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Tema: El desfile nazi-soviético de 1939 en Polonia

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    Re: El desfile nazi-soviético de 1939 en Polonia

    Así apoyó La Pasionaria la invasión de Polonia por Hitler y Stalin en la Segunda Guerra Mundial

    En 1940, Dolores Ibárruri publicó un artículo en el que cargaba contra Gran Bretaña y Francia por defender a una «república de campos de concentración»


    La lucha de Dolores Ibárruri que le costó la vida a su hijo - ATLAS


    Manuel P. Villatoro

    Actualizado: 12/11/2019 10:31h



    Si hay algo que demuestra el estudio de la historia es que los grises priman sobre el blanco y el negro. El relativismo de los no documentados, dicen unos; aunque prefiero definir este fenómeno como la cautela de aquel que conoce la inmensidad y los entresijos del pasado. Sea por la causa que sea, la realidad es que el paso del tiempo ha dejado algunas paradojas dignas de los Monty Python. Y una de ellas fue la defensa a ultranza que Dolores Ibárruri, la idealizada Pasionaria (fallecida hace hoy 30 años) en nuestra triste y castiza Guerra Civil, hizo de la invasión de Polonia por parte de la URSS. La contradicción es mayor si cabe al saber que la dirigente comunista seguía los preceptos de un Stalin que había firmado un pacto secreto con la Alemania nazi de Adolf Hitler para repartirse el país una vez iniciada la Segunda Guerra Mundial.

    Ibárruri se deshizo en improperios contra Polonia, y en alabanzas hacia la URSS, en el primer número del semanario «España Popular», editado el 18 de febrero de 1940 en México. Un periódico que Pablo Jesús Carrión (autor del dossier «La delegación del PCE en México, 1939-1956») define como «una publicación periódica» que los «militantes de base» del Partido Comunista de España elaboraban al otro lado del charco y que hacía las veces de medio de difusión de las ideas oficiales de su organización. El artículo de Pasionaria, que contó con una llamada en la misma portada, fue extenso e incluyó afirmaciones tales como que «los trabajadores de todos los países han saludado con entusiasmo la acción libertadora del Ejército Rojo sobre el territorio del antiguo Estado de los terratenientes polacos».


    De la mano

    Pero vayamos paso a paso. Encontrar las causas que resultaron en la escritura de este artículo nos obliga a dirigir la vista hacia el verano de 1939. Fue entonces cuando un efusivo Hitler puso sus ojos en Polonia después de haber conquistado -entre otras, y bajo la inactividad de las potencias internacionales- Checoslovaquia y Austria. Ansiaba recuperar Danzig, la ciudad que el Tratado de Versalles había arrebatado a su país tras la Gran Guerra. Sin embargo, sabía que para ello debía neutralizar a la potente URSS (la única dispuesta a hacerle frente) mediante un pacto de no agresión. Ni las diferencias ideológicas evitaron que ambas naciones se reunieran.




    Dolores Ibárruri


    El 23 de agosto de 1939, Joachim von Ribbentrop y Viacheslav Mólotov, ministros de Asuntos Exteriores de nuestros dos países protagonistas, rubricaron un tratado de no agresión que contaba con siete clausulas públicas y varias secretas. En ellas se comprometieron a que el acuerdo se extendiera durante diez años; a que «ninguna de las dos participarán en agrupaciones de potencias que de alguna forma estén dirigidas directa o indirectamente contra la otra parte» y (entre otras tantas cosas) a repartirse Europa en dos áreas de influencia «en el caso de que se produjesen modificaciones político-territoriales». Es decir, en el momento en el que comenzara la contienda.

    El despropósito se cumplió y el mismo Stalin (presente en la reunión y contrario al régimen nacionalsocialista) brindó alegre por el acuerdo. Otro tanto le pasó a un Hitler que llegó a calificar al soviético de «líder extraordinario» a pesar de que, en sus palabras, también era brutal. Podían (que no debían) estar contentos, pues -aunque el pacto se extendió diecisiete meses e incluyó la cesión de materias primas y viajes científicos entre ambos países- a corto plazo habían establecido que se repartirían Polonia tras el inicio de las hostilidades. Para aquellos escépticos basta con recordar que, cuando Mólotov se reunió con el embajador polaco y este le advirtió que, en caso de guerra, los aliados acudirían en su ayuda, el ministro le dio una respuesta tan tajante como poco halagüeña: «Bueno, ya veremos».


