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Tema: Rusia y España

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  1. #1
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    Re: Rusia y España

    Patriotas rusos homenajean a José Antonio y a Franco en Moscú:

    "Por eso luchamos contra los globalistas en Ucrania. Luchamos contra los mismos que luchó en general Franco. Detener al enemigo satánico que intenta destruirnos."

    https://twitter.com/Miquel_R/status/1595083124559552512

    Saludos en Xto.
    Valmadian y DOBLE AGUILA dieron el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  2. #2
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    Re: Rusia y España

    No entienden estos sujetos que comentan el twitter del tal Ramos, que a Putin le pueden apoyar desde nostálgicos de la antigua URSS hasta rusos blancos monárquicos...tiene el voto del 80% de los rusos. Bueno, no entienden nada.

    Verdaderamente vivimos los nuevos tiempos de la torre de Babel.
    Última edición por DOBLE AGUILA; 23/11/2022 a las 22:48
    Valmadian dio el Víctor.

  3. #3
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    Buscando mi Patria, pero no la encuentro.
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    Re: Rusia y España

    Cita Iniciado por DOBLE AGUILA Ver mensaje
    No entienden estos sujetos que comentan el twitter del tal Ramos, que a Putin le pueden apoyar desde nostálgicos de la antigua URSS hasta rusos blancos monárquicos...tiene el voto del 80% de los rusos. Bueno, no entienden nada.
    Vivimos tiempos de confusión y por eso, además de por otras causas, mucha gente no entiende lo que está pasando. Sin salir de España vemos que PODEMOS apoya a Rusia y, en consecuencia, muchos de los que se autoproclaman "patriotas" (la mayoría de salón y comentario con el móvil) no lo hacen aunque se les diga en todos los tonos, y se les aporten pruebas hasta la saciedad, de que eso que hoy se sigue llamando "Occidente" es el Mal. Sí PODEMOS apoya, -o dice apoyar-, a Rusia `puede ser por dos razones, la primera se llama ignorancia y no aceptación de que Rusia hoy en día ya no es la URSS. La otra puede ser más intencionada, y es que PODEMOS, apoya al NOM y su Agenda 2030.

    https://podemos.info/medida/implemen...pobreza-las-d/

    Lo dicen ellos mismos, no yo. Pero esto es una contradicción en los términos, pues no se puede estar en misa y repicando al tiempo. No, en efecto, el imaginario y farsante apoyo de PODEMOS a Rusia es el modo que tienen de minar cualquier simpatía hacia la causa rusa. Sin embargo, a la gente no se le puede exigir más de lo que tiene, porque no es que no llegue, es que ni siquiera arranca. Por ese motivo el curioso vídeo que me sorprendió cuando me llegó a través del móvil, y que remití a unos cuantos contactos, muchos a favor del NOM sin saberlo, sorprendió igualmente a unos cuántos de ellos. Esto está sucediendo en Rusia, la reivindicación de la Rusia Cristiana, la que sostiene que Moscú es la Tercera Roma. Y sospecho que va a costar mucho contrarrestar el lavado de cerebro de la ingeniería social angloamericana.
    "He ahí la tragedia. Europa hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma europea choca con una realidad artificial anticristiana. El europeo se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.

    <<He ahí la tragedia. España hechura de Cristo, está desenfocada con relación a Cristo. Su problema es específicamente teológico, por más que queramos disimularlo. La llamada interna y milenaria del alma española choca con una realidad artificial anticristiana. El español se siente a disgusto, se siente angustiado. Adivina y presiente en esa angustia el problema del ser o no ser.>>

    Hemos superado el racionalismo, frío y estéril, por el tormentoso irracionalismo y han caído por tierra los tres grandes dogmas de un insobornable europeísmo: las eternas verdades del cristianismo, los valores morales del humanismo y la potencialidad histórica de la cultura europea, es decir, de la cultura, pues hoy por hoy no existe más cultura que la nuestra.

    Ante tamaña destrucción quedan libres las fuerzas irracionales del instinto y del bruto deseo. El terreno está preparado para que germinen los misticismos comunitarios, los colectivismos de cualquier signo, irrefrenable tentación para el desilusionado europeo."

    En la hora crepuscular de Europa José Mª Alejandro, S.J. Colec. "Historia y Filosofía de la Ciencia". ESPASA CALPE, Madrid 1958, pág., 47


    Nada sin Dios

  4. #4
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    Re: Rusia y España

    Españoles a favor de Rusia

    Los carlistas sentían gran afinidad con los zares de Rusia, arquetipo de gobierno ultra-reaccionario. Sus ‘reyes’ terminaron luchando por el zar

    [COLOR=var(--color-gray-caption)]El pretendiente carlista “Carlos VII” (sentado) con sus ayudantes. A la izquierda está el vizconde de Montserrat, ambos lucharon en la Guerra Ruso-turca de 1877.

