sus objetivos y dibujó a ambos reyes de manera grotesca como déspotas asiáticos, de manera que solo merecían elogios cuando se valieron de los valores ilustrados para, según ellos, curar el atraso de la nación rusa. Curiosamente, Catalina era prusiana y Pedro, un hombre fascinado por la cultura occidental.

    Alegoría de la expansión rusa, de Auguste Raffet, hecha durante el levantamiento polaco de 1830.

    Como recuerda la filóloga e investigadora María Elvira Roca Barea en su obra ‘Imperiofobia y leyenda negra: Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español’ (Siruela), Rusia se fue transformando en una auténtica obsesión para los ilustrados franceses, pero «no interesaba Rusia en sí misma, ni su lengua ni su literatura ni su cultura ni sus gentes ni su extraordinaria vitalidad». A los ilustrados franceses, solo les interesaba el poder ruso y la cultura que habían adaptado siguiendo el canon europeo que los galos dictaban.

    Diderot, Voltaire, Rousseau y otros ilustrados debatieron durante años sobre si era posible civilizar a Rusia, en tanto la consideraban, a pesar de sus avances culturales y políticos, una región bárbara y medio asiática. Prácticamente la misma polémica que los ilustradores, responsables de la renovación de la leyenda negra español en el siglo XVIII, mantenían sobre la tierra del Quijote en esas mismas fechas. La entrada dedicada a España en ‘Encyclopedie ou dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers’ fue especialmente hiriente y causó un pequeño seísmo en la intelectualidad española. Influido por la leyenda negra, Masson de Morvilliers, el autor encargado del artículo sobre España, se dedicó a lanzar juicios sumarios contra la historia del país: «Tal vez sea la nación más ignorante de Europa. ¡Las artes, las ciencias, el comercio se han apagado en esta tierra!».
    a zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental
    Sin embargo, el problema ruso era todavía más grave que el español, pues a ellos ni siquiera se les incluía dentro de la cultura europea. En palabras del historiador Núñez Seixas en su artículo 'Del ruso virtual al ruso real: el extranjero imaginado del nacionalismo franquista', «la zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental, pero también se construyeron entonces una serie de tópicos acerca del atraso y de las características étnicas de los pueblos del imperio zarista».
    En el libro mencionado de Roca Barea, se apunta que incluso la palabra ‘civilización’ se popularizó durante la década de los setenta del siglo XVIII en relación al debate ilustrado de si Rusia era parte de ella o no. Diderot defendía la imposibilidad de florecer las artes y las ciencias en Rusia a corto plazo... Rusia estaba incapacitada, bajo su opinión y su experiencia en el país, para ser una tierra civilizada.
    Ingleses y alemanes toman el relevo


    Monumento a la guerra de Crimea en Londres.
    La propaganda antirrusa se aplificó con las guerras napoleónicas, convertida Rusia en una enemiga preferente de Francia, y se consolidó durante los siguientes siglos. Rusia fue presentada como una tierra hambrienta por conquistar Europa, de modo que sus habitantes cumplían el estereotipo del borracho, ignorante, bárbaro y ferozmente agresivo invasor. En francés se empezó a usar el adjetivo russe con el significado de «taimado» o «astuto».
    A mediados del siglo XIX, Gran Bretaña, artífice principal de la leyenda sobre España, tomó el relevo a Francia en la guerra política y propagandística contra Rusia. Para favorecer sus propias ambiciones sobre el imperio turco y Oriente Próximo, los británicos se valieron de la prensa para alertar de que la barbarie rusa amenazaba Europa. El caso de Afganistán, como otros, evidenció que, si bien Rusia no era una monjita de la caridad, la nación más agresiva en este y otros teatros no era otra que Inglaterra.
    Tanto el Idealismo alemán como el nacionalismo extremo representado por Hitler asumió estos tópicos a principios del siglo XX y negó a los rusos cualquier contribución a l a civilización europea. Desde la distancia que da la geografía, Julián Juderías, principal divulgador del concepto de «leyenda negra» vinculada a España, fue uno de los pimeros en percatarse de los prejuicios irracionales que rodeaban a Rusia. A principios del siglo pasado, Juderías, que dominaba el ruso, denunció en ‘Rusia contemporánea’ (Madrid: Imp. Fortanet, 1904), una de sus primeras obras, la visión distorsionada que Europa tenía de este país debido a la influencia de la propaganda de Alemania, Francia y Gran Bretaña. Tiempo después hizo lo mismo con el caso español. Dos leyendas negras, dos civilizaciones con gran peso en la cultura europea a las que se les ha negado sistemáticamente su historia.

    https://www.abc.es/historia/abci-esp...8_noticia.html
    Última edición por ReynoDeGranada; 29/03/2022 a las 15:22
    Mexispano dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  2. #102
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    Re: Rusia y España

    JOSÉ DE RIBAS, FUNDADOR DE ODESA

    Ricardo Aller Hernández 15/04/2022





    Grom pobedy, razdavaysya! Que suene el estruendo de la victoria.

    Resuena la promesa de una victoria mientras el sol comienza a ocultarse a espaldas de la recién conquistada fortaleza de Izmail. Remodelada por ingenieros alemanes y franceses, se alza sobre un anfiteatro natural y cuenta con muros de 6 a 8 metros de alto, un foso de 12 metros de ancho por 6 de profundidad y la protección del Danubio por el flanco sur. En sus once baluartes asoman 265 cañones, donde se han instalado José de Ribas y el resto de las tropas rusas.

    Camina el español por las murallas, repasando mentalmente todo lo sucedido durante el año desde que se inició el sitio, primero con Iván Gudóvich al mando y luego con el general Aleksandr Suvórov, al que llaman con justicia «el general que jamás ha perdido una batalla», quien llegó con el objetivo de tomar la plaza a cualquier precio, intención que trasladó en una carta al comandante otomano Aidos Mehmet Pashá el 21 de diciembre de 1790.

    A la atención del serasker, sus oficiales y la población: estoy aquí con mis tropas. Tenéis veinticuatro horas para reflexionar. Podéis rendiros y conservaréis la libertad. Mis primeros disparos significarán que no habrá libertad. El asalto significará la muerte. Lo dejo a vuestra consideración.

    Eso fue hace tres días y hoy Izmail ya es rusa. Aunque los turcos combatieron ferozmente en las murallas, en las puertas, en cada calle y en cada casa, el general mismo día, Suvórov cumplió su amenaza: ninguno de los 4.000 soldados que resistieron en el último bastión junto al serasker ha vivido para contarlo, se ha saqueado la ciudad sin piedad y hombres, mujeres y niños han sido pasados a cuchillo uno a uno, así hasta 40.000, en una masacre que Roger de Damas, un francés al mando de una de las nueve columnas asaltantes, ha descrito a la perfección:



    Comienza a anochecer. Fuera de las murallas todo comienza a ser oscuridad, pero el espíritu emprendedor de Iosif Mikhailóvich Deriba, como se le conoce, le hace vislumbrar un futuro luminoso. Con la toma de Izmail Rusia se va a convertir en el dominador del Mar Negro, lo que exige un lugar digno desde donde poder ejercer el control de la zona, así que piensa proponer a la zarina la creación de una ciudad que resista orgullosa el paso del tiempo.

