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Tema: Historia del catolicismo en Inglaterra (ss. XIX-XX): Newman, Manning, Wiseman...

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    Historia del catolicismo en Inglaterra (ss. XIX-XX): Newman, Manning, Wiseman...

    En el siglo XIX, mientras luchaban los católicos de Inglaterra e Irlanda por su libertad, en el seno mismo del anglicanismo se producía una crisis religiosa, que orientó a muchas y muy nobles almas hacia Roma.

    Sabido es que, de las sectas disidentes del siglo XVI, la que menos destruyó del depósito de la revelación cristiana fue el anglicanismo. Sin embargo, a principios del XIX, la Iglesia anglicana arrastraba una vida lánguida y se veía en peligro de sucumbir totalmente por la corrupción de su clero, atento únicamente a las comodidades de la vida, sin espíritu sacerdotal cristiano, para quien la religión se reducía a la recitación formalista de las oraciones del domingo. Sufría, además, los ataques de la escuela liberal, criticista y racionalista, cuyo espíritu dominaba en la llamada Iglesia latitudinarista (Broad Church). Los conservadores en política constituían la Alta Iglesia (High Church), grupo de selección y nobleza, que alardeaba de ortodoxia, pero sin popularidad alguna (high and dry). Otra tendencia era la que se decía evangélica, y que se inspiraba en el metodismo de J. Wesley; más que Iglesia era un partido religioso, que aspiraba a renovar la piedad individual con cierto fanatismo seudomístico, sin sólidoc ontenido dogmático y doctrinal.

    El romanticismo había removido el fondo sentimental del alma inglesa con Walter Scott, Coleridge, Wordsworth, como había sucedido en Francia con Chateaubriand y en Alemania con los Schlegel, Novalis y tantos otros. Después de las guerras napoleónicas sobrevino la preocupación religiosa. Varios sucesos habían contribuido a crear un ambiente propicio al catolicismo. Primeramente, los numerosísimos sacerdotes franceses del tiempo de la revolución, que al refugiarse en Inglaterra supieron borrar muchos prejuicios y actuar como un fermento en la masa del país. En segundo lugar, la actitud del papa Pío VII, oponiéndose al bloqueo continental decretado por Napoleón contra Inglaterra, y el levantamiento heroico de la católica España contra el tirano de Europa.

    Conviene, sin embargo, advertir que el movimiento de Oxford, de que vamos a tratar, en su origen y en su evolución obedece a móviles interiores y a razones espirituales. Y es curioso que este movimiento de reforma eclesiástica, con ansias de espiritualizar su Iglesia anglicana, libertándola del Estado y de la política, para retrotraerla a la pureza dogmática y disciplinar de los tiempos primitivos, es universitario, pues nace entre los más eminentes profesores de la universidad de Oxford, clérigos (clergymen) por lo general, que dejan la ciencia de sus cátedras para regentar una parroquia o tener cura de almas. Su origen es doble: brota del estudio serio y profundo de la historia de la Iglesia primitiva, y por otra parte, tiene raíces en un fondo sentimental, religioso, ascético y aun poético...
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    Re: Historia del catolicismo en Inglaterra (ss. XIX-XX): Newman, Manning, Wiseman...

    2 El movimiento de Oxford

    No fue un libro de teología el primero que hizo volver a los anglicanos a la primitiva Iglesia, sino un librito de poesías titulado The Christian Year o Año cristiano, colección de cánticos espirituales para los domingos y fiestas. Aunque anónimo, su verdadero autor era Juan Keble, un cura de aldea nacido en 1792, que se había conquistado gran renombre en Oxford con su brillante carrera universitaria y vivía ahora en la oscuridad, llevando una vida piadosa, mortificada, ayunando todos los viernes del año y cumpliendo los deberes de su ministerio pastoral. El éxito maravilloso de aquellos sencillos versos, inspirados en los misterios de la fe, en la santidad del culto, en la gracia de los sacramentos, en la comunión de los santos, convirtió a su autor en imprevisto maestro y guía de cuantos soñaban en una evolución religiosa dentro del anglicanismo. Discípulo predilecto de Keble era Ricardo Froude, joven y entusiasta, generoso, original, amigo de todo lo bello y de un ascetismo riguroso con aspiraciones a la santidad.