    Publicado: 20/03/2022 • 03:30Actualizado: 08/07/2022 • 16:42



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    El primer carlista notable que decidió combatir por el zar fue un guerrillero famoso en su tiempo, Marcelino Gonfaus, alias Marsal, un catalán tejedor de oficio que llegó a general. Prisionero en la Segunda Guerra Carlista (1846-49), un consejo de guerra lo condenó a muerte, y estaba ya ante el piquete que le iba a fusilar cuando le llegó el indulto.
    No escarmentó sino que volvió a tentar la suerte. Al producirse la rebelión carlista de 1855 pasó de Francia a Cataluña, como comandante en jefe de esa región, que fue casi el único foco de insurgencia. La intentona fracasó, como siempre, y entonces Marsal decidió irse a la Guerra de Crimea, donde ya había tantos españoles (véase el artículo ‘El General Prim en la Guerra Ruso-turca‘, publicado en THE OBJECTIVE), pero para combatir a favor de Rusia. Sin embargo fue capturado antes de atravesar los Pirineos, y esta vez nadie le libró del pelotón de fusilamiento.
    Si Marsal tenía el grado de comandante general de Cataluña, mucho mayor era el rango del siguiente español que fue a luchar junto al zar en la siguiente guerra ruso-turca: nada menos que ‘Carlos VII’, el pretendiente carlista a la corona de España. Don Carlos de Borbón y Austria-Este había venido a España para ponerse al frente de sus tropas en la Tercera Guerra Carlista (1872-76), pero el rotundo fracaso de su intentona le devolvió al exilio donde había nacido. Por cierto, había venido al mundo en el Este de Europa, en Liubiana, actual capital de Eslovenia, entonces parte del Imperio Austro-húngaro.
    Rey sin corona y sin nada que hacer, cuando en 1877 estalló la enésima Guerra Ruso-turca le pidió al zar un empleo en el conflicto. Ya no reinaba en Rusia el caudillo de la ultraderecha europea Nicolás I, que nunca reconoció a Isabel II como reina de España, sino su hijo Alejandro II, que era todo lo contrario, un liberal. Alejandro II realizó reformas radicales, entre ellas decretó la liberación de los siervos, la mayoría de la población rusa que vivía en semi-esclavitud. Sin embargo su espíritu progresista no le sirvió a Alejandro II para librarse de los ataques revolucionarios, y murió en un atentado, pero eso es otra historia.


    [COLOR=var(--color-gray-border)]PUBLICIDAD[/COLOR]

    El caso es que aunque ya no hubiese comunión ideológica entre el zar y el carlismo, Alejandro II le concedió a ‘Carlos VII’ lo solicitado por cortesía de reyes. El 17 de julio de 1877, el zar recibió cordialmente al pretendiente don Carlos en su cuartel general de campaña en Ploesti (hoy Rumanía) y lo agregó al Estado Mayor del XIII Cuerpo de Ejército. El pretendiente no viajaba solo, sino con un pequeño «séquito real» formado por dos ayudantes de campo y por José de Suelves y de Montagut, marqués de Tamarit, a quien había otorgado el título carlista de vizconde de Monserrat (el título fue reconocido por el Estado Español en tiempos de Franco, y casualmente una biznieta del vizconde de Montserrat se casó con un nieto del Generalísimo, Francisco Franco Martínez Bordiú).


    Don Jaime de Borbón, pretendiente carlista hijo de ‘Carlos VII’, en uniforme ruso de Húsares de Grodno.
    Debieron encontrar aburrido los españoles un puesto lejos de primera línea y Don Carlos pidió acción. Entonces lo pasaron a los cosacos, caballería ligera que siempre estaba realizando incursiones y escaramuzas. En la batalla de Plevna el pretendiente ‘Carlos VII’ cargó al frente del 34º Regimiento de Cosacos, flanqueado por el vizconde de Montserrat y sus ayudantes, y ganaron la Medalla de oro al Valor Militar. Montserrat volvería distinguirse en el asalto al Gran Reducto de Grivitza, cuya conquista puso fin al sitio de Plevna, siendo citado en la orden general del ejército, y don Carlos lo ascendió a coronel.
    La guerra ruso-japonesa

    El heredero de ‘Carlos VII’ fue su primogénito Jaime de Borbón y Borbón-Parma, llamado por los carlistas ‘Jaime I de España’ o ‘Jaime III de Aragón’. Muchos títulos para quien no tenía ninguna tierra. Había nacido en Suiza, fue a colegios jesuitas en Francia e Inglaterra, y siguió la carrera militar en la Academia Militar Teresiana de Austria. Con el título de oficial del ejército austriaco en el bolsillo se dirigió al zar, que en esa época era ya Nicolás II, el último Romanov. No quería asistir a una guerra para matar el tiempo, como su padre, sino un empleo fijo, y Nicolás II se lo dio. En 1896 fue admitido como alférez en el ejército ruso, en el que serviría durante 13 años, primero en un regimiento de dragones, aunque enseguida pasó a la élite donde se alistaba la alta nobleza, la Caballería de la Guardia Imperial, concretamente el regimiento de Húsares de Grodno.
    Realizó misiones en Asia Central, en las fronteras de Afganistán y Persia, y estuvo de guarnición en Varsovia, pues en aquella época Polonia había sido anexionada por Rusia, pero en 1900 alcanzó lo que cualquier joven militar desea, el bautismo de fuego. Fue en una guerra peculiar, la expedición a China de la Alianza de las Ocho Naciones. En China había surgido un movimiento xenófobo, los Boxers, que torturaban y mataban a los extranjeros, fuesen misioneros, comerciantes o diplomáticos, y a los cristianos chinos. La amenaza de los Bóxers, que recibieron el apoyo de la emperatriz de China, llevó a los representantes diplomáticos en Pekín a fortificarse en el Barrio de las Embajadas, donde sufrieron un terrible asedio durante 55 días.


