Aventuras y desventuras de los primeros españoles en San Petersburgo
16 de junio de 2013
Carmen Marín, Rusia Hoy
La ciudad de San Petersburgo, fundada por Pedro el Grande se convirtió en el primer punto de atracción para europeos en Rusia. Diplomáticos, militares, comerciantes e ingenieros se instalaron en la capital de un floreciente Imperio.
José de Urrutia y de las Casas, caballero Comendador de la Imperial Orden Militar de San Jorge de Rusia en 4º Grado. Fuente: Wikipedia
Parece ser que el primer personaje que pone los pies en suelo ruso en representación de España es Fitz-James Stuart, duque de Liria y de Jérica, hijo del duque de Berwick, en 1727y con 31 años. Llegó como embajador español a Rusia y su labor era influir en la corte del Zar a favor de España, pues se temía una posible guerra con Inglaterra a causa del bloqueo de Gibraltar y el apoyo al pretendiente Estuardo.
Con buena disposición de ánimo, este joven embajador pensó que sería una gran idea llevar unos vinos españoles consigo, pues, como él pensaba, “la amistad se celebra con la botella”. Lo que desconocía el duque de Liria, es que en Rusia se bebía en generosas cantidades y gastó ingentes sumas de dinero de su propia fortuna para representar a la Embajada espléndidamente e invitar a beber a los boyardos.
Los vinos tuvieron gran éxito pero los esfuerzos del duque se frustraron al firmar Inglaterra con Rusia el tratado de Soissons en 1728. Por sus cartas sabemos que su pobreza había llegado al límite y que no tenía ni para pagar a la lavandera. Sin embargo, recordando el dicho de ‘afortunado en el juego, desafortunado en amores’ en el terreno sentimental obtuvo grandes éxitos. Eficiente adúltero, reunió una buena colección de amoríos, incluso hay de rumores de un romance con la emperatriz Anna Ivánovna.
Carlos III decidió reanudar la representación diplomática en Rusia y nombró al cordobés marqués de Almodóvar ministro plenipotenciario en San Petersburgo, cuya misión sería estrechar relaciones con Rusia y realizar un buen intercambio comercial. Almodóvar pronto envió informes certeros a sus superiores pero su situación empezó a verse cada vez más comprometida, al sucederse la entrada de España en la Guerra de los Siete Años tras la renovación del Pacto de Familia con Francia, y la muerte de la zarina Isabel Petrovna.
Y a zarina muerta, zarina puesta. Con la coronación de Catalina la Grande, en 1762, se intentó volver a las buenas relaciones comerciales con Rusia, pero todas sus interesantes sugerencias para mejorarlo cayeron en saco roto en España y el comercio ruso siguió en manos de ingleses, holandeses y hamburgueses. Almodóvar dejó Rusia a causa de la quebrantada salud de su esposa debido al despiadado clima ruso.
José de Ribas y Boyons fue conocido en Rusia como Ósip Mijáilovich Deribás. Fue marino y llegó a almirante de la Armada rusa. Entre sus logros está el de ser fundador de la ciudad de Odessa, actual Ucrania. Su carrera militar en Rusia fue vertiginosa, llegó en 1772, fue presentado a los más cercanos a la emperatriz Catalina la Grande y se casó con la hija ilegítima del ministro de Construcción de la Emperatriz.
Participó en la batalla naval de Chesme, en la que la flota rusa venció a la otomana. Ascendió a coronel y conoció a Grigori Potemkim, favorito de la zarina, al que ayudó a conquistar para Rusia la península de Crimea y a construir la Flota del mar Negro y su puerto base, Sebastópol.
Siguió siendo ascendido en el escalafón militar. Participó en diversas intrigas palaciegas, incluso se habla de un hijo ilegítimo con la emperatriz. Tras ser nombrado almirante de la Flota rusa, todo empezó a oscurecerse, se le acusó de malversación de fondos y después de participar en un complot sin resultado contra Pablo I, empezó a enfermar y delirar lo que acabó con muerte por envenenamiento, según dice la leyenda. La calle principal de Odesa, lleva en su honor el nombre de Deribásovskaya.
José de Urrutia y de las Casas, comisionado por Carlos III, llegó a Rusia en 1784. Recibió la Cruz de la Orden de San Jorge, la Espada del Mérito y el ascenso a mariscal del Imperio, jerarquía que le obligaba a juramento de servir a Rusia durante toda su vida militar y Urrutia declinó agradecido la oferta.