    Amigo de Froude y miembro, como él, del Oriel College de Oxford, siente las mismas inquietudes un joven extraordinario, cuyo nombre será inmortal: Juan Enrique Newman. Nacido en 1801, de padre banquero y de madre descendiente de hugonotes, aquel universitario parecía una mezcla de S. Agustín y de Pascal; se había ordenado in sacris en 1824 y desde 1825 regentaba una cátedra. Enfrascado siempre en los estudios, aislado, silencioso, reservado, sin más distracciones que la música, alimentaba una profunda vida interior, por más que respecto del catolicismo romano estuviese lleno de prevenciones, hasta tal punto que en su Gradus ad Parnasum había borrado los epítetos que acompañan a la palabra “papa” como “sacer Christi vicarius”, “sacer interpres”, reemplazándolos por otros injuriosos.

    Muchos de sus prejuicios fueron cayendo a medida que se engolfaba en la lectura de los Santos Padres, a los que, tanto él como sus dos amigos Keble y Froude, se entregaron con apasionamiento en busca de la auténtica regeneración cristiana. Froude metió en el alma de Newman la idea de la tradición y la trascendencia de una Iglesia independiente del Estado y bien jerarquizada. En 1828 escribía que su espíritu no hallaba descanso, que estaba en camino, que “se sentía avanzar lentamente, conducido como un ciego por la mano de Dios, sin saber adónde". No obstante, cuando al año siguiente vio que se otorgaba a los católicos el bill de emancipación, solo dedujo que aquello era una prueba de la invasión del filosofismo y del indiferentismo religioso.

    Desde 1826, desempeñaba el cargo de repetidor (tutor) en el colegio Oriel de Oxford, colocación que le daba gran influencia sobre los jóvenes universitarios, los cuales se apiñaban en torno a él, atraídos por su prestigio, su rectitud, su simpatía y honda religiosidad. Y no menguó esta autoridad cuando en 1828, sin dejar de ser tutor,recibió el nombramiento de párroco o vicario de Santa María de Oxford.

    Por motivos de salud, Froude y Newman pasaron el invierno de 1833 viajando por las costas del Mediterráneo y disfrutando de las evocaciones históricas, literarias y religiosas que les sugería el paisaje y los monumentos artísticos. Entraron en Roma y hablaron con Nicolás Wiseman, rector entonces del Colegio inglés, y aunque ambos amigos admiraron en la Ciudad Eterna “un profundo substratum de cristianismo”, no se desprendieron de sus prejuicios contra la que Newman llamaba “gran enemiga de Dios, bestia maldita del Apocalipsis”. Creyó ver allí supersticiones y politeísmos idolátricos (son sus palabras) que repugnaban a su espíritu, y exclamaba: “¡Oh Roma! ¡Si no fueras Roma!... En cuanto al sistema católico romano, lo he detestado siempre tanto que no puedo detestarlo más; pero en cuanto al sistema católico, yo le estoy cada día más aficionado”. Casi diariamente, aquel viajero poeta expresaba sus impresiones en poesías, hasta que regresó con su amigo en la persuasión de que algo grande que hacer le esperaba en Inglaterra.

    Entre tanto, un bill del Gobierno (1833) acababa de suprimir parte de los obispados anglicanos en Irlanda, porque no tenían súbditos, y en protesta contra semejante intervención de la política en el terreno religioso y eclesiástico, que consideraban como una medida arbitraria y persecutoria, el teólogo de Cambridge Hugh Rose, con sus amigos W. Palmer y Arturo Perceval, levantó su grito de protesta.