    Propaganda comunista

    Más allá de la reacción internacional, la realidad puso de manifiesto que Hitler y Stalin ansiaban dividirse Polonia. El 1 de septiembre de 1939 lo demostró el primero cuando hizo que sus divisiones cruzasen la frontera con el objetivo de aplastar Varsovia. El 17 de ese mismo mes, los asfixiados defensores vieron como el ejército soviético cruzaba la frontera oriental de su país para unirse a las tropas del Führer. «Los polacos no disponían en esta franja de fuerzas organizadas para proteger la frontera, y los rusos avanzaron sin apenas oposición. Tan solo sufrieron 700 bajas», explica a ABC Jesús Hernández, autor (entre otras tantas obras) de la nueva y flamante «Esto no estaba en mi libro del Tercer Reich» (Almuzara, 2019).




    Invasión ssoviética de Polonia


    Poco le importó al camarada supremo que Gran Bretaña y Francia hubiesen declarado la guerra al Tercer Reich el 3 de septiembre.

    En todo caso, y en virtud de este pacto, Stalin ordenó a sus seguidores internacionales (los partidos comunistas ubicados en media Europa) endulzar el pacto de no agresión del 23 de agosto y afirmar, día sí y noche también, que las culpables de la contienda eran Francia y Gran Bretaña debido a su política de apaciguamiento. El Partido Comunista Francés fue uno de los que más esfuerzos puso en ello, como bien demuestra el titular que se publicó en el periódico «L'Humanité» (bajo la dirección de la organización) el 25 de agosto de 1939: «La acción de la Unión Soviética con el pacto de no agresión con Alemania ayuda a reafirmar la paz general».


    Contra los Aliados

    Ibárruri se unió a las premisas enviadas desde Moscú y escribió un extensísimo artículo titulado «La social-democracia y la actual guerra imperialista» en el mencionado periódico «España Popular». Sus primeras líneas las dedicó, a semejanza de sus colegas galos del Partido Comunista Francés, a cargar contras las grandes potencias aliadas, las vencedoras de la Gran Guerra, por no haber intervenido en la Guerra Civil española en favor de la Segunda República.

    «La sangrienta experiencia de la derrota del pueblo español, derrota organizada de manera sistemática por los gobiernos reaccionarios de Francia e Inglaterra, ayudados en su criminal tarea por los jefes de la Socialdemocracia, puede servir en estos momentos como un rayo de luz que ponga de relieve la mentira de los motivos con que hoy se arrastra a los pueblos en una guerra imperialista».




    La Pasionaria y Díaz aplaudiendo al camarada Antón durante el acto celebrado en el Monumental Cinema


    La dirigente comunista en el exilio no se detenía en este punto. Sin pelos en la lengua, acusaba al «imperialismo inglés» y a la «burguesía francesa» de «llevar a la muerte» a miles de españoles. «Los que hoy levantan la bandera de la “democracia” son los principales culpables de la derrota de la República española», añadía. No solo eso, sino que también acusaba a los dirigentes de ambos países de haber traicionado «el pacto firmado en el año 1933 entre la República francesa y la República española, por el cual se comprometía la primera a vender a España todas las armas que necesitase en cualquier momento». En sus palabras, el presidente Léon Blum obvió haber rubricado aquello, aunque sí recordó la cláusula que obligaba a «España a no comprar armas a ningún otro país».

    Por ello, además de por el seguimiento de ambas naciones de la llamada «política de no agresión» del premier Neville Chamberlain (mantenerse al margen de la contienda librada en la Península), La Pasionaria arremetía a su vez contra la «Socialdemocracia» europea. Y no solo eso, sino que afirmaba que esta corriente había provocado, de forma premeditada, la caída de la Segunda República en un vano intento de evitar una contienda general y de favorecer el derrumbe de -según ella- la única corriente que abogaba por resistir hasta el final contra Francisco Franco: la comunista.