    Una ciudad hermosa, se dice convencido, a la que llamarán Perla del Mar Negro.



    EL PERSONAJE

    José Pascual Domingo de Ribas y Boyons, también conocido como Iósif Mijáilovich Deribás nació en Nápoles en una fecha indeterminada, estableciéndose una horquilla entre 1749 y 1754. Su padre, Miguel de Ribas y Bouyens, era de Barcelona, de familia noble de Cataluña, y sirvió como mariscal y director del Ministerio de Fuerzas Navales y Armadas en el Reino de Nápoles. Su madre, Margaret Plunkett, era de Irlanda con el noble apellido Duncan.

    Se alistó en la Guardia Napolitana con 16 años, en el regimiento de infantería con el rango de segundo teniente y a los veinte, ostentando ya el grado de mayor del ejército, es presentado en la ciudad de Livorno a Alexéi Orlov comandante de la flota rusa en el mar Mediterráneo y hermano de uno de los amantes de la emperatriz Catalina la Grande, quien lo tomó a su servicio como ayudante e intérprete por los múltiples idiomas que dominaba: español, alemán, inglés, francés, italiano y latín.



    Durante su viaje hacia Rusia Iosif Mikhailóvich Deriba (así se le conocía) participó en la batalla naval de Chesme, en el marco de la guerra ruso-turca (1768-1774), donde la flota imperial rusa hundió a la otomana. Se tiene constancia de su llegada a Rusia en 1772, que aprendió el idioma y que terminó alistándose en la academia militar rusa, adquiriendo el rango de capitán en el Cuerpo de Cadetes de Tierra.

    Iz ispánskij dvorián (miembro de la nobleza española). (Documento de inscripción en el cuerpo)

    En San Petersburgo conoció al ministro de construcciones de la emperatriz, Iván Ivánovich Betskói y su hija ilegítima Anastasia Ivánovna Sokolova, con la que se casaría tres años después. La boda se celebró en 1776 en el palacio de Tsárskoye Seló, con la presencia de la zarina, que posteriormente se convertiría en madrina de las dos hijas del matrimonio, Catalina y Sofía



    En 1783 entró al servicio del nuevo favorito de la zarina, el príncipe Grigori Potemkin. Ascendido a coronel y posteriormente a brigadier, participó activamente en la conquista de Crimea y en la construcción de la Flota del Mar Negro y su puerto base principal, Sebastopol.

    Entre 1787 y 1792 participó en la guerra con Turquía, destacando en la batalla naval del estuario del Dniéper en 1788, donde participó en el asedio a la fortaleza de Ochákov, acción que le valió el ascenso a mayor general.

    En 1789 inició una operación nocturna contra la población de Jadzhibéy y la fortaleza costera de Yení Dunyá, una bahía de gran valor estratégico militar, y un año después comandaría la toma de la fortaleza de Izmail, considerada inexpugnable: Ribas condujo su flotilla a través de la desembocadura del Danubio y remontó el río hasta la fortificación, dejando en su camino más de un centenar de naves turcas destruidas o capturadas, aunque finalmente el teniente general Iván Gudóvich ordenó levantar el cerco y retirarse.



    Contrariado, el español desoyó las órdenes y en lugar de retirarse solicitó refuerzos a Potemkin. El príncipe envió al general Aleksandr Suvórov, el general que jamás ha perdido una batalla. Con su ayuda y la de nueve columnas asaltaron la fortaleza a sangre y fuego, confirmando el dominio ruso sobre la costa septentrional del Mar Negro.

    La toma de Izmail provocó la euforia entre las autoridades zaristas. Incluso fue celebrada en una canción que durante unos años sirvió de himno nacional ruso:

    ¡Resuena, trueno de la victoria!, ¡alégrate, valiente Rusia!, ¡adórnate con la sonora gloria!, ¡has derribado a Mahoma! (letra compuesta por el poeta Derzhavin)

    En 1792 Ribas participó en la firma del Tratado de Jassy como uno de los tres plenipotenciarios designados por Potemkin ante el Imperio otomano para firmar la paz, donde se cedía a Rusia toda la orilla septentrional del Mar Negro. En un decreto personal, Catalina le encomendó la construcción de una nueva ciudad, lo que lograría en el tiempo récord de dos años.



    ODESA

    BREVE HISTORIA

    Conocida como la Perla del Mar Negro, la arqueología asegura la existencia de asentamientos en el lugar desde el siglo VII a.C. por marineros de la antigua Grecia. La Horda Dorada dominaría la zona desde 1256 hasta alrededor de 1324, cuando el Gran Ducado se convirtió en la potencia imperante. Por aquel entonces se inició la construcción de una fortaleza que llamaron Kotsubiyiv, lugar que sería rebautizado por el imperio otomano con el nombre de Jadsibey, siendo reconvertida el 25 de septiembre de 1789 en una nueva ciudad: Odesa.



    La ciudad y el puerto de Odesa obtuvieron el estatus de ciudad en 1794 por un decreto de Catalina la Grande debido principalmente a su enorme valor estratégico era vital, al ser la principal puerta marítima del sur del imperio ruso. El nombre elegido para la ciudad fue el de la antigua colonia griega de Odessos y en 1795, la emperatriz le cambió el género al femenino, Odesa.

    José de Ribas fue nombrado gobernador de Odesa, siendo una de sus principales preocupaciones la repoblación de la nueva ciudad, hasta ese momento habitada por unos pocos cosacos. Para atraer a nuevos pobladores declaró que los que se establecieran en Odesa no pagarían impuestos y se les darían tierras para construir sus casas, obteniendo un resultado inmediato: en 1799 la ciudad ya contaba con más de 4.500 habitantes y con el tiempo se convirtió en uno de los puertos más importantes del mar Negro.



    La construcción de la ciudad se realizó siguiendo un estilo europeo. Ribas ordenó construir iglesias, así como la fortaleza y el puerto, diseñados por el ingeniero neerlandés Franz de Volán. También comenzó la construcción de la flota rusa del mar Negro, hecho que levantó suspicacias entre la oficialidad de la Armada rusa por lo insólito de que un militar del Ejército de Tierra estuviese al mando de la marina. Las quejas llegaron hasta Catalina la Grande y esta zanjó el problema nombrando al español contralmirante y posteriormente vicealmirante.

