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Tema: Los fundamentos del imperialismo británico

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Hyeronimus Los fundamentos del... 05/08/2013, 13:22
Hyeronimus Re: Los fundamentos del... 05/08/2013, 13:31
Irmão de Cá Re: Los fundamentos del... 06/08/2013, 01:57
Hyeronimus Re: Los fundamentos del... 13/08/2013, 13:00
Hyeronimus Re: Los fundamentos del... 19/09/2013, 19:14
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    Re: Los fundamentos del imperialismo británico

    LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (3ª PARTE)

    Oliverio Cromwell

    Por Manuel Fernández Espinosa

    Gustaba de contar Thomas Hobbes (1588 - 1679) que su madre lo había traído al mundo en un parto prematuro, por el miedo que a la madre le inspiraba la noticia de la aproximación a Inglaterra de una poderosa cuanto sobrecogedora Armada Española, como nunca se había visto, con el propósito de invadir la isla. Esta Armada Española es vulgarmente llamada en la historia universal con el nombre de "Armada Invencible". Y teniendo en cuenta que no obtuvo su propósito suena a hiriente ironía llamarla así: es uno más de los goles que nos ha metido la excelente propaganda inglesa, siempre tan chauvinista y humorística.
    Hobbes fue alumbrado por el terror de su madre y por eso el controvertido filósofo inglés llegó a decir: “El miedo y yo nacimos mellizos”.
    Como a nadie se le oculta, la filosofía de Hobbes, además de ser un materialismo declarado que, cabalmente por su nulo recato, se ganara la fama de ateísmo, cristalizó en la fundamentación del absolutismo político. Esta fue la más imperecedera de las contribuciones de Hobbes a la filosofía: su teoría política. Sin los precedentes filosóficos presentados en LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (2ª PARTE) su filosofía no hubiera podido ser la que vino a ser. Estos antecedentes los hemos considerado con antelación, pero conviene recordarlos: herejía, anti-aristotelismo/anti-escolasticismo (en su vertiente nominalista y empirista) y pragmatismo embrionario (con su concepto de ciencia como “saber es poder”, técnica-magia en Francis Bacon).

    Cuando Hobbes enunció aquella terrible frase que lo haría famoso (“El hombre es un lobo para el hombre”) el filósofo inglés estaba pensando, a no dudar, en el truculento fenómeno de la guerra civil, la guerra civil que tuvo lugar sobre suelo insular en vida de Hobbes; pero la efectista reducción del hombre a depredador (en estado de naturaleza el hombre es contemplado como un lobo carnicero que ataca al otro) se puede aplicar perfectamente a Inglaterra que, con la insofocable voracidad de un lobo, acechaba los territorios bajo dominio de la Monarquía Católica e Hispánica. Y con esa misma condición de lobo que acecha su ocasión para caer sobre su presa fue como el mismo Hobbes, por aquel entonces, inspiró el plan de posesionarse de alguna isla propincua al continente americano. "Hobbes fue uno de los que idearon el plan gigantesco de la conquista de Sudamérica ara Inglaterra; y aunque no llegó a ejecutarse y se redujo a la conquista de Jamaica, queda a su autor la gloria de haber sido uno de los fundadores del imperio colonial inglés" -nos recuerda Oswald Spengler. Apoderándose de una isla caribeña podría instalarse una base desde la que lanzar las naves de la piratería inglesa a la conquista del Nuevo Mundo. Y tal propósito de conquistar América, en esos años, implicaba entrar en conflicto con España.