    Los de Oxford no se contentaron con protestar; Juan Keble subió al púlpito y con su famoso sermón sobre La apostasía nacional, predicado ante la universidad el 14 de julio de 1833, inició un movimiento religioso de retorno al cristianismo primitivo, al dogma y a la teología. Este sermón, que corrió impreso por toda Inglaterra, recordaba que Inglaterra, en cuanto nación cristiana, era una parte de la Iglesia de Cristo, y que estaba sujeta en su legislación y en su política a las leyes fundamentales de esa Iglesia. “Todo fiel -churchman- debe consagrarse enteramente a la causa de la Iglesia apostólica”. Esta Iglesia por ellos proclamada debía seguir una vía media entre Roma y el anglicanismo, teniendo por norma las palabras de san Vicente de Lerins, “quod ubique, quod Semper, quod ab omnibus”.

    (continúa)
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    Re: Historia del catolicismo en Inglaterra (ss. XIX-XX): Newman, Manning, Wiseman...

    3 Conversión de Newman

    Juan Enrique Newman se adhirió con toda el alma al movimiento y se puso al frente de él con una serie de hojas volantes o artículos sueltos (Tracts for the Times), el primero de los cuales, anónimo y de sólo tres páginas, empezaba así: “A mis hermanos en el sagrado ministerio, los presbíteros y diáconos de la Iglesia de Cristo en Inglaterra, ordenados para ello por el Espíritu Santo y la imposición de las manos...” (9 septiembre 1833). Los tracts de Newman hablaban de los sucesores de los apóstoles y de que el poder de los obispos y presbíteros no depende del Estado, sino de Cristo por sucesión apostólica; y, por tanto, la reforma de la Iglesia anglicana depende exclusivamente de las autoridades eclesiásticas; denunciaban las alteraciones en la liturgia, y especialmente en los funerales; trataban de la constitución divina de la Iglesia, de los sacramentos, etc., aproximándose, sin pretenderlo, a Roma. Convencido de que “las universidades son los centros naturales de los movimientos intelectuales”, Newman no firmaba los Tracts, porque quería que saliesen como emanados de la Universidad de Oxford.

    Froude, imposibilitado por la enfermedad, no puede hacer otra cosa que animar a Newman y estimular su ardor; pero en cambio le viene la colaboración de otro personaje, profesor de máximo respeto por su saber y sus virtudes, Eduardo Pusey (1800-1882), amigo de Newman, de Froude y de Keble.

    Desde 1835, Pusey continúa la serie de Tracts (90 tracts hasta 1841) con otro estilo menos brillante, pero haciendo sólidos estudios y largas disertaciones eruditas, v. gr., los tratados sobre el bautismo, sobre el ayuno, sobre la penitencia. Al mismo tiempo fundaba una Biblioteca de Padres de la santa Iglesia Católica antes de la división de Oriente y Occidente, traducidos al inglés.

    El entusiasmo despertado entre la parte más sana del clero y de los universitarios fue increíble; pero ¿no era aquello puro romanismo?Acusaciones de este género aparecían de vez en cuando contra los “tractarianos”. Y no sin razón. Estudiando a los Santos Padres, Newman se persuadió, como lo confesará más tarde, que, de persistir él en sus ideas antirromanas, debería haber estado de parte de los herejes monofisitas y, por tanto, contra la Iglesia antigua. De la influencia y autoridad que por entonces gozaba en los círculos de Oxford es claro indicio la respuesta que solía dar William J. Ward cuando le interrogaban por su fe: “Credo in Newmanum”.

    Y Newman se dio cuenta de que por la vía media no iban a ninguna parte, porque pensar en una Iglesia nueva era absurdo, y, por otra parte, la anglicana no poseía ni catolicidad ni sucesión apostólica que se remontase hasta Cristo. Problema terrible, para cuya solución necesitaba del auxilio divino. Había que retirarse a orar. Así lo hizo en 1842, recogiéndose con unos amigos en la soledad de Littlemore, “su Torres Vedras”, como él dirá, aludiendo a la campaña de Wellington. Tres años de oración y de estudio. En 1843 publica una retractación de sus antiguas invectivas contra Roma. Su amigo G. J. Ward da a luz en 1844 «El ideal de la Iglesia anglicana», poniendo como modelo la Iglesia romana, y al año siguiente se hacía católico. La conversión de Newman no se hizo esperar. El 8 de octubre de 1845 pronunciaba su abjuración en Littlemore ante el P. Dominic, pasionista.