    A la muerte de la emperatriz y el acceso al trono de su hijo Pablo I, Ribas fue llamado a San Petersburgo para ser sometido a un proceso por supuestas malversaciones en la fundación de Odesa. Finalmente los cargos fueron desestimados y sus propiedades y honores, restituidos. Sin embargo, Pablo I lo retuvo en la Corte; nunca más volvería a Odesa.



    Las numerosas conspiraciones palaciegas terminaron por apartarlo del poder en marzo de 1800. A raíz de esta destitución, contactó con los círculos de descontentos de la errática política de Pablo I y conspiró, junto con el vicecanciller Nikita Panin y el gobernador de San Petersburgo Peter Ludwig von der Pahlen, para dar un golpe de estado que pusiera en el poder al príncipe Alejandro, el heredero; pero estos planes se frustraron por unas fiebres crónicas de las que se había contagiado en campaña.

    José de Ribas falleció el 2 de diciembre de 1800. Muchas fuentes coinciden en manifestar que fue envenenado por Von Pahlen ante el temor de que en su delirio revelara los planes golpistas. Está enterrado en el cementerio luterano Smolénskoe de San Petersburgo ubicado en la Isla de los Decembristas.



    RECONOCIMIENTOS

    *El rápido desarrollo y el florecimiento de Odesa se deben principalmente a la actividad y buen gobierno de los padres de la ciudad: Ribas, Volán, el duque de Richelieu, el conde L. Langerón, y el conde Mikhaíl Vorontsov.

    *La calle Deribásovskaya Ulitsa es la más reconocida de la ciudad y desde 1811 se nombró en su honor.

    *Con motivo del 200 aniversario de la fundación de Odesa, en 1994, la ciudad le dedicó una estatua de bronce ubicada al principio de la calle que lleva su nombre. Se le representa con una pala en una mano y un plano en la otra.

    *Otra referencia al fundador la encontramos en el monumento de Catalina II, en la que en una de las figuras que adornan el pedestal hay un nombre de connotaciones netamente españolas: Vicealmirante I.M. De-Ribas.

    *A iniciativa de la embajada española en Ucrania, en 2013 se presentó el documental José de Ribas. El Odiseo español, dirigido por Jorge Latorre.

    *Fue tal su fama que Lord Byron (1788-1824) incluyó expresamente su nombre en su obra Don Juan, indicando que tomó la fortaleza turca de Izmail a pesar de contar con fuerzas muy inferiores

    *De Ribas acumuló en su vida las principales condecoraciones rusas, como la Orden Imperial y Militar de San Jorge, la de San Vladimiro, la del Santo príncipe Vladimiro, la de San Alejandro Nevski y la de San Juan de Jerusalén.


    https://espanaenlahistoria.org/perso...ador-de-odesa/





  3. #103
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    Re: Rusia y España

    Patriotas rusos hacen manifestación conmemorando el Día de la Hispanidad...

    Se ven las banderas de muchas naciones iberoamericanas y más grande que todas: "MUERTE A INGLATERRA"

    https://twitter.com/samueu02/status/1580370992324804608
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  4. #104
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    Re: Rusia y España

    Patriotas rusos homenajean a José Antonio y a Franco en Moscú:

    "Por eso luchamos contra los globalistas en Ucrania. Luchamos contra los mismos que luchó en general Franco. Detener al enemigo satánico que intenta destruirnos."

    https://twitter.com/Miquel_R/status/1595083124559552512

    Saludos en Xto.
    Valmadian y DOBLE AGUILA dieron el Víctor.
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  5. #105
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    Re: Rusia y España

    No entienden estos sujetos que comentan el twitter del tal Ramos, que a Putin le pueden apoyar desde nostálgicos de la antigua URSS hasta rusos blancos monárquicos...tiene el voto del 80% de los rusos. Bueno, no entienden nada.

    Verdaderamente vivimos los nuevos tiempos de la torre de Babel.
    Última edición por DOBLE AGUILA; 23/11/2022 a las 22:48
    Valmadian dio el Víctor.

  6. #106
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    Re: Rusia y España

    Cita Iniciado por DOBLE AGUILA Ver mensaje
    No entienden estos sujetos que comentan el twitter del tal Ramos, que a Putin le pueden apoyar desde nostálgicos de la antigua URSS hasta rusos blancos monárquicos...tiene el voto del 80% de los rusos. Bueno, no entienden nada.
    Vivimos tiempos de confusión y por eso, además de por otras causas, mucha gente no entiende lo que está pasando. Sin salir de España vemos que PODEMOS apoya a Rusia y, en consecuencia, muchos de los que se autoproclaman "patriotas" (la mayoría de salón y comentario con el móvil) no lo hacen aunque se les diga en todos los tonos, y se les aporten pruebas hasta la saciedad, de que eso que hoy se sigue llamando "Occidente" es el Mal. Sí PODEMOS apoya, -o dice apoyar-, a Rusia `puede ser por dos razones, la primera se llama ignorancia y no aceptación de que Rusia hoy en día ya no es la URSS. La otra puede ser más intencionada, y es que PODEMOS, apoya al NOM y su Agenda 2030.

    https://podemos.info/medida/implemen...pobreza-las-d/

    Lo dicen ellos mismos, no yo. Pero esto es una contradicción en los términos, pues no se puede estar en misa y repicando al tiempo. No, en efecto, el imaginario y farsante apoyo de PODEMOS a Rusia es el modo que tienen de minar cualquier simpatía hacia la causa rusa. Sin embargo, a la gente no se le puede exigir más de lo que tiene, porque no es que no llegue, es que ni siquiera arranca. Por ese motivo el curioso vídeo que me sorprendió cuando me llegó a través del móvil, y que remití a unos cuantos contactos, muchos a favor del NOM sin saberlo, sorprendió igualmente a unos cuántos de ellos. Esto está sucediendo en Rusia, la reivindicación de la Rusia Cristiana, la que sostiene que Moscú es la Tercera Roma. Y sospecho que va a costar mucho contrarrestar el lavado de cerebro de la ingeniería social angloamericana.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  7. #107
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    Re: Rusia y España

    Españoles a favor de Rusia

    Los carlistas sentían gran afinidad con los zares de Rusia, arquetipo de gobierno ultra-reaccionario. Sus ‘reyes’ terminaron luchando por el zar

    [COLOR=var(--color-gray-caption)]El pretendiente carlista “Carlos VII” (sentado) con sus ayudantes. A la izquierda está el vizconde de Montserrat, ambos lucharon en la Guerra Ruso-turca de 1877.