    Hobbes seguía con ello la estela de sus más ilustres compatriotas, aquellos que habían sido formados en el odio a España difundido en los libros con ilustraciones de John Foxe. Hobbes es, en este aspecto de la política práctica (dejemos a un lado su teoría política), un eslabón más de la cadena de filósofos ingleses que fundamentan el imperialismo británico y, antes de considerar los fundamentos del imperialismo británico más moderno, no podíamos soslayar al "mellizo del miedo", del miedo a España. La base que los ingleses tomarían para sus incursiones de hostigamiento a España, a la postre, sería Jamaica. Ésta había sido atacada en un primer intento frustrado el año 1596 y, tras sucesivos ataques, los ingleses vieron culminados sus esfuerzos en 1655 a manos del almirante William Penn y el general Robert Venables. Y ahora atendamos a las dos fechas: la de 1596 (primer intento infructuoso de tomar Jamaica) y 1655 (cuando por ende los ingleses granjean su presa). En los años que van del 1596 al de 1655 la misma Inglaterra había sido escenario de una revolución (larga y sanguinaria) que se cobró la testa de Carlos I de Inglaterra en el año 1649. Los graves conflictos (económicos, sociales, políticos y religiosos) que produjeron la revolución inglesa y las guerras civiles que se sucedieron en la isla británica no alteraron apenas la política exterior de Inglaterra en lo que atañe a España.
    Desde tiempos del cisma de Enrique VIII era Inglaterra un hervidero. Y no había dejado de serlo en la primera mitad del siglo XVII. Bien lo sabía nuestro Francisco de Quevedo, cuando allá por 1636, en “La hora de todos y la fortuna con seso”, ponía en la boca del rey inglés: “Yo me hallo rey de unos estados que abraza sonoro el mar, que aprisionan y fortifican las borrascas; señor de unos reinos públicamente de la religión reformada, secretamente católicos”. La profusión de sectas, el catolicismo soterrado y perseguido, en definitiva: la escisión religiosa de la sociedad inglesa sería fuente de conflictos internos que la precipitarían en una larga revolución.


    
    Carlos I de Inglaterra

    Cuando el malhadado Carlos I era todavía Príncipe de Gales, Carlos vino a España (corría el año 1623) con el Duque de Buckingham. El propósito del principesco viaje era tantear el terreno con miras a concertar un matrimonio real del joven príncipe inglés con María Ana, la hija menor de Su Católica Majestad Felipe III de España. Cuando Carlos y el de Buckingham regresaron a Inglaterra, el coronel Henry Bruce expuso al Príncipe de Gales el concienzudo plan de conquistar la fortaleza y plaza de Gibraltar. Existía el antecedente de los holandeses que, en el año 1621, habían intentado tomar Gibraltar pero que felizmente habían sido repelidos por las naves de don Fadrique de Toledo.
    A finales del mes de abril de 1656 (Carlos I había sido ejecutado mucho antes, en 1649) Oliverio Cromwell escribía al almirante Montague:
    “Acaso sea posible atacar y rendir la plaza y castillo de Gibraltar, que en nuestro poder, y bien defendido, serían a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España; haciendo posible, además, con solo seis fragatas ligeras establecidas allí, hacer más daño a los españoles que con toda una gran flota enviada desde aquí…”.
    No es nuestro propósito recorrer exhaustivamente la historia inglesa, por eso nos basta con recordar estos hitos a manera de muestra. Fijando nuestra atención en estos episodios históricos deducimos que una sola fue la política exterior de Inglaterra para con España: hacernos la guerra a todo trance, incluso plantando a las bravas sus bases en el Caribe, pero también atreviéndose a plantarla en la península. Y esta política era así, con independencia de que Inglaterra padeciera las más tremendas turbulencias y guerras civiles dentro de sus fronteras, no sin graves consecuencias de todo orden derivadas de un conflicto interno. Bien estuviera bajo un monarca o bien se convirtiera transitoriamente en una república, Inglaterra mantenía su hostilidad contra España sin varianza y el plan maestro de John Dee, de Walter Raleigh, de Francis Bacon, de Thomas Hobbes, el plan de aniquilar a España, para adueñarse del mundo, permanecía inalterado.

    Guerra a España en el Nuevo Mundo y guerra a España en la misma Península Ibérica. De tal manera que el proyecto expresado por el coronel Bruce a Carlos I persistía, tras años y años, en la mente política de Cromwell que decapitaría al mismo Carlos.

    No fue, por lo tanto, una ocurrencia, no se trató de una eventualidad, en modo alguno fue una espontaneidad que, con la Guerra de Sucesión como telón de fondo, el almirante británico George Rooke se apoderara de Gibraltar en 1704: el sueño de Cromwell se hizo realidad, a partir de ese momento los daños para España serían incontables.