    Por consejo de N. Wiseman abandonó Inglaterra y se dirigió a Roma, a fin de prepararse para el sacerdocio católico, que recibió en la primavera de 1847. Aficionado a los oratorios de San Felipe Neri, cuando a fines de aquel año regresa a Inglaterra, lo primero que hace es fundar en Birmingham la primera casa del Oratorio. Inmediatamente se le agrega Federico G. Faber, convertido pocos días después de Newman, y que llegará a ser un gran escritor ascético-místico.

    Eran muchísimos los que dieron el paso decisivo hacia la Iglesia católica en unión con Newman o siguiendo su ejemplo. Sin embargo, ni Keble ni Pusey -y éste pasaba por un santo del anglicanismo- acompañaron a su amigo. El mismo Froude, confidente de Newman y que se había acercado más que él con sentimientos de simpatía hacia Roma, había muerto tísico antes de entrar por las puertas de la Iglesia. El movimiento de conversiones fue creciendo. Basta citar entre los nombres más ilustres a Enrique y Roberto Willberforce, T.G. Allies, E. Manning, C. Patmore, G. M. Hopkins, F. Bishop, etc. El mismo lord Gladstone vaciló algún tiempo, mas no se sintió con ánimo bastante.

    (continúa)

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    4 El puseyismo

    Terminada con la conversión de Newman la primera etapa del movimiento (el tractarianismo), empieza la segunda, denominada el puseyismo, porque su verdadero jefe es Eduardo Pusey. Éste, aunque casado, como Keble, llevaba una vida ascética de oración, penitencia y estudio. Buscaba sinceramente la verdad y creyó hallarla, no en Roma, sino en la unión de las tres Iglesias (romana, griega y anglicana). En unión con sus partidarios y amigos, esforzábase por dar al anglicanismo una vida religiosa más intensa, mientras llegaba la hora de darle la catolicidad por la unión con la Iglesia romana, purificada. El ritualismo, por él acaudillado, reproducía lo más exactamente posible las instituciones y devociones católicas, restringiendo, eso sí, la autoridad del papa y el culto a la Santísima Virgen, en lo cual pensaba que los católicos se excedían.

    Por lo demás, no solo admitía la doctrina de la tradición, la justificación, la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la transubstanciación, el purgatorio y la veneración de los santos, sino que restablecía los ritos y ceremonias de la liturgia católica, frecuentaba la comunión, exhortaba a la confesión auricular, y él mismo escogió por confesor a Keble, y oía las confesiones de otros muchos, y hasta restableció el estado monástico, fundando las hermanas de la Caridad (con ayuda de miss Sellon), las primeras monjas anglicanas, que dirigió espiritualmente hasta su muerte.

    En 1865 publicó su obra «Eirenicon» contra el católico Enrique E. Manning, porque éste había negado que la Iglesia anglicana formase parte de la católica y universal. Aquí Pusey insiste en su idea, que el anglicanismo profesa todas las verdades esenciales de la Iglesia de Cristo; llega a admitir la supremacía papal, aunque solamente como útil y conveniente para la unidad, no como necesaria, ni de derecho divino, sino tan sólo eclesiástico; y tropieza en lo que él estima como mariolatría, interpretando mal ciertas prácticas y devociones católicas. Newman, fiel amigo de Pusey, salió a poner las cosas en su punto, haciendo la defensa de la devoción a la Virgen María.

    (continúa)

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    Re: Historia del catolicismo en Inglaterra (ss. XIX-XX): Newman, Manning, Wiseman...