    Publicado: 20/03/2022 • 03:30Actualizado: 08/07/2022 • 16:42



    Favorito




    El primer carlista notable que decidió combatir por el zar fue un guerrillero famoso en su tiempo, Marcelino Gonfaus, alias Marsal, un catalán tejedor de oficio que llegó a general. Prisionero en la Segunda Guerra Carlista (1846-49), un consejo de guerra lo condenó a muerte, y estaba ya ante el piquete que le iba a fusilar cuando le llegó el indulto.
    No escarmentó sino que volvió a tentar la suerte. Al producirse la rebelión carlista de 1855 pasó de Francia a Cataluña, como comandante en jefe de esa región, que fue casi el único foco de insurgencia. La intentona fracasó, como siempre, y entonces Marsal decidió irse a la Guerra de Crimea, donde ya había tantos españoles (véase el artículo ‘El General Prim en la Guerra Ruso-turca‘, publicado en THE OBJECTIVE), pero para combatir a favor de Rusia. Sin embargo fue capturado antes de atravesar los Pirineos, y esta vez nadie le libró del pelotón de fusilamiento.
    Si Marsal tenía el grado de comandante general de Cataluña, mucho mayor era el rango del siguiente español que fue a luchar junto al zar en la siguiente guerra ruso-turca: nada menos que ‘Carlos VII’, el pretendiente carlista a la corona de España. Don Carlos de Borbón y Austria-Este había venido a España para ponerse al frente de sus tropas en la Tercera Guerra Carlista (1872-76), pero el rotundo fracaso de su intentona le devolvió al exilio donde había nacido. Por cierto, había venido al mundo en el Este de Europa, en Liubiana, actual capital de Eslovenia, entonces parte del Imperio Austro-húngaro.
    Rey sin corona y sin nada que hacer, cuando en 1877 estalló la enésima Guerra Ruso-turca le pidió al zar un empleo en el conflicto. Ya no reinaba en Rusia el caudillo de la ultraderecha europea Nicolás I, que nunca reconoció a Isabel II como reina de España, sino su hijo Alejandro II, que era todo lo contrario, un liberal. Alejandro II realizó reformas radicales, entre ellas decretó la liberación de los siervos, la mayoría de la población rusa que vivía en semi-esclavitud. Sin embargo su espíritu progresista no le sirvió a Alejandro II para librarse de los ataques revolucionarios, y murió en un atentado, pero eso es otra historia.


    [COLOR=var(--color-gray-border)]PUBLICIDAD[/COLOR]

    El caso es que aunque ya no hubiese comunión ideológica entre el zar y el carlismo, Alejandro II le concedió a ‘Carlos VII’ lo solicitado por cortesía de reyes. El 17 de julio de 1877, el zar recibió cordialmente al pretendiente don Carlos en su cuartel general de campaña en Ploesti (hoy Rumanía) y lo agregó al Estado Mayor del XIII Cuerpo de Ejército. El pretendiente no viajaba solo, sino con un pequeño «séquito real» formado por dos ayudantes de campo y por José de Suelves y de Montagut, marqués de Tamarit, a quien había otorgado el título carlista de vizconde de Monserrat (el título fue reconocido por el Estado Español en tiempos de Franco, y casualmente una biznieta del vizconde de Montserrat se casó con un nieto del Generalísimo, Francisco Franco Martínez Bordiú).


    Don Jaime de Borbón, pretendiente carlista hijo de ‘Carlos VII’, en uniforme ruso de Húsares de Grodno.
    Debieron encontrar aburrido los españoles un puesto lejos de primera línea y Don Carlos pidió acción. Entonces lo pasaron a los cosacos, caballería ligera que siempre estaba realizando incursiones y escaramuzas. En la batalla de Plevna el pretendiente ‘Carlos VII’ cargó al frente del 34º Regimiento de Cosacos, flanqueado por el vizconde de Montserrat y sus ayudantes, y ganaron la Medalla de oro al Valor Militar. Montserrat volvería distinguirse en el asalto al Gran Reducto de Grivitza, cuya conquista puso fin al sitio de Plevna, siendo citado en la orden general del ejército, y don Carlos lo ascendió a coronel.
    La guerra ruso-japonesa

    El heredero de ‘Carlos VII’ fue su primogénito Jaime de Borbón y Borbón-Parma, llamado por los carlistas ‘Jaime I de España’ o ‘Jaime III de Aragón’. Muchos títulos para quien no tenía ninguna tierra. Había nacido en Suiza, fue a colegios jesuitas en Francia e Inglaterra, y siguió la carrera militar en la Academia Militar Teresiana de Austria. Con el título de oficial del ejército austriaco en el bolsillo se dirigió al zar, que en esa época era ya Nicolás II, el último Romanov. No quería asistir a una guerra para matar el tiempo, como su padre, sino un empleo fijo, y Nicolás II se lo dio. En 1896 fue admitido como alférez en el ejército ruso, en el que serviría durante 13 años, primero en un regimiento de dragones, aunque enseguida pasó a la élite donde se alistaba la alta nobleza, la Caballería de la Guardia Imperial, concretamente el regimiento de Húsares de Grodno.
    Realizó misiones en Asia Central, en las fronteras de Afganistán y Persia, y estuvo de guarnición en Varsovia, pues en aquella época Polonia había sido anexionada por Rusia, pero en 1900 alcanzó lo que cualquier joven militar desea, el bautismo de fuego. Fue en una guerra peculiar, la expedición a China de la Alianza de las Ocho Naciones. En China había surgido un movimiento xenófobo, los Boxers, que torturaban y mataban a los extranjeros, fuesen misioneros, comerciantes o diplomáticos, y a los cristianos chinos. La amenaza de los Bóxers, que recibieron el apoyo de la emperatriz de China, llevó a los representantes diplomáticos en Pekín a fortificarse en el Barrio de las Embajadas, donde sufrieron un terrible asedio durante 55 días.


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    Siete potencias europeas que tenían intereses en China, más Japón, formaron la Alianza de las Ocho Naciones, e invadieron China con un ejército de 55.000 hombres. El contingente mayor era el japonés, 20.000 soldados, pero el segundo era el ruso, con 13.000. Entre ellos estaba don Jaime de Borbón, que fue condecorado por su valor en la liberación de la Iglesia del Salvador de Pekín, que había resistido los ataques Boxers con sólo 40 marineros franceses e italianos bajo la dirección del enérgico obispo Favier.
    Mucho más seria fue la siguiente guerra que don Jaime de Borbón libró por el zar, la guerra ruso-japonesa de 1904. En la batalla de Liaoyang permaneció tres días a caballo bajo el fuego enemigo, y en la de Vafangón desobedeció la orden de retirarse que le dio su general, temeroso de tener que informar al zar de la muerte de un príncipe de sangre real. «¡Capitán Borbón, vuestra vida no os pertenece, puede ser necesaria a España», argumentó el general Sansónov, a lo que respondió: «Si yo mostrara miedo no sería digno de mi patria», y se lanzó a la carga. Por esta acción fue ascendido a comandante.
    En 1909 murió ‘Carlos VII’ y don Jaime se convirtió en el pretendiente carlista al trono de España. Decidido a asumir la jefatura del carlismo pidió la baja en el ejército ruso, aunque el zar no quiso perder el vínculo, le autorizó a marcharse de Rusia para que realizase su programa político en España, pero lo nombró coronel del regimiento de Húsares de Grodno.