    BIBLIOGRAFÍA:

    -Thomas Hobbes, "The Leviathan".

    -Oswald Spengler, "La decadencia de occidente"

    -Francisco de Quevedo, "Los sueños".

    -Ph. Chasles, "Olivier Cromwell, sa vie privée, sa correspondence particulière".

    -Thomas Carlyle, "Letters and Speeches of Olivier Cromwell".
    CONTINUARÁ...


    Thomas Hobbes

    RAIGAMBRE

  2. #2
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    Re: Los fundamentos del imperialismo británico

    LOS FUNDAMENTOS DEL IMPERIALISMO BRITÁNICO (4ª PARTE)

    Francesc Pi i Margall

    LOS MENTORES DE DOS NACIONES: JOHN RUSKIN Y FRANCISCO PI Y MARGALL

    Por Manuel Fernández Espinosa

    Si algún día nuestros pies nos llevan al cementerio civil de Madrid y ,buscando, encontramos la lápida fúnebre de Francisco Pi y Margall, podremos leer su epitafio, que reza:
    FRANCISCO PI Y MARGALL




    Nació en Barcelona el 28 de abril de 1824.
    Político, Historiador, Estadista
    Crítico, Filósofo y Literato.
    Maestro de los Liberales.
    Presidente de la República Española
    en 1873.

    Falleció en Madrid el 29 de noviembre de 1901.

    ¡España no habría perdido su Imperio
    Colonial de haber seguido sus consejos!



    Sorprende que para el sepulcro de un republicano federal se grabaran esos dos renglones finales que adquieren énfasis por los signos de exclamación que los abren y cierran:
    “España no habría perdido su Imperio Colonial de haber seguido sus consejos”.
    Haremos bien en pensar que lo de “Imperio Colonial” es una concesión a la moda de la época en que se escribió el epitafio, puesto que España tuvo un Imperio, sí, pero –bien entendido- nunca tuvo un “Imperio Colonial”; nuestra expansión en Hispanoamérica fue un desbordamiento natural de la España europea en la España de Ultramar. Pero, ¿acaso pudiéramos creer que si se hubieran seguido los consejos de Pi y Margall se hubieran podido conservar los últimos restos del Imperio?
    Los consejos de Pi y Margall hubieran llegado demasiado tarde. Cuando el eminente intelectual republicano catalán nacía (año 1824) la Iberoamérica continental había roto con España en lo que nuestros hermanos llamaron su “emancipación” y que, como demostró la historia, no fue otra cosa que pasar a ser codiciada presa del voraz imperialismo británico. Difícilmente, por buenos que hubieran sido sus consejos, hubiera podido Pi y Margall haber remediado la desintegración del Imperio Español. La sentencia del epitafio se entenderá mejor si atendemos a los sucesos históricos que se produjeron en vida de Pi y Margall y que, por encima de todas las turbulencias peninsulares, le otorgarán su sentido más cabal: el trauma de la conciencia nacional, producido tras la pérdida de Filipinas y Cuba. En ese caso, los consejos de Pi y Margall hubieran podido surtir efecto, pero tampoco lo sabemos, puesto que no fueron seguidos y otras fueron las directrices que nos llevaron al vergonzoso “Tratado de París”.
    Sin embargo, su epitafio nos presenta a este gran patriota, tan poco estudiado y tan poco entendido. Conforme más lo estudio, más convencido estoy de que Francisco Pi y Margall hubiera podido ser nuestro Ruskin, si otra hubiera sido la circunstancia. John Ruskin (1819-1900) es, en gran medida, el oculto y desapercibido ideólogo decimonónico del Imperio Británico. Ruskin no fue nunca un filósofo, es más sostuvo una actitud despectiva y hostil hacia todo lo que fuese “metafísica” y “filosofía”, como bien lo pone de manifiesto el breve ensayo de R. G. Collingwood, “La filosofía de Ruskin”. Sin embargo, pese a su explícito desdén por la filosofía, Ruskin formó toda una escuela estética que no se conformaba con la contemplación del arte, sino que trataba de aprehender la realidad toda: también la política, por lo tanto. Y de hecho, es congruo mencionarlo, Ruskin ejerció su magisterio en el íntimo círculo de sus amigos y muchas de sus amistades fueron eminentes prohombres de la época victoriana, muy relacionados con el imperio británico: así Robert Baden-Powell (conocido por fundar el Movimiento Escultista con pretensiones mundiales: el “boy scout”), así Cecil Rhodes (el empresario en que Oswald Spengler vislumbró el nuevo cesarismo que combinaba los negocios con la expansión imperialista), el historiador Arnold Toynbee y tantos otros que compusieron su discipulaje.