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    Siete potencias europeas que tenían intereses en China, más Japón, formaron la Alianza de las Ocho Naciones, e invadieron China con un ejército de 55.000 hombres. El contingente mayor era el japonés, 20.000 soldados, pero el segundo era el ruso, con 13.000. Entre ellos estaba don Jaime de Borbón, que fue condecorado por su valor en la liberación de la Iglesia del Salvador de Pekín, que había resistido los ataques Boxers con sólo 40 marineros franceses e italianos bajo la dirección del enérgico obispo Favier.
    Mucho más seria fue la siguiente guerra que don Jaime de Borbón libró por el zar, la guerra ruso-japonesa de 1904. En la batalla de Liaoyang permaneció tres días a caballo bajo el fuego enemigo, y en la de Vafangón desobedeció la orden de retirarse que le dio su general, temeroso de tener que informar al zar de la muerte de un príncipe de sangre real. «¡Capitán Borbón, vuestra vida no os pertenece, puede ser necesaria a España», argumentó el general Sansónov, a lo que respondió: «Si yo mostrara miedo no sería digno de mi patria», y se lanzó a la carga. Por esta acción fue ascendido a comandante.
    En 1909 murió ‘Carlos VII’ y don Jaime se convirtió en el pretendiente carlista al trono de España. Decidido a asumir la jefatura del carlismo pidió la baja en el ejército ruso, aunque el zar no quiso perder el vínculo, le autorizó a marcharse de Rusia para que realizase su programa político en España, pero lo nombró coronel del regimiento de Húsares de Grodno.


    [/COLOR]
    https://theobjective.com/cultura/202...panoles-rusia/
    Última edición por ReynoDeGranada; 23/12/2022 a las 17:12
    Trifón dio el Víctor.
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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  5. #5
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    Re: Rusia y España

    rusofobia antes y ahora - María Elvira Roca Barea





    (Extractos del libro "Imperiofobia y leyenda negra"
    «Rusia es una adivinanza, envuelta en un misterio, dentro de un enigma».
    W. CHURCHILL


    La frase de Churchill resume bien la perplejidad que la Europa Occidental ha sentido y siente con respecto a Rusia. En líneas generales la opinión común es que los rusos son como unos europeos a medio cocer o simplemente unos bárbaros que a simple vista no lo parecen, porque se han dado un barniz de civilización, lo que nos lleva a otra frase famosa que pone de manifiesto lo que bulle en el subconsciente del Occidente comme il faut: «Escarba en un español y encontrarás un sarraceno; dentro de un ruso, y encontrarás un tártaro». Lo dijo Gertrude Stein (1874 1946), escritora estadounidense y adelantada del movimiento gay.
    El periodista ruso afincado en París Pyotr Romanov, reconoce que con la desaparición de la URSS nada ha cambiado en la rusofobia tradicional. Considera que el problema está «ancré dans le cerveau des Occidentaux» [anclado en el cerebro de los occidentales] tan profundamente que poco puede hacerse para erradicarlo. Pero, como sucede con la leyenda negra, este prejuicio racista no ha llegado a la mente occidental por casualidad ni se ha generado espontáneamente. Romanov escribe en francés y para un público francés. Cuando dice «los occidentales», piensa en Francia principalmente, y quizá también en Gran Bretaña y Alemania. Seguramente desconoce que hay países europeos donde la rusofobia es muy débil, como España. Cuarenta años predicando contra la URSS no han servido de mucho. En realidad, la propaganda franquista no iba contra Rusia y los rusos, sino contra el comunismo. Antes de la Guerra Civil no había ni juicios ni prejuicios contra Rusia en España, y los que había, no sobrepasaban el nivel de los habituales clichés nacionales. Los contactos habían sido muy escasos y no habían generado apenas textos. En consecuencia, para estudiar la rusofobia desde el punto de vista de las propagandas antiimperiales hay que situarse en un país occidental donde esta propaganda haya tenido pleno vigor, antes de la Revolución soviética y después. La etapa comunista es la que menos nos interesa en la evolución de la rusofobia, porque comunismo y anticomunismo vivían enzarzados en una guerra constante de propaganda que tiende a desenfocar el fenómeno que aquí queremos estudiar. Para analizar la rusofobia aisladamente hay que ir al periodo anterior y posterior a la URSS, y se verá que existe una continuidad que rebasa por completo las ideologías al uso. La imperiofobia es un fenómeno supraideológico cuyo anclaje es mucho más profundo que cualquier credo liberal, social demócrata o comunista.
    España y Rusia
    Hasta la Revolución de 1917 hay poco sobre Rusia en España. Es destacable que en las relaciones bilaterales los rusos habían sido mucho más activos y habían llevado la iniciativa casi siempre. Así, en tiempos de la regencia de Mariana de Austria, Fedor II envió a Madrid al diplomático más influyente de su tiempo, Pedro Ivanowitz Potemkin, con un séquito de unas veinte personas entre traductores, secretarios y expertos en distintas áreas. Esto sucedía en 1681. De aquella espectacular embajada, que dejó a la corte española estupefacta, se conserva en el Museo del Prado un retrato de Potemkin, obra de Carreño, el pintor de cámara. Mucho después, en tiempos de Carlos III, cuando los españoles se tropezaron con los rusos en Alaska, la monarquía comprendió que Rusia podía ser un amigo -o un enemigo- formidable y se pensó que esta era una relación que convenía cultivar. Nada menos que Jovellanos fue designado para ir a Moscú en calidad de embajador plenipotenciario a fin de establecer un acuerdo de largo alcance con los rusos. Este proyecto se frustró por la muerte del rey.
    Las primeras publicaciones en las que Rusia aparece como tema en España son las Cartas desde Rusia escritas por Juan Valera en 1857, durante su etapa como diplomático en Moscú. Habrá que esperar treinta años hasta que Emilia Pardo Bazán empiece a escribir sobre Rusia y a difundir las obras de Tolstoi y Dostoievski, que ella conoció a partir de traducciones francesas. El primer texto largo dedicado a la Rusia con temporánea que se edita en España fue la obra de Julián Juderías, que ya tratamos en un capítulo anterior. Hay que mencionar también a Sofia Casanova (1862-1958), periodista y escritora gallega que parte de su vida en Polonia. La imagen que transmiten estos autores no gran se sale de los clichés del exotismo y el atraso asiático que eran comunes en la opinión pública europea: «Se trataba del tópico de la Rusia misteriosa y extraña, un pueblo seudoasiático y un fanatismo doblado de una capacidad de sufrimiento inimaginables para el observador occidental. En parte, era una suerte de espejo invertido de los tópicos que esa mis ma esfera pública europea también abrigaba acerca de la Península Ibérica. Y constituía asimismo una variante de la visión neorromántica, doblada de prejuicio y fascinación por lo exótico que se convirtió en in. fundamental de la visión de Europa del Este a partir de varios clichés forjados por los ilustrados franceses del siglo XVIII». Solo Julián Juderías, a sus veinticinco años, se deja asombrar por lo que ve durante su etapa como traductor diplomático en Odesa e intenta abrirse camino a través de sus propios prejuicios para comprender.