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    Última edición por ReynoDeGranada; 23/12/2022 a las 17:12
    Trifón dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: Rusia y España

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    rusofobia antes y ahora - María Elvira Roca Barea





    (Extractos del libro "Imperiofobia y leyenda negra"
    «Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma».
    W. CHURCHILL


    La frase de Churchill resume bien la perplejidad que la Europa Occidental ha sentido y siente con respecto a Rusia. En líneas generales la opinión común es que los rusos son como unos europeos a medio cocer o simplemente unos bárbaros que a simple vista no lo parecen, porque se han dado un barniz de civilización, lo que nos lleva a otra frase famosa que pone de manifiesto lo que bulle en el subconsciente del Occidente comme il faut: «Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro». Lo dijo Gertrude Stein (1874 1946), escritora estadounidense y adelantada del movimiento gay.
    El periodista ruso afincado en París Pyotr Romanov, reconoce que con la desaparición de la URSS nada ha cambiado en la rusofobia tradicional. Considera que el problema está «ancré dans le cerveau des Occidentaux» [anclado en el cerebro de los occidentales] tan profundamente que poco puede hacerse para erradicarlo. Pero, como sucede con la leyenda negra, este prejuicio racista no ha llegado a la mente occidental por casualidad ni se ha generado espontáneamente. Romanov escribe en francés y para un público francés. Cuando dice «los occidentales», piensa en Francia principalmente, y quizá también en Gran Bretaña y Alemania. Seguramente desconoce que hay países europeos donde la rusofobia es muy débil, como España. Cuarenta años predicando contra la URSS no han servido de mucho. En realidad, la propaganda franquista no iba contra Rusia y los rusos, sino contra el comunismo. Antes de la Guerra Civil no había ni juicios ni prejuicios contra Rusia en España, y los que había, no sobrepasaban el nivel de los habituales clichés nacionales. Los contactos habían sido muy escasos y no habían generado apenas textos. En consecuencia, para estudiar la rusofobia desde el punto de vista de las propagandas antiimperiales hay que situarse en un país occidental donde esta propaganda haya tenido pleno vigor, antes de la Revolución soviética y después. La etapa comunista es la que menos nos interesa en la evolución de la rusofobia, porque comunismo y anticomunismo vivían enzarzados en una guerra constante de propaganda que tiende a desenfocar el fenómeno que aquí queremos estudiar. Para analizar la rusofobia aisladamente hay que ir al periodo anterior y posterior a la URSS, y se verá que existe una continuidad que rebasa por completo las ideologías al uso. La imperiofobia es un fenómeno supraideológico cuyo anclaje es mucho más profundo que cualquier credo liberal, social demócrata o comunista.
    España y Rusia
    Hasta la Revolución de 1917 hay poco sobre Rusia en España. Es destacable que en las relaciones bilaterales los rusos habían sido mucho más activos y habían llevado la iniciativa casi siempre. Así, en tiempos de la regencia de Mariana de Austria, Fedor II envió a Madrid al diplomático más influyente de su tiempo, Pedro Ivanowitz Potemkin, con un séquito de unas veinte personas entre traductores, secretarios y expertos en distintas áreas. Esto sucedía en 1681. De aquella espectacular embajada, que dejó a la corte española estupefacta, se conserva en el Museo del Prado un retrato de Potemkin, obra de Carreño, el pintor de cámara. Mucho después, en tiempos de Carlos III, cuando los españoles se tropezaron con los rusos en Alaska, la monarquía comprendió que Rusia podía ser un amigo -o un enemigo- formidable y se pensó que esta era una relación que convenía cultivar. Nada menos que Jovellanos fue designado para ir a Moscú en calidad de embajador plenipotenciario a fin de establecer un acuerdo de largo alcance con los rusos. Este proyecto se frustró por la muerte del rey.
    Las primeras publicaciones en las que Rusia aparece como tema en España son las Cartas desde Rusia escritas por Juan Valera en 1857, durante su etapa como diplomático en Moscú. Habrá que esperar treinta años hasta que Emilia Pardo Bazán empiece a escribir sobre Rusia y a difundir las obras de Tolstoi y Dostoievski, que ella conoció a partir de traducciones francesas. El primer texto largo dedicado a la Rusia con temporánea que se edita en España fue la obra de Julián Juderías, que ya tratamos en un capítulo anterior. Hay que mencionar también a Sofia Casanova (1862-1958), periodista y escritora gallega que parte de su vida en Polonia. La imagen que transmiten estos autores no gran se sale de los clichés del exotismo y el atraso asiático que eran comunes en la opinión pública europea: «Se trataba del tópico de la Rusia misteriosa y extraña, un pueblo seudoasiático y un fanatismo doblado de una capacidad de sufrimiento inimaginables para el observador occidental. En parte, era una suerte de espejo invertido de los tópicos que esa mis ma esfera pública europea también abrigaba acerca de la Península Ibérica. Y constituía asimismo una variante de la visión neorromántica, doblada de prejuicio y fascinación por lo exótico que se convirtió en in. fundamental de la visión de Europa del Este a partir de varios clichés forjados por los ilustrados franceses del siglo XVIII». Solo Julián Juderías, a sus veinticinco años, se deja asombrar por lo que ve durante su etapa como traductor diplomático en Odesa e intenta abrirse camino a través de sus propios prejuicios para comprender.