    John Ruskin
    Nuestro Francisco Pi y Margall hubiera podido ser un mentor, como lo fue Ruskin para el imperialismo británico, pero sus circunstancias familiares, personales y nacionales eran muy distintas. Pi y Margall nació en el seno de una familia humilde, estudió en el seminario sacerdotal hasta que lo abandonó y pasó a la universidad. Atravesó estrecheces económicas y tuvo que dar clases privadas para poder seguir estudiando y, hasta después de culminar sus estudios universitarios, tuvo que verse ofertando clases particulares y viviendo de lo que le granjeaban sus escritos siempre mal pagados. Hay que achacar a estas penalidades económicas por las que atravesó que sus posiciones políticas se radicalizaran, conduciéndole al pensamiento “democrático” y republicano federalista, con un fondo libertario y revolucionario debido a la recepción de Pierre Joseph Proudhon, entre otros. Esto hace de nuestro Pi y Margall, al margen de su personalidad política al frente del Partido Republicano Democrático Federal y presidente efímero de la I República Española, un antecedente del anarquismo español. Sin embargo, a diferencia de casi todos los republicanos españoles contemporáneos de Pi y Margall, el intelectual catalán no cayó en las redes del krausismo, por haber asimilado (a su manera) el hegelianismo y haber incorporado a su pensamiento revolucionario algunas de las claves aportadas por Proudhon (esto se echa de ver en la obra pimargalliana titulada “La reacción y la revolución”). Por eso, Menéndez y Pelayo que no perdonaba ni una a la pedantería krausista, muestra ante Pi y Margall un cierto respeto, cuando escribe sobre él:
    “[Pi y Margall] éste sí que es hegeliano, y de la extrema izquierda. Sus dogmas los aprendió en Proudhon ya en años muy remotos, y no los ha olvidado ni soltado desde entonces. Este agitador catalán es el personaje de más cuenta que la heterodoxia española ha producido en estos últimos años. Porque en primer lugar tiene estilo, y, aunque incorrecto en la lengua, dice con energía y con claridad lo que quiere” (Historia de los Heterodoxos, Marcelino Menéndez y Pelayo).
    Es cierto que, como catalanohablante nativo, a Pi y Margall se le reprocharía expresarse en castellano escrito con cierta dificultad. No sería Menéndez y Pelayo el único que lo note, también Josep Plá, Eugenio d’Ors, Guillermo Díaz-Plaja y otros llamaron la atención sobre esto. Pero considérese que Menéndez y Pelayo le concede “estilo”, “energía” y “claridad”.
    Al igual que Ruskin tuvo discípulos, Pi y Margall también ejerció su magisterio: “Se consagró entonces a dar lecciones de política y de economía. En su modesta habitación de la calle del Desengaño reuníase lo más ardiente, lo más entusiasta, lo más puro de la juventud democrática, que ha constituido después la fibra del partido republicano". (La Ilustración Española y Americana, semblanza de Francisco Pi y Margall, febrero de 1873). Pero la gran diferencia era que Ruskin gozaba de una posición estable en la Universidad de Oxford como profesor de alumnos que, lejos de ser unos pobres “muertos de hambre”, eran las camadas de la aristocracia y la alta burguesía británicas.
    El ideario de Ruskin consistía en formar una elite de académicos universitarios sostenidos por el poder financiero, para adquirir y conservar el imperio británico, cuya supuesta misión no era otra, según ellos, que la implantación del capitalismo oligárquico y filantrópico (socialismo fabiano). Los poderes económicos, calculando los beneficios que dimanarían de una colaboración entre este círculo de intelectuales formado por Ruskin con la banca y los empresarios, no escatimaron medios para realizar las iniciativas culturales que emanaban del círculo ruskiniano. La influencia de Ruskin llegó a Estados Unidos de Norteamérica, donde discípulos suyos lograron fundar el Ruskin College, sufragado por el Duque de Norfolk y Lord Rosebery , nieto del barón de Rothschild, entre otros: con lo que puede confirmarse que el imperalismo anglosajón no está exento de un componente esencial de sionismo.