    El nacimiento de la rusofobia: la Francia ilustrada
    La literatura crítica al uso considera que la rusofobia nació en Gran Bretaña durante la guerra de Crimea, o en varios países occidentales a la vez durante este tiempo y a causa de este conflicto, pero en realidad surgió al menos un siglo antes, durante una etapa que ha producido prejuicios y fobias como pocas en la historia de Occidente: la Ilustración, y en concreto la Ilustración francesa. Es en este momento cuando se acuñan los tópicos de la leyenda negra rusa, que luego se repetirán ad nauseam durante la guerra de Crimea y hasta ahora, sin desfallecer. La propaganda de guerra no inventa nada nuevo sino que se apoya en lo ya creado por los ilustrados. Estudiemos un poco este proceso y sus causas. ¿Por qué surge la rusofobia en la Francia ilustrada?
    La Europa Occidental se entera de que Rusia existe cuando Pedro I, llamado el Grande (1672-1725), realiza su viaje extraordinario en 1697. El zar recorre varios países, pero no Francia, porque, aparte de aprender los inventos de Occidente, que es lo que a todos nos han enseñado, lo que el zar busca primordialmente son aliados cristianos para luchar contra los turcos, y Francia es en este momento el mejor aliado del Imperio otomano. Políticamente el viaje de Pedro, rodeado de mitos y fantásticas historias, será infructuoso. Las naciones europeas están enzarzadas en este momento en una de esas trifulcas colectivas que necesitan un par de veces por siglo aproximadamente. La que en este momento se ventila afecta a España de modo especial, puesto que se trata de la guerra de Sucesión, tras la muerte de Carlos II. El bocado era sumamente apetecible y todas las partes estaban convencidas de que algo sustancioso iban a conseguir, de manera que la alianza que Pedro venía a proponer no resultó atractiva para nadie. Sin embargo, Francia se interesó por Rusia de manera muy especial casi de inmediato.
    Resumiremos con brevedad la situación histórica en Francia que hace comprensible la reacción ilustrada francesa con respecto a Rusia, pero también con respecto a España y Estados Unidos. A lo largo del siglo XVIII surgieron una serie de conflictos coloniales entre Gran Bretaña y Francia que acabaron con la destrucción de casi todo el imperio colonial francés en una serie de guerras sucesivas. La pérdida más dolorosa se produce con la guerra de los Siete Años (1756-1763). Esta guerra, con dos frentes abiertos, uno en Europa y otro en América, fue muy dura para Francia. Era además el cuarto enfrentamiento colonial entre los dos países, con un balance muy adverso. Francia se ve obligada a retirarse de la que había sido la perla de la aventura colonial americana, la Vice-royauté de Nouvelle-France, con nombre y diseño que copiaba, al menos en apariencia, los virreinatos españoles. Con el Tratado de París en 1763, Francia perdió todas sus posesiones coloniales continentales. La historia del virreinato de la Nueva Francia fue breve.
    Antes del Tratado de Utrecht en 1713, en el momento de su mayor extensión, la Nueva Francia se extendía, al menos en el mapa, desde Terra nova al lago Superior y desde la bahía de Hudson hasta el golfo de México. El progreso era lento y la población, escasa. El censo de 1666 da una población total de 3.215 habitantes. Resulta evidente que había más habitantes en estas tierras, pero los franceses solo consideran población a los nacidos en Francia o hijos de padres franceses, y se desentienden por completo de la población indígena, lo que les impide progresar en aquellas tierras. Su actitud, como la anglosajona, contrasta poderosamente con la de los españoles, que desde el principio incluyen en sus censos a los indígenas.
    La pérdida de Nueva Francia provocó una frustración muy honda, que precisamente por serlo, rara vez se manifiesta de manera abierta, pero que está en el origen de muchas actitudes de las élites ilustradas francesas. Es posible leer libros y periódicos de los años sesenta y setenta en Francia sin tropezar con una sola mención a la humillante pérdida de Nueva Francia. Se diría que para la Ilustración francesa esto no ha sucedido. Pero está ahí e influye, y mucho. En realidad es una sombra que se proyecta por doquier. Recordemos que fue en Francia donde alcanzó su mayor apogeo la teoría de la degeneración americana de la que ya hemos hablado. ¿Quién quiere un imperio en América si cuanto allí está es fruto de la degeneración o está inevitablemente destinado a degenerar? Igualmente se buscará como ejemplo de todo aquello que se considera anticuado y despreciable al gran imperio americano de entonces: España. Esta actitud es semejante a la de la zorra con las uvas inalcanzables y demuestra una inteligencia práctica extraordinaria y admirable en las élites francesas. El menosprecio para con los imperios coetáneos o nacientes, que son bárbaros, atrasados, degenerados y casi dignos de compasión, no afecta solo a España y a Estados Unidos. El amor-odio por Rusia forma parte de ello.