    El nacimiento de la rusofobia: la Francia ilustrada
    La literatura crítica al uso considera que la rusofobia nació en Gran Bretaña durante la guerra de Crimea, o en varios países occidentales a la vez durante este tiempo y a causa de este conflicto, pero en realidad surgió al menos un siglo antes, durante una etapa que ha producido prejuicios y fobias como pocas en la historia de Occidente: la Ilustración, y en concreto la Ilustración francesa. Es en este momento cuando se acuñan los tópicos de la leyenda negra rusa, que luego se repetirán ad nauseam durante la guerra de Crimea y hasta ahora, sin desfallecer. La propaganda de guerra no inventa nada nuevo sino que se apoya en lo ya creado por los ilustrados. Estudiemos un poco este proceso y sus causas. ¿Por qué surge la rusofobia en la Francia ilustrada?
    La Europa Occidental se entera de que Rusia existe cuando Pedro I, llamado el Grande (1672-1725), realiza su viaje extraordinario en 1697. El zar recorre varios países, pero no Francia, porque, aparte de aprender los inventos de Occidente, que es lo que a todos nos han enseñado, lo que el zar busca primordialmente son aliados cristianos para luchar contra los turcos, y Francia es en este momento el mejor aliado del Imperio otomano. Políticamente el viaje de Pedro, rodeado de mitos y fantásticas historias, será infructuoso. Las naciones europeas están enzarzadas en este momento en una de esas trifulcas colectivas que necesitan un par de veces por siglo aproximadamente. La que en este momento se ventila afecta a España de modo especial, puesto que se trata de la guerra de Sucesión, tras la muerte de Carlos II. El bocado era sumamente apetecible y todas las partes estaban convencidas de que algo sustancioso iban a conseguir, de manera que la alianza que Pedro venía a proponer no resultó atractiva para nadie. Sin embargo, Francia se interesó por Rusia de manera muy especial casi de inmediato.
    Resumiremos con brevedad la situación histórica en Francia que hace comprensible la reacción ilustrada francesa con respecto a Rusia, pero también con respecto a España y Estados Unidos. A lo largo del siglo XVIII surgieron una serie de conflictos coloniales entre Gran Bretaña y Francia que acabaron con la destrucción de casi todo el imperio colonial francés en una serie de guerras sucesivas. La pérdida más dolorosa se produce con la guerra de los Siete Años (1756-1763). Esta guerra, con dos frentes abiertos, uno en Europa y otro en América, fue muy dura para Francia. Era además el cuarto enfrentamiento colonial entre los dos países, con un balance muy adverso. Francia se ve obligada a retirarse de la que había sido la perla de la aventura colonial americana, la Vice-royauté de Nouvelle-France, con nombre y diseño que copiaba, al menos en apariencia, los virreinatos españoles. Con el Tratado de París en 1763, Francia perdió todas sus posesiones coloniales continentales. La historia del virreinato de la Nueva Francia fue breve.
    Antes del Tratado de Utrecht en 1713, en el momento de su mayor extensión, la Nueva Francia se extendía, al menos en el mapa, desde Terra nova al lago Superior y desde la bahía de Hudson hasta el golfo de México. El progreso era lento y la población, escasa. El censo de 1666 da una población total de 3.215 habitantes. Resulta evidente que había más habitantes en estas tierras, pero los franceses solo consideran población a los nacidos en Francia o hijos de padres franceses, y se desentienden por completo de la población indígena, lo que les impide progresar en aquellas tierras. Su actitud, como la anglosajona, contrasta poderosamente con la de los españoles, que desde el principio incluyen en sus censos a los indígenas.
    La pérdida de Nueva Francia provocó una frustración muy honda, que precisamente por serlo, rara vez se manifiesta de manera abierta, pero que está en el origen de muchas actitudes de las élites ilustradas francesas. Es posible leer libros y periódicos de los años sesenta y setenta en Francia sin tropezar con una sola mención a la humillante pérdida de Nueva Francia. Se diría que para la Ilustración francesa esto no ha sucedido. Pero está ahí e influye, y mucho. En realidad es una sombra que se proyecta por doquier. Recordemos que fue en Francia donde alcanzó su mayor apogeo la teoría de la degeneración americana de la que ya hemos hablado. ¿Quién quiere un imperio en América si cuanto allí está es fruto de la degeneración o está inevitablemente destinado a degenerar? Igualmente se buscará como ejemplo de todo aquello que se considera anticuado y despreciable al gran imperio americano de entonces: España. Esta actitud es semejante a la de la zorra con las uvas inalcanzables y demuestra una inteligencia práctica extraordinaria y admirable en las élites francesas. El menosprecio para con los imperios coetáneos o nacientes, que son bárbaros, atrasados, degenerados y casi dignos de compasión, no afecta solo a España y a Estados Unidos. El amor-odio por Rusia forma parte de ello.
    Antes del Tratado de París, Rusia es para la Ilustración francesa un ejemplo digno de imitación; después, una realidad histórica condenada al fracaso. Hay autores que hablan de un auténtico «mito ruso» en el siglo XVIII francés. Es un fenómeno exclusivamente francés que no se da en otros países. Hacia 1700 el zar Pedro había sido visto como un ser bárbaro salido de los confines de Asia, pero a mediados de siglo la opinión va cambiando y se le considera el genial creador de un grotesco y gran imperio, el cual no habría sido posible, se piensa en Francia, sin la ayuda de Francia y de la Ilustración francesa. La paradoja es irritante: ¿cómo es posible que las artes francesas, el talento francés, la cultura francesa en manos de unos semibárbaros hayan alumbrado un imperio de proporciones épicas y no hayan podido engendrar nada semejante para Francia? Realmente la opinión pública francesa está convencida de que todo cuanto sucede en Rusia y en Estados Unidos es obra de sus ilustrados. Alexis de Tocqueville, inusualmente dotado de sentido de la autocrítica, nos cuenta que el francés medio cree de verdad que los estadounidenses no hacen más que seguir las indicaciones de los ilustrados franceses para regir su país. Tocqueville explica que los franceses llevaban décadas “viviendo en la ciudad ideal construida por sus escritores, hasta el extremo de creer que los americanos se limitaban a ejecutar lo concebido por ellos”.
    La desproporción gigantesca entre la verdadera situación económica social de Francia y la imagen que los ilustrados franceses consiguen crear y proyectar de su país, interna y externamente, es un fenómeno colectivo fascinante y poco estudiado. Si, como Arnolsson escribió, la leyenda negra de España es la mayor alucinación colectiva de Occidente, la leyenda ilustrada de Francia es la segunda. Viene a ser como la leyenda negra, pero al revés. Es evidente que se parte del supuesto de que la Ilustración es un producto genuinamente francés que ha sido exportado e imitado por doquier. Como mínimo se entiende que la Ilustración ha encontrado en Francia su más perfecta manifestación. Esta es una idea popularmente asumida en Francia de manera rotunda, pero también en los otros países europeos. Cuando se piensa en la Ilustración, se proyecta una imagen francesa. Esta construcción mental que se considera una realidad incuestionable es un producto cultural creado y vendido por los propios ilustrados franceses en una operación de marketing intelectual que debería hacer palidecer de envidia a las más modernas compañías publicitarias. Quizá está de más señalarlo, pero conviene apuntar que la Ilustración en modo alguno fue un movimiento francés, ni siquiera en la su origen, sino paneuropeo, y que revistió en cada lugar formas peculiares y muy variadas.