    Una tupida red de contactos en las altas esferas universitarias, empresariales, administrativas fueron generando una telaraña que tenía sus principales centros en algunas sociedades de pensamiento, de carácter semisecreto: la Pilgrims Society, la Round Table, la Fabian Society... Y lo generado en Inglaterra, con la generosa aportación de los grandes capitales financieros (entre ellos los Rothschild), encontró pronto la gemelación de estas entidades u otras afines en Estados Unidos de Norteamérica: con ello se iba afianzando un ideario pananglosajón que es, en gran medida, el que ejerce todavía su influencia en la mayor parte del planeta. Y uno de sus instrumentos es la expansión de la lengua inglesa como lengua universal para ejercer el dominio sobre el mundo entero.
    Ruskin era un socialista utópico, lo cual no le impedía delinear unas directrices ideológicas y prácticas plenamente nacionalistas. Pi y Margall a su vez era, a su manera, un socialista utópico y -si lo sabemos comprender- también, incluso con su republicanismo federal, se mostró como un verdadero patriota español. ¿Qué falló entonces, para que Pi y Margall no pudiera obtener en España unos resultados tan óptimos como los que tuvo Ruskin en el mundo anglosajón?
    Ruskin estaba entroncado en su propia tradición: puede decirse que fue un reformista del imperialismo británico, no se implicó personalmente en aventuras políticas y gozaba de una autoridad indiscutida entre sus discípulos.
    Pi y Margall tuvo barruntos de la tradición española (por ejemplo: ahí tenemos las páginas que escribió como prólogo, firmándolo bajo sus iniciales -F. P y M- para las Obras Completas del Padre Mariana, publicadas por Rivadeneyra), pero su ruptura con la tradición católica (Pi y Margall se declaraba “panteísta”), su anticlericalismo, las ideas extranjeras que había incorporado a su sistema (hegelianismo, proudhonismo…), lo apartaron en gran medida de la corriente tradicional hispánica, extrañándolo. Se implicó en tantas conspiraciones, revoluciones y batallas políticas que terminó creándose enemigos incluso entre sus correligionarios republicanos (de suyo escindidos en unitarios, federales y federales intransigentes) y, por último, no supo o no pudo crear grupos de poder intelectual que se atrajeran el patrocinio del poder económico español, dado que es un rasgo atávico de nuestras grandes fortunas el mostrarse insolidarias con el destino nacional.
    Pi y Margall es un catalán, un patriota español al que nadie puede regatearle que hubiera hecho todo lo posible para que España no perdiera lo que le restaba de su vastísimo Imperio, pero su filosofía no sirvió para lograr la cohesión de las fuerzas nacionales, dotándolas de criterios para desarrollar una unidad de acción eficaz, sino que su filosofía sirvió a la fragmentación que sucede a todo lo que no está informado por el espíritu tradicional y genuino de una nación. De ahí que el pensamiento de Pi y Margall derivara al nacionalismo catalán de Valentí Almirall, al republicanismo supérstite que llega a nuestros días, al federalismo del socialismo marxista y al anarquismo español.
    Somos de la opinión de que en el legado de Pi y Margall se hallan todavía claves fundamentales para comprender el gran problema del nacionalismo centrífugo y, ¿quién sabe? Acaso también algunas soluciones. Si pudiéramos resolver esto incluso podríamos plantearnos la posibilidad de reconstruir todo lo devastado en más de dos siglos de perniciosa acción disolvente y tal vez, entonces, pudiéramos parafrasear el epitafio del eximio catalán, para lo que a Dios pedimos luces:
    “Leyéndolo a él España se reintegró a sí misma y reintegró su perdido Imperio”.

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