    5 Restablecimiento de la Jerarquía. Nicolás Wiseman, Primado de Inglaterra

    En 1850, Pío IX restableció la Jerarquía católica en Inglaterra. Este suceso, de capital importancia para el resurgir del catolicismo en aquel país, se debió principalmente a Nicolás Wiseman.

    Había nacido Wiseman en Sevilla en 1802, de familia inglesa. Al morir su padre, se trasladó, niño aún, a Inglaterra. En 1818 pasó al Colegio Inglés de Roma, donde se distinguió por su talento, llegando a ser profesor de hebreo y siríaco en La Sapienza y director del mismo Colegio Inglés. Por Newman y Froude, que le visitaron en 1833, conoció el movimiento de Oxford. En 1835, pasando por París, intimó con Lacordaire, que iniciaba sus famosas conferencias. En 1836 inició él otras conferencias o lecciones apologéticas en Londres, publicadas en Lecciones sobre la armonía entre la ciencia y la religión revelada; y aquel mismo año fundó con O´Connell la Revista de Dublin, preludio de nuevas actividades de los católicos.

    Nombrado en 1840 vicario apostólico de Londres, asistió a la transformación del catolicismo inglés, que hasta 1850 se regía por ocho vicarios apostólicos y que desde esa fecha tuvo su jerarquía episcopal. Pío IX, por su breve Universalis Ecclesiae (29 septiembre), nombró doce obispos y un arzobispo metropolitano, vinculado éste a la sede de Westminster, y cuyo primer titular fue el propio Wiseman, que al mismo tiempo fue elevado al cardenalato.

    Tal acontecimiento fue acogido con hostilidad por la opinión inglesa que, empezando por el periódico Times y por el Parlamento se revolvió contra la supuesta agresión pontificia; ni faltaron algaradas populares, prendiendo fuego a los maniquíes del papa y de Wiseman. El mismo lord Gladstone, amigo de Newman, vio en ello una pretensión de Pío IX a gobernar a los católicos ingleses, sin atender al juramento que éstos habían prestado de fidelidad al monarca.

    Wiseman estuvo a la altura de las circunstancias. Con admirable serenidad y prudencia supo apaciguar los ánimos, al mismo tiempo que disipar los errores, en su Llamamiento al pueblo inglés. La autoridad del cardenal arzobispo de Westminster fue creciendo tanto entre los católicos como entre los protestantes o anglicanos. Su encantadora novela de la Iglesia romana primitiva, Fabiola, era leída por todo el mundo. Al morir, el 15 de febrero de 1865, le sucedió en la sede arzobispal Enrique Eduardo Manning.
    Última edición por ALACRAN; 26/05/2019 a las 20:43

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    6 Mons. Manning. Últimos años de Newman

    Enrique E. Manning forma con Wiseman y Newman la tríada del renaciente catolicismo inglés. Hijo, como Newman, de un banquero londinense y educado como él en un ambiente adverso a la Iglesia romana, sin embargo estaba dotado de una psicología muy distinta.

    Graduado en Oxford, se orientó primero hacia la política y luego se hizo eclesiástico; regentaba una parroquia cuando, en 1845 se afilió al puseyismo, acercándose a los amigos de Newman y contrayendo especial amistad con lord Gladstone. En el año 1851 se decidió a abjurar del anglicanismo, moviéndose a ello por la unidad y la infalibilidad de la Iglesia romana. La unidad, decía, es voluntad de Cristo, que quiso a todos los obispos unidos bajo una cabeza; la infalibilidad es consecuencia necesaria de la presencia del Espíritu Santo y de su oficio perpetuo, que empezó en Pentecostés. La Iglesia anglicana, en cambio, está separada de la Iglesia universal y de la cátedra de Pedro, sujeta a un poder civil sin apelación posible, despojada del sacramento de la penitencia y del sacrificio cotidiano de la Eucaristía, y además sin disciplina, sin unidad en la devoción y en el ritual, sin conveniente educación de los clérigos, sin vida sacerdotal en los obispos y presbíteros, sin influjo en la conciencia popular, sin fe en los misterios e insensible al mundo invisible.