    Antes del Tratado de París, Rusia es para la Ilustración francesa un ejemplo digno de imitación; después, una realidad histórica condenada al fracaso. Hay autores que hablan de un auténtico «mito ruso» en el siglo XVIII francés. Es un fenómeno exclusivamente francés que no se da en otros países. Hacia 1700 el zar Pedro había sido visto como un ser bárbaro salido de los confines de Asia, pero a mediados de siglo la opinión va cambiando y se le considera el genial creador de un grotesco y gran imperio, el cual no habría sido posible, se piensa en Francia, sin la ayuda de Francia y de la Ilustración francesa. La paradoja es irritante: ¿cómo es posible que las artes francesas, el talento francés, la cultura francesa en manos de unos semibárbaros hayan alumbrado un imperio de proporciones épicas y no hayan podido engendrar nada semejante para Francia? Realmente la opinión pública francesa está convencida de que todo cuanto sucede en Rusia y en Estados Unidos es obra de sus ilustrados. Alexis de Tocqueville, inusualmente dotado de sentido de la autocrítica, nos cuenta que el francés medio cree de verdad que los estadounidenses no hacen más que seguir las indicaciones de los ilustrados franceses para regir su país. Tocqueville explica que los franceses llevaban décadas “viviendo en la ciudad ideal construida por sus escritores, hasta el extremo de creer que los americanos se limitaban a ejecutar lo concebido por ellos”.
    La desproporción gigantesca entre la verdadera situación económica social de Francia y la imagen que los ilustrados franceses consiguen crear y proyectar de su país, interna y externamente, es un fenómeno colectivo fascinante y poco estudiado. Si, como Arnolsson escribió, la leyenda negra de España es la mayor alucinación colectiva de Occidente, la leyenda ilustrada de Francia es la segunda. Viene a ser como la leyenda negra, pero al revés. Es evidente que se parte del supuesto de que la Ilustración es un producto genuinamente francés que ha sido exportado e imitado por doquier. Como mínimo se entiende que la Ilustración ha encontrado en Francia su más perfecta manifestación. Esta es una idea popularmente asumida en Francia de manera rotunda, pero también en los otros países europeos. Cuando se piensa en la Ilustración, se proyecta una imagen francesa. Esta construcción mental que se considera una realidad incuestionable es un producto cultural creado y vendido por los propios ilustrados franceses en una operación de marketing intelectual que debería hacer palidecer de envidia a las más modernas compañías publicitarias. Quizá está de más señalarlo, pero conviene apuntar que la Ilustración en modo alguno fue un movimiento francés, ni siquiera en la su origen, sino paneuropeo, y que revistió en cada lugar formas peculiares y muy variadas.
    Lortholary estudia este «parti russe» cuyo principal propósito es proponer a los franceses un modelo de reformas (laicismo, impulso técnico, reorganización escolar, reformas administrativas y judiciales...) sobre el modelo de los cambios que se habían llevado a cabo en Rusia (tal y como los ilustrados franceses entienden estos cambios), los cuales habían convertido aquellas tierras bárbaras en un formidable imperio. Pedro se transforma en la literatura francesa del momento en un nuevo Ale jandro, a la vez conquistador y civilizador. Antes de él, solo hay tinieblas; después, brillan las luces de la Ilustración en Rusia, por benéfico efecto de los ilustrados franceses. Esta es la imagen que ofrece Fontenelle en su Éloge de Pierre le Grand y también en su Histoire de Charles XII, donde ofrece un retrato de Pedro que agrandará y mejorará en Histoire de Rus sie. Igualmente Catalina la Grande es presentada como el prototipo de déspota ilustrada y como la creadora de un gran imperio-modelo. No hace falta ir muy lejos para saber de dónde viene este interés francés por el mundo ruso: «Si la bárbara Rusia había podido recorrer semejante camino, ¿qué no haría la civilizada Francia, una vez gobernada según la razón, por un déspota bienhechor?». Los ilustrados franceses, buscando un camino hacia la primera división de la historia, encuentran por todas partes maravillas para imitar: le mirage russe, le mirage anglais, le mirage prusien..., sin darse cuenta plenamente de que ellos están «fabricando» el milagro francés.
    En este sinvivir con Rusia que proyecta el deseo de un imperio que Francia nunca ha podido materializar, participa Voltaire a manos llenas. Cuando Catalina lo invitó en 1765, Voltaire respondió con mucha gracia que él era más viejo que la ciudad en que ella reinaba (se refiere a San Petersburgo), y que si fuera más joven se haría ruso. Le fascina, como a otros ilustrados, el misterio grandioso que entraña la construcción de un imperio. El misterio y, naturalmente, el poder. Siempre el poder. Desde los años treinta va y viene a este asunto. Sin embargo, no comprende el tipo de hombre que él es no sirve para ese menester. Hay que estar dispuesto a salir de los salones, de los encajes y las pelucas para afrontar que una empresa de esa envergadura. Francia tuvo muchos y notables ilustrados, pero no tuvo imperio, porque puso su admiración en un modelo de hombre que es poco partidario de dormir al raso. Ni con un esfuerzo desatado de la fantasía es posible imaginar a Voltaire o a Diderot llevando las vidas de un Jiménez de Quesada o un Vladímir Arséniev
    El mito de la «metamorphose russe» fascina a los profetas del despo tismo ilustrado. Es famosa la polémica que enfrentó a Diderot, Rousseau, Voltaire y otros ilustrados a propósito de Rusia y del concepto de civilización. Sin el trastorno de la guerra de los Siete Años y la pérdida de Nueva Francia no se entiende esta preocupación por el imperio nuevo de Rusia, por cómo se hace un imperio a partir de la nada, de la barbarie, de los bosques salvajes. Señala Núñez Seixas que «la zona oriental del continente servía de contrapunto al concepto de civilización al que aspiraban los ilustrados y que consideraban propio de la Europa Occidental, pero también se construyeron entonces una serie de tópicos acerca del atraso y de las características étnicas de los pueblos del imperio zarista». Ciertamente este es el momento en que una élite fuertemente vinculada a un poder local sin posibilidad de expansión acuña los tópicos antirrusos en Francia, porque esto no sucede en toda la Ilustración, es decir, en todos los países de Europa. No lo vemos en España, ni en Portugal, ni en Holanda ni en Gran Bretaña, que generará propaganda antirrusa unas décadas después, pero no en este momento todavía. Naturalmente hay ilustrados no franceses que se interesan por Rusia, como el italiano Fran cesco Algarotti (autor también de unas Cartas desde Rusia), que viajó allí, y el portugués António Nunes Ribeiro Sanches, pero Rusia no constituye tema central en la Ilustración de ningún país, excepto Francia.