    «Todos los jefes socialdemócratas que llegaron a España llevaban el mismo objetivo, ver cómo se podía luchar contra el Partido Comunista»


    «Todos los jefes socialdemócratas que llegaron a España llevaban el mismo objetivo, que es el de la burguesía de todos los países: ver cómo se podía luchar contra el Partido Comunista, por su inquebrantable posición de lucha y de resistencia ante los agresores, y convencer a los dirigentes socialistas, entre ellos a los a los Presidentes de los distintos Gobiernos y a los ministros socialistas, de la necesidad de terminar la guerra, entregando España al fascismo. Y así ocurría que la resistencia heroica del Ejército y del pueblo español ponía frenéticos a los jefes de la socialdemocracia, porque esta resistencia rompía todos sus planes y hacía disminuir su personalidad y su valía ante sus amos, los Chamberlain y los Daladier, la City de Londres y la Banca de París».


    Críticas a Polonia

    Tras estas agrias críticas, Pasionaria cargó tintas contra la misma Polonia que, menos de un año antes, había sucumbido a Hitler y Stalin. En un apartado titulado «El miedo a la revolución», afirmaba que «los ardientes “pacifistas” y los partidarios de la política de “no intervención”» sí habían abandonado las premisas esgrimidas poco antes para, fusiles mediante, ayudar a los polacos. «Los portavoces socialdemócratas del imperialismo inglés y francés repiten cada día que hacen la guerra para “restaurar la Polonia”, en nombre de la democracia y “del derecho de los pueblos», escribió. Lo más sangrante, según sus palabras, es que, en contra de lo que sucedía en la Segunda República, en este país «millones de ukranianos, bielorrusos y judíos ni siquiera tenían el derecho de hablar libremente su idioma, y vivían en condiciones de parias».

    «Ellos defienden un régimen que destrozaba la cultura de pueblos enteros, y abandonaban a los defensores de la cultura del pueblo español. Los hombres de la socialdemocracia, al servicio del gran capital, se atreven a llamar democrático al Estado polaco, el que fue cárcel de pueblos, donde el obrero no tenía derecho a organizarse libremente, donde el proletariado polaco llevaba la misma existencia de esclavos que el resto de los pueblos oprimidos. Ellos se declaraban solidarios con los gobernantes de la Polonia reaccionaria, desaparecida sin honor y sin gloria, porque los terratenientes polacos, los coroneles venales y que formaban su gobierno y que no representaban la voluntad del pueblo polaco -que no tenía ni voz ni voto para decidir sus destinos-, representaban, sin embargo, los intereses de los banqueros y grandes capitalistas de Londres y París».




    Portada de España Popular


    Pasionaria esgrimía también que Francia y Gran Bretaña solo habían acudido en ayuda de Polonia porque el país hacía las veces de «cordón sanitario» frente a la Unión Soviética y, llegado el momento, también de lanzadera para atacar el «país del socialismo». No solo eso, sino que argumentaba que los Aliados habían creado la zona de forma artificial en el Tratado de Versalles con este objetivo y que la habían dejado en manos de «terratenientes y coroneles».

    En el artículo también achacaba a Polonia la creación de centros de reclusión. «¡La Polonia de ayer, cárcel de pueblos, República de campos de concentración, de gobernantes traidores a su pueblo, que estaba constituida a la imagen de la democracia de los Blum y Citrine!», escribía. No tenía constancia, parece ser, de los gulags que Stalin había establecido y se olvidaba de la hambruna provocada por el gobierno soviético que había acabado, entre 1932 y 1933, con millones de muertos en Ucrania. «La socialdemocracia llora sobre la pérdida de Polonia, porque el imperialismo ha perdido un punto de apoyo contra la Unión Soviética, contra la patria del proletariado. Llora por la pérdida de Polonia, porque los ukranianos, bielorrusos, trece millones de seres humanos, han conquistado su libertad. Como durante la guerra de España, ellos se encuentran hoy al lado de los enemigos de la Humanidad», completaba.

    Pasionaria acababa esta parte del artículo con dos frases lapidarias: «Ningún obrero consciente podrá tomar voluntariamente las armas en defensa de la Polonia reaccionaria. Los trabajadores de todos los países han saludado con entusiasmo la acción libertadora del Ejercito Rojo sobre el territorio del antiguo Estado de los terratenientes polacos».





