2 El movimiento de Oxford
No fue un libro de teología el primero que hizo volver a los anglicanos a la primitiva Iglesia, sino un librito de poesías titulado The Christian Year o Año cristiano, colección de cánticos espirituales para los domingos y fiestas. Aunque anónimo, su verdadero autor era Juan Keble, un cura de aldea nacido en 1792, que se había conquistado gran renombre en Oxford con su brillante carrera universitaria y vivía ahora en la oscuridad, llevando una vida piadosa, mortificada, ayunando todos los viernes del año y cumpliendo los deberes de su ministerio pastoral. El éxito maravilloso de aquellos sencillos versos, inspirados en los misterios de la fe, en la santidad del culto, en la gracia de los sacramentos, en la comunión de los santos, convirtió a su autor en imprevisto maestro y guía de cuantos soñaban en una evolución religiosa dentro del anglicanismo. Discípulo predilecto de Keble era Ricardo Froude, joven y entusiasta, generoso, original, amigo de todo lo bello y de un ascetismo riguroso con aspiraciones a la santidad.
Amigo de Froude y miembro, como él, del Oriel College de Oxford, siente las mismas inquietudes un joven extraordinario, cuyo nombre será inmortal: Juan Enrique Newman. Nacido en 1801, de padre banquero y de madre descendiente de hugonotes, aquel universitario parecía una mezcla de S. Agustín y de Pascal; se había ordenado in sacris en 1824 y desde 1825 regentaba una cátedra. Enfrascado siempre en los estudios, aislado, silencioso, reservado, sin más distracciones que la música, alimentaba una profunda vida interior, por más que respecto del catolicismo romano estuviese lleno de prevenciones, hasta tal punto que en su Gradus ad Parnasum había borrado los epítetos que acompañan a la palabra “papa” como “sacer Christi vicarius”, “sacer interpres”, reemplazándolos por otros injuriosos.
Muchos de sus prejuicios fueron cayendo a medida que se engolfaba en la lectura de los Santos Padres, a los que, tanto él como sus dos amigos Keble y Froude, se entregaron con apasionamiento en busca de la auténtica regeneración cristiana. Froude metió en el alma de Newman la idea de la tradición y la trascendencia de una Iglesia independiente del Estado y bien jerarquizada. En 1828 escribía que su espíritu no hallaba descanso, que estaba en camino, que “se sentía avanzar lentamente, conducido como un ciego por la mano de Dios, sin saber adónde". No obstante, cuando al año siguiente vio que se otorgaba a los católicos el bill de emancipación, solo dedujo que aquello era una prueba de la invasión del filosofismo y del indiferentismo religioso.
Desde 1826, desempeñaba el cargo de repetidor (tutor) en el colegio Oriel de Oxford, colocación que le daba gran influencia sobre los jóvenes universitarios, los cuales se apiñaban en torno a él, atraídos por su prestigio, su rectitud, su simpatía y honda religiosidad. Y no menguó esta autoridad cuando en 1828, sin dejar de ser tutor,recibió el nombramiento de párroco o vicario de Santa María de Oxford.
Por motivos de salud, Froude y Newman pasaron el invierno de 1833 viajando por las costas del Mediterráneo y disfrutando de las evocaciones históricas, literarias y religiosas que les sugería el paisaje y los monumentos artísticos. Entraron en Roma y hablaron con Nicolás Wiseman, rector entonces del Colegio inglés, y aunque ambos amigos admiraron en la Ciudad Eterna “un profundo substratum de cristianismo”, no se desprendieron de sus prejuicios contra la que Newman llamaba “gran enemiga de Dios, bestia maldita del Apocalipsis”. Creyó ver allí supersticiones y politeísmos idolátricos (son sus palabras) que repugnaban a su espíritu, y exclamaba: “¡Oh Roma! ¡Si no fueras Roma!... En cuanto al sistema católico romano, lo he detestado siempre tanto que no puedo detestarlo más; pero en cuanto al sistema católico, yo le estoy cada día más aficionado”. Casi diariamente, aquel viajero poeta expresaba sus impresiones en poesías, hasta que regresó con su amigo en la persuasión de que algo grande que hacer le esperaba en Inglaterra.
Entre tanto, un bill del Gobierno (1833) acababa de suprimir parte de los obispados anglicanos en Irlanda, porque no tenían súbditos, y en protesta contra semejante intervención de la política en el terreno religioso y eclesiástico, que consideraban como una medida arbitraria y persecutoria, el teólogo de Cambridge Hugh Rose, con sus amigos W. Palmer y Arturo Perceval, levantó su grito de protesta.
Los de Oxford no se contentaron con protestar; Juan Keble subió al púlpito y con su famoso sermón sobre La apostasía nacional, predicado ante la universidad el 14 de julio de 1833, inició un movimiento religioso de retorno al cristianismo primitivo, al dogma y a la teología. Este sermón, que corrió impreso por toda Inglaterra, recordaba que Inglaterra, en cuanto nación cristiana, era una parte de la Iglesia de Cristo, y que estaba sujeta en su legislación y en su política a las leyes fundamentales de esa Iglesia. “Todo fiel -churchman- debe consagrarse enteramente a la causa de la Iglesia apostólica”. Esta Iglesia por ellos proclamada debía seguir una vía media entre Roma y el anglicanismo, teniendo por norma las palabras de san Vicente de Lerins, “quod ubique, quod Semper, quod ab omnibus”.
(continúa)
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