    El invento de la civilización
    ¿Es posible o no civilizar a Rusia? Naturalmente, se parte del supuesto de que estos cristianos no son civilizados. Sobre este particular hay perfecta coincidencia, es decir, ni Voltaire ni Diderot tienen la menor duda de que los rusos están sin civilizar. Lo que se discute es es posible civilizarlos o no. o mejor dicho: si nosotros, que somos la quintaesencia de la civilización, podemos civilizarlos. Insistimos en que esta obsesión con Rusia es exclusivamente francesa. No se da en otros países. Eso no quita para que Rusia interese ahora a todos los que han participado en la guerra de los Siete Años, pero no de este modo. Esta idea fija con los imperios forma parte solo de la Ilustración francesa y afecta a todos los imperios. Si son nuevos (Rusia), están sin civilizar. Si son viejos (España), están corrompidos, degradados y atrasados. Si están germinando (Estados Unidos), van a degenerar rápidamente.
    Recuérdese que el Tratado de París es de 1763. El neologismo civilisation es con frecuencia usado por Baudeau en un artículo titulado «Du mon de politique», el cual trata naturalmente de Rusia, y este será uno de los principales motivos de su difusión. El empleo del término que hacen Diderot y Baudeau, a propósito de Rusia en ambos casos, convertirá esta palabra en uno de los conceptos fundamentales de la Ilustración y pronto será importada a otras lenguas. El artículo de Baudeau fue leído por Voltaire e influyó de manera sustancial en el fragmento que se conoce como Sur la Russie (1772), después desarrollado en Mémoires pour Catherine II. Por lo tanto, la palabra civilisation se populariza en Francia vinculada a la barbarie rusa y por oposición a ella. La «civilización» es lo que le falta a Rusia. Cuando las obras que se valen de este neologismo de tanto éxito se expandan por Europa, bien directamente, bien por medio de traducciones, llevarán consigo la imagen de su contrapunto: la Rusia bárbara y salvaje. Y Rusia será para siempre un lugar en el que la civilización no acaba de asentarse.
    La idea de que Rusia no prosperará porque no es más que el resulta do de una falsa civilización la encontramos por doquier en la Ilustración. Muchas veces la repite Auteroche, y otros ilustrados de más fuste, como Diderot. Los rusos no tienen más que un barniz, una apariencia de seres civilizados, por debajo de la cual sigue latiendo el asiático salvaje. Es la idea central de otro inevitable libro de viajes, Russie en 1839 de Astolphe de Custine, a quien Heinrich Heine llamó «medio hombre de letras», por su condición homosexual y por lo mediocre de su arte. Su primer libro de viajes trató sobre España, como era de esperar. A Balzac le gustó y lo animó a seguir progresando por el camino de las tierras salvajes. Las 1.800 páginas de Custine constituyeron un éxito inmenso. Se hicieron un sinnúmero de ediciones pirata y reducidas del texto. En 1848 se habían vendido 200.000 ejemplares. Custine halaga constantemente el sentimiento de superioridad de sus lectores europeos con frases como «tienen solo el barniz de civilización europea suficiente para ser salvajes astutos, pero no hombres ilustrados». Finalmente, al prepararse para regresar, concluye que se respira mejor fuera de Rusia.
    Rusia hoy
    Todos los imperios practican la autocrítica de manera más o menos inmisericorde. Los pueblos con el ego frágil no pueden permitirse ex ponerse de este modo. La autocrítica es una de las razones de que se mantenga abierta la meritocracia y razonablemente limpio un estado en proceso de crecimiento exponencial. Una parte sustantiva de la crítica de que se alimenta la imperiofobia la producen los imperiales mismos. Lo hicieron los romanos y los españoles y lo hacen los rusos y los estadounidenses. Quiere decirse que la autocrítica imperial es usada como herramienta propagandística por los pueblos enemigos o amigos/enemigos donde se produce la leyenda negra, no que esa autocrítica la produzca. La imperiofobia nace de la frustración y el orgullo herido, y estos son previos a los argumentos concretos -un repertorio muy limitado de tópicos, por cierto- que se usan para dotar de razones al prejuicio imperiófobo.
    Al menos desde el siglo XVIII los rusos se esfuerzan en un análisis minucioso y neurótico que pretende determinar cuál es el verdadero carácter de su nación y cuál debe ser su futuro acorde con ese carácter que no se deja definir. Naturalmente, el ruso cree que este sinvivir solo le pasa a él, y pone siempre ejemplos de cordura y equilibro países occidentales que le parecen menos convulsos y más serenos. Qué es Rusia y cuál es su destino ha sido un tema recurrente en filósofos y escritores rusos. Cuál es la razón de ser de Rusia en la historia es una de las cuestiones favoritas del filósofo Vladímir Soloviev, metafísica pregunta que también se hicieron Dostoievski o Solzhenitsyn. Para Nikolái Berdiayev, la dualidad entre el Este y el Oeste es el nudo gordiano de las tribulaciones rusas, las cuales tienen una naturaleza excepcional, por la propia “inconsistencia del espíritu ruso”. Rusia