    _______________________________________

    Fuente:

    https://www.abc.es/historia/abci-def...6_noticia.html

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    Re: El desfile nazi-soviético de 1939 en Polonia

    El pacto secreto con el que Stalin y Hitler quisieron conquistar Europa: la gran vergüenza de la URSS

    En el Pacto Ribbentrop-Mólotov, firmado el 23 de agosto de 1939, alemanes y soviéticos se repartieron Europa y llegaron a un acuerdo de no agresión





    Manuel P. Villatoro

    Actualizado:26/08/2019 15:49h



    Las relaciones diplomáticas crean en ocasiones extraños compañeros de cama. La historia está llena de enemigos íntimos y acuerdos a contranatura, pero pocos fueron tan llamativos como el Pacto Ribbentrop-Mólotov. Aquel 23 de agosto de 1939 –un día como hoy de hace 80 años– Alemania y la Unión Soviética se prometieron lealtad y el reparto de una serie de territorios en Europa Oriental. Y todo, poco antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.





    El acuerdo se rubricó en Moscú, y adquirió el nombre de los dos ministros firmantes: el alemán Joachim von Ribbentrop y el soviético Viacheslav Mólotov. En aquella reunión celebrada en el Kremlin participó un sonriente Iósif Stalin, que departió amistosamente con el emisario del III Reich. En consecuencia, muchos fascistas europeos –definidos desde hace años enemigos del comunismo ruso– se mostraron contrarios al acuerdo.

    En virtud del pacto resultante, que se extendió algo más de un año (unos diecisiete meses), la Unión Soviética envió también cientos de miles de toneladas de material a la Alemania nazi de Adolf Hitler, además de informes meteorológicos para que su fuerza aérea atacase Gran Bretaña. Por si fuera poco, los dos países compartieron avances y tecnología militar. Fueron tiempos en los que, en definitiva, ambos dictadores fueron cogidos de la mano a pesar de lo que, ochenta años después, pretenda afirmar la Rusia de Vladimir Putin.


    Juego de tronos

    En Europa, por entonces, se vivía un auténtico juego de tronos en el que los protagonistas eran las naciones. En abril de 1939 Adolf Hitler se encontraba en el cénit de su poder. Había conseguido que la comunidad internacional le cediera, mediante el «Acuerdo de Múnich» los Sudetes ante el miedo a una nueva contienda. En la práctica sabía que la potencia de naciones como Gran Bretaña y Francia empezaba a desvanecerse. El mismo Neville Chamberlain (primer ministro británico) había solicitado al Führer una declaración de amistad y el compromiso de que «no entrarían nunca en guerra». El líder nazi se veía, en definitiva, por encima del bien y del mal.

    Así lo dejó claro en una misiva enviada poco antes del verano:

    «Yo he superado el caos en Alemania, restaurado el orden, incrementado de forma generalizada la producción en todos los sectores de nuestra economía nacional [...] No sólo he unido políticamente al pueblo alemán, sino que, desde el punto de vista militar, también lo he rearmado. […] He devuelto al Reich las provincias que nos fueron robadas en 1919. He conducido de nuevo a su patria a los millones de alemanes profundamente desdichados que nos habían sido arrancados. He logrado todo esto por mis propios medios, como alguien que hace veinte años era un trabajador desconocido y un soldado de su pueblo».




    Pacto firmado el 23 de agosto de 1939


    Con la comunidad internacional sentada sobre sus manos, las regiones más pequeñas empezaron a sentirse desprotegidas ante Alemania. Tenían razón. Sabedor de que sus enemigos apostaban por la política del «apaciguamiento», Hitler se hizo con Lituania y exigió a Polonia la devolución de los territorios que, según afirmaba, pertenecían históricamente al Imperio germano. Tal y como afirma Álvaro Lozano en su magna «La Alemania nazi», cuando recibió la negativa dio luz verde para su invasión. Los polacos sabían que también estaban en el punto de mira de la URSS, pero se negaron a firmar un pacto con Stalin. «Con los alemanes arriesgamos nuestra libertad, con los rusos, nuestra alma».

    En este rio revuelto, los ingleses intentaron hacer su particular pesca. Si Alemania no había aceptado un acuerdo, era posible que la URSS sí. Chamberlain, desesperado, envió una comitiva hasta el país para pergeñar un tratado que impidiera que un Stalin ávido de expandirse moviera ficha si los germanos asaltaban a su enemigo. Pero no sirvió de nada.


    «Este Stalin es brutal, pero uno debe admitir que se trata de un individuo extraordinario»


    En todo caso, los ingleses se marcharon convencidos de que, por mucho que Hitler y el Camarada Supremo ansiaran extender sus tentáculos, jamás se aliarían. Cometieron un gran error. A pesar de que el Führer odiaba profundamente el comunismo y su par era antifascista, ambos decidieron darse la mano en su propio beneficio: arremeter contra territorio enemigo.