    Lortholary estudia este «parti russe» cuyo principal propósito es proponer a los franceses un modelo de reformas (laicismo, impulso técnico, reorganización escolar, reformas administrativas y judiciales...) sobre el modelo de los cambios que se habían llevado a cabo en Rusia (tal y como los ilustrados franceses entienden estos cambios), los cuales habían convertido aquellas tierras bárbaras en un formidable imperio. Pedro se transforma en la literatura francesa del momento en un nuevo Ale jandro, a la vez conquistador y civilizador. Antes de él, solo hay tinieblas; después, brillan las luces de la Ilustración en Rusia, por benéfico efecto de los ilustrados franceses. Esta es la imagen que ofrece Fontenelle en su Éloge de Pierre le Grand y también en su Histoire de Charles XII, donde ofrece un retrato de Pedro que agrandará y mejorará en Histoire de Rus sie. Igualmente Catalina la Grande es presentada como el prototipo de déspota ilustrada y como la creadora de un gran imperio-modelo. No hace falta ir muy lejos para saber de dónde viene este interés francés por el mundo ruso: «Si la bárbara Rusia había podido recorrer semejante camino, ¿qué no haría la civilizada Francia, una vez gobernada según la razón, por un déspota bienhechor?». Los ilustrados franceses, buscando un camino hacia la primera división de la historia, encuentran por todas partes maravillas para imitar: le mirage russe, le mirage anglais, le mirage prusien..., sin darse cuenta plenamente de que ellos están «fabricando» el milagro francés.
    En este sinvivir con Rusia que proyecta el deseo de un imperio que Francia nunca ha podido materializar, participa Voltaire a manos llenas. Cuando Catalina lo invitó en 1765, Voltaire respondió con mucha gracia que él era más viejo que la ciudad en que ella reinaba (se refiere a San Petersburgo), y que si fuera más joven se haría ruso. Le fascina, como a otros ilustrados, el misterio grandioso que entraña la construcción de un imperio. El misterio y, naturalmente, el poder. Siempre el poder. Desde los años treinta va y viene a este asunto. Sin embargo, no comprende el tipo de hombre que él es no sirve para ese menester. Hay que estar dispuesto a salir de los salones, de los encajes y las pelucas para afrontar que una empresa de esa envergadura. Francia tuvo muchos y notables ilustrados, pero no tuvo imperio, porque puso su admiración en un modelo de hombre que es poco partidario de dormir al raso. Ni con un esfuerzo desatado de la fantasía es posible imaginar a Voltaire o a Diderot llevando las vidas de un Jiménez de Quesada o un Vladímir Arséniev
    El mito de la «metamorphose russe» fascina a los profetas del despo tismo ilustrado. Es famosa la polémica que enfrentó a Diderot, Rousseau, Voltaire y otros ilustrados a propósito de Rusia y del concepto de civilización. Sin el trastorno de la guerra de los Siete Años y la pérdida de Nueva Francia no se entiende esta preocupación por el imperio nuevo de Rusia, por cómo se hace un imperio a partir de la nada, de la barbarie, de los bosques salvajes. Señala Núñez Seixas que «la zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental, pero también se construyeron entonces una serie de tópicos acerca del atraso y de las características étnicas de los pueblos del imperio zarista». Ciertamente este es el momento en que una élite fuertemente vinculada a un poder local sin posibilidad de expansión acuña los tópicos antirrusos en Francia, porque esto no sucede en toda la Ilustración, es decir, en todos los países de Europa. No lo vemos en España, ni en Portugal, ni en Holanda ni en Gran Bretaña, que generará propaganda antirrusa unas décadas después, pero no en este momento todavía. Naturalmente hay ilustrados no franceses que se interesan por Rusia, como el italiano Fran cesco Algarotti (autor también de unas Cartas desde Rusia), que viajó allí, y el portugués António Nunes Ribeiro Sanches, pero Rusia no constituye tema central en la Ilustración de ningún país, excepto Francia.
    El invento de la civilización
    ¿Es posible o no civilizar a Rusia? Naturalmente, se parte del supuesto de que estos cristianos no son civilizados. Sobre este particular hay perfecta coincidencia, es decir, ni Voltaire ni Diderot tienen la menor duda de que los rusos están sin civilizar. Lo que se discute es es posible civilizarlos o no. o mejor dicho: si nosotros, que somos la quintaesencia de la civilización, podemos civilizarlos. Insistimos en que esta obsesión con Rusia es exclusivamente francesa. No se da en otros países. Eso no quita para que Rusia interese ahora a todos los que han participado en la guerra de los Siete Años, pero no de este modo. Esta idea fija con los imperios forma parte solo de la Ilustración francesa y afecta a todos los imperios. Si son nuevos (Rusia), están sin civilizar. Si son viejos (España), están corrompidos, degradados y atrasados. Si están germinando (Estados Unidos), van a degenerar rápidamente.
    Recuérdese que el Tratado de París es de 1763. El neologismo civilisation es con frecuencia usado por Baudeau en un artículo titulado «Du mon de politique», el cual trata naturalmente de Rusia, y este será uno de los principales motivos de su difusión. El empleo del término que hacen Diderot y Baudeau, a propósito de Rusia en ambos casos, convertirá esta palabra en uno de los conceptos fundamentales de la Ilustración y pronto será importada a otras lenguas. El artículo de Baudeau fue leído por Voltaire e influyó de manera sustancial en el fragmento que se conoce como Sur la Russie (1772), después desarrollado en Mémoires pour Catherine II. Por lo tanto, la palabra civilisation se populariza en Francia vinculada a la barbarie rusa y por oposición a ella. La «civilización» es lo que le falta a Rusia. Cuando las obras que se valen de este neologismo de tanto éxito se expandan por Europa, bien directamente, bien por medio de traducciones, llevarán consigo la imagen de su contrapunto: la Rusia bárbara y salvaje. Y Rusia será para siempre un lugar en el que la civilización no acaba de asentarse.
    La idea de que Rusia no prosperará porque no es más que el resulta do de una falsa civilización la encontramos por doquier en la Ilustración. Muchas veces la repite Auteroche, y otros ilustrados de más fuste, como Diderot. Los rusos no tienen más que un barniz, una apariencia de seres civilizados, por debajo de la cual sigue latiendo el asiático salvaje. Es la idea central de otro inevitable libro de viajes, Russie en 1839 de Astolphe de Custine, a quien Heinrich Heine llamó «medio hombre de letras», por su condición homosexual y por lo mediocre de su arte. Su primer libro de viajes trató sobre España, como era de esperar. A Balzac le gustó y lo animó a seguir progresando por el camino de las tierras salvajes. Las 1.800 páginas de Custine constituyeron un éxito inmenso. Se hicieron un sinnúmero de ediciones pirata y reducidas del texto. En 1848 se habían vendido 200.000 ejemplares. Custine halaga constantemente el sentimiento de superioridad de sus lectores europeos con frases como «tienen solo el barniz de civilización europea suficiente para ser salvajes astutos, pero no hombres ilustrados». Finalmente, al prepararse para regresar, concluye que se respira mejor fuera de Rusia.
    Rusia hoy