    Partió para Roma, a fin de perfeccionar sus estudios teológicos, y vuelto a su patria y ordenado de sacerdote, manifestó en seguida sus dotes como hombre de acción y de gobierno. El cardenal Wiseman, que le conocía bien, lo tomó como auxiliar en sus obras de administración y apostolado. Fundó en 1856 una comunidad de sacerdotes seculares, que llamó oblatos de San Carlos, colocados bajo la dependencia del arzobispo y dispuestos a toda labor que se les confiase.

    A la muerte de mons. Wiseman, Pío IX, después de hacer oración, le nombró para la sede arzobispal de Westminster: “Yo -le dijo más tarde- me sentí verdaderamente inspirado al nombraros y creí oír una voz que me decía: Ponle allí, ponle allí”.

    De temperamento contrario al de Newman, no es de extrañar que entre ambos hubiese roces y discrepancias. Newman encauzaba su actividad hacia la vida interior, Manning hacia la exterior. Newman era minimista en sus exigencias con los que se acercaban a la fe católica; Manning solía ir al extremo de la intransigencia. Antes de la definición del Concilio Vaticano, Newman se declaró antioportunista; Manning, infalibilista combativo. El arzobispo de Westminster desconfiaba de la apologética de Newman y en dos ocasiones le prohibió abrir en Oxford una casa del Oratorio.

    Newman se consagró al estudio y en 1870 dio a luz su ensayo de una gramática del asentimiento, en que trata de una manera personal y profunda sobre el acto de fe, refutando las objeciones de la filosofía de su tiempo. Seis años antes nos había dado su mejor libro, obra maestra de la literatura inglesa: Apologia pro vita sua. Respuesta a un escrito titulado ¿Qué quiere decirnos el Dr.Newman? Allí se defiende de las acusaciones de insinceridad, doblez y motivos poco nobles en su conversión, que contra él lanzaban ciertos anglicanos; y juntamente nos descubre toda la grandeza y hermosura de su alma. Para Thureau-Dangin, es “un libro admirable, sin precedentes y casi se diría sin igual, si no existiesen las Confesiones de San Agustín, al que le podemos comparar sin temeridad”.

    Manning, que en el Concilio Vaticano I se señaló entre los campeones de la infalibilidad pontificia, se adelantó a su tiempo, sosteniendo ideas avanzadas en cuestiones sociales y trabajando infatigablemente en defensa del obrero. Pío IX le concedió el capelo cardenalicio en 1875. Tres años más tarde, también Newman, que había paladeado muchas amarguras al no ser comprendido por muchos de sus correligionarios, que le acusaban a Roma de liberalismo y de resabios de la teología protestante, recibió de León XIII la más sincera y pública muestra de estima, de gratitud y de benevolencia, siendo elevado a los honores del cardenalato. Y cuando murió en 1890, quiso solemnemente el cardenal Manning pronunciar su oración fúnebre.
    Última edición por ALACRAN; 26/05/2019 a las 20:52

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    7 El caso de las ordenaciones anglicanas. Congreso Eucarístico internacional (1908)

    Sucesor de Manning en la sede metropolitana fue Herberto Vaughan, hermano del célebre orador jesuita Bernardo y perteneciente a una antigua familia católica. Comenzó sus estudios en Stonyhurst, para continuarlos en Bélgica y terminaría en el Colegio Romano. En Roma conoció a Manning, de quien se hizo amigo. Ordenado de sacerdote en 1854, fue llamado al año siguiente por Wiseman, quien le encomendó la dirección del Seminario de San Edmundo (junto a Londres).