    Así fue como, el 23 de agosto de 1939, ambos países firmaron el pacto Ribbentrop-Mólotov; un tratado con el que se dividieron Europa en dos de influencia. Y todo ello, a pesar de que habían sido enemigos durante la Guerra Civil española. «Hitler se encontraba enfrentado así al país que más admiraba: Gran Bretaña, y se había convertido en el aliado del Estado que más odiaba: la Unión Soviética», añade Lozano en su obra. A pesar de todo, lo cierto es que, por entonces, parece que al líder que más respetaba era al soviético. «Este Stalin es brutal, pero uno debe admitir que se trata de un individuo extraordinario», afirmó en una ocasión.

    Cláusulas secretas

    De puertas para adentro, Alemania y la URSS establecieron una serie de «áreas de influencia». Un reparto futuro de Europa Oriental que empezaría por Polonia, a la que invadieron solo unos días después. Una vez terminada la guerra las cláusulas secretas fueron descubiertas por el ejército británico, que las puso en conocimiento de la opinión pública.

    Aun siendo una de las vencedoras del conflicto, la Unión Soviética negó durante décadas la existencia de dichas cláusulas. No fue hasta agosto de 1989 –cincuenta años después de la firma del acuerdo– cuando el gobierno soviético presidido por Gorbachov reconoció que esos artículos ocultos planificaban el «reparto» nazi-soviético de Europa Oriental.




    Líderes, durante el pacto


    El pacto de no agresión contaba con siete cláusulas públicas y cuatro secretas que se conocieron años más tarde. De puertas para afuera, Alemania y Rusia establecían en su artículo IV que «ninguna de las dos participarán en agrupaciones de potencias que de alguna forma estén dirigidas directa o indirectamente contra la otra parte».

    Según el artículo VI, el acuerdo expiraba «en un período de diez años, con la previsión de que, en cuanto alguna de las Altas Partes Contratantes no lo denuncie un año antes a la expiración de ese período, la validez del tratado será extendido por otros cinco años». Se prometieron una década de lealtad que saltó por los aires en apenas año y medio con el comienzo –en junio de 1941– de la Operación Barbarroja. No obstante, estaban avisados: Hitler ya mencionó en «Mein Kampf» su deseo de expandir el Reich por la Unión Soviética.


    Ayuda mútua

    Pero el pacto no se imitó únicamente a repartirse Europa en dos áreas. Por si esto fuese poco, la Unión Soviética no dudó en suminstrar a la Alemania nazi 865.000 toneladas de petróleo, casi 650.000 de madera, 14.000 de magnesio y un millón y medio de grano y otras materias primas básicas. «Además los soviéticos compraron en los mercados mundiales materiales necesarios para Alemania, incluyendo 54.400 toneladas de caucho», desvela Lozano en su obra.

    Y eso solo a nivel económica. En el ámbito militar, mientras el tratado estuvo en vigor Stalin cedió varias bases navales a Adolf Hitler, le envió informes meteorológicos para favorecer los ataques de la fuerza aérea germana (la «Luftwaffe») y permitió el intercambio de tecnología para la mejora mútua.


    Cara a cara

    Los ministros de Asuntos Exteriores que dieron nombre al pacto de no agresión tuvieron a partir de entonces trayectorias muy distintas. El diplomático ruso Viacheslav Mólotov permaneció como Vicepresidente del Consejo de Ministros de la URSS hasta el año 1957, cuando Nikita Jrushchov decidió prescindir de él. Se retiró de forma definitiva en 1961 y falleció en 1986, a la edad de 96 años.

    Peor suerte corrió el ministro de Asuntos Exteriores alemán Joachim von Ribbentrop, al que después del conflicto acusaron de crímenes de guerra y genocidio. Las potencias vencedoras demostraron que había jugado un papel principal en la deportación de los judíos. Su trabajo consitió en persuadir a países limítrofes (satélites) para que asumieran esa población que después iba a ser exterminada. Por ello decidieron condenarlo a la horca, donde murió el 16 de octubre de 1946.




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    Fuente:

    https://www.abc.es/historia/abci-seg...video.historia

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