La representación española en San Petersburgo continuó, sobre todo gracias más bien a las tareas de los vicecónsules al promover el comercio entre ambos países.
Llovieron guerras acuerdos y desacuerdos, y de nuevo se reanudó el intercambio diplomático entre España y Rusia y como nuevo ministro español llegaba a San Petersburgo en 1802el militar y literato conde de Noroña. Se disfrutó de un periodo de estabilidad que fue favorable para el comercio, pero de nuevo las cosas se torcieron y a fines de 1804 España declaró la guerra a Inglaterra, lo que trajo sus correspondientes consecuencias.
Y a finales de 1807 las perspectivas de nuestros protagonistas en San Petersburgo eran poco halagüeñas y el conde de Noroña solicitó el traslado. En su diario personal dejaba escrito: “Ya hace cinco años que estoy en este país de clima tan extraordinariamente duro y de carestía tan inmensa que nadie puede formarse una idea exacta de ella”. Meses después empezaba un periodo difícil para España, en el que no obstante, dos compatriotas brillarían con luz propia bajo el tenue sol de San Petersburgo: el ingeniero Agustín de Betancourt y el diplomático Cea Bermúdez.
El ingeniero e inventor ilustrado, Agustín de Betancourt y Molina llegó a la capital rusa en 1808, obligado a emigrar de España debido a las malas relaciones con el primer ministro de Carlos IV, Manuel Godoy.
Un mes después de su llegada a San Petersburgo recibió el grado de general mayor e instructor del Cuerpo de Vías y Comunicaciones y como único superior tenía al zar, el cual, por su intensa actividad le otorgó la condecoración de Alexánder Nevski, la segunda del país en importancia. La amistad con el zar le creó envidiosos enemigos en la corte rusa.
Entre las muchas obras que dejó Betancourt en Rusia destacan los famosos puentes levadizos de San Petersburgo, la reforma de la catedral de San Isaac o la gran sala Manezh en Moscú, uno de los edificios neoclásicos más emblemáticos de la capital rusa. Agustín de Betancourt fue enterrado en San Petersburgo.
Cea Bermúdez y Buzo, enviado por las Cortes de Cádiz como diplomático a Rusia, negoció el tratado de Amistad, Alianza y Cooperación el 20 de julio de 1812, por el cual el zar Alejandro I, nuevamente en guerra con Napoleón, establecía una alianza con España y reconocía la Constitución de Cádiz. Tuvo también una destacada actuación en la incorporación de España a la Santa Alianza.
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¿Qué piensan los rusos sobre los españoles?
No falta en la lista de visitantes un autor de óperas y ballets: el valenciano Vicente Martín y Soler. Después de una fructífera estancia en Viena, en 1788 Catalina la Grande lo invitó como compositor de la corte en San Petersburgo donde compuso nuevas óperas, algunas en ruso y, tras un breve intento de instalarse en Londres donde tuvo un efímero éxito volvió a San Petersburgo donde se dedicó en exclusiva a la enseñanza y abandonó la composición.
Tras atravesar en trineo estepas nevadas y lagos helados, en 1856, el duque de Osuna, don Mariano Téllez llegó a San Petersburgo en calidad de embajador. Juan Valera, que nos dejó un interesante y divertido libro
Cartas desde Rusia, cuenta con su ironía habitual lo que ve en San Petersburgo, y lo que allí le ocurre al duque del Infantado.
Juan Valera fue un diplomático, político y escritor español. Fuente: wikipedia
Don Mariano fue famoso por sus gastos fabulosos y su progresivo endeudamiento. Se dice que no había día que repitiera traje y hasta siete veces en un día. La apostura del duque, su riqueza y cuanto representaba, se hizo eco en la capital rusa. Con los zares tenía íntima amistad, y era famosa su galantería. La casa del duque estaba situada a la orilla del río Neva, frente a la isla Vasílievski, al lado del puente Nikolái. Osuna se mantuvo durante seis años, hasta 1862, como embajador en Rusia.
Y estas son algunas de las experiencias de estos primeros españoles, intrépidos aventureros, por tierras rusas. Y se seguirán repitiendo las mismas para cualquiera que tenga una misión que cumplir en Rusia. Intrigas y amoríos no faltarán, el vino siempre será escaso, si quiere agasajar como es debido, y nadie se librará de vérselas cara a cara con el acerbo clima ruso.
La opinión del autor no coincide necesariamente con la de RBTH.
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