    Todos los imperios practican la autocrítica de manera más o menos inmisericorde. Los pueblos con el ego frágil no pueden permitirse ex ponerse de este modo. La autocrítica es una de las razones de que se mantenga abierta la meritocracia y razonablemente limpio un estado en proceso de crecimiento exponencial. Una parte sustantiva de la crítica de que se alimenta la imperiofobia la producen los imperiales mismos. Lo hicieron los romanos y los españoles y lo hacen los rusos y los estadounidenses. Quiere decirse que la autocrítica imperial es usada como herramienta propagandística por los pueblos enemigos o amigos/enemigos donde se produce la leyenda negra, no que esa autocrítica la produzca. La imperiofobia nace de la frustración y el orgullo herido, y estos son previos a los argumentos concretos -un repertorio muy limitado de tópicos, por cierto- que se usan para dotar de razones al prejuicio imperiófobo.
    Al menos desde el siglo XVIII los rusos se esfuerzan en un análisis minucioso y neurótico que pretende determinar cuál es el verdadero carácter de su nación y cuál debe ser su futuro acorde con ese carácter que no se deja definir. Naturalmente, el ruso cree que este sinvivir solo le pasa a él, y pone siempre ejemplos de cordura y equilibro países occidentales que le parecen menos convulsos y más serenos. Qué es Rusia y cuál es su destino ha sido un tema recurrente en filósofos y escritores rusos. Cuál es la razón de ser de Rusia en la historia es una de las cuestiones favoritas del filósofo Vladímir Soloviev, metafísica pregunta que también se hicieron Dostoievski o Solzhenitsyn. Para Nikolái Berdiayev, la dualidad entre el Este y el Oeste es el nudo gordiano de las tribulaciones rusas, las cuales tienen una naturaleza excepcional, por la propia “inconsistencia del espíritu ruso”. Rusia no descubrirá cuál es su verdadero lugar en el mundo hasta que no resuelva este conflicto entre Oriente y Occidente. El asunto es fascinante y da para una enciclopedia, pero lo que aquí nos interesa es resaltar los paralelismos: Galdós afirma en Zaragoza que el destino de España es «poder vivir, como la salamandra, en el fuego». El ruso, como el español, cree las palabras del inglés o del francés, y no mira los hechos, porque piensa que las palabras remiten a los hechos automáticamente. Zinovy Zinik, periodista y novelista moscovita y autor del informe Censorship and Self-Alienation in Russia (2005), dice que los rusos ya no saben quiénes son ni qué son, y por lo tanto les ofende cualquier intento por definirlos. El título del libro ya es lo suficiente significativo. Para este autor, «los rusos se encuentran en un estado permanente de crisis de identidad»
    Algunos autores, como García Cárcel, consideran que la leyenda negra en realidad no existe sino que es el resultado de la tendencia de los españoles a perderse en los laberínticos senderos sobre su identidad. También los rusos mantienen con ellos mismos una relación conflictiva y no por ese motivo se han inventado la rusofobia. Los rusos como imperio se cuestionan a sí mismos desde el principio. En tiempos de Catalina II las ideas hostiles a la guerra y a la expansión territorial circulaban libremente y en abundancia. El hábito de la autoexposición y la manera torrencial en que los rusos tienden a mostrarse a sí mismos, lo mejor y lo peor de ellos, causa, principalmente entre los protestantes europeos, gran desasosiego. Es lógico: estos son educados en la idea de la contención y en el principio de que la buena educación exige velar cuidadosamente el interior de cada cual.
    Para Anatol Lieven resulta evidente que la rusofobia no procede solo de la hostilidad hacia la Unión Soviética en los tiempos de la Guerra Fría y considera que «it is also the legacy of Soviet and Russian studies within Western academy». Hay, por tanto, en el caso de los rusos ese componente de respetabilidad intelectual característico de los prejuicios antiimperiales en oposición a otras clases de prejuicios. Va ligado a la rusofobia desde la Ilustración. Este factor quedó diluido cuando en 1917 triunfó la revolución y Rusia pasó a ser la tierra prometida sin necesidad de llegar al más allá. Diluido pero no muerto.
    Vladímir Volkoff llama rusofobia posmoderna a la que se manifiesta en Occidente desde 1991. Volkoff, no sin humor, se refiere a una auténtica «orgie de russophobie» que puede verse cada día en los medios occidentales, y explica esta eclosión de una nueva rusofobia como el resultado de los sentimientos mayoritarios de la clase mediática e intelectual que ha visto en la caída de la URSS y del comunismo un fracaso imperdonable de los ideales que reverenciaron durante decenios, de tal manera que no pueden aceptar más que una Rusia corrompida y decadente tras haber dejado de ser la tierra prometida de una nueva fe. Contra toda lógica, resulta que la imagen de Rusia ha empeorado, según las encuestas internacionales, desde el final del régimen soviético. Rusia es el miembro del G-8 que tiene peor reputación, según datos de la prestigiosa International Gallup Organization.
    Señala Vladímir Vorsoben que «Rusia aún se está recuperando de los agotadores años noventa». Asombrosa recuperación. Que un imperio que controla una quinta parte de la superficie terrestre cambie de religión y de sistema de gobierno sin estallar por los cuatro costados, y pocos paralelos se retire de varios millones de kilómetros cuadrados conquistados sin provocar ninguna guerra, es una proeza que tiene la historia del mundo. Los rusos están acostumbrados a cifras y hechos en colectivos que escapan por completo a la capacidad de comprensión del europeo medio. En 1991 Gueorgui Arbátov, consejero diplomático de Gorbachov, dijo una frase que se hizo célebre: «Vamos a haceros el peor de los servicios: os vamos a privar del enemigo». En respuesta a esto, el general Maisonneuve escribió: «El enemigo soviético tenía todas las cualidades del buen enemigo: sólido, constante, coherente. Militar mente se parece a nosotros y está construido sobre el más puro modelo clausewitzien. Inquietantes, sí, pero conocidos y previsibles. Su desaparición debilita nuestra cohesión y convierte en inútil nuestro poder» Grandes verdades y un notable error: Rusia no ha desaparecido. Este hecho, que ha sido reiteradamente anunciado, vaticinio común al de venir de todos los imperios, está muy lejos de producirse. La muerte de Rusia ha sido profetizada, con disimulado alborozo, varias veces en los últimos siglos. Durante el reinado del zar Alejo I (1645-1676), Europa Occidental definió, a fin de evitar guerras innecesarias, cuáles serían las zonas de expansión en el enorme cuerpo, supuestamente próximo a morir, de Rusia. La mayor parte correspondía, en justicia, a los suecos. Leibniz, que fue el que diseñó el plan estratégico, no tuvo en cuenta el nacimiento de Pedro I. Rusia no solo no murió, sino que al final del reinado de Pedro, Suecia había dejado de ser una gran potencia y Rusia podía considerarse uno de los grandes imperios de la historia. Tras el fin de la guerra de Crimea, de nuevo se anunció la muerte de Rusia, o cuando no, una postración que la alejaría sine die de la primera división de la historia. Lo mismo se repitió tras la Revolución de 1917 y la guerra civil, y tras la caída del comunismo. La crisis en Ucrania y Crimea de 2014 demuestra que Occidente ha vuelto a hacerse ilusiones y a creerse que Rusia ha muerto. Sin embargo, Rusia sigue estando ahí, viva y bien viva.



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    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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