no descubrirá cuál es su verdadero lugar en el mundo hasta que no resuelva este conflicto entre Oriente y Occidente. El asunto es fascinante y da para una enciclopedia, pero lo que aquí nos interesa es resaltar los paralelismos: Galdós afirma en Zaragoza que el destino de España es «poder vivir, como la salamandra, en el fuego». El ruso, como el español, cree las palabras del inglés o del francés, y no mira los hechos, porque piensa que las palabras remiten a los hechos automáticamente. Zinovy Zinik, periodista y novelista moscovita y autor del informe Censorship and Self-Alienation in Russia (2005), dice que los rusos ya no saben quiénes son ni qué son, y por lo tanto les ofende cualquier intento por definirlos. El título del libro ya es lo suficiente significativo. Para este autor, «los rusos se encuentran en un estado permanente de crisis de identidad»
    Algunos autores, como García Cárcel, consideran que la leyenda negra en realidad no existe sino que es el resultado de la tendencia de los españoles a perderse en los laberínticos senderos sobre su identidad. También los rusos mantienen con ellos mismos una relación conflictiva y no por ese motivo se han inventado la rusofobia. Los rusos como imperio se cuestionan a sí mismos desde el principio. En tiempos de Catalina II las ideas hostiles a la guerra y a la expansión territorial circulaban libremente y en abundancia. El hábito de la autoexposición y la manera torrencial en que los rusos tienden a mostrarse a sí mismos, lo mejor y lo peor de ellos, causa, principalmente entre los protestantes europeos, gran desasosiego. Es lógico: estos son educados en la idea de la contención y en el principio de que la buena educación exige velar cuidadosamente el interior de cada cual.
    Para Anatol Lieven resulta evidente que la rusofobia no procede solo de la hostilidad hacia la Unión Soviética en los tiempos de la Guerra Fría y considera que «it is also the legacy of Soviet and Russian studies within Western academy». Hay, por tanto, en el caso de los rusos ese componente de respetabilidad intelectual característico de los prejuicios antiimperiales en oposición a otras clases de prejuicios. Va ligado a la rusofobia desde la Ilustración. Este factor quedó diluido cuando en 1917 triunfó la revolución y Rusia pasó a ser la tierra prometida sin necesidad de llegar al más allá. Diluido pero no muerto.
    Vladímir Volkoff llama rusofobia posmoderna a la que se manifiesta en Occidente desde 1991. Volkoff, no sin humor, se refiere a una auténtica «orgie de russophobie» que puede verse cada día en los medios occidentales, y explica esta eclosión de una nueva rusofobia como el resultado de los sentimientos mayoritarios de la clase mediática e intelectual que ha visto en la caída de la URSS y del comunismo un fracaso imperdonable de los ideales que reverenciaron durante decenios, de tal manera que no pueden aceptar más que una Rusia corrompida y decadente tras haber dejado de ser la tierra prometida de una nueva fe. Contra toda lógica, resulta que la imagen de Rusia ha empeorado, según las encuestas internacionales, desde el final del régimen soviético. Rusia es el miembro del G-8 que tiene peor reputación, según datos de la prestigiosa International Gallup Organization.
    Señala Vladímir Vorsoben que «Rusia aún se está recuperando de los agotadores años noventa». Asombrosa recuperación. Que un imperio que controla una quinta parte de la superficie terrestre cambie de religión y de sistema de gobierno sin estallar por los cuatro costados, y pocos paralelos se retire de varios millones de kilómetros cuadrados conquistados sin provocar ninguna guerra, es una proeza que tiene la historia del mundo. Los rusos están acostumbrados a cifras y hechos en colectivos que escapan por completo a la capacidad de comprensión del europeo medio. En 1991 Gueorgui Arbátov, consejero diplomático de Gorbachov, dijo una frase que se hizo célebre: «Vamos a haceros el peor de los servicios: os vamos a privar del enemigo». En respuesta a esto, el general Maisonneuve escribió: «El enemigo soviético tenía todas las cualidades del buen enemigo: sólido, constante, coherente. Militar mente se parece a nosotros y está construido sobre el más puro modelo clausewitzien. Inquietantes, sí, pero conocidos y previsibles. Su desaparición debilita nuestra cohesión y convierte en inútil nuestro poder» Grandes verdades y un notable error: Rusia no ha desaparecido. Este hecho, que ha sido reiteradamente anunciado, vaticinio común al de venir de todos los imperios, está muy lejos de producirse. La muerte de Rusia ha sido profetizada, con disimulado alborozo, varias veces en los últimos siglos. Durante el reinado del zar Alejo I (1645-1676), Europa Occidental definió, a fin de evitar guerras innecesarias, cuáles serían las zonas de expansión en el enorme cuerpo, supuestamente próximo a morir, de Rusia. La mayor parte correspondía, en justicia, a los suecos. Leibniz, que fue el que diseñó el plan estratégico, no tuvo en cuenta el nacimiento de Pedro I. Rusia no solo no murió, sino que al final del reinado de Pedro, Suecia había dejado de ser una gran potencia y Rusia podía considerarse uno de los grandes imperios de la historia. Tras el fin de la guerra de Crimea, de nuevo se anunció la muerte de Rusia, o cuando no, una postración que la alejaría sine die de la primera división de la historia. Lo mismo se repitió tras la Revolución de 1917 y la guerra civil, y tras la caída del comunismo. La crisis en Ucrania y Crimea de 2014 demuestra que Occidente ha vuelto a hacerse ilusiones y a creerse que Rusia ha muerto. Sin embargo, Rusia sigue estando ahí, viva y bien viva.