    Soñando en dedicarse a las misiones de infieles, se embarcó para América, de donde pasaría a Australia. Frustrados sus deseos, regresó al cabo de dos años (1863-65) a Inglaterra, donde siguió trabajando por las misiones extranjeras, como fundador y director de la Sociedad de Millhill. Consagrado obispo de Salford en 1872, su principal cuidado fue la formación eclesiástica de su clero. Nombrado cardenal en 1863, siendo ya arzobispo de Westmisnter, recogió cuantiosas limosnas para la erección de una magnífica catedral: él puso la primera piedra y él mismo logró abrirla al culto. Construyó también un Seminario central en Oscott, dejando que los teólogos hiciesen los estudios en Oxford y Cambridge.

    En su tiempo se discutió la grave cuestión de las ordenaciones anglicanas. ¿Eran válidas y había, por lo tanto, verdadero sacerdocio cristiano en el anglicanismo? Una respuesta favorable de Roma hubiese facilitado extraordinariamente las conversiones de los clergymen anglicanos, que sin nueva ordenación hubieran podido incorporarse al clero católico-romano. Así lo pretendía sobre todo lord Halifax, que no cejaba en sus afanes unionistas. León XIII nombró una comisión de teólogos que estudiase el asunto. El cardenal arzobispo Vaughan fue de los que más activamente intervinieron, y, después de serias informaciones, su parecer fue desfavorable. Por fin, el papa, por la bula Apostolicae curae (13 septiembre 1896), declaró nulas e inválidas las ordenaciones anglicanas, basándose principalmente en tres argumentos: 1) el primer arzobispo de quien se originan y dependen las ordenaciones fue el apóstata Mateo Parker, cuya consagración episcopal en 1559 fue probablemente inválida; 2) los consagrantes no tenían intención faciendi quod facit Ecclesia; 3) la fórmula consecratoria era insuficiente.

    Aunque esta declaración pontificia exasperó los ánimos de muchos y se suscitaron polémicas y controversias, no por eso se paralizó el movimiento de conversiones, pues en aquel mismo año de 1896 hubo 15.000 personas que escucharon la voz de León XIII, que invitaba a todos los que se decían cristianos a volver a la unidad. Y en los años siguientes se convirtieron al catolicismo unos 10.000 al año, máxime entre la nobleza y la clase más culta, siendo no pocos de esos convertidos escritores ilustres que han servido con su pluma a la Iglesia.

    La reina Victoria (1837-1901) mostró mucha imparcialidad hacia los católicos; lo mismo su hijo Eduardo VII (1901-1910); y en la coronación de Jorge V se suprimieron ciertas ceremonias ofensivas para aquéllos.

    En 1908 vio la ciudad de Londres un espectáculo que cien años antes se hubiera tenido por sueño fantástico: la solemnísima celebraciónde un Congreso Eucarístico internacional con la presencia del cardenal Vannutelli, primer legado pontificio que ponía los pies en Inglaterra después del cardenal R. Pole.

    Desde 1926, todos los puestos oficiales, a excepción dealgunos de los más altos, están abiertos a los católicos.

    Pío X, en 1911, reorganizó la jerarquía elevando a tres el número de provincias eclesiásticas (Westminster, Birmingham y Liverpool), con13 sedes sufragáneas. Benedicto XV, en 1916, creó la de Cardiff como sufragánea.

    El número de católicos que en 1851 era de 766.000, en 1931 ascendía a 2.200.000.

    ***
    Escocia, que cesó de perseguir a los católicos en las guerras napoleónicas, contaba en 1827 unos 70.000 fieles; en 1935, llegaban a 600.000, repartidos en dos provincias eclesiásticas: Glasgow, con dos obispados sufragáneos y Saint Andrews o Edimburgo, con cuatro.
    Última edición por ALACRAN; 06/07/2019 a las 19:44
    "... Los siglos de los argumentadores son los siglos de los sofistas, y los siglos de los sofistas son los siglos de las grandes decadencias.
    Detrás de los sofistas vienen siempre los bárbaros, enviados por Dios para cortar con su espada el hilo del argumento." (Donoso Cortés)

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