    https://www.xn--crticamodernidad-9rb...ia-elvira.html
    «¿Cómo no vamos a ser católicos? Pues ¿no nos decimos titulares del alma nacional española, que ha dado precisamente al catolicismo lo más entrañable de ella: su salvación histórica y su imperio? La historia de la fe católica en Occidente, su esplendor y sus fatigas, se ha realizado con alma misma de España; es la historia de España.»
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    Re: Rusia y España

    CATALINA LA GRANDE PIDE A ESPAÑA LIBROS SOBRE LENGUAS INDÍGENAS.

    La corte de Carlos III debió quedarse asombrada en 1785 al recibir una insólita petición desde Rusia. Siguiendo la corriente ilustrada de su época, la emperatriz Catalina la Grande se interesaba por las lenguas indígenas que se hablaban en los territorios de ultramar españoles y enviaba a Madrid una lista de libros impresos, manuscritos y vocabularios que decía necesitar, acompañada de una relación de palabras que deseaba traducir a tantas lenguas como fuera posible.

    Al parecer, la idea inicial de la zarina en 1784 era hacer un diccionario universal de los idiomas que se hablaban en el Imperio Ruso pero luego decidió ampliarlo a todo el mundo y ella misma eligió entre 200 y 285 palabras para traducir que escribió de su puño y letra, si bien luego fueron ampliadas hasta 400. Términos básicos, en cualquier caso, cuyas traducciones a todas las lenguas encargó a una comisión dirigida por Peter Simon Pallas. En ese contexto se le ocurrió incorporar las de América y Filipinas, recurriendo primero a los jesuitas y luego a la diplomacia. La relación con España era buena porque Carlos III había reconocido en 1759 el título de zar y el encargado de transmitir el deseo de Catalina fue el embajador en San Petersburgo, Pedro Normande, que envio la petición al secretario de Despacho de Estado, el conde de Floridablanca.

    El rey dio la orden correspondiente y en 1787 se abrió el preceptivo expediente (hoy conservado en el Archivo General de Indias y con nada menos que 304 hojas). La Secretaría de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia de Indias se ocupó de reunir los libros: desde el Virreinato de Nueva España se enviaron cuatro ejemplares "de otras tantas lenguas"; desde Perú algunos más pero sólo de quechua y aymara por considerarse esas lenguas más cultas que otras como el mapuche; Nueva Granada fue el que más volúmenes envió, 21, de lengua sáliba, mientras que de Buenos Aires apenas hay noticias y no mandó nada; de la Gobernación de Filipinas llegaron cinco diccionarios de tagalo, bicol, cagayán, pangasinán, bisaya y zámbala; de Guatemala algunas obras de pocomán, populaca, cakquichel, cabécar y otras.

    Todo ello, consistente en vocabularios, manuscritos, gramáticas, diccionarios y catecismos, debía incorporarse al "Linguarum totius orbis vocabularia comparativa augustissimae cura collecta, a P. S. Pallas digesta", donde había ya 51 lenguas europeas y 149 asiáticas, pero nunca lo hicieron. Aparte de que ese título se perdió posteriormente, España no llegó a enviar a Rusia los libros prometidos y lo único en lengua americana que se incluyó en la segunda edición fue lo proporcionado por los jesuitas.

    No se sabe la razón pero seguramente influyó la muerte de Carlos III en 1788 y la consiguiente coyuntura política española derivada de la Revolución Francesas. Se supone que aquel material enviado desde ultramar enriquece hoy las colecciones de la Real Biblioteca, la Biblioteca Nacional y el Archivo General de Indias.


    Imágenes:

    1-Orden para transmitir a los virreinatos el encargo de recopilar los libros.

    Creditos Diego Zumalacarregui







    _